Yo lo tengo claro: dejo al Opus Dei este 19 de marzo. El que no se lo tomó así fue el director de San Gabriel que, fiel a la costumbre, intentó retenerme con una llamada tan triste como leonina. La llamada fue la semana pasada, después de que él me buscó por enésima vez para tratar de hacer la charla fraterna. Le dije que estaba bien, no sin antes darle un adelanto por mensaje de por qué no renovaba. Se hizo el extrañado, me dijo que pensaba que mis dudas no estaban más. Le contesté que no, que mis dudas estaban y muy latentes no sólo desde hace años, sino que definitivamente no quise ahondar más en el tema por lo patético que era -y es- escuchar los mismos argumentos sentimentales una y otra vez para defender las fechorías y las burradas de siempre…

Llevo tiempo cansado del Opus Dei, y no estaba dispuesto a dedicarle 30 más de mi vida cada dos semanas a escuchar por qué las numerarias auxiliares son mujeres y no hombres, por qué en el Opus Dei no son religiosos cuando todo indica a que de iure no, de factum sí; de cómo el respeto al sigilo sacramental es magnánimo; de cómo no se hace proselitismo con menores y de cómo toda la estructura no funciona como lo hacen las sectas. Les importé una nada en la pandemia, igual que les importé poco a los que pensé que eran mis amigos, pero no: sólo importaba pitar. Por eso durante la pandemia, que ha sido el momento más difícil que he pasado en toda mi vida, importé poco. Para cargar la conciencia y decirte que eres un flojo cuando estás a punto de perder trabajo, empleados, dinero, etc... Para eso estaban siempre preparados y dispuestos.

Entonces, el tipo con el que hago la charla me pregunta que si la hacemos. Le contesto al mensaje que no tiene caso porque no renovaré el 19 de marzo, haciéndolo con la mayor sensibilidad posible pensando en que una institución de la cual he sido 7 años supernumerario, quiero hacer de la forma más pacífica posible mi salida. No sólo por el aprecio que le pueda tener a una institución que en cosas también de mi Señor me haya hecho valorarle más y buscar hacer una relación más fuerte con Él, sino porque conozco cómo juega el casino y lo he visto innumerables veces de cómo se juega con dos barajas: la de la comprensión -sólo para lo que se quiere- y la de cargar y destrozar conciencias, ya muy conocida por todos en este página pero más conocida por todos aquellos que se han salido aunque no conozcan la misma página.

En fin, vamos a la conversación. Para empezar y como pequeño spoiler, craso error haber aceptado que tuviéramos una llamada. La conversación comienza, por supuesto, haciendo hincapié en que durante 2020 la pandemia ha menguado la gracia sacramental en muchos. Por lo tanto, la flaqueza de la gracia para tomar tal decisión, es mucha. Se ve que no entendió por enésima vez que mi decisión tenía que ver todo con el Opus Dei y nada con mi Dios. Comencé a decirle una vez más, que con Dios no hay una sola coma o punto que se quiera cambiar. Sigo siendo el mismo hijo suyo con muchísimas flaquezas en muchos campos -sí, idiotas: existe algo más que la pureza en el ser humano. Como la soberbia, la avaricia, entre otras- y sólo quiero ir a Él. Si me salvo, es porque Él me quiere y no porque yo haga algo de suficiente bagaje como para merecerlo.

Después, se dio cuenta cuál era el quid: no era una cosa con Dios, ni con la Iglesia, ni con la religión. Era, sí, con el Opus Dei. Y ahí empezó otra llamada distinta. Empieza a enumerar mis dudas, una tras una las que yo le había mencionado. Dudas, para los pensamientos de él; hechos, para los míos. Así que volvimos al tema de las numerarias auxiliares. Para justificar su existencia, vuelve a mencionar que si no existieran, en qué momento podría llevar no sé cuántas charlas, no sé cuántos círculos y por supuesto, no sé cuántas normas. Porque hay que tratar de rezar lo más que se pueda, porque eso santifica -ya me estoy pasando al segundo punto porque me acuerdo un poco-.

Y aquí vamos: le digo que una persona normal, en una vida normal y común, con trabajos que van de 8 a 6 de la tarde en no pocas ocasiones, tiene que llegar a platicar con sus hijos, posiblemente también dejará cocinándose comida para ellos y también deberá tener tiempo para su esposa. Creo que esa persona, a menos que tenga un pensamiento de porquería, no estará pensando "para eso está mi esposa". Es decir, para hacer lo que yo no puedo hacer y con total desapego de conciencia pensar que esa es su labor. Porque si la esposa también trabajara, ¿quién hace todo eso? Pero claro, para el Opus Dei el machismo no existe. ¿Por qué no hay varones numerarios auxiliares?, ¿por qué existe una vocación indexada a una profesión?, ¿existe la vocación de numerario abogado o supernumeraria médica? No, pero la vocación de numeraria auxiliar sí. Entonces, me dice que también tiene que ver mucho con la tradición: al principio la mamá y la hermana de San Josemaría realizaban esa labor y eran mujeres.

No tengo idea qué circunstancias tenía Santiago para no hacerlo él también, aunque se entiende por supuesto que en la época de la primera década de los cincuentas en España, la desigualdad entre hombres y mujeres era mucha más honda de lo que es actualmente. Para justificar ese argumento, me dice que la conciencia social cambia: en la actualidad hay una conciencia de igualdad femenina respecto de los varones que en siglo XX no existía, en la actualidad hay una mentalidad pacifista que en el siglo XVIII tampoco estaba y el ambiente ecologista  que hoy existe, en la revolución industrial no estaba. Me llamó la atención que se refería a ello como si hablar de la igualdad entre hombres y mujeres fuera como hablar de la costumbre de que las corbatas fueran baberos en una época y en la actualidad, ésta es una prenda de gala. Es decir, no se metía a hablar de si estaba bien o mal propugnar por la igualdad del hombre y la mujer, sino como si sólo fuera un tema de costumbre. Para mí no lo es.

En mi opinión, sí que hablamos de algo que esté bien o mal cuando hablamos de igualdad entre hombres y mujeres en muchos aspectos. Lo peor es que me dirán: Arcángel, ¿estás hablando con un tipo de 70 años? Pues no, con uno de cuarenta. ¿Por qué las numerarias duermen en tablas y los hombres no? La respuesta fue increíble: no lo sé, porque yo nunca me había hecho ese cuestionamiento. Al menos eso es lo que me ha dejado un poco contento: sus silencios. Fueron constantes en varios momentos. No eran silencios de "no hay diálogo", sino silencios de verse acorralado sin saber cómo rebatir de regreso a mi argumentación.

Por ahora se acabó, pero continuará. Queda mucha llamada que contar.

Arcángel