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 Libros silenciados: El Padre como posible obispo de Yauyos.- Gervasio

125. Iglesia y Opus Dei
Gervasio :

El Padre como posible obispo de Yauyos

Gervasio, 14/02/2022

            Diócesis es un término propio del mundo romano antiguo. Fue de allí de donde lo tomó el Derecho canónico. Es palabra de origen griego que significa distrito. Igual significado tiene en Derecho canónico. Sirve primariamente —aunque puede tener otros significados y acepciones— para designar una demarcación territorial, concretamente la demarcación territorial sobre la que un obispo proyecta su actividad pastoral. A esos obispos se los llama obispos diocesanos. Las prelaturas personales también tienen sus demarcaciones territoriales. El Opus Dei tiene unas demarcaciones territoriales llamadas regiones; el arzobispado castrense de España está circunscrito al territorio español; las órdenes religiosas tienen sus provincias etc., pero no las llamamos diócesis. Lo que sucede es que en esos casos el elemento demarcación territorial es secundario y por eso se resalta al referirnos a esas entidades su dimensión personal sobre la territorial. En el arzobispado castrense español lo decisivo es la condición personal de sus gentes: los militares. Hay otras entidades castrenses análogas en EEUU, en Gran Bretaña y en casi todos los países. En EEUU hablan de military chaplaincy (capellanía militar) y no de arzobispado castrense, como pomposamente decimos en España. En las órdenes religiosas y en el Opus Dei lo que cuenta es la condición de la persona —que pertenezca o no a la institución— no su lugar de residencia u otras circunstancias personales o sociales.

            El Opus Dei aspira corporativamente, según los últimos sondeos, a ser considerado un ordinariado personal. La mayor dificultad que tiene para conseguirlo es que ya lo es. Es una prelatura en la que, como dice el canon 295, el gobierno está confiado a un prelado personal como ordinario propio. Imaginaos un perro que quisiera ser perro, una rosa que quisiera ser flor, una fuente que quisiera manar agua, o un hierro que quisiera ser metal, etc. Pero si ya eres flor, ya manas agua, etc...



                        Los canonistas del Opus Dei últimamente se sienten fascinados y atraídos por los pocos ordinariados personales que existen dentro de la Iglesia católica: uno en Brasil, uno o dos en Gran Bretaña, otro en Australia. Hay unos nueve. De ellos nos dio una buena panorámica Haenobarbo el miércoles pasado con su escrito “El prelado, Napoleón y las insignias pontificales. Esas entidades tienen fecha de caducidad, son provisionales y su desaparición ya está prevista en el propio decreto de erección. ¿Por qué quieren ser equiparados a esos entes tan raros, excepcionales y de naturaleza transitoria? Simplemente para que no sitúen al Opus Dei al lado de los religiosos, que son el colectivo al que el Opus Dei más se parece. Ya lo habían conseguido: no están ubicados en la parte III del libro II del CIC. Están en tierra de nadie, in the middle of nowhere, ni entre los institutos de vida consagrada, ni entre los cánones dedicados a la jerarquía eclesiástica. También han conseguido no depender de la Congregación de religiosos, sino de la de los obispos. Sólo les falta ser reconocidos como parte de esa jerarquía eclesiástica.

Los obispos, sin embargo, no aceptan tener al Opus Dei a su lado como si fuera un obispado más. No. No consideran que el Opus Dei sea un obispado más. No les importa tenerlos a su lado, pero los consideran otra cosa. Lo dejaron claro ya en 23-VIII-1982 con un declaración conocida como Declaración Praelaturae personales de la Sagrada Congregación para los Obispos sobre la Prelatura de la Santa Cruz y de la Obra de Dios. Este acto pontificio dice que la potestad de régimen o jurisdicción de esa prelatura difiere sustancialmente de la de los obispos (III a). Pues nada, los catecismos de la Obra dicen que ambas potestades de régimen y de jurisdicción son de la misma naturaleza. También lo escribió Echevarría —me parece recordar— en una de sus cartas pastorales. De esas de que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos.

Ellos impertérritos como en la copla: yo a tu vera, siempre a la verita tuya… La situación me recuerda a la de esa chiquita pequeñaja de West Side Story, que quiere a toda costa formar parte de una banda de chicos, los Sharks; pero estos no la aceptan. Pese al rechazo, ella se empeña en imitarlos, en vestir como ellos y en seguirlos a todas partes.

Los canonistas del Opus Dei están enzarzados en una logomaquia bizantina en eso de considerarse parte de la jerarquía eclesiástica o al menos equipararse a ella. No es que quieran dedicarse a las mismas actividades a las que se dedican los mencionados ordinariados personales, de Brasil, etc., sino tener la misma consideración de jerarquía eclesiástica que estos ordinariados tienen. Si ellos son entidades personales y forman parte de la jerarquía eclesiástica —argumentan—, nosotros también debemos tener la misma consideración, porque también somos una entidad personal. Para salir de la logomaquia los canonistas del Opus Dei deberían enumerar las ventajas de que el Opus Dei fuese considerado jerarquía eclesiástica y las desventajas de que no sea considerado así. Verbigracia, sin tener tal consideración no podríamos: a) enseñar catecismo; b) acercar gentes a nuestros colegios; c) nuestro prelado no podría decir misa vestido de pontifical; d) etc. Cosas sí. Las desventajas de tal falta de consideración serían: a) nadie querrá formar parte del Opus Dei; b) disminuirá el número de conversiones a la Iglesia católica; c) disminuirán los ingresos económicos; d) etc. Cosas así. No basta decir: que nos consideren jerarquía eclesiástica será para mucha gloria a Dios. Hay que concretar las ventajas y desventajas que ello reporta.

Para conseguir ser incluido dentro de la jerarquía eclesiástica el Fundador allá por los años sesenta ideó una estrategia ya casi olvidada: quiso tener la misma consideración que la Mission de France. Esta entidad fue creada por los obispos de Francia para que operase por todo el país. Se la dotó de un territorio nullius dioecesis; es decir, de un territorio minúsculo no perteneciente a ninguna diócesis, tal como sucede con la Antártida. La Antártida no es minúscula, pero no pertenece a ninguna diócesis. El inconveniente de la Antártida para instalarse como territorio que no pertenece a ninguna diócesisnullius dioecesis— es que allí hace mucho frío y por eso lo que se hizo fue sustraer un pequeño territorio, un petit territoire, a la diócesis de Sens, de tal modo que la Mission de France puede tener su cuartel general en Pontigny de clima mucho más benigno. Basado en ese precedente, el Fundador pidió a Juan XXIII y posteriormente a Pablo VI que le segregasen de la diócesis de Roma un trocito donde instalarse, un petit territoire de nada. Y nosotros a rezar por esa su demencial intención especial, cuyo contenido desconocíamos. Por supuesto le dijeron que nones.

Ese tipo de solución, sin embargo, sigue siendo factible. La Santa Sede tenía y supongo  que seguirá teniendo confiada al Opus Dei la prelatura territorial —que es un modo más moderno de decir prelatura nullius dioecesis— de Yauyos, en Perú. Sus sucesivos obispos eran invariablemente sacerdotes numerarios del Opus Dei, propuestos por el propio Opus Dei; propuesta que siempre era aceptada por la Santa Sede. No sé ahora cómo están las cosas. Sobre la prelatura de Yauyos aparecían noticias y artículos mensualmente en la revista interna del Opus Dei “Obras”, como si se tratase de una obra corporativa más de las pertenecientes a esta institución. El prelado del Opus Dei puede razonablemente —me parece a mí— postularse como Obispo de Yauyos. En Yauyos el Opus Dei echó el resto. Llevó allí sacerdotes y laicos y medios. Lo que era prácticamente territorio de misión se cristianizó o por lo menos eso me han contado. Tienen una sólida causa petendi, una motivación de petición sólida. Las causas de pedir consisten en alegar hechos: un buen historial, un buen palmarés; no consisten en alargarse con razonamientos y elucubraciones mentales.

Nadie puede alegar que merece ser obispo de Vita o de Cilibia en base a que ha trabajado allí. No trabajaron allí ni mucho ni poco. Esos títulos episcopales, que detentaron Portillo y Echevarría, fueron dados a la persona y no a la institución Opus Dei. También recibieron títulos episcopales de ese tipo Arrieta y Carrasco —dos sacerdotes numerarios— que no ocupaban cargos en el Opus Dei. Yauyos, en cambio, es una diócesis realmente existente que el Opus Dei sacó adelante. El obispado de Yauyos podría ir anejo a la condición de prelado del Opus Dei —o mejor, la prelatura Opus Dei aneja al obispado de Yauyos—, si es que realmente es el Opus Dei el que se continúa ocupando de proporcionar personal y medios a esa demarcación territorial. Este es el punto. Ello presupone el compromiso formal de continuar haciéndose cargo del territorio de Yauyos. Confiar parroquias a órdenes religiosas —que no forman parte de la jerarquía eclesiástica— hoy día es praxis habitual ante la falta de clero diocesano. Lo mismo puede hacerse con las diócesis. Además lo de obispo de Yauyos en el Perú suena como muy evangélico, como muy “estar con los pobres”. Hasta ecológico. Nada de quiero ser obispo para tener palacio episcopal. Da buena imagen. Por supuesto la elección de obispo de Yauyos, conforme la ius peculiare del Opus Dei (nn 130 yss) ha de ser confirmada por el Romano Pontífice.

Brindo esta solución llevado de la mejor voluntad. Si desean que su jefe supremo goce de dignidad episcopal, pues que sea obispo de verdad y no un equiparado más. Es de esperar que a partir de entonces se ocupen de cosas más importantes que lo de la del goce de dignidad episcopal. Y seguro que desde el Cielo $anjosemaría mirará complacido que sus sucesores ostenten esa dignidad episcopal que él nunca alcanzó. Él no llegó a ser obispo. Se quedó con las ganas. Será vicariamente obispo en sus sucesores. ¡Qué hermoso!

En esta solución hay un pequeño inconveniente: el del clima. Roma tiene un clima más suave y agradable que el de Yauyos. Pero cabe perfectamente ser obispo de Yauyos y residir en Roma. Históricamente son muchos los obispos que no residieron en el territorio de su diócesis. Hoy son menos. Sin ir más lejos, los papas desde el siglo XIX residen en la Ciudad del Vaticano y por el verano se van a Castelgandolfo, a 18 kms del centro de la Ciudad Eterna, que en verano tiene un clima mucho más fresco que el de Roma. Por el invierno el Papa no vive en Italia. Vive en el Estado de la Ciudad del Vaticano. Y hace muy bien. Allí vive con completa independencia de cualquier Estado nacional y a salvo de intromisiones. La iglesia catedral del papa está en San Juan de Letrán, en la ciudad de Roma de la que él es obispo, pero no vecino ni residente. El papa reside en la Ciudad del Vaticano, donde no está su sede. Usa muy poco San Juan de Letrán. La iglesia que más usa es la basílica de San Pedro, sita en el mencionado Vaticano. Para despachar los asuntos ordinarios de su diócesis de Roma de la que es titular, le basta con su obispo auxiliar, Angelo de Donatis. Los asuntos de la Iglesia Universal le ocupan mucho más tiempo y los despacha en el Vaticano.

Lo de reivindicar, como un ius ad rem, que la jerarquía del Opus Dei —con su sección de mujeres, que algo mandan— sea considerada también parte de la jerarquía eclesiástica, además de otros reparos, corre el peligro de acabar tan mal como acabó la reivindicación del marquesado de Peralta. La vida del Fundador no cambió para mejor tras ser nombrado por Franco marqués de Peralta, afortunadamente no se le ocurrió ir a Peralta de la Sal a tomar posesión de su cargo de marqués. Yo al menos no lo recuerdo. Sólo recuerdo que un buen día vino al soggiorno de la Casa de Retiros de Villa Tevere y anunció: soy marqués. Y le restó importancia a su título nobiliario. Es como el alias de un torero, bromeó a continuación. Esa fue toda su toma de posesión. Nadie rechistó.

Nadie rechistó pero tampoco fue una toma de posesión completamente pacífica, porque dio lugar, como sabemos, a que algunos de sus hijos y otros que  no lo eran pero que tenían simpatía hacia la Obra, se distanciasen de ella y sobre todo para que se distanciase de él su familia de sangre. Cuando se comunicó oficialmente en los Círculos Breves lo del marquesado, algunos abandonaron la sala donde se daba el círculo en señal de descontento. Sus sobrinos no quisieron sucederle en el título de marqués de Peralta. Tenían sus razones aparte de tener miedo al ridículo. Recuerdo al Fundador levantando los brazos en alto y exclamando en más de una ocasión: ¡A veces es más duro ejercitar un derecho que cumplir una obligación! Se refería a su supuesto derecho a rehabilitarse en el marquesado de Peralta; marquesado de Peralta que, por otra parte, nunca había existido. Y voy yo y digo yo: ¿Qué obligación hay de ejercitar el supuesto ius ad rem de ser considerado jerarquía de la Iglesia, si eso es fuente de desgracias? Veo difícil sacarle partido a eso de que a uno lo tomen por jerarquía eclesiástica. 

Los canonistas del Opus Dei no parecen darse cuenta de que formar parte de la jerarquía eclesiástica es un hecho; no una opción intelectual, fruto de unos razonamientos clasificatorios que llevan a la conclusión de que las prelaturas personales de los cánones 294 a 297 han de ser clasificadas como jerarquía eclesiástica. Es decir, plantean la cuestión como una cuestión meramente taxonómica. Si utilizamos unos correctos criterios clasificatorios llegamos a la conclusión de que las prelaturas personales forman parte de la jerarquía eclesiástica.

 La figura prelatura personal de suyo estaba abierta a la posibilidad de que se incluyesen en ella bien fenómenos jerárquicos, bien fenómenos carismáticos. Era un casillero en blanco. Introducido el Opus Dei en ese casillero, por la bula Ut sit, en 1982, la figura prelatura personal se convirtió en un casillero destinado a albergar fenómenos carismáticos de esos que derivan de lo que vio un fundador o fundadora, por ejemplo, un dos de octubre; no de lo que la jerarquía eclesiástica vio ese dos de octubre. El verdadero objeto de clasificación es lo que se introduce en ese casillero. De momento sólo ha optado por introducirse en ese casillero el Opus Dei. Al estar ocupado por el Opus Dei el casillero prelatura personal, ese casillero se ha convertido en un casillero apto para albergar otras instituciones tipo Opus Dei. Ya no sirve para propiciar una mejor distribución del clero, que es para lo que originariamente estaban pensadas las prelaturas personales.

Si se crea en el futuro otra figura jurídica nueva y se introduce en ella el Opus Dei, esa otra figura jurídica dejará de ser una figura jurídica apta para acoger realidades jerárquicas creadas por la Iglesia. Por eso los ordinariados personales, de nueva creación —los de Brasil, Gran Bretaña, etc.,— no tienen la consideración de prelaturas personales. Hay, pues, dos tipos de entidades personales: las que son parte de la jerarquía eclesiástica y las que no lo son. Dicho de otro modo, las entidades personales —género— dan lugar a dos especies: entidades personales jerárquicas y entidades personales no jerárquicas. Pertenecer al mismo género no significa pertenecer a la misma especie. Aunque hombre y vaca pertenecen al mismo género —ambos son animales— el hombre es animal racional y la vaca, no. También ambos son mamíferos, pero no son lo mismo; también a ambos les gustan las manzanas, pero no son lo mismo. De los cuernos, mejor no hablar, porque es terreno muy resbaladizo.

Es propio de los niños en edad infantil confundir la realidad con el nombre utilizado para designarla. A un niño de unos siete años (aclaro que ese niño no fui yo, pues a veces se interpreta indebidamente que hablo de mí mismo cuando relato algo en tercera persona) le preguntaron: ¿Qué pasaría si a la luna la llamásemos sol y al sol lo llamásemos luna? Entró en trance de conmoción e ira y exclamó: sería el fin del mundo, la catástrofe total. Confundía el cambio de nombres, con que el sol estuviese situado en el punto de la esfera celeste donde está situada la luna y viceversa. El Fundador participaba mucho de esa mentalidad infantil. Le parecía que cambiando nombres cambiaba la realidad: director, en vez de superior; charla fraterna en vez de confidencia; silencio de la tarde, en vez de silencio menor, etc., etc. Pasa lo mismo con lo de no somos religiosos. Los copió todo lo que pudo cambiando nombres. Lo de no somos religiosos lo delata. Nunca dijo “no somos guardias civiles” o “no somos obreros de la construcción”. Las conceptualizaciones negativas tienen ese inconveniente. Y otro inconveniente más: que de los conceptos negativos se puede deducir muy poco. De no ser ni guardia civil, ni religioso, ni obrero de la construcción no se deduce que seamos jerarquía eclesiástica.

Las realidades no cambian por cambiarles el nombre. Ahora ya no somos un instituto secular sino una prelatura personal. Y se recalcaba; “pero todo sigue igual”. Eso es infantil de infante de siete años.

Algo semejante sucede con un chocolate con churros. Cabe denominarlo y clasificarlo como un manjar, como un desayuno, como una vianda, como un tentempié, como una bazofia, como una exquisitez, como una merienda, etc. Pero clasifíqueselo como se lo clasifique, es el mismo chocolate con churros. Cabe argumentar a diestro y siniestro. Es puro bizantinismo como el que están atravesando los canonistas del Opus Dei al clasificar las prelaturas personales entre las instituciones que forman parte de la jerarquía eclesiástica.

Hay un aforismo jurídico que dice así: nihil facit error in nomine cum de corpore constat. Llamar rosa o grillo o aspirina a algo que tenemos en la mano, ya es clasificarlo, como flor, como insecto o como medicina. No conviene precisar tanto. Tengo en la mano Acheta domesticus; eso despista más que ayudar. Si una compraventa tiene como objeto un bargueño, poco importa que al bargueño lo llamen escritorio o stipo o arca, o cómoda si tanto el comprador como vendedor se refieren al mismo objeto físico, situado en un concreto lugar. El Opus Dei es lo que es, independientemente de que se le considere —acertadamente o no— jerarquía eclesiástica.

A veces se confunde pertenecer a la jerarquía de la Iglesia con ser un personaje eclesiástico importante. El juez de un modesto tribunal eclesiástico forma parte de la jerarquía eclesiástica, mientras no sucede lo mismo con el prepósito general de los jesuítas, que es cargo mucho más importante. Más importante que ser obispo es ser arzobispo o ser cardenal. Un cardenal puede no formar parte de la jerarquía eclesiástica.

Nosotros para el Padre queremos lo mejor —tal parece ser la mentalidad—, y lo mejor es que sea considerado parte de la jerarquía eclesiástica. Si es eso todo lo que quieren, que lo nombren defensor del vínculo de algún tribunal y asunto arreglado. El portero de una iglesia catedral está integrado dentro de la jerarquía eclesiástica. Hasta fue ostiario, que era un grado del sacramento del orden. El Vaticano II se lo cargó.

El portero o la portera de una obra corporativa del Opus Dei, no. La importancia de un cargo no deriva de estar o no integrado dentro de la jerarquía eclesiástica. La importancia del prelado del Opus Dei depende de la importancia que tenga el Opus Dei en cada momento histórico. Su importancia, por lo demás, da señales de deterioro. En parte se debe a pretender arreglar o mejorar las cosas con cambios de denominación.

El hecho de que se haya  creado una figura jurídica nueva —la prelatura personal de los cánones 294 a 297— en la que sólo está encuadrado el Opus Dei no les favorece nada. Al defender esa nueva figura jurídica se les ve el plumero y hasta el fondo de las vísceras más recónditas. Lo hacen en solitario. Es como crear un nuevo título nobiliario —el de contraconde— y luego defender los derechos de los contracondes en general, siendo yo el  único contraconde existente. Nadie quiere apuntarse a ser contraconde ni a defender a los contracondes. Cuando se estaba pergeñando la novedosa figura jurídica, en la que se cifraban grandes esperanzas, el Fundador dijo no seremos nosotros los primeros en entrar. Muerto el Fundador, don Álvaro no le hizo caso. No pudo hacérselo. Nadie quería ni quiere subirse a ese carrito claramente creado ad usum principis.

La ingenuidad del planteamiento consiste en que la figura jurídica prelatura personal  propiciada por don Álvaro, no induce ni a la jerarquía eclesiástica —papa y obispos— ni a nadie a reconocer que las prelaturas personales forman parte de la jerarquía eclesiástica. El Opus tiene que demostrar con hechos y no con criterios clasificatorios que forma parte de la jerarquía eclesiástica. El movimiento se demuestra andando, como suele decirse. La jerarquía eclesiástica no está dispuesta a reconocer como nuevo elemento de su jerarquía a algo o a alguien que no lleva a cabo un cometido, una misión, un algo que ella le ha encomendado. El carisma de $anjosemaría nunca consistió en colaborar con la jerarquía eclesiástica, sino en que la jerarquía colaborase con él. Lo logró sobre todo con don Leopoldo Eijo Garay. Así no se logra ser considerado parte de la jerarquía eclesiástica. La única excepción fue Yauyos. Es a lo único a lo que pueden agarrarse.

Gervasio.




Publicado el Monday, 14 February 2022



 
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