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 Libros silenciados: La obediencia temible.- Gervasio

090. Espiritualidad y ascética
Gervasio :

La obediencia temible

Gervasio, 4/02/2022

            Los títulos de obligatoriedad de la obediencia son muchos. Vamos a enumerarlos y ponerlos en relación con una actividad que por sí misma no es ni buena ni mala, cual es pasear.

            Primer título:la norma general.

Una norma general puede imponer o prohibir pasear como obligación; pero aun así lo que es pecaminoso no es pasear, sino desobedecer.

            Segundo título: el precepto.

El legítimo superior manda a paseo —nunca mejor dicho— a un concreto súbdito suyo. Le ordena dar un paseo. De nuevo nos encontramos con que pasear sigue sin ser pecado. Lo que puede ser pecado es desobedecer al legítimo superior.

Tercer título: un contrato.

Del contrato nacen obligaciones para las dos o más partes contratantes. Un contrato puede tener por objeto regular los paseos. De nuevo nos encontramos con lo mismo: pasear no es pecado, por sí mismo. Puede ser obligatorio en virtud de contrato.

Cuarto título: uno mismo.

En el voto, la promesa, el juramento, la palabra de honor y equivalentes es uno mismo el que se impone a sí mismo una obligación que recae sobre sí mismo. De por sí —dice el canon 1193—, el voto obliga solamente a quien lo ha emitido. Sin embargo, ciertas instituciones y/o personas registran en un librito quién es el que ha emitido ciertos votos o promesas o juramentos o lo que sea. Eso da lugar a que esas instituciones o personas registradoras de votos, etc., exijan posteriormente el cumplimiento del voto, la promesa, el juramento, la palabra dada, etc. Eso se da no sólo en el ámbito eclesiástico, sino también en el civil. Es usual, por ejemplo, tomar nota de quién juró o prometió acatar la constitución o unos concretos estatutos o reglas de juego o de conducta…



            Los títulos de obligatoriedad que nacen de uno mismo son muchos y se prestan a clasificarlos en clases y subclases. En El Opus Dei el título de obligatoriedad del cumplimiento del Código de Derecho  Particular de la Prelatura, que entró en vigor en 8-XII-1982, consiste en un acto de este este tipo; es decir en uno de esos actos en los que es el propio individuo el que crea una obligación, o más bien un conjunto de obligaciones, que recae sobre sí mismo.

            En los institutos de vida consagrada se emiten los tres clásicos votos de pobreza castidad y obediencia —a veces alguno más— pero no para ser cumplidos privadamente y como a cada uno Dios le dé a entender, sino mediante la observancia de unas determinadas normas, llamadas generalmente constituciones, aunque también reciben otros nombres. Cada instituto tiene sus propias constituciones.

Las constituciones del Opus Dei, que entraron en vigor en 1 de noviembre 1950 establecían la emisión de los mencionados tres votos (53§1) como modo de incorporarse al entonces instituto secular —el primero en el tiempo entre los institutos seculares— denominado abreviadamente Opus Dei. Actualmente, a tenor de los vigentes estatutos, no hay que emitir los mencionados tres votos; pero con el acto de incorporación uno continúa igualmente obligado a observar unas particulares normas. Ya no son las constituciones de 1950, sino el Código de Derecho Particular de la Prelatura. Este código sustituye a las constituciones de 1950 y entró en vigor, como ya dije, en 8 de diciembre de 1982.

Las “sociedades de vida apostólica” se caracterizan entre otras cosas porque en ellas, como sucede en el Opus Dei, no se emiten votos religiosos (CIC canon 731). Las prelaturas personales (Cfr. Canon 295§1) —como los institutos de vida consagrada y los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica— se rigen por sus propios estatutos también llamados constituciones y de otras maneras. Corresponde a los estatutos de cada prelatura precisar cuál es el acto de incorporación a la prelatura establecido para cada concreta prelatura. El CIC no establece un numerus clausus al respecto. El ingreso en una prelatura personal puede llevarse a cabo mediante diversos tipos de actos de incorporación, que pueden ser incluso actos de nueva creación. Nada se opone a que alguien se incorpore a una prelatura personal mediante votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia u otros vínculos sagrados o no sagrados de nueva creación o de vieja raigambre, si así lo prevén los estatutos.

¿Qué raza de acto es el acto por el cual alguien adquiere derechos y deberes al incorporarse a la prelatura denominada abreviadamente Opus Dei? Las sucesivas ediciones de los Catecismos del Opus Dei, dan vacilantes, cambiantes y confusas explicaciones. Yo los califico de no-votos, porque lo poco que dejó dicho el Fundador es que no se trata de un voto. También rebrincaba la palabra contrato entre los camelos que el Fundador utilizaba para referirse a la necesidad de abandonar los votos de pobreza, castidad y obediencia. El propio don Álvaro dio muestras reiteradas de no entender lo que el Fundador quería. La cuestión se presta al bizantinismo y a la especulación; pero lo que no se presta al bizantinismo es que, al incorporarse al Opus Dei, el que se incorpora se compromete a cumplir el conjunto de obligaciones establecidas por el Código de la Prelatura y adquiere también algunos, muy pocos, derechos. De lo que tampoco cabe duda es de que sea cual sea el acto de incorporación previsto, uno queda incorporado a una prelatura personal; no a un equipo de fútbol, ni a un cabildo de canónigos, ni a una iglesia particular (diócesis).

En el caso del Opus Dei —la única prelatura personal existente—, en el capítulo III está regulada La admisión e incorporación de los fieles a la prelatura.

17. La adscripción comprende tres etapas: la simple Admisión, que realiza el Vicario Regional, oída su Comisión; la incorporación temporal, llamada Oblación, después de un año de la Admisión como mínimo; la incorporación definitiva o Fidelidad, pasada al menos cinco años de la incorporación temporal. Aunque para incorporarse a un equipo de fútbol se utilice esta misma vía de adscripción en tres etapas —que da lugar a tres incorporaciones: temporal anual y definitiva— utilizada por la prelatura Opus Dei, no por ello el equipo de fútbol se transforma en una prelatura personal o en una orden religiosa que es donde florecen ese tipo de incorporaciones.

El modo de incorporarse a la Prelatura de la Santa Cruz y de la Obra de Dios en modo alguno facilita que las prelaturas puedan equipararse a las iglesias particulares, sino a los institutos de vida consagrada, donde son usuales ese tipo de adscripción e incorporaciones en tres etapas.

A mi modo de ver, tanto €scrivá que fue el que lo empezó, como sus sucesores, como la canonística oficial del Opus Dei, se han equivocado al señalar el nuevo modo —sin votos, ni consejos evangélicos— de incorporación al Opus Dei como argumento, razón, título y justificación para recabar de la autoridad eclesiástica una equiparación del Opus Dei a las iglesias particulares. A mi modo de ver no es tan difícil lograr esa equiparación, pero no doy ideas no vaya a ser que se las apropien y luego digan que eso ya lo había visto y previsto el Fundador en 2 de octubre de 1928.

Todo tiene su explicación. El saber y el conocimiento en el Opus Dei están estructurados así. El que más sabe y sabio es, es el Fundador; después don Álvaro que se supone que es el que sabe mejor lo que sabe el Fundador. Y así sucesivamente en escala descendente: consiliario, director de delegación, etc. Lo que se espera de los canonistas y teólogos del Opus Dei es que ejecuten la sabiduría del fundador en forma de libros y  revistas científicas, enseñanza universitaria, etc.

El mundo de los votos y de las promesas es muy rico y variado. A mí me fascina. Me intriga, por ejemplo, que serían esos votos “privadísimos” de 1934; votos sin manifestación externa, como podía hacerlos cualquier cristiano -práctica usual en aquella época-, para facilitar de esa forma "por un motivo psicológico", dirá- que quienes fueran llegando al Opus Dei tomaran más viva conciencia del compromiso asumido (Itinerario jurídico, p. 77). Me fascinan especialmente los votos y promesas con condición. Ejemplo bien conocido es el que hizo la madre de €scrivá de ir en peregrinación a Torreciudad con su niño, si éste se curaba. Tal condición se cumplió y peregrinaron. Esos votos más que un acto unilateral, a mi modo de ver deben ser considerados contratos o quasi contratos. En ellos hay un toma y daca en la que intervienen dos partes. También me fascina el pacto entre Mefistófeles y Fausto. Fausto le entrega su alma a cambio de la juventud. Se dice de las personas que aparentan ser más jóvenes de lo que son, que han hecho un pacto con el diablo. Hace años me preguntaban si había hecho algún pacto con el diablo. Cada vez me lo preguntan menos. Es que la edad no perdona. Pero me estoy divirtiendo demasiado otra vez.

En mi anterior escrito no entré al trapo de responder a la pegunta: ¿Hasta dónde cabe trasformar una conducta lícita en pecaminosa, mediante botines o botones? La respuesta es esta: no hay ningún botín ni botón —es decir, ningún título de obligatoriedad— que pueda trasformar en pecaminosa una conducta que de suyo no lo es. Entiendo por botines y botones cualquier título de obligatoriedad de los cuatro indicados —ley, precepto, contrato, acto unilateral— y de aquellos otros de los que me haya olvidado.

No sé si me habré olvidado de algún título más de obligatoriedad, pero estos cuatro bastan para dejar bien sentado que no hay que confundir pecaminosidad con obligatoriedad. Ahora que me doy cuenta, me olvidado de un título de obligatoriedad muy simpático: la corrección fraterna. Mejor olvidarse de ella de momento, porque puede dar lugar a demasiada diversión. ¡Que título de obligatoriedad más chistoso! Que si para pasear te vistes así o asá. Que es mejor que pasees con fulano que con mengano…Voy a renunciar a que nos divirtamos, para centrarme en lo de que pecar no es sinónimo de desobedecer.

            ¿Por qué pecar no es sinónimo de desobedecer? Santo Tomás, como casi siempre, da respuesta satisfactoria. El tozudo e implacable de él también hace entrar en la virtud de la obediencia al entendimiento y a la racionalidad. Y con eso asesta una puñalada mortal a los tiranos: no hay que obedecer porque sí, sino porque lo que se manda es racional. Santo Tomás define la ley como una “ordenación de la razón”. Con el mandato sucede lo mismo, ha de ser suficientemente racional. Santo Tomás siempre da prioridad al entendimiento sobre la voluntad. La visión beatífica la hace consistir en un acto del entendimiento. Pero no quiero divertirme con cosas tan escatológicas, serias y trascendentes como la visión beatífica.

Leí en OpusLibros que en cierta ocasión —yo no estaba presente allí— el Fundador encargó a uno de los presentes que adquiriese unos helados y que con la ayuda de otros los fuese distribuyendo. No lo hizo exactamente así, sino que utilizando su cabecita serrana, prescindió de los ayudantes para no molestarlos, y distribuyó todos los helados él solito. El Fundador le riñó cariñosa pero firmemente por no saber obedecer. Esa es la deformada virtud de la obediencia que nos inculcó. No le aplaudió por haber puesto su inteligencia al servicio del mandato recibido. En el caso de Carmen Tapia —de más enjundia— pasó tres cuartos de lo mismo. La trató muy injustamente, por no decir canallescamente.

            Oí decir que el Fundador impuso a don Álvaro que adquiriese el hábito de fumar y éste le “obedeció”. Lo que debía de haber hecho, según mi parecer —excesivamente influenciado quizá por Santo Tomás de Aquino, lo reconozco—, era negarse a ello, si quieres respetuosamente, haciéndole notar que es un hábito malo, por lo que no debía ni siquiera aconsejarlo.

            Quizá no he puesto los ejemplos más adecuados. En cualquier caso es malo el punto de partida de que todo lo que haya dicho, propuesto o determinado el Fundador o Álvaro del Portillo es un acierto. En algo se habrán equivocado, digo yo, puesto que carecían del don de la inerrancia, sobre todo el Fundador, que era un mandón empedernido. No sabía hablar sin mandar algo.

            El elemento de racionalidad que el Fundador introducía en la obediencia consiste en que debe de ponerse al servicio de lo mandado la mayor agudeza de mente posible para ejecutar lo mandado; no para juzgar sobre su racionalidad intrínseca. Esto último es calificado de “espíritu crítico”. Algo muy denostado dentro del Opus Dei. A los que tienen espíritu crítico se los anula. Los portadores de espíritus críticos no se admiten, aunque sean los mejor intencionados del mundo. El Fundador decía de los militares que por el mero hecho de serlo ya tenían gran parte del  espíritu del Opus Dei asimilado. Se refería a la obediencia propia de los militares, que no debe entrar a considerar los pros y los contras de lo que se les ha mandado.

            Le oí elogiar algo que siempre se ha puesto como ejemplo de irracionalidad. Me refiero a esa conocida anécdota de unos soldados que custodiaban unos bancos de jardín para que nadie se sentase en ellos, porque estaban recién pintados. Lo continuaban haciendo acríticamente, todavía mucho tiempo después de que los bancos hubiesen secado. ¡Qué fidelidad!, elogiaba. En las enseñanzas del Fundador la virtud de la obediencia es sustituida casi siempre por la de la fidelidad. La fidelidad se debe preferentemente a un hombre, a una persona de carne y hueso. De hecho a la incorporación sine die al Opus Dei la llamó fidelidad.

Uno ya no promete nada a Dios al incorporarse al Opus Dei, sino tan sólo guardar fidelidad a unos estatutos establecidos por el sucesor de $anjosemaría. Los consejos evangélicos son sustituidos por un Código de Derecho Particular en los que no se habla de ellos para nada. La opción por $anjosemaría, en lugar de la opción por los consejos evangélicos, llega a cansar y no satisface. Tiene demasiadas páginas escritas, demasiados criterios, demasiadas reliquias, demasiadas anécdotas, demasiadas presencias en fotos, en biografías, en películas, en edificios. Es comer lentejas todos los santos días.

Quizá su rechazo hacia los votos religiosos se debe a que son una promesa hecha directamente a Dios, en vez de una promesa de observar los criterios y escritos de €scrivá. Él lo que quería por encima de todo era fidelidad a su persona; primero en vida y también después de muerto. Quizá lo de rechazar como acto de incorporación al Opus Dei los votos religiosos —es decir, los hechos a Dios— vaya por ahí. Me parece que se pasó un pelín en eso de no parecernos a los religiosos. Recientemente hemos leído en Salvador: la puntilla final fue la lectura de “meditaciones” del padre Escrivá que escribía “que si no pasáis por mi cabeza no tenéis a Cristo” (las citas son de memoria, no literales). Mi sorpresa y rechazo fue mayúsculo y mi reacción fue “hasta aquí hemos llegado” (realmente la confirmación que aquello no era ni lo esperado, ni lo querido). Sustituir, también para incorporarse al Opus Dei, a Dios por barbastrino me parece abominable. Llega un momento en que para no parecernos a los religiosos, hemos de relegar a Dios a un segundo término.

            Las prelaturas personales, los institutos religiosos, los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica; en suma, todos esas instituciones que se rigen por unas normas particulares y que imponen una obediencia proveniente de esas normas, están atravesado una crisis de falta de vocaciones, acompañada de defecciones. ¿Cómo atajarla? A mi modo de ver haciendo más razonable y en consecuencia llevadera e incluso agradable la obediencia. Los que pertenecen al Opus Dei están hartos de cumplir normas y prohibiciones a las que no encuentran sentido ni ellos ni los que las imponen. No se puede vivir así, perseverar así, ni como director ni como súbdito. Unos se van cansados de cumplirlas y otros cansados de imponerlas. El individuo acaba transverberado por tal multiplicidad de criterios, indicaciones y controles que acaba rígido y desprovisto de movilidad.

            Voy a detenerme brevísimamente en la llamada “corrección fraterna”, que de evangélica no tiene nada más que el nombre. Es todo un canto a la irracionalidad. Lleva a tener que obedecer en cosas absurdas y ridículas, cuanto más absurdas y ridículas, mejor, pues así se deja bien sentado que de la obediencia hay que excluir la racionalidad.

Se me ocurre sobre la marcha otro ejemplo de irracionalidad. Al Padre hay que escribirle una carta cada quince días, contándole cualquier memez, pero eso sí con tinta y cálamo. Y, si quieres, también puedes escribirle en sobre cerrado directamente a Villa Tevere. A mí, que era remiso en practicar la costumbre de escribir una carta al padre quincenalmente, aunque alguna vez sí le escribí porque me apeteció —siempre contando cosas simpáticas, por supuesto—, me animaron a no descuidar esa costumbre, alegando que las cartas han de ser sencillas y naturales por lo que escribir al Padre está al alcance de cualquiera. Me excusé diciendo que carecía de dotes de naturalidad y sencillez. Y no me volvieron a dar la lata. Si al Padre —pensé— le gusta recibir cartas sencillas y naturales que se lo encarguen a un oficial de la delegación o mejor aún, al servicio de publicaciones internas. Ellos saben muy bien, estoy seguro, como redactar ese tipo de cartas. Estoy convencido de que un redactor de plantilla de la revista interna Crónica sería capaz de escribir magníficas cartas llenas de naturalidad y sencillez. Yo no tendría ningún inconveniente en firmar las que me pusiesen a la firma.

Las obligaciones provenientes de actos por los que uno se obliga a sí mismo,  pueden cesar por muchas causas: porque el plazo de la obligación finalizó, por cambio sustancial de circunstancias, por inutilidad de la obligación, etc. Es corriente y normal que desaparezca la razón de ser de las obligaciones o actividades que se llevan a cabo en el Opus Dei. Se acaba percibiendo con alarmante frecuencia que muchas obligaciones y la propia vida en el Opus Dei han perdido su razón de ser. No es que a uno le obliguen a barrer el suelo con el mango de la escoba; es que uno acaba en eso, sin que nadie le obligue a ello. Uno acaba como las beatas de iglesia. En mayo la romería. En diciembre la novena. El 19 de mayo, la lista de San José. Y no te olvides de las tres avemarías por la noche.

Con la que está cayendo, qué manera de tocar el violón. Qué intenciones mensuales, qué intenciones especiales, qué cara de póker hay que poner tantas veces ante tantas memeces. El padre quiere ser obispo. ¡Qué ilusión, Ramón! Si lo hacen obispo, seguro que todo se arregla. Vamos a encomendar. También a ver si canonizan a don Álvaro. Es sumamente necesario, para que las cosas marchen. Tú, ya se le puede tratar de tú, nos guiarás desde el Cielo.

Me confiaba recientemente un numerario su paradójica situación: Espero que el Opus Dei cambie y se parezca al ideal que me llevó a ingresar en la Obra. Es precisamente la Obra la que evita que haga lo que me dijeron que iba a ser mi vida en la Obra.

La obediencia no da buenos frutos, si no es racional. Hay que dar cauce al espíritu crítico; no hay que erradicarlo. No es una mala hierba. Jesucristo (Juan VIII, 32) dijo: La verdad os hará libres. Los superiores tienen el poder, en eso consiste su condición de superiores, pero no necesariamente la verdad. La verdad llega a quien es humilde y no se empecina en rechazarla. Humildad es andar en verdad. En OpusLibros se pueden leer demasiados testimonios escandalosos de arrogancia por parte de los superiores —sobre todo los basados en que ellos “saben más”—, incluido el Fundador, terribles. En OpusLibros no sólo escribimos resentidos y desobedientes. Hay también víctimas, aunque personalmente no me siento demasiado víctima. Si dejé el Opus Dei, fue porque tenía cosas mejores que hacer que perder el tiempo veinticinco días al año en un curso anual y en cosas así.

Gervasio




Publicado el Friday, 04 February 2022



 
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