Lúlu :
Siguiendo con la idea de cómo a los numeraria/os nos engañaron con el ideal de ser santos en medio del mundo y terminamos viviendo como religiosos más o menos en el mundo, me acordé recién, haciéndome un huevo frito de desayuno la siguiente anécdota de mí primer o segundo curso anual.
Éramos alrededor de 30 adolescentes mujeres de entre 14 y medio y 20 años.
La única presencia masculina en los 25 días de aislamiento, formación y algo de deporte era la de un sacerdote que estaba en la palma de la mano de Dios, el padre Jorge.
Cada mañana venía muy temprano a darnos una meditación, misa y luego del desayuno, clase.
A las directoras, y a él mismo, se les ocurrió la idea de que cada día una de nosotras le preparásemos el huevo frito que luego en la clase, calificaría.
Teníamos que hacerlo apenas salíamos de la misa y dejárselo afuera de la puerta de dónde se refugiaba, porque por supuesto él desayunaba separado, pues entre santa y santo, pared de cal y canto.
En ese entonces, a mis 16 años, no podía analizar ni cuestionar el hecho de que hiciéramos algo personal e individual a un ser del que supuestamente debíamos guardar 5000 kilómetros de distancia afectiva.
Me quedo corta en el análisis de esta inocente anécdota sobre el incipiente manoseo de nuestras psiquis, emociones e inteligencia.
El Opus Dei comenzaba su tenaz y persistente tarea de formarte en la contradicción e incoherencia.
Lúlu
Publicado el Monday, 16 May 2022
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