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020. Irse de la Obra
Clic-Clac :

Buenos días, queridos lectores.

Puede que penséis que mi relato es otro de tantos. Y lo es. Pero cuando una madre Luchadora quiere soltar lastre de 13 años de sufrimiento lo hace con su mejor amigo/a, ya que nadie, absolutamente nadie de la Obra o cercanos a ella, ni entiende, ni quiere entender nada de lo que pasa con las personas. Fácil: en la Obra casi no existen las personas. Sólo existen en tanto en cuanto son responsables de los desaciertos, intencionados, o no...., de la Institución. La Obra es santa. Por definición. Los pecadores e infieles son las personas.

Bien: disculpad este prematuro añadido, pero tenía que soltarlo. Voy a retomar la vuelta a casa de nuestr@ hij@...



En el aspecto económico las deudas – en aquel entonces no sabíamos su origen – seguían activas y vivas. Miles de euros que debía a la Obra por – según me contó – aspectos tan separados en el tiempo como en distintos espacios: viajes, estancias en centros, convivencias, cursos anuales, UNIV, baja cuantía de las aportaciones (aunque todos sabemos que la aportación de un/@ numerari@ es el total del salario), préstamos dinerarios que la propia Obra le había cedido. Ah! pero, ya no es como antes, En la actualidad no se devuelve el dinero a la Obra,  hay que echar mano de empresas crediticias que cobran intereses entre el 20% y el 40%. Entenderéis que en este sistema el numerari@ es poco menos que nulo para devolver el importe y soportar la presión telefónica y postal de dichas empresas. Llegaron momentos, días antes de volver a casa, en que nos pedía 5€ para un bocadillo. Ningún centro le daba ya ni comida.

Celebramos la Navidad con cierta paz. Para él/@ el cambio fue tan brusco, tan fuera de onda que le invadía una completa inacción. Estaba como obnubilado, ausente, incapaz de contestar o de empezar un diálogo. Nos decía que se iba al centro, Y sí, fue allí unas cuantas veces, cada vez menos y cada vez menos tiempo de permanencia. Se fueron acabando las invitaciones a comer o cenar. Sólo quedó un pequeño contacto con el sacerdote, pero siempre fuera del centro. Anecdóticamente os diré que alguna vez que los padres habíamos salido de casa, a la vuelta encontrábamos a nuestr@ hij@ con el sacerdote en casa. Le indicamos que no era bienvenido y que si él/@ quería hablar con el cura no podía hacerlo en casa.

Paralelamente con estos momentos, se fueron despertando en él/@, como parte de un síndrome de Stokolm, una retahíla de comportamientos contradictorios: la mayoría eran para defender la Obra. Otros para explicarnos la teología de la Obra como la única y verdadera. Muy a menudo nos comentaba el contenido de los pocos whatsapp que recibía de antiguos “amigos” opusianos. Se reía con ellos como si fueran las anécdotas más divertidas de una colección de chistes.

Poco a poco su carácter se agrió y ya no fueron simples defensas ni sencillas risas. Se convirtieron en prepotentes e imperativos silencios para nosotros, pues cuando él/@ quería hablar necesitaba silencio y atención total acompañada de una total inmovilidad de los presentes y oyentes. Cuando algo se debatía en las comidas, acostumbraba a tener dos tipos de reacciones: o bien nos decía que calláramos todos, ya que aquellas conversaciones cruzadas le agobiaban, o si procedía, sacaba su móvil y buscaba información del tema más relevante (para él/@) de la conversación y de nuevo nos daba una paliza oral con las grandes verdades inamovibles. Estos episodios se alargaron un par de meses (todavía no han desaparecido) Entró en juego el caos material: ropa, maletas, libros,… también seguido de otro caos horario: días casi enteros pasados en la cama. Comer desmesuradamente y fuera de hora. Fueron descendiendo los amigos hasta el punto que, un@ (de la Obra) al que tenía más apego y confianza le negó el saludo.

También empezaron las agresiones verbales. Su “médico” opusino on line no daba con las palabras que él/@ quería oír, así que cortó con él y buscó otro, cómo no, también de la Obra. Ahora tiene un casi descontrol de los medicamentos que toma y que hemos indagado que no son los adecuados. Debería cambiar a un psiquiatra competente, pero no quiere. Empezaron las agresiones físicas, primero suaves para seguir con otras de tono subido. Sin razón, sin sentido, sólo porque ¿le había parecido qué…? Nunca una disculpa. Las peleas verbales con algún miembro de la familia eran diarias, sobre todo con un herman@ al que maltrataba o le hablaba en terminología específica y jerga complicada para que él/@, que tenía una discapacidad, no le comprendiera y así poder regañarlo a gritos. (En los años de infancia de los dos, había una armonía casi perfecta, pero cuando entró en la Obra adquirió su horrible costumbre: despreciar y anonadar a los que “no son raza pura” “tienen defectos” “no podrán llegar nunca a numerari@s. Deberían conformarse con agregado". (Amén de las palabras dichas por Echevarria: los discapacitados son el fruto de una relación viciada e impura de los padres)

Yo, Luchadora, estaba más que desconcertada. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde quedó aquél/a hij@ que era la risa personificada de forma perenne? Sí, había vuelto a casa, pero no era su casa, ni su familia. Nos despreciaba a todos. Pensé: este/a hij@ está haciendo con nosotros lo que le deben haber hecho a él/@.

Seguían aún las deudas. Seguía aquella enfermedad mental, de la cual, aún hoy desconocemos el nombre. En nuestra familia nunca ha habido tabúes con las enfermedades. Todos sabemos de todos y todos sabemos los nombres y las consecuencias en el comportamiento, físico o mental. Alguna vez nos contó que el nuevo médico sí que le entendía y le ayudaba. Poca cosa más. Según él/@ debía hacer un proceso desde pequeño recordando todos los traumas vividos. Yo Luchadora, no soy psiquiatra, pero removiendo heridas no se cura la enfermedad.

Hubo un cierto momento en que, laboralmente, se dedicó a su práctica preferida, empezando como autónomo. Allí vi una rendija de luz. Al menos estaría ocupado y saldría. Pues menos aún. A pesar de que se le veía contento con el trabajo, no desaparecieron sus ataques verbales y se incrementaron los físicos, agrediendo a miembros de la familia. Seguimos ignorando la causa de estos ataques. A veces, una simple palabra (inocente por si sola) se convertía en motor de arranque de coces, patadas, empujones, sujeciones a la fuerza, siempre acompañadas de improperios y amenazas y un “¡fuera de casa!”. Lo consiguió alguna vez. Era la única manera no violenta de cortar el proceso.

A día de hoy, sabemos que aún ahora debe cierta cantidad de dinero. Que su enfermedad sigue sin nombre, que se acabaron los amigos. Se acabó el club, el centro. Pero no ha acabado su proceso opusdeístico. Sigue pensando en las bondades y virtudes de la Obra aunque la propia Obra lo ha “expulsado”. No admite que la razón por la que se le aparta del Opus sea una razón únicamente material y humana. En sus propias palabras “me hicieron entrar diciéndome que la vocación era una llamada de Dios que, a través de la oración, había revelado a los/as numerari@s de turno para que le propusieran pedir la admisión". Así pues, dice, "si hay una razón para salir, ha de ser sobrenatural. No humana”. Pero no os perdáis este final: yo Luchadora, telefonista, madre,… sé de fidedigna fuente que nadie en la Obra le ha dicho claramente: ¡vete! Claro: debe ser que no consta en las constituciones “alias indicaciones, catecismo, instrucciones del vínculo jurídico, …” ningún apartado que explique cómo se aparta a un/a numerari@ de la Obra”. Parece ser, eso me han dicho, que sólo se le/@ excluye en el caso de que haya habido mala praxis o comentarios no adecuados para la Obra en público, o bien que se hayan consumado uniones con hombres/mujeres digamos: de mala vida.

Lo que sí se me ha dicho es: "sois los padres que debéis decirle que deja la Obra".

Ya me disculparéis la extensión. Está en casa, sí. Pero está destrozad@. La Obra y nadie más que la Obra y sus “directores” estrechos de miras han destruido vidas y familias. Ha adoctrinado, criticado a otros estamentos eclesiales, canalizado su educación (más bien su deseducación), ha roto encantos, valores innatos, profesiones, cuerpos y mentes. Nadie más que la Obra y sus miembros (LOS DOS) han tratado a jóvenes que no se han hecho adultos por falta de madurez y espíritu crítico. Nadie más ha roto lazos entre hermanos. Nadie más se ha desentendido tanto de las personas y de sus enfermedades. Nadie más que ellos han abandonado a una persona en cama durante MESES. Sin asistencia. Sólo ellos han vejado, gritado, ridiculizado y pegado o echado al suelo a sus “propios hermanos en la fe” (claro: era la fe de la Obra). Sólo ellos son capaces de tales perversiones. Sólo ellos destruyen. Como destruyen vidas. Como han destruido la vida de un/a hij@ nuestro.

Cierta vez, en un congreso dedicado a las sectas destructivas, un ex sacerdote y ex miembro de la Obra me dijo: TE LO DEVOLVERÁN HECHO UNA MIERDA. Y así ha sido. Seguimos sin horarios, sin salir, sin amigos, sin acercarse de forma periódica a los sacramentos (excepto alguna confesión), sin ilusión y, lo que es más fuerte y grave: defendiendo las excelencias teológicas y litúrgicas de la Obra. Nos han destrozado. Nuestra familia está hecha polvo. Y nuestro/a hijo más.

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Publicado el Wednesday, 21 October 2020



 
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