Habíamos terminado de almorzar. Nuestro invierno está siendo muy benigno y nos permite, en pleno agosto, comer todavía en las terrazas de los restaurantes, al aire libre. Los hilos de humo de nuestros cigarrillos subían como columnas quebradizas. Un vientecillo levantaba algunos cabellos del Venerable Anciano, acá conocido como Zartán. Casi no llego al almuerzo. Corrí. Qué bueno que llegué. A un tiro de piedra, un señor hacia de estatua humana, una de buda. Le pusimos “el hombre dorado”, aunque debió llamarse “el hombre transpirado”, porque la gruesa capa de pintura sobre su piel la ahogaba de tal forma, que la cubría el sudor, como perlas cristalinas. Lo miramos y nos reímos. Qué gusto estar con un amigo. Es muy fácil. Yo no sé porqué, pero llegó con regalo: una libreta encuadernada -año 2002, hecha en Canadá- ¡y con dedicatoria!, para que escribiera. Estaba apurado el Venerable y se fue todavía conversando, ligero, se lo llevo el viento y yo me decidí a leer lo que me había escrito.

Claramente no era una libreta como la que llevábamos en el opus, cuando él era numerario o yo agregada. Ésta es más grande, y es para escribir quizá alguna opera prima. Me tiene fe el Venerable, pero sobre todo me tiene cariño. 

Hablamos de varias cosas, pero ninguna era tan importante como el sentimiento de alegría por vernos. No estábamos celebrando ninguna fiesta A, pero era como fiesta.

Ya ven: se pueden sacar cosas buenas de haber sido opus. Poder ser ex, escribir acá y conocer amigos que te invitan a almorzar y te regalan libretas.

Lizzy