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 Correos: Perseverar puede ser algo bueno.- Lizzy B.

010. Testimonios
Lizzy :

Soy de las que dice “te quiero” primero. No me cuesta nada declarar el amor, ni mantenerlo. No a todo el mundo ni todo el tiempo, aclaro. Pero no me quemo queriendo a la gente, ni me desgasto por hacerlo. Saludo para los cumpleaños, llamo para juntarnos, wasapeo para ver cómo están. Sin rollo.

 

Por eso me resulta extraño cuando las personas se complican. Las personas de la obra con las que aún tengo contacto, específicamente. Sé que hay cariño, pero no espontaneidad en él. ¿Me enojo? Un poco. Hasta el punto de desear que se salieran, para tener una relación más normal...



¿Por qué personas tan notables perseveran?, me pregunto. Y empiezo a pensar mal. Vanidad. Miedo. Soberbia. Cobardía. Comodidad… es imposible que no vean lo que está mal, me digo. ¿Por qué, viendo lo que va mal, perseveran, siendo ellas mismas personas genuinas y bellas? La respuesta me vino hace poco, cuando casi me muero…

 

Íbamos camino a la clínica, yo sintiéndome cada vez más mal. Qué triste morir a mis 40 años, pensaba, con los niños aún pequeños y tantos sueños por cumplir.

 

-Amor, usted prométame que…

 

-Usted va a estar muerta, no puede intervenir en nada, NO SEA VANIDOSA, me espetó mi furibundo marido, manejando raudo por la carretera.

 

Era la segunda vez que me llevaba. La primera vez, vi la urgencia repleta y me recuperé milagrosamente. Ahora, no me dejó devolvernos: “usted se atiende como sea”.

 

Nos hicieron esperar muy poco, porque yo venía muy “descompensada”. Me tomaron los datos, yo explicaba mi ataque cardiaco. Me conectaron al electro y me indigné mucho cuando me dijeron que los resultados eran normales. ¡Pero si yo me estaba muriendo!

 

En el box de espera, no podíamos evitar reírnos.

 

-A mí me consoló mucho ver el quirófano listo en caso de necesidad -le explicaba a mi marido- Realmente este servicio de urgencia quedó muy moderno.

 

Él sonreía entre el alivio y la burla.

 

Me llevó a tomar té y me compró un pastel muy rico. Me recetaron unos relajantes musculares para mi “crisis de estrés”, sin embargo, bastó con el té y la seguridad de no estarme muriendo para volver a casa contenta.

 

Si no tenía problemas al corazón, debía ser un cáncer, porque siempre me dolía algo. Tuve, en mi mente, lupus, problemas renales, cáncer de pecho y útero, diabetes… un montón de exámenes después, y estaba sana, pero me seguía sintiendo mal. Cada cierto tiempo, me “descompensaba”, pero ya no pedía ir a urgencias. Para qué ir a pasar vergüenzas. Así es que trataba de respirar. En cámara lenta, seguía sirviendo la cena, o manteniendo conversaciones con los niños, aparentando normalidad. Cuando ya no daba más, le contaba a mi marido, y entonces conversábamos del día y de lo que habíamos hecho, y conseguía espantar a la muerte.

 

Sobreviví otro día, me decía al despertar.

 

Cuando llevo varios días así, dos o tres, ya termino por aburrirme. “Okey: morir es algo natural, todos vamos a morir”, me digo mientras lavo los platos o tiendo la ropa con un hilo de energía.“Si me muero ahora y aquí, ¿qué tan terrible puede ser? Los niños sabrán llamar al papá, llegará alguna vecina a hacerse cargo. Todos seguirán adelante. (Haría bien en dejarle algo escrito a cada uno, una guía de vida) Pero si me muero ahora y aquí, ESTOY LISTA: MUERTE VEN!!!”... suena delirante, pero describo mis pensamientos tal cual se me ocurren dentro de mis crisis de pánico, donde realmente pienso y siento que voy a morir.

 

Al cabo, logré relacionar mis crisis de pánico al diagnóstico de trastorno del espectro autista de mi hijo de tres años. Antes del tratamiento, había semana que dormíamos él y yo, en promedio, cuatro horas diarias. Y él es hiperactivo, de modo que mis jornadas eran de 20 horas corridas, con sueño ligero y mucho trabajo doméstico, porque había que ver a los otros tres hijos durante el día y administrar la casa. Todo, sin ayuda doméstica porque aún no caía en cuenta de las nuevas exigencias de la condición de mi pequeñín. Uno se demora en tomar decisiones –mandarlo a escuela especial, conseguir ayuda doméstica, empezar el tratamiento farmacológico con él-, sobre todo porque no piensas muy claramente cuando duermes poco. Finalmente, logramos encaminarnos en el camino de las soluciones y nos estamos ajustando, pero mis crisis son todavía tema, porque sigo sin poder descansar mucho. Aún sufro los coletazos del estrés.

 

Yo llegué a mis cuarenta años sin haber entendido nunca mucho de las enfermedades psicológicas. No podía entender las crisis de pánico, por ejemplo. No podía entender a las personas que seguían en el opus a pesar de las depresiones, las crisis y las pastillas. “¿Cómo alguien puede ser tan masoquista?”, me preguntaba bien para mis adentros. Y ahora entiendo por qué perseveran las personas a los malos trabajos, relaciones o sectas religiosas. Porque encuentran alegría, pertenencia y sentido. A pesar de todo. Existe una infinita capacidad de la mente humana de ajustarse, se superarse a sí mismo, de entregarse y de mejorar, aún en contextos adversos y sin mayores consuelos que una taza de té.

 

No hay nada como la taza de té. Se va mi chiquitín a su escuela especial, los mayores todavía no se asoman a la cocina a preguntar por el almuerzo, y me queda media hora para mí y mi taza de té. Leo algo interesante, escucho alguna canción que me gusta (generalmente Elvis, Adele, Lady Gaga o rock argentino de los ’70), y disfruto. No cambio mis decisiones ni mi vida por nada. Seguramente me toca hacer un montón de cosas a la tarde, y la hora de la cena será frustrante y me dará otro amago de crisis, pero estoy dispuesta a soportar lo que haga falta porque estoy comprometida y amo. Me encantan los seres con los que vivo. Gritan a veces, se pelean, voltean el jugo, dejan ropa tirada, pero también aprenden y se ríen. Mi marido me invita a comer, me trae un libro que comenté al pasar. Me arrastro, pero soy feliz.

 

Para mí, antes, la crisis de pánico o la depresión, era señal que el opus te hacía mal y te tenías que ir. No entendía que perseveraras después de eso. Ahora sí. Perseverar puede ser señal de un alma sencilla y fuerte. Me gusta más pensar así de aquellos que quiero y siguen allí. Se quedan porque encuentran alegría, pertenencia y sentido, de alguna forma. Y los que nos fuimos, fue precisamente porque no lo sentíamos. Y en ambos casos está bien.

 

También me da esperanza, pensar en la fortaleza de los que se quedan, a pesar de los pesares. Porque algo bueno sale de esas almas, no importa el contexto, brillan. Y con ello embellecen la iglesia también, que ha durado dos mil años y merece ser bella. Como la Catedral de Notre Dame, que se quema, pero emerge mas linda.

 

Lizzy B.




Publicado el Friday, 17 May 2019



 
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