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 Tus escritos: Cambio en el tipo de secularidad del Opus Dei.- Gervasio

125. Iglesia y Opus Dei
Gervasio :

 

Cambio en el tipo de secularidad del Opus Dei

Gervasio, 21/10/2022

 

Se alegó oficialmente como motivo para abandonar la figura “instituto secular” que tal figura se había desnaturalizado, como consecuencia de que habían accedido a ella instituciones carentes de verdadera secularidad. No hay quien se lo crea. Lo que hay detrás  del abandono de la figura “instituto secular” es que su Fundador deseaba para el Opus Dei un estatuto similar al de la Mission de France, cosa que pidió a San Juan XXIII en 1962. Tal petición fue denegada también por San Pablo VI,  con lo que la  llamada “intención especial” —sustituir  lo de ser instituto secular por otra cosa— se fue procrastinando hasta dejar de  suscitar interés.

Había que encontrar una cabeza de turco, para justificar el abandono de la figura “instituto secular” y esa cabeza de turco se encontró en la práctica de los consejos evangélicos; consejos evangélicos que, en nada perjudican la secularidad, porque precisamente la figura de los institutos seculares los compatibiliza con dedicarse a actividades prohibidas a clérigos y religiosos. Es más, es la práctica de esos consejos evangélicos lo que más ayuda a que se pueda alcanzar la santidad practicando esas actividades...



Fue el propio Fundador  el que introdujo los consejos evangélicos en el Opus De porque le dio la gana. Es más,  en el artículo 3§1 de las constituciones del Opus Dei de 1950 consignó: El objetivo general de la finalidad del Instituto es la santificación de los miembros por medio del ejercicio de los consejos evangélicos.

¿Qué inconveniencias le vio €scrivá a la práctica de los consejos evangélicos? Una muy gorda. La jerarquía eclesiástica está compuesta exclusivamente por personas que no practican los consejos evangélicos. Ese es el inconveniente. Excepcionalmente alguien que no pertenece al clero secular, puede ser nombrado obispo diocesano. Pero, como dice el canon 705, el religioso elevado al episcopado sigue siendo miembro de su instituto, pero por el voto de obediencia está sometido  exclusivamente al Romano Pontífice y no le obligan aquellos deberes que él mismo juzgue prudentemente como incompatibles con su condición. También decae el voto de pobreza, como señala el siguiente canon 706.  Se evita así la esquizofrenia de una doble obediencia —aunque se busque delimitar dos campos de actuación distintos— y otros inconvenientes derivados de la observancia de unas constituciones y reglas propias de los religiosos, de las que el clero secular carece. También se evita que las normas y criterios del instituto religioso sobre uso y administración de bienes interfieran en la libertad de actuación.

La malquerencia y menosprecio del Fundador hacia los consejos evangélicos — comparaba los correspondientes votos con los botines y los botones— no por casualidad  aparece junto al deseo de  que el Opus Dei forme parte de la jerarquía eclesiástica. Así se lo pide a Juan XXIII en 1962; petición que como sabemos fue denegada. La práctica de los consejos evangélicos nada tiene que ver con la desnaturalización de la figura “instituto secular”. Tiene que ver con que constituyen una barrera que dificulta formar parte de la jerarquía eclesiástica. Ese es el verdadero punctum dolens e intríngulis de la mencionada malquerencia que le llevó a  situar los votos sagrados a la altura de los botines y los botones. Es mentira podrida que se los impusieron.

Los votos se sustituyeron a partir de 1982 por asumir graves y cualificadas obligaciones, no en virtud de votos sino de un vínculo contractual (Declaración de la Sagrada Congregación para los Obispos de 23-II-2022, I, c)  AAS  vol. 75  pág. 465).  Como puede comprenderse, a los efectos antes señalados de la doble obediencia y de las normas sobre propiedad y administración de bienes, igual da un voto de obediencia que haber asumido graves y cualificadas obligaciones. Como suele decirse, para el caso, berzas. Igual da lo uno que lo otro. Sustituir  los tradicionales  votos de pobreza, castidad y obediencia por “unas graves y cualificadas obligaciones”, no  produce el efecto de que las personas del Opus Dei  resulten más idóneas que los religiosos para ocupar cargos. Inhabilitan,  tanto o más que los votos, para formar parte de la jerarquía eclesiástica e incluso de la civil.

Recuerdo a un catedrático de química que, a raíz de que un profesor ayudante suyo se le fue repentinamente por orden de sus superiores del Opus Dei para dedicarse a otras tareas,  nunca más quiso contratar como ayudante a una persona del Opus. También me viene a la cabeza un sacerdote numerario del Opus Dei que ocupaba un cargo eclesiástico importante que se quejaba de que los superiores del Opus Dei no confiaban en él, por estar obligado a obedecer también a otros superiores, y los monseñores de curia tampoco confiaban en él, por ser del Opus Dei. Nadie puede servir a dos señores leemos en Mateo 6,24.

La citada declaración de la Sagrada Congregación para los Obispos dice que entre el laico del Opus Dei y el Opus Dei existe un “vínculo contractual”: vinculi contractuali. Es ese el tipo de vínculo que estableció la Santa Sede; no otro. Pero la desoyen descaradamente. En los Catecismos de la Obra se enseña otra cosa. Se enseña que entre la Obra y el individuo el Opus Dei el vínculo es jurisdiccional. Se enseña que el acto de incorporación al Opus Dei sí que es contractual, pero que genera un vínculo jurisdiccional, en vez de contractual,  similar al que se produce cuando alguien se incorpora a una diócesis por bautismo, conversión o cambio de rito.  No puede ser así, porque el Opus Dei no es ni una diócesis, ni una iglesia ritual, ni está equiparado a ellas, ni se puede acceder al Opus Dei  mediante bautismo,  conversión o cambio de rito. Se enseña lo que les gustaría ser, aunque no lo son. Algo así como Vivien Leig en el papel de Blanche Dubois  en “Un tranvía llamado deseo”. Les gusta hacerse pasar y que los tomen por jerarquía eclesiástica, a base de decir vicario  o director en vez de superior  y cosas así.

En fin, los catecismos de la Obra acostumbran a no acatar y/o desactivar lo que  la Santa Sede  prescribe expresamente para ellos, si no les agrada. Ante la alternativa de tener que hacer caso a  la Santa Sede o a sus superiores internos,  salvo excepciones, los del Opus Dei  eligen lo segundo. Como diría Fuenmayor, a modo de justificación: es que defienden el carisma. Esa es la mayor pega que yo le veo a que el Opus llegue a formar parte de la jerarquía eclesiástica.

Aseguran que su carisma les exige y los mueve a formar parte de esa jerarquía. Eso más  que carisma en mi pueblo lo llaman ambición. En cuanto se salgan con la suya, si es que lo logran, dirán que tienen otro carisma  más, que consiste en el derecho a intervenir y participar en la elección de  papa, y,  una vez conseguido esto, que tienen derecho a  decidir ellos solos quién ocupa la sede de Pedro. Posteriormente que al prelado del Opus Dei le corresponde ser papa, como algo anejo a la condición de prelado del Opus Dei. Y por ahí p'alante. Son de ese tipo de gentes que, una vez conseguido lo que piden, no se aquietan, sino que van a por algo más. Me estoy divirtiendo demasiado. Volvamos a la secularidad.

Se hace necesario distinguir entre secularidad, en el sentido de no pertenecer a  un instituto de vida consagrada —secularidad negativa—, y secularidad en el sentido de penetración en “el torrente circulatorio de la sociedad”, por utilizar esa conocida expresión acuñada por $anjosemaría. Esta última es secularidad positiva. Consiste en hacer algo. Para no pertenecer a un instituto de vida consagrada, no hay que hacer nada, absolutamente nada.

Puede inducir a confusión la expresión clero secular. Tal expresión se contrapone a clero regular, que hace referencia al que está sometido a una regla monacal, vive en un convento  o monasterio y tiene superiores propios,  además del obispo.  Secularidad, en este contexto, significa no estar sometido a regla alguna que regule el propio comportamiento.  Viven en una casa, propia o alquilada,  en la que mandan ellos y no un superior eclesiástico. En esa casa se puede merendar los sábados. No emiten voto de pobreza, por lo que pueden tener propiedades y disponer de sus bienes libremente. Es más, la jerarquía eclesiástica les paga por su trabajo. Es en este sentido en el que se dice se dice que “viven en el siglo”, que son seculares.

Pero tanto al clero secular como al regular se les prohíben ser banqueros, el comercio, el ejercicio de algunas profesiones, el desempeño de cargos públicos que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil, etc. (Cfr cánones 273 a 289). Por ese motivo considero preferible la terminología clero diocesano en lugar de clero secular. Los sacerdotes diocesanos están incardinados en una diócesis. Los sacerdotes numerarios del Opus Dei —lo mismo que los sacerdotes religiosos— no están incardinados en una diócesis, sino en la prelatura personal llamada Opus Dei; prelatura que no es ni pretende ser una diócesis. Tiene ámbito internacional. Van mucho más allá del reducido territorio de una diócesis. Son mundiales. Pero no quiero divertirme más.

Querer formar parte de la jerarquía eclesiástica, o al menos ser considerado jerarquía eclesiástica, presenta el inconveniente de que  no son propias de la jerarquía eclesiástica, ni de su clero, actividades como las mencionadas de la banca, el comercio, el ejercicio de  la medicina, la abogacía, los cargos públicos que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil, etc. O lo uno o lo otro. Hay que elegir entre dos tipos de secularidad: la secularidad propia de quienes forman parte de la jerarquía eclesiástica, que impide dedicarse a determinado tipo de actividades,  y la secularidad propia de quienes pueden ejercer todo tipo de actividades y profesiones seculares. Son incompatibles entre sí. La opción por la primera va en detrimento de la segunda y viceversa.

Paradójicamente cuanto más se insiste en que “no somos religiosos”, más se abandona la opción de santificarse en actividades y profesiones seculares, y mayor dedicación se presta a los apostolados propios de los religiosos, cuales son los colegios de enseñanza secundaria. Eso sí, no se integran en la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza, porque “nosotros no somos religiosos”, ni vivimos el “silencio menor” en nuestras casas, sino el “tiempo de silencio de la tarde”. Los niños de nuestros colegios no tienen recreo, sino tiempo para el juego. Etc.

Resultan fuera de lugar, a mi entender, esos afanes inmoderados de diferenciarse de los religiosos nada más que en cosas meramente terminológicas y/o intrascendentes, mientras se los imita en lo demás. Por ejemplo, los religiosos, como los numerarios del Opus Dei, no viven en casa propia en la que uno manda, sino en una casa en la que manda un superior local que a su vez depende de un superior mayor. El parecido de la vida religiosa con la vida del numerario no desaparece por llamar al superior local director local, y al superior mayor  director de la delegación —o vicario de no sé qué—, ni por llamar vida de familia a la vida en común, ni etc.

Eso no es  secularidad positiva; es decir, la secularidad consistente en participar activamente en asuntos sociales, políticos y seculares de todo tipo. Marcar diferencias intrascendentes con los religiosos no sirve para nada. En esa línea, a mi modo de ver, se mueve lo de sustituir los votos por unas “graves y cualificadas obligaciones”.

 Por lo demás,  equiparar los votos a los botines y a los botones me parece una falta de respeto hacia quienes los emiten y una gilipollez escrivaniana. Alguna se le escapaba de vez en cuando. ¡Ojo! que conste en acta que trato a €scrivá con tanto o más respeto del que él mostraba en relación  con los votos sagrados de  pobreza, castidad y obediencia.

Nosotros no queremos votos, sino virtudes, fue su eslogan a partir de un determinado momento. Como consecuencia, para sustituir al voto de pobreza,  tuvo que inventarse  una desconocida virtud de la pobreza, de la que ningún moralista habla, para disfrazar el consejo evangélico de pobreza. Resulta muy burdo. Ninguna virtud cristiana exige tener que pedir permiso para comprarse, por ejemplo, un coche. Tampoco cabe atribuir a la inexistente virtud de la pobreza  no pagar sueldo a las empleadas del hogar. Se trata de una virtud desconocida, una virtud extra, tan desconoccida que sólo la practican los del Opus Dei.

Seguir a €scrivá implicó desde el principio  imitar a los religiosos en muchas  de sus prácticas. Los copió de muchas maneras, procurando hacer compatibles esas prácticas con vivir en medio del mundo. Por ejemplo, en los reglamentos de 1941 se establecía para determinados  miembros del Opus Dei: ... se obligan a permanecer con respecto a su familia de sangre, como si fueran religiosos, y vivirán de  ordinario separados de su familia, para que puedan dedicarse con más intensidad al apostolado (Régimen nº 7). El propio Escrivá, en los comienzos, no tenía inconveniente en reconocer que adoptaba costumbres y criterios propios de los  que hoy llamamos “institutos de vida consagrada”.

Le veo poco futuro a que se abra paso la idea de que el Opus Dei entre a formar parte de la jerarquía eclesiástica, aunque así se deduzca —o pretenda deducirse— de revelaciones privadas de Escrivá o simplemente de que así lo deseaba o quería. La figura “prelatura personal”, en la que se embarcaron,  no parece estar llegando a buen puerto. Y como se continúen empeñando  en  ser considerados jerarquía eclesiástica corren el peligro de que en  la próxima reforma de la Curia Romana acaben en el dicasterio  previsto para sacristanes, monaguillos y turiferarios, con el privilegio —eso sí— de poder no usar roquete blanco y sotanilla roja en las ceremonias litúrgicas, sino vestes académicas, que es mucho más secular.

Gervasio




Publicado el Friday, 21 October 2022



 
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