He seguido indagando en mi memoria para recordar los nombres de las alrededor de cuatrocientas personas con las que he vivido por los distintos centros por los que he pasado. Dejo de lado, lógicamente, todas las personas con las que he coincidido en momentos puntuales (cursos anuales, mayormente).

No sé si conseguiré recordar a todos por su nombre y apellidos. Se me desdibujan muchos nombres de personas con quienes viví en el enorme centro de estudios y en los Colegios mayores oficiales. No querría que así fuera porque no quiero que se conviertan en masa anónima. Pero con algunos, inevitablemente, así será. Al 80% con los que viví durante los diez primeros años les he perdido la pista totalmente. No así a los del resto…

No encuentro, en cambio, una gran diferencia según el “grado de santidad” de quienes vivan, porque incluso la baja proporción, en términos de la peculiar forma de “santidad” prelaturística, es la misma en todas partes. Sí encuentro más diferencia si estás en el ceéle (especialmente de director o subdirector). No digamos ya si es uno de tantos centros disfuncionales, llenos de “estropeados” y quemados...

Al recorrer con mi memoria todos estos “espacios” encuentro muchos recuerdos gratos. Otros, no tantos ni tan graves, para no recordar. La mayor parte de ellos muy anodinos y poco constructivos en general. Un lugar especial, por lo bueno, lo ocupa la administración.

Hay un parteaguas vital entre vivir en centros de jóvenes y hacerlo en centros de profesionales más o menos mayores. En los primeros todo “disfuncional” de modo vital, pero hay labor y suele haber “alegría” juvenil. Saltan chispas pero todo se explaya y se ventila mejor. Se van muchos, pero el espíritu permanece. En los segundos el clima suele estar más o menos enrarecido o va camino de ello. Se van menos, pero el espíritu desaparece. Casi siempre tiene aspectos tóxicos y complejos. Están muchos que, realmente, no son (o no son conforme al espíritu oficial).

A raíz de esta exploración y de algunas lecturas en esta web, tengo la convicción de que ahora mismo, hay más gente fuera que dentro. Si vives en España es muy posible que te cruces por la calle, sabiéndolo o no, con más ex numerarios que con numerarios activos y, en mayor medida, de pasivos. Supongo que la proporción es equiparable en los centros por toda España (no sé si en otros países grandes como Argentina o México; pero me temo que aún más). La realidad es que somos muchos más los ex que los in. Imagino que esto es así entre las numerarias (por datos que me han dado amigas que estuvieron cerca, en varios colegios oficiales en los años 80 pitaban muchísimas de cada curso de 40 chicas y, en muy poco tiempo, lo dejaban casi todas).

Evidentemente según la ciudad, barrio y zona “social” esa proporción será distinta. Pero los números absolutos son muy altos. Ahora mismo debe haber, en España, el triple de de exnumerarios que de numerarios pululando por ahí. De hecho, en los últimos años se podía buscar ex “en buen plan” para intentar engrosar la agonizante labor de sangabriel: “son muchos” se decía, por lo bajini, y se apoyaba mantener cierto contacto discreto. Los números “no importan” cuando se trata de bajas; aunque sí importan mucho cuando se trata de contar la labor que hace cada centro, cada numerario y cada labor.

Tal y como exponía en otro lugar, alrededor del 70 o el 75%, de todas esas personas con las que viví, sobre todo en la década dedicada a sanrafael ya no son de la obra. Al menos, que sepa fehacientemente, cuatro o cinco directores (uno senior) y entre tres y cinco sacerdotes. Ahí es nada. Es decir, de los cuatrocientos, alrededor de 280 o 300 son, somos, personas libres y normales. Supongo que felices o, al menos, más felices (pero ese es otro tema). Iniciada la “crisis vocacional” no he visto a nadie -repito, a nadie- “volver”. Solo algunos pocos que se van a vivir fuera y que por ahí siguen en tierra de nadie. Por otro lado los fallecidos son muchos y no ha habido sustitución “generacional” (pero ese también es otro tema).

Hay unos cuantos nombres conocidos en la sociedad española que fueron numerarios. Se tapa internamente bajo la idea de que “lo fueron por poco tiempo”, “no era lo suyo” y “razonadas sinrazones” similares para “encubrir” su salida más o menos rápida. Pero supuestamente todos ellos -salvo quizá algún “error” de bulto- tuvieron la misma “vocación” de alguien que ocupa un puesto en una delegación o es sacerdote o director, o numerario de a pie más o menos activo ¿o no?

Pues bien, todo esto me lleva a hacerme preguntas: ¿Es esa llamada realmente una “vocación divina” eterna? ¿Son, acaso, todas esas llamadas y posteriores “defecciones” parte de un plan divino? ¿Hay tantos “traidores” a esa pretendida vocación? ¿También eran “elegidos/as” tantos/tantas que son descartadas, con discreción (pero casi siempre algo de “desprecio” por no dar la talla), en los primeros años de su “llamada”? ¿Es todo eso también parte del plan divino hacia el futuro? ¿En qué sentido?

Y como no me atrevo a considerar siquiera que esos posibles “errores” divinos sean factibles y tampoco quiero osar a considerar si ese es, precisamente, el plan de Dios, esto me lleva a otras preguntas: ¿Es acaso todo esto una “llamada” divina o es una “llamada” humana inventada, inducida, forzada? ¿Es el plan de esa “casa” compatible con la que sea la voluntad de Dios? ¿Acaso no muestran estos datos la incompatibilidad de lo que se pretende con la realidad? ¿Puede ser calificado este resultado precisamente de “divino” (en sentido literal y en sentido figurado)? ¿y de razonable? ¿y de “bueno”? ¿siquiera de “resultado”?

Es cierto que descanso muy bien pensando que yo no soy, ya, quien tenga que responder a esas preguntas, ni asumir la responsabilidad ni, tampoco, debo excusarme ante nadie por esos errores de cálculo (aunque en algún caso lo he hecho, por haber sido durante no poco tiempo parte de ese “plan”).

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