Ataviado con uniforme de pontífice

Gervasio, 7/02/2022

Dax, Tras leer tu escrito Cuestión sobre la foto episcopal de Ocáriz, me he sentido movido, por alusiones, a responder a tus preguntas. Fui yo ciertamente quien levantó la liebre en OpusLibros sobre lo impropio que resulta que un “prelado personal”—de los regulados por los cánones 294 a 297— se pasee, ataviado de pontífice, por la sede central de su prelatura, sita en el  Parioli (Roma).

Prelados personales los hubo toda la vida. Los superiores de las órdenes y congregaciones personales exentas, por ejemplo, son también “prelados personales”. Su presencia se extiende por el ancho mundo. Jesuítas, dominicos, franciscanos, por ejemplo, están presentes en casi todas los países y naciones. Son prelados cuyo poder se proyecta sólo sobre las personas; no sobre las cosas —como templos, cementerios, etc.— de los lugares donde se encuentran…

Esas  prelaturas personales no forman parte de la jerarquía de la Iglesia católica, que está organizada territorialmente. Está compuesta básica y principalmente por prelados diocesanos, que ejercen su poder —el poder propio de la jerarquía católica— sobre una demarcación territorial concreta denominada diócesis. Al frente de cada diócesis se encuentra, aunque no siempre, un obispo. Hasta laicos hubo histórica y legítimamente al frente de una diócesis. El prototipo de los prelados territoriales es el prelado diocesano que suele ser obispo, el llamado obispo a secas y también prelado a secas o prelado diocesano. Se equiparan a las diócesis otras demarcaciones territoriales, como las abadías territoriales y o unas pocas más, con tal de que sean de base territorial. Las prelaturas personales de ámbito internacional, cual es el Opus Dei, no están equiparadas a las diócesis, ni forman parte de la jerarquía eclesiástica.

Las prelaturas personales y las prelaturas territoriales, tienen competencias distintas, aunque en algunos casos coincidentes. Los prelados diocesanos proyectan su potestad no sólo sobre personas, sino también sobre las cosas; pero sólo dentro del territorio de su diócesis. Su potestad se proyecta no sólo sobre personas, sino también sobre templos, sobre cementerios y sobre otros bienes inmuebles y muebles e incluso sobre bienes inmateriales, como la liturgia y todas las ceremonias religiosas públicas y privadas católicas que se celebran dentro de su territorio. Si un sacerdote toca las castañuelas —esperemos que no se le ocurra a nadie—, mientras dice misa, a quien corresponde corregirlo es al prelado diocesano. Sólo si toca las castañuelas en Villa Tevere, corresponde a Ocáriz corregirlo, sin que por eso deje de ser también competencia del obispo de la diócesis de Roma.

Las osadas transgresiones litúrgicas de Ocáriz en 27 de enero de 2017 fueron conocidas y comentadas en los ambientes y mentideros de la Ciudad Eterna. Se murmuraba por los mencionados mentideros, que Ocáriz se paseaba por su casa del Parioli, ataviado de obispo con mitra y báculo. En su domicilio cada cual puede vestirse como quiera. Puede vestirse hasta de fallera mayor o de Popeye, si así le viene en gana. Lo que le reprochaban no era tanto que se ataviase de pontífice, sino algo aún más preliminar: que usase báculo. En Roma, aunque tengan derecho a usar báculo, ningún obispo, abad, etc., usa báculo en la ciudad eterna por deferencia hacia al báculo del Sumo Pontífice que es supremo pastor. En realidad en Roma se sigue lo que es regla general. Ningún obispo debe usar báculo fuera de su diócesis. Las prelaturas personales no tienen asignada diócesis ni territorio alguno.

Pues nada, Ocáriz en el limbo. Allá va él tan retrechero con su báculo, al frente de una original ceremonia, con misa incluida, que le organizaron sus amiguetes, para celebrar que el Papa Francisco lo había nombrado unos días antes prelado del Opus Dei. A los prelados personales nadie les otorgó el derecho a usar mitra y báculo. Sus antecesores tenían al menos la excusa de que eran obispos titulares: Echevarría de Cilibia y don Álvaro, no recuerdo de dónde. En resumen que los que tienen derecho a usar báculo no lo usan y el que no tiene derecho a utilizarlo, lo usa. Se cumple lo de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

Quiénes propiciaron las “murmuraciones” no se sabe a ciencia cierta. A “los de casa” les dijeron que no provenían del Papa. Ya estamos acostumbrados a este tipo de tergiversaciones, cuando hay un monitum. Las “murmuraciones” fue toda la reprimenda que Ocáriz recibió, que conozcamos. Es posible que, en el fuero interno extra-sacramental, el prelado de la diócesis de Roma le haya impuesto alguna penitencia o remedio penal. No lo sabemos. Yo si fuera el prelado de la diócesis de Roma —distingo entre obispo de Roma y obispo de la diócesis de Roma— no me privaría: tres días de ayuno, por usar uniforme de pontífice, con sus complementos, sin que te corresponda.

Si durante la ceremonia del 27 de enero de 2017 hubiese tocado las castañuelas, la infracción hubiese sido menos grave que lo de ponerse uniforme de pontífice. Al fin y al cabo estaban en familia y había muchos españoles allí. Las castañuelas alegran. Se trata de un oratorio privado de una casa privada. Eso da más libertad. Y tocar las castañuelas en modo alguno induce a los presentes a pensar que el oficiante de la misa tiene rango de pontífice, de abad mitrado, de obispo, o cosa así.

 Te planteas cuál sea la gravedad de sus trasgresiones. Es una trasgresión más grave que la de tocar las castañuelas. Yo siempre tuve a Ocáriz por un buen chico, ya desde nuestra época en el Colegio Romano. Y lo sigo considerando un buen chico. Incluso he oído decir que es uno de esos teólogos de pensamiento profundo, tan profundo que son difíciles de entender. En la profundidad del pozo de su sabiduría, sabe por dónde le da el aire. Sus transgresiones litúrgicas me parecen disculpables por ese motivo. Me parece que él se siente pontífice. Tiene delirio de identidad. Se cree lo que no es. 

Lo que más me preocupa de la llamada iglesia prelaticia del Opus Dei, es que la bula Ut sit erigió ciertamente en iglesia el oratorio de Santa María de la Paz. Pero me parece que esa erección está por ejecutar, quizá no por olvido, sino por negligencia culpable o al menos culposa. Ojalá me equivoque. Para que un oratorio se convierta en un edificio abierto al público —es decir en iglesia, con minúscula en la i— es necesario que el tal oratorio sea consagrado o al menos bendecido con bendición constitutiva. Tal dedicación al culto público se lleva a cabo a lo largo de una ceremonia muy solemne. El prelado Ocáriz carece de competencia para convertir uno de sus oratorios en iglesia. Qué más quisiera él. Tal dedicación al culto corresponde al prelado diocesano de Roma.

De la iglesia de Santa María de la Paz sita en Roma cerca de Piazza Novona, sabemos que fue consagrada en 1492. Del oratorio de Santa María de la Paz en el Monte Parioli —por denominar de alguna manera al oratorio situado en los sótanos de Bruno Buozzi 73— no tengo noticias de que haya sido consagrada, o bendecida constitutivamente. Al menos eso se desprende de la lectura de la Wikipedia y de otros cibersitios. Total, que el Opus Dei no tiene una iglesia prelaticia, sino un oratorio prelaticio —también en esto engañan—, lo que subraya el carácter privado y no jerárquico de las prelaturas personales y concretamente del Opus Dei. Subraya que las prelaturas personales no forman parte de la jerarquía eclesiástica. No están pensadas para eso, sino para la distribución del clero, como recuerda la bula Ut sit, al eregir en prelatura el Opus Dei.

Existe además otra dificultad para convertir el oratorio de Santa María de la Paz in Monte Parioli en iglesia. No es un edificio, sino los sótanos de un edificio. Las iglesias no están ubicadas en domicilios particulares. En domicilios privados sólo puede haber oratorios. No reúne condiciones. En modo alguno está abierto al público, como correspondería a una iglesia, sino que se accede al oratorio por Bruno Buozzi 75. Sería más fácil y de menor recorrido acceder por Bruno Buozzi 73; pero parece ser que prefieren que no sea así, para que entre bien por los ojos que uno accede al domicilio de una casa particular en la que hay que recorrer varios pasillos hasta dar con el oratorio. En fin que todo es un bluff. Ni Ocáriz es obispo, ni Santa María de la Paz una iglesia. La ceremonia del 27 de enero de 2017 fue la típica ceremonia de la confusión.

Sospecho que la falta de ejecución de la bula Ut sit, en lo que se refiere convertir el oratorio de Santa María de la paz en iglesia, más que a eso, se debe a que el prelado Ocáriz —y aquí no lo veo tan buen chico, sino tirando a cismático— no quiere someterse a la autoridad del prelado de la diócesis de Roma. Le parece, indebidamente, que él sólo tiene que dar explicaciones al Papa Francisco, pero no al prelado de la diócesis de Roma.

Indudablemente corresponde al prelado de la diócesis de Roma el gobierno de todo lo relativo a las iglesias de su territorio: nacimiento, actividades y extinción. El pego, engaño, mentira, embeleco y falsedad consiste en que quiere dar la impresión de que él forma parte de la jerarquía eclesiástica. Y no es así por mucho que se disfrace de obispo. Al fundador le pasó lo mismo y se quedó con las ganas—nunca lo fue— de ser jerarca. Pero nunca se vistió de pontífice. La potestad de un prelado personal es de la misma naturaleza, índole, calidad, rango y clase que la de los superiores de órdenes y congregaciones religiosas y que la de la superiora general de las oblatinas descalzas. A mí no me ha dado el pego, ni tampoco lo ha dado en los mentideros vaticanos. Te conozco bacalao aunque vengas disfrazao. Los hay a centenares que venden choclos por calamares.

Pido perdón por escribir tanto y ocupar tanto espacio en el sitio-web OpusLibros. Lo consulté con Agustina y me dio permiso e incluso me animó a seguir escribiendo. Tengo un amigo que me reprocha que doy mi opinión siempre en tono demasiado magistral y sobre demasiadas cosas, de las que sé poco o nada. Eso es lo que tiene mérito, le respondo yo. Opinar sobre algo, teniendo conocimientos sobre el tema, lo hace cualquiera. Opinar desde la ignorancia en materia litúrgica, aunque tenga trascendencia jurídico-canónica, es mucho más meritorio.

Gervasio