O José María Albatros es un joven aficionado a la programación y a la iglesia de su barrio. Hacía catequesis cuando conoció a Saturnino, un alegre y brillante universitario de primer año de Ingeniería informática. Se hicieron amigos, y pronto José María empezó a asistir más por el centro donde vivía su amigo, que por la iglesita donde atendía el cura Caco.

Pasaron unos meses y José María pidió la admisión. Le hicieron los cursos introductorios de rigor y quedó un poco impactado por la realidad del plan de vida. Como católico que usa sus dones para la mayor gloria de Dios, José María creó un juego donde avanzabas según ibas cumpliendo el plan de vida. Lo hizo para ayudarse así mismo.

Las gráficas más simpáticas del juego eran, sin duda, aquellas donde, en un baño, su avatar se bajaba los pantalones y se daba las disciplinas, mientras gotas de sangre salpicaban paredes y artefactos. Debías limpiar luego y ganabas puntos si lograbas que “tu madre” en el juego, encontraba unas cuantas gotas en el lavabo para dar cuenta de tu santidad. El juego tenía varios niveles. Había uno en que debías pasar los Pirineos con tu equipo, y debías hacer un berrinche, llorar y encontrar una rosa de madera para poder pasar a la etapa siguiente. También había en el juego periodos de hambre, donde solamente veías las naranjas y las dejabas sobre la mesa sin comerlas. Esas naranjas quedaban luego petrificadas, y servían para otro juego: “La naranja mecánica”, que José María nunca terminó.

José María era consciente de que su juego debía ser solo para su uso personal: de esta manera se ejercitaba en la virtud de buen hijo de Dios. Sin embargo, la plataforma en que alojaba su juego -gratuita- decidió premiarlo por lo bien que estaba hecho y ponerlo en acceso público.

Las consecuencias fueron impensadas. “Soñad y os quedaréis cortos”: desde distintas partes del mundo, niños de 8, 12, 15 años se conectaban para jugar “Ruta”, que era como se llamaba el juego. Adultos de todos los colores: negros, blancos, rojos, marrones, a rayitas y cuadritos lo jugaban a todas horas. Se volvió un éxito total, y para la organización de José María, solo fue cosechar vocaciones de esas almas, previamente preparadas por el mundo virtual.

Empezaron a pitar de a miles. En todas las ciudades del mundo, en todos los pueblos y rincones. Los mejores eran seleccionados para irse a atender los centros, mientras que la tropa seguía procreando y manteniendo a los elegidos. Pasadas las primeras décadas de este nuevo mundo, los cargos de poder estaban ya totalmente en manos de ellos. José María era un rock star dentro de la orden, y se le dejaba hacer en libertad: “gracias por tanto”, le decían una y otra vez. A lo que él contestaba, invariablemente, que era un instrumento sordo y torpe. Sin embargo, se las arreglaba para dirigir en las sombras, el nuevo orden mundial. 

Este nuevo orden contemplaba bellos oratorios en todas las esquinas de las ciudades. Y junto a ellos, hermosas tiendas de flores, velas, telas y cafés, donde se hacían distintos conversatorios sobre los misterios del rosario. Obviamente, la prensa y los medios estaban convenientemente pauteados. Aunque la disidencia era mínima: al primer signo de desafectación, te mandaban a un spa donde, mientras recibías masajes y manicure, te conectaban al juego “Ruta reloaded”, el sucesor del original, donde quedabas con los chacras alineados nuevamente.

Ahora, si pese a todos los esfuerzos, no lograbas enmendarte, siempre te podían mandar fuera de las fronteras mundiales del nuevo orden: lugares en África donde no se había logrado el progreso material esperado, habiendo sido abandonados a su suerte.

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Mi hijo menor trepa a mi cama y abro los ojos. ¡vaya sueño!

Lizzy B.