Querida Aquilina: Leí tu escrito. Eres muy buena. No me cabe ninguna duda. Buena de verdad. Tu bondad me recuerda a la de mi entrañable madrina. Daba lugar a conversaciones como esta.

—    Madriña, voy a contarte un chiste.

—    Muy bien, Gervasiño. Yo soy una mujer alegre. Y los chistes, con la hilaridad que provocan, contribuyen a esa alegría que todos debemos cultivar.

—    Pues verás. Va de un ciego de esos que venden lotería por las calles. Llega un niño, un niño de otro barrio, y le tira una pedrada, que le da en la frente. Luego le tira otra que no llega nada más que a rozarle. Y entonces el ciego va y le dice, porque el niño era de otro barrio,…

—    Pero eso es una salvajada. Tirarle piedras a un pobre ciego… Eso no se debe hacer…

—    Madrina, pero es que esto es un chiste.

—    ¡Cómo va a ser un chiste? No tiene la más mínima gracia. Es una ignominia. Es que no tengo palabras para explicar esa barbaridad…

Etc.

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            Otra de diversidad de planos. Es de Federico García Lorca. Y dice así:

—Mamá, yo quiero ser de plata.
—Hijo, tendrás mucho frío.

—Mamá, yo quiero ser de agua.
—Hijo, tendrás mucho frío.

—Mamá, bórdame en tu almohada.
—Eso sí, ahora mismo

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Otra más de diversidad de planos. Es la última. Choque de trenes con muchos heridos en estado lamentable. Un camillero  tiene que recoger a un viajero. Se encuentra con que el viajero en cuestión tiene una barra de hierro que le atraviesa el tórax desde la espalda hasta el pecho. La barra le sobresale un palmo por cada lado.

—¿Duele mucho?, pregunta amable el camillero.

—No señor. Sólo cuando me río.

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Me excuso por no saber expresarme con conceptos y razonamientos abstractos. A veces, sólo logro explicarme mediante ejemplitos.

Que Dios premie tu bondad

Gervasio