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 Tus escritos: El porqué de la cruz.- Gervasio

070. Costumbres y Praxis
Gervasio :

El porqué de la cruz

Gervasio, 16/02/2022

            Me refiero a lo de San Pablo: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, para las gentes una necedad (I Corintios 23). Muchos efectivamente lo consideran necedad. Así el famoso humorista José Luis Coll (q.e.p.d.) decía con aquella vis cómica suya tan contagiosa: y si me doy diez latigazos Dios se queda muy contento; y si me doy veinte, mucho más contento; y si llego a sangrar entonces Dios se pone contentísimo. El mismo sentimiento de rechazo a la cruz mostraba Antonio Machado en su conocida  anti-saeta, que no me resisto a evocar por extenso:

¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

La saeta, es el cantar,
el cantar de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.

Cantar de la tierra mía,
que echa floresa Jesús,

a Jesús en agonía.

           

Alguien tenía por costumbre no fumar los viernes como muestra de su amor a Dios. Como consecuencia los viernes tenía mono de nicotina y estaba inaguantable. Es fácil estar de acuerdo con aquello de: busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás (Camino, 179). Pero ¿qué sentido tienen las que no mortifican más que a uno mismo, como usar cilicio dos horas al día?...



            Al ingresar en la Obra a uno le comunican que debe practicar esa costumbre. Y el recién ingresado suele aceptarlo como algo cuya razón de ser no entiende bien. Algo así como cuando un dentista dice: enjuáguese usted la boca con agua y sal dos horas al día. Uno lo acaba practicando, en razón de que el dentista entiende más de bocas que uno mismo y por otra parte tampoco es algo llevadero. Uno ha oído que los grandes santos hacían cosas parecidas, de modo que aceptamos comportarnos de la misma manera. Por ese camino, se corre el peligro de acabar aceptando el criterio de José Luis Coll: y si me doy diez latigazos Dios se queda muy contento; y si me doy veinte, mucho más. Los grandes santos de ciento diez p'arriba.

            Con el sacrificio de la cruz Jesucristo atrajo a toda la Humanidad hacia Dios. Fue un sacrificio útil, si quieres catalogarlo así. Nada hay que reprochar a los utilitaristas cuando el utilitarismo no va en provecho propio, sino ajeno. Es un utilitarismo lleno de generosidad y caridad, lleno de amor a los demás. No hay mayor amor que el de quien entrega su alma por las personas que ama (Juan XV, 13). Y le sigue todo el mandatum novum: amaos los unos a los otros, como yo os he amado, etc.

También valen, como mortificación cristiana, las mortificaciones grandes o pequeñas cuya utilidad es uno mismo. Recuerdo a un supernumerario que no se le ocurrían otra clase de mortificaciones. No tomar azúcar, para controlar la tendencia a la diabetes; no tomar aceite, para no engordar; prescindir de algo para ahorrar dinero, etc. No están mal. Hay otras que redundan en provecho ajeno. Son menos sospechosas de egoísmo. Luego están las actividades que además de redundar en provecho ajeno e incluso propio son placenteras, como sucede con jugar al tenis, que puede servir para que lo pase bien tanto uno mismo como el amigo y rival deportivo. Y si a esto añadimos la meta apostólica de ganarnos al compañero de tenis, para llevarlo a un medio de formación, la operación es redonda. Cuando así no somos poco mortificados, pues mejor.

            En esto hay que dar la razón a Santo Tomás de Aquino: hacer cosas buenas gustosamente, supone más virtud y mérito que hacerlas a regañadientes. Ir a misa gustosamente los domingos supone más virtud y tiene más mérito que hacerlo como mortificación. En esto hay quienes se engañan. Es que a este chico no le cuesta nada ser del Opus Dei. No se resistió nada a pitar. No se da cuenta de qué es ser del Opus Dei. Hay que darle leña. Y no sólo se engañan directores de Opus; también cristianos corrientes y molientes. Yo no ayuno en cuaresma, porque no me costaría ningún trabajo. Hago otras cosas que me cuestan más. Ya estamos ora vez con José Luis Coll: lo virtuoso es lo costoso (y me salió un pareado). Pues no. Lo virtuoso es obrar el bien. Y si encima resulta gratificante, mejor que mejor.

Lo de sentirse mártir es morboso y hasta un poco masoquista. El Fundador se sentía maltratado por Dios por cosas como que su papá se hubiese arruinado en su negocio de telas; también porque le habían quemado la cabeza con unas tenacillas de rizar el pelo el día de su primera comunión; también se sentía hasta injuriado por haber sido destinado al pueblo de Perdiguera después de ordenarse. Cosas así. Y decía y escribía in laetitia, nulla dies sine cruce, diariamente alegría en la cruz. Hay que llevar bien la cruz de cada día. Esos sentimientos, frecuentes en muchas personas piadosas, sobre todo mujeres —beatas y monjas dolorosas—, me resultan repulsivos. Ponen cara de martirio y lloran al mencionar sus desgracias y también cara de soportar abnegadamente las cruces que Dios les envía. ¡Oh, cuán acatador de la voluntad de Dios soy! ¡Qué malito estoy y qué poco me quejo!

Se le daba muy bien lo de sufrir por la Iglesia. Me parece que eso lo copió de Santa Catalina de Siena. Don Álvaro decía que ese sufrimiento acortó sus días. Tenía ribetes de beata dolorosa. En cuanto no le hacían caso, se ponía a sufrir como un niño pequeño se pone llorar cuando no le hacen caso. A veces lloraba incluso físicamente.

Afloró esa actitud en una ocasión en la que el Fundador salió a despedirme —todo un detalle— porque me iba de Villa Tevere con un diagnóstico de enfermedad contagiosa. Y mientras se alejaba por la Sala de Comisiones, donde me había recibido y dado un beso de despedida, musitó a alguien que por allí andaba: todavía ni me he lavado las manos, dando a entender cuán despreocupado era hacia su persona. Una especie de San Luis entre los leprosos. La verdad es que estuvo cariñoso conmigo y muy deferente. Se lo agradezco. Pero extasiarme ante los sinsabores, apreturas, contrariedades, etc., que tuvo que sufrir el Fundador, que no me, que no me. Abundan en proporcionar esa imagen sus panegiristas. Se empeñan entre todos en presentar como heroicas cosas que no lo son, como lo de la corona de espinas que tuvo que sufrir por parte de unos sacerdotes a los que en puridad tenía que estar agradecido. San Juan de la Cruz las pasó ducas y duquelas. Nunca se recrea en ello. Su mundo es otro. Un mundo de luz. Y sí que supo de cruz y de cruces.

            Hay mortificaciones que no entiendo, como la llamada “mortificación por el Padre”. Comprendo que se rece por la persona del padre e incluso por sus intenciones; pero ofrecerle mortificaciones me parece como idolátrico, de idolatría de idolillo y creencias del neolítico. En esa línea sitúo también su afán de incrustar en los sagrarios y utensilios litúrgicos esa pedrería que tanto solía gustar a las mujeres. Hoy día está cayendo en desuso. ¿Por qué una mortificación por el Padre? Del Fundador decía Miguel Fisac que era mortificado y mortificador.

Procuro ofrecer a Dios mis alegrías; no mis penas. ¿Me tengo que dar un martillazo en los pies, y ¡hala! a ofrecerlo por Padre? No me sale que no me, que no me. Otra vez estamos cayendo en lo que criticaba humorísticamente José Luis Coll. Y si en vez de un martillazo son dos, mejor; y tres perlas para la Virgen, mejor que dos. Los autores de libros y de partituras musicales suelen dedicar sus obras a personas queridas y/o notables. Eso lo entiendo. Los toreros también dedican sus faenas; pero una mortificación por el Padre…

La idea más equivocada sobre el sacrificio, tal como se maneja en el Opus Dei, es la de holocausto entendiendo por tal no la entrega, sacrificio y amor por las personas, sino por una institución, el Opus Dei (Cfr. EBE 14-II-2022). La institución; está por encima de las personas (Vid. Ruiz Retegui: Lo teologal y lo institucional). La institución es lo único que merece amor y sacrificio. Es fascistoide. Esa convicción sobrenatural de la divinidad de la empresa —se lee en una vieja instrucción— acabará por daros un entusiasmo y amor tan intenso por la Obra, que os sentiréis dichosísimos sacrificándoos para que se realice. No se ve gente dichosísima, sino desilusionada, porque la institución no se preocupa por las personas. Las utiliza.

Voy ya por la cuarta página y no quiero alargarme más sin responder al interrogante inicial: ¿qué sentido tiene usar cilicio diariamente durante dos horas? Es decir ¿tiene sentido la mortificación, el sacrificio, la cruz por sí mismos? ¿Sucede como en lo del arte por el arte, el ars gratia artis, que enmarca al león rugiente de las películas de la Metro-Goldwyn-Mayer? A mi modo de ver, la respuesta es negativa. Pedirle a alguien que disfrute al usar cilicio sería pedirle que sea masoquista. Solamente un par de veces sentí placer sexual al clavarme el cilicio, que enseguida cesó. Usar cilicio no forma parte de virtud alguna. Y por sí misma no es virtud ni sirve para ganarse el celo. Sirve para recordarnos y practicar dos horas al día que no hay que buscar el placer por el placer y en particular  no buscar por sí mismos los placeres de la carne, ni tampoco los del pescado, ni los del marisco. Lo importante es sacrificarse por personas de carne y hueso no por personas jurídicas, cual es esa conocida institución erigida en prelatura personal en 1982.

Gervasio




Publicado el Wednesday, 16 February 2022



 
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