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 Correos: Mi perplejidad ante la sentencia judicial del caso Gaztelueta.- Josef Knecht

010. Testimonios
Josef Knecht :

Voy a hacer como Carmen Charo hizo el 30.11.2018, pues hace tiempo que no escribo en este foro y ahora vuelvo aquí para manifestar, como ella, mi opinión sobre la sentencia condenatoria del “caso Gaztelueta”. Por cierto, felicito a Agustina por la publicación de esta sentencia: ¡muy bien! Estoy de acuerdo con Carmen en que la condena puede perjudicar mucho al Opus en toda España. Y también estoy de acuerdo con el comentario que al respecto hizo El Cid Campeador al final de su último escrito (5.12.2018), porque, al igual que él, no acabo de ver que se hayan probado con claridad las acusaciones presentadas a juicio.

 

Mi perplejidad ante la sentencia condenatoria procede de la larga experiencia padecida en el Opus durante muchos años de mi vida. Puedo afirmar que llegué a conocer bastante bien la institución desde dentro y sufrí a fondo sus abundantes defectos y errores, que, como es sabido, he denunciado varias veces en esta página web. Pues bien, dos de las características más notables –y molestas– del funcionamiento práctico del Opus, y más en concreto de los Centros (o casas) de numerarios y de las Obras corporativas, son el agobio con que los numerarios viven y trabajan y el supercontrol al que están sometidos cotidianamente. El modus vivendi et operandi de los numerarios y numerarias está impregnado de rasgos sectarios que lo diferencian del comportamiento habitual de otros ámbitos semejantes: la configuración psicológica de un numerario que trabaja de profesor en una Obra corporativa no es igual que la de cualquier otro profesor en un colegio normal.

 

Cuando pertenecí al Opus, no solo me sabía controladísimo por los demás tanto en mi Centro como en la Universidad de Navarra, sino que desarrollé una capacidad de controlar a mis “hermanos”, es decir, los compañeros de los Centros donde residí: qué libros leían, qué noticias de los periódicos les interesaban, quiénes eran sus amigos, por qué hoy ha llegado tarde, antes de un viaje preguntaba cuándo volverían... Generé en mi interior una morbosa habilidad para curiosear en la vida de los otros a modo de detective; y esa curiosidad se acrecentaba cuando mi director espiritual me imponía como “examen particular” semanal hacer “correcciones fraternas” a los demás.

 

En las puertas de las habitaciones de los Centros no había cerrojos, hasta el punto de que, por ejemplo, yo entraba en los dormitorios de otros residentes a consultar libros suyos, que me interesaban, cuando ellos no estaban en la habitación; y me consta que otros entraban en mi dormitorio en mi ausencia o presencia cuando les convenía. Los numerarios recibíamos la correspondencia epistolar después de que el director del Centro abriera y leyera las cartas personales, que nos entregaba con el sobre ya abierto. En las Obras corporativas, los despachos de los profesores no tienen puertas opacas, sino dotadas de una ventana, a veces pequeña o a veces grande, con vidrios traslúcidos, de manera que desde el pasillo se ve quiénes están dentro y qué hacen. A todo esto se ha de añadir el ritmo trepidante de vida, repleto de agobio, desazón y zozobra, una hiperactividad constante, con que nos movíamos los numerarios a todas horas: las normas del plan de vida, los encargos apostólicos, recibir o escuchar charlas fraternas, interrupciones frecuentes en los momentos de estudio personal, pocas horas de sueño y un largo etcétera, en el que se incluía la prohibición de amistades particulares.

 

En cierta ocasión me sucedió una anécdota curiosa en Pamplona. Marché de viaje unos tres o cuatro días, y a mi regreso llovía en la ciudad; busqué mi gabardina en el armario, me la puse y en su bolsillo encontré un rosario que no era mío. Pedí explicaciones al director de la casa, el cual me dijo que en mi ausencia otro residente, que pasó su gabardina a las numerarias auxiliares para que le hicieran un arreglo, entró en mi cuarto, abrió el armario y se puso mi gabardina para devolverla al día siguiente en su sitio. He aquí una pequeña prueba de la casi nula privacidad con que los numerarios acostumbran a vivir.

 

Así las cosas, me cuesta entender que un numerario y profesor de un colegio del Opus pueda mantener relaciones sexuales con sus alumnos. No hace falta ser buen psicólogo para saber que los actos sexuales entre dos personas requieren una cierta concentración mental y un ámbito, no solo espacial-temporal, sino también psicológico, de intimidad relajante. Precisamente la intimidad brilla por su ausencia en todos los Centros del Opus y en todas sus Obras corporativas, y tampoco se da ahí el caldo de cultivo necesario para concentrarse mentalmente a practicar sexo. No se puede excitar la pulsión sexual cuando la cabeza de una persona está estresada como una olla a presión y su entorno vital es el de un control abusivo, mucho más intimidatorio para el corazón humano que el de una simple instalación de cámaras de video-vigilancia.

 

Con ello no quiero decir que un numerario nunca tenga vida sexual. Por supuesto que algunos numerarios la tienen. A pesar de esa carencia inmensa de intimidad, un numerario puede masturbarse encerrado en el cuarto de baño, que sí está dotado de cerrojo, o embozado en su cama, circunstancias éstas en que se da un mínimo de intimidad, suficiente como para desfogarse a solas; y también puede mantener relaciones sexuales con otra persona, pero siempre fuera de los Centros y de la sede de las Obras corporativas (en un prostíbulo, por ejemplo). Por eso, no me entra en la cabeza que en una Obra corporativa del Opus haya pasado lo que se relata en la sentencia del “caso Gaztelueta”. Lo digo con toda sinceridad a partir de mi experiencia vital de largos años en el Opus: ¡NO ME ENTRA EN LA CABEZA! Eso no puede haber sucedido en ese lugar, aunque en otros colegios del mundo pueda pasar y por desgracia pase.

 

En un Centro de numerarios puede suceder que un numerario meta su rosario en el bolsillo de la gabardina de otro numerario, como a mí me pasó hace años, pero jamás puede suceder que meta su bolígrafo en el culo de otro. Esto último no se me mete en la cabeza.

 

Los que han juzgado y sentenciado al profesor de Gaztelueta no han tenido en cuenta la realidad, excepcional y peculiar, de la total carencia de privacidad con que funcionan las personas pertenecientes a la Obra de Escrivá y que marca la psicología de los numerarios y, por tanto, su comportamiento. No se puede juzgar bien lo que acaece en una Obra corporativa del Opus, si se piensa que aquella es un colegio “normal”, pues no lo es, ya que el sectarismo que predomina en la mente y en el corazón de quienes lo dirigen y allí trabajan diferencia ese centro de enseñanza de los demás. Puede haber sucedido tal vez que, por razones por mí desconocidas, los padres del único adolescente-víctima de Gaztelueta hayan confundido el acoso psicológico, al que su tutor lo sometió haciendo apostolado y proselitismo con él, con una forma de agresión sexual.

 

Josef Knecht




Publicado el Monday, 10 December 2018



 
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