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 Libros silenciados: La vocación de sirvienta.- Gervasio

077. Numerarias auxiliares
Gervasio :

 

La vocación de sirvienta

Gervasio, 11/02/2022

 

La vocación de sirvienta doméstica no es frecuente. Las mujeres se dedican al servicio doméstico porque no tienen mejor alternativa. Las alternativas serían mendigar, pasar hambre, dedicarse a la prostitución y cosas así. Las que no tiene posibilidades de conseguir mejor trabajo o colocación se acaban quedando de empleadas del hogar toda la vida.

            El Opus Dei está necesitado corporativamente de sirvientas, porque el servicio doméstico de las casas del Opus Dei no recae sobre cada concreta casa, sino que recae sobre todo el Opus Dei como conjunto. En la jerarquía eclesiástica no sucede lo mismo. El prelado diocesano no tiene que proveer de servicio doméstico a sus sacerdotes. Es responsabilidad de cada uno de ellos. El Papa de Roma tampoco es responsable de proporcionar servicio doméstico a los obispos. El Opus Dei, en cambio, desde su sede central en Roma organiza, en sus líneas básicas el servicio doméstico de las casas de la Obra. Lo hace no con un reglamentucho, sino muy solemnemente con un documento fechado en números romanos MCMLXXXV y con su genitivo locativo: Romae



            Para disponer de sirvientas, al Fundador no se le ocurrió recurrir —como hacemos los demás mortales— a un contrato de trabajo, sino a vincularlas al Opus Dei mediante los tres clásicos votos de pobreza, castidad y obediencia. Sobre todo a partir de 1934, recurriendo a votos, procuraba —y a veces lo lograba— imponer obligaciones a quienes tenía a su alrededor. Lo hizo con sacerdotes, después con laicos —los primeros del Opus Dei— y finalmente con sirvientas. Los votos le daban buen resultado. Al principio sólo podía recurrir a los llamados “votos privados”. Era su modo favorito de captar adeptos. Dejó de exigir votos, cuando dejaron de serle útiles.

Desde 1982 la incorporación al Opus Dei ya no se efectúa mediante los mencionados tres clásicos votos, sino mediante adscripción. La adscripción comprende tres etapas —dice el artículo 17 del Código de la Prelatura— la simple Admisión, que realiza el Vicario Regional, oída su Comisión; la incorporación temporal, llamada Oblación, después de un año de la Admisión como mínimo; la incorporación definitiva o Fidelidad, pasada al menos cinco años de la incorporación temporal. Este modo de adscribir el servicio doméstico está ya siendo abandonado por todos los institutos de vida consagrada que lo practicaban, a instancias de la Santa Sede; pero el Opus Dei se resiste a abandonarlo alegando que su espiritualidad es prosus secularem —muy secular— y que ellos consideran el servicio doméstico una profesión.

Yo, la verdad, no veo que el citado modo de incorporar servicio doméstico al Opus Dei sea muy secular. No lo he visto practicar nada más que en conventos. Debe de ser que nunca tuve bien cogido el espíritu del Opus Dei: si el Fundador dice que algo es secular, pues es secular. Tampoco entiendo que una concreta profesión —empleada de hogar, empleada de correos, masajista—  y no otra, pueda ser objeto de una vocación divina y menos aún con carácter permanente. Para las numerarias auxiliares abandonar su profesión es tanto como abandonar su vocación. Tienen que dejar de ser numerarias auxiliares.

En la institución familiar de la época romana, lo mismo que en la de la familia heril, de la Edad Moderna, que perdura hasta bien entrado el siglo XX, algunas mujeres entraban en las casas en calidad de sirvientas y en calidad de sirvientas formaban parte de la familia, de la household, que dicen en inglés, de la domus, que dicen en latín. Hay unos amos, unos hijos de familia y unos sirvientes. Todos son conscientes del distinto papel que juegan dentro de la institución familiar. Había otro modo de inserción en la familia; la institutriz, que en inglés llaman governess. Se encargaba de la enseñanza de los hijos de familia y sobre todo de las hijas y sobre todo de enseñar un idioma extranjero y sobre todo de imponer una disciplina férrea, como hacía la emblemática institutriz conocida como señorita Rottenmeier. La institutriz no era sirvienta por lo que comía en la misma mesa que los señores, si bien debía estar calladita y hablar sólo si era interrogada. En época romana la enseñanza doméstica —la única que había— recaía sobre un varón. En la sociedad heril era frecuente que, además de la institutriz, recayese sobre un sacerdote. Para las hijas de familia, institutriz; para los hijos, sacerdote. El propio Fundador me parece que desempeñó esa función en casa de una familia aristocrática al llegar a Madrid, a falta de mejor empleo.

            La vida de familia en las casas del Opus Dei tiene todos esos elementos que acabo de mencionar: sirvientes domésticos, enseñanza doméstica, compuesta de charlas y predicaciones y charlas individualizadas, generalmente semanales. La casa tiene asignado un sacerdote y dispone de oratorio, como sucedía en las casas señoriales. Las sirvientas junto con los sacerdotes son los únicos miembros que usan uniforme y lo usan para resaltar su posición dentro de la familia. Las casas del Opus Dei constituyen una unidad familiar peculiar, distinta de la de las familias de sangre, donde conviven hombres, mujeres, niños, adultos y viejos. Son familia porque conviven bajo el mismo techo. El elemento conventual también es importante. Hay silencios mayor y menor que en un ataque de “nominalismo” el Fundador pasó a llamar tiempo del silencio de la tarde y tiempo de silencio de la noche. También se practica la enmendatio y actos de culto familiares. No se practica el culto propio de las personas de la calle sino mero culto doméstico. Es un culto conventual. Pero centrémonos en el servicio doméstico.

Las mujeres que han pedido la admisión en la Obra en calidad de sirvientas, se encuentran con que tienen que entregar, por su condición de numerarias, el sueldo que reciben por su condición de sirvientas. A ello se han comprometido en la ceremonia de admisión al Opus Dei, que abarca simultáneamente ambas cosas. La directora del consejo local les paga un sueldo por su trabajo en calidad de dadora de trabajo y la secretaría del consejo local recibe dicho sueldo en calidad secretaria del consejo local. Tal relación laboral-espiritual resulta una comedia y por eso muchas ex numerarias auxiliares reclaman dinero al Opus Dei porque nunca vieron ni un chavo.

La situación de las numerarias auxiliares en las casas de la Obra es semejante a la de las kellies de hotel. Están explotadas laboralmente, trabajan en exceso; pero nadie sabe ni su nombre. Viven a 10.000 kms de distancia. No cabe ni siquiera tenerles ese cariño que muchos tuvimos a algunas de aquellas entrañables sirvientas de cuando éramos hijos de familia. Se quejan y con razón de haber sido explotadas laboralmente. Carecen de un contrato —las numerarias auxiliares, las kellies sí lo tienen— que fije un número de horas diarias de trabajo y días de vacaciones. Es entonces cuando sus explotadores apelan al concepto de familia. Lo mismo que una asistenta por horas, al llegar a su casa tiene que continuar bregando con tareas domésticas, las auxiliares deben prolongar sus faenas domésticas en casa. Y si el argumento de la familia no funciona, cabe apelar a que la entrega a Dios supone sacrificio. Y si te duele la espalda o las manos, lo ofreces para que llegue a buen término la canonización del beato Álvaro, que tan necesaria es para la humanidad.

Me veo ahora en la obligación de reconocer que nunca he estado contento con la Administración de Nuestros Centros, como la llama el citado documento de MCMLXXXV. No. Me da vergüenza decirlo, porque me leerán numerarias administradoras y/o ex numerarias administradoras, numerarias auxiliares y/o ex numerarias auxiliares. A las auxiliares las motivaban diciéndoles que éramos sus hermanos y que llevaban a cabo el “apostolado de apostolados”. Le oí también decir con cierta sorna al Fundador —porque sentido del humor no le faltaba— que comer bien y dormir bien es la mejor dirección espiritual. Eran hasta directoras espirituales. Las comidas eran  excelentes y primorosamente servidas. Y un poco sacerdotisas, porque cuidaban del oratorio, de los manteles y de otras prendas de altar y ornamentos litúrgicos. Hasta su dedicación  a la Eucaristía se ha alegado en “Romana” como justificación del chollo de tener sirvientas no remuneradas. Las hacían sentirse importantes. Quizá ellas se santifiquen, pero sus dadores de trabajo desde luego no.

He vivido en dos casas del Opus Dei en las que no había la llamada Administración Ordinaria, me parece que esa es la terminología. Es decir, casas en las que el servicio doméstico no está bajo la férula de una Manolita (Sobre el concepto de Manolita Vid. El servicio doméstico en las familias de vínculo sobrenatural); es decir, una numeraria administradora invisible e inaccesible que se ocupa de gobernar la casa en la que uno vive desde la lejanía —ella no vive allí—, según instrucciones recibidas de la superioridad y sin contar con el consejo local de la casa. A veces hasta riñe al consejo local vía sus superioras que hablan con delegación, que habla con el director de la casa, que habla con el infractor de la disciplina doméstica que se debe observar. Y encima les asignan un sueldo —que financiamos nosotros— por hacernos la puñeta.

Las únicas veces en que me sentí de verdad viviendo en familia, fue en esas dos casas. El gobierno de la casa, de la domus, recaía principalmente sobre el secretario del consejo local, persona accesible y no asediado por unas reglas de MCMLXXXV y otras complementarias. Un consejo local como gobernante de la domus resulta mucho más familiar que una domus gobernada por una lejana Manolita. El sistema de Manolitas me parece insufrible y como para largarse de casa. En OpusLibros aparece con frecuencia la equiparación de las casas de la Obra con un hotel. Aunque se trate de un hotel de cinco estrellas —que no lo suele ser— uno no se siente en su propia casa, sino más bien cliente de una cadena hotelera —desde luego las estancias no son gratuitas— que, eso sí, resulta familiar en el sentido de que las colillas se almacenan en un bote, la decoración se vale de las mismas soluciones decorativas y proveedores de mobiliario, etc. En cuanto a las estrellas, hay casas de tres estrellas, de cuatro y de dos. Los dormitorios son peores que los de una pensión generalmente. No está prevista una mesa de trabajo.

El que el servicio doméstico del Opus Dei esté centralizado y gobernado desde Roma o desde Dios sabe dónde, es mala cosa. Ya me refería antes a que lo secular es actuar como el Papa de Roma, que no organiza el servicio doméstico a nadie. Una administración o servicio doméstico debe ser competencia de cada domus —doméstico viene de domus—, de cada casa, me parece a mí. Digo casa en su acepción más material de edificio compuesto por paredes, cocina, dormitorios, baños, etc., y muebles. A los habitantes de cada casa les corresponde organizar su propio servicio doméstico. Es lo lógico. Con el consejo local es suficiente para evitar desmadres. No hacen falta Manolitas que nos metan en cintura y nos pongan crespillos el viernes de dolores. Hablo de casas pequeñas; no de falansterios, tan frecuentes en la Obra: casas de retiro, colegios mayores, etc. Allí hace falta una Manolita.

He notado una notable alivio al dejar la Obra, porque pude organizar a mi gusto mi propio servicio doméstico. Actualmente tengo una única empleada del hogar —asegurada por supuesto— que trabaja treinta horas semanales, con un mes de vacaciones. Cuando yo vivía en la casa familiar antigua, un viejo caserón, vestía uniforme negro; pero en mi nuevo penthouse viste uniforme de empleada de hogar, el que ella elija. Tiene buen gusto al escogerlo. Se pone el uniforme al entrar en casa y se lo quita al salir, como lo hace una empleada de El Corte Ingles o una azafata de avión. Es su ropa de trabajo.

Reconózcase o no, en la Obra, en cambio, acaba existiendo un “uniforme de numeraria auxiliar” que no es mero uniforme de trabajo. Sirve para diferenciar a las numerarias auxiliares de las numerarias a secas. Cuando las numerarias hacen limpieza con las auxiliares, al menos en mi época, iban vestidas de distinta manera que las auxiliares. Y fuera de casa también se las viste de distinta manera. Las auxiliares tenían que ir pingajientas, para marcar diferencias. Esas diferencias son consideradas vocacionales. Una sirvienta no podía ir por la calle vestida como si fuese una señorita.

Para hablar con mi empleada de hogar no utilizo la incómoda vía yo-director-telefonillo-administradora-sirvienta —si es que el tema tratado no exige llegar hasta la Delegación—, sino que le dirijo la palabra directamente llamándola por su nombre. Desde luego no la llamo hermana, ni le digo hermana tráigame o tráeme el café. No obstante en ciertos contextos, como es el caso de los sacerdotes en su predicación, se suele llamar hermanas nuestras a las numerarias auxiliares. Me parece de un cinismo y una hipocresía intolerables llamarlas hermanas, después del trato que se les da.

Yo jamás pondría a comer a una hermana mía en la cocina, mientras yo lo hago en el comedor. Ni la pondría a servirme a la mesa con cofia y uniforme. Llamar hermanas o hermanas pequeñas a las sirvientas es típico de la mentalidad monjil que impera en la sección femenina del Opus Dei. Como nos recordaba Aquilina en 24-I-22, existe un paralelismo entre las auxiliares y las hermanas de velo blanco. Que en el Opus Dei haya una “sección de mujeres” conduce necesariamente esa mentalidad, por más que quiera evitarse. Y es que en el mundo secular —incluido el eclesiástico— no existen “secciones femeninas”. Haber visto una “sección de mujeres” dentro del Opus Dei un 14 de febrero de 1930 pone en evidencia que ya desde esa fecha echó raíces la mentalidad mencionada.

Las mujeres están organizadas en “sección”. De semejante premisa organizativa no puede esperarse otra cosa. Qué cabe esperar de las visiones de un capellán de monjas. No niego que las haya tenido. Pero quiquid recipitur, per modum recipientis recipitur. El agua que se echa en un recipiente adquiere la forma de jarra, vaso, serpentín, o lo que sea en el que cae el agua. El Fundador se calificaba a sí mismo de instrumento inepto y sordo —para que todos al oírlo interiormente protestásemos y desaprobásemos—, pero de lo que no cabe duda es que era un capellán de monjas que iba a decir misa a casa de una anciana marquesa. Dios lo eligió a él para sus revelaciones por su personal condición y circunstancias y de ahí salió lo que salió.

Se suele denominar hermanas a las monjas. Buenos días, hermana. También, sobre todo en las predicaciones, se suele llamar hermanos a los miembros de la sección hombres. Y es que somos frailes, que significa hermanos. También el Fundador, con sus insistentes hijos míos, hijas mías denota la naturaleza profundamente conventual de la organización que fundó.

A mi empleada de hogar no la considero hermana, aunque nos llevamos estupendamente, ni ella se considera hermana mía. Tiene dos hermanas y un hermano. Tampoco considera que yo forme parte de su familia, pues tiene la suya propia compuesta por un marido y dos hijos varones, muy salados. No me importaría que mi empleada de hogar fuese supernumeraria o agregada. Allá ella. En modo alguno aceptaría, en cambio, una numeraria auxiliar gobernada por una Manolita. La Manolita soy yo y tomo crespillos cuando es el menda el que los pide; es decir nunca. A una numeraria auxiliar sin Manolita la contrataría encantado.

      Me gustaría conocer quién le abrió la puerta a $anjosemaría en 14 de febrero de 1930 cuando entró a decir misa en la casa de la marquesa de Onteiro. ¿Sería una sirvienta vestida con uniforme negro? No me chocaría. La que puede armar un uniforme negro.

Gervasio




Publicado el Friday, 11 February 2022



 
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