El Fundador como lastre, como hándicap

Gervasio, 18/10/2022

            No siempre fue así. Recuerdo como algo muy lejano, cuando al final de los ejercicios espirituales —así se llamaban entonces sin ningún tipo de eufemismos ni de melindres— tenía lugar una charla sobre El Padre. Por El Padre se entendía €scrivá de Balaguer, porque no había otro a quien llamásemos Padre. No había distinción entre nuestro padre y el padre. Se sabía muy poco de ambos. Conocíamos que el fundador había nacido en Barbastro y poco más. La charla no versaba tanto sobre el pasado de El Padre —se conocía vagamente que había estudiado Derecho además de los estudios de cura—, sino sobre todo en relación con su presente, su futuro y sus nuevas andanzas y proyectos. Si vendría pronto a España o a otros países, si los alumnos del Colegio Romano, que convivían con él en Villa Tevere, lo habían visto mucho últimamente. Sobre qué había dicho o dejado de decir o de hacer. ¿Sabía inglés? No. Sólo un poco de francés. ¿Dónde había pasado el verano?...

            Tras leer el artículo de Antonio Moya sobre La figura del santo fundador, de 7 de noviembre de 2022, me he dado cuenta de que la charla sobre el padre que actualmente se da en los “cursos de retiro” no versa sobre la figura del actual prelado del Opus Dei, sino sobre la figura histórica del fundador del Opus Dei (1902-1975). No le veo demasiado sentido. Veo razonable que se ilustre a los asistentes a un curso de retiro, que no a unos ejercicios, sobre la vida y andanzas de Fernando Ocáriz, el actual prelado, por ser poco conocido; pero no veo demasiado sentido a que como colofón de un curso de retiro se ilustre la figura histórica de $anjosemaría. Ha sido objeto de muchas biografías y hagiografías, que están al alcance de la mano y del pie, como para resumirlas en una charla. Imaginaos una charla sobre George Washington, que fue el primer presidente de los EEUU, tras las últimas noticias de actualidad sobre Joe Biden.

            Me acuerdo de los recelos, precauciones y cautelas ante el temor de que, a la muerte del Fundador, se produjese una escisión dentro de la Obra. El fundador lo temía. Mencionaba incluso la palabra “terremoto” al referirse a lo que había sucedido tras la muerte de algunos fundadores. Tales temores resultaron infundados. El designado como sucesor fue unánimemente aceptado y nadie puso en duda su gestión. Él mismo capitaneó un triunfal “nihil innovetur” y se dedicó a “cosificar” —por así decirlo— la praxis existente. Que todo quede como antes. Que no cambie nada.

            Esta “momificación”, por llamarlo de alguna manera, del espíritu de la Obra ha dado malos resultados. ¿Qué ha sido de las “Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas”?, Más vale no recordarlo. ¿Qué ha pasado con la “intención especial”? Otro desastre. Por estas páginas de OpusLibros apareció la reprimenda que sufrió alguien por haber cambiado de sitio unos muebles o algo así del Colegio Mayor Aralar. La razón de la reprimenda no era otra que la de que “así” es como los había visto el Padre Fundador. No había que cambiar nada.   

            No deseo detenerme a dictaminar y a opinar sobre lo que debe considerarse parte principal y perenne y lo que debe considerarse parte accesoria y circunstancial dentro de los elementos que componen el Opus Dei. Tal tarea me sobrepasa y sobrepasaría al más valiente. Lo que deseo recalcar es que quizá pueda haber un exceso de Padre-Fundador. Demasiado Padre-Fundador. El fundador del Opus Dei fue su primer prelado y presidente general; pero ya no lo es. Ahora lo es otro. Me viene a la memoria la famosa metáfora de Felipe González en relación con los ex presidentes: "Siempre he dicho que un expresidente es un jarrón chino en un apartamento pequeño. Es un objeto de valor pero nadie sabe dónde ponerlo. Y ahora además corre el riesgo de que un niño le dé un codazo y acabe en la basura".

Lo recuerdo como una persona a la que no le gustaba prodigarse. Por prodigarse entiende el diccionario de la Real Academia excederse indiscretamente en la exhibición personal. No se excedía. Más bien se ocultaba. Tuve, no obstante, la suerte de vivir en el Colegio Romano en una época, la de la celebración del Concilio Vaticano II, en el que el Padre se reunía con frecuencia con los alumnos del Colegio Romano. Fue un periodo bastante excepcional en su vida y en sus relaciones con los alumnos del Colegio Romano. Así me lo hacían notar. Estábamos encantados. Recuerdo, no obstante, dos excepciones. La primera vez fue con ocasión de un partido de fútbol, al parecer muy importante. Fue a ver a los del Consejo, durante su retransmisión, pero todos estaban apiñados ante el televisor. No se inmutaron por su presencia. Acudió entonces a la sala de estar, al soggiorno, de los alumnos del Colegio romano. Sucedió lo mismo. Hubo un conato de apagar el televisor y distribuir los asientos en círculo para hacer tertulia con el Padre. Pero no triunfó. El Padre quedó desairado y se retiró. Todavía lo lamento.

            El fundador aceptó ambos desaires y asumió que visionar determinados partidos de fútbol es tan sagrado e importante que no debe ser interrumpido, ni siquiera ante la presencia del fundador del Opus Dei. Obispos hay innumerables, cardenales hay muchos, incluso papas; pero partidos de fútbol… Tuve que escribir en favor de las virtudes del fundador del Opus Dei para su canonización. Pero se me olvidó alegar ese rasgo de humildad, para mí significativo.

            Pero a lo que iba. Lo peor vino después. Siguió acudiendo al soggiono, a veces a la Galleria della Campana, a nuestro encuentro. Y se le notaba feliz. Nosotros también lo estábamos. Desayunábamos de prisa para poder estar un ratito con él, mientras la Administración hacia limpieza en sus habitaciones y él aguardaba en la Galleria. Siguió haciéndose el encontradizo en el soggiorno, hasta que un día se dio cuenta de que estábamos “cansados” decía, que no estábamos demasiado o suficientemente contentos de reunirnos con él. Eso sí le hizo daño; tanto que dejó de acudir al soggiorno. Tal vez quepan otras interpretaciones.

            A lo que iba: lo poco agrada, lo mucho enfada, dice un refrán. El Padre-Fundador se dio cuenta de que no debía prodigarse. Quizá esté sucediendo hoy una situación parecida. Quizá se haya llegado a un exceso de $anjosemaría. No lo sé a ciencia cierta. Sólo lo vislumbro, pues no convivo ya con gentes del Opus Dei. En cualquier caso un personaje histórico no juega el mismo papel que un personaje vivo. De $anjosemaría puede esperarse poco como personaje vivo, porque ya no es un personaje del que pueda esperarse un liderazgo.

            Ha llegado a mi ordenador el primer volumen de un libro titulado “Historia del Opus Dei”. Lo firman José Luis González Gullón y John F. Coverdale. John F. Coverdale nació en 1940 y por lo que se ve sigue escribiendo. El libro está editado por Rialp con © de 2021. Leemos en el prólogo: Con este volumen —junto con el de los Discursos, todavía en elaboración— se concluye la edición crítico-histórica de los libros y escritos publicados en vida de san Josemaría. De acuerdo con el plan establecido, seguirán otras series de escritos, en las que ya está trabajando un equipo de investigadores y colaboradores del Instituto. Los escritos de $anjosemaría son algo muy valioso, pero le pasan un poquitín lo mismo que a un jarrón chino. Dejó demasiadas cosas por escrito.

            Del Portillo nos trasmitió como legado “la solución jurídica definitiva” de la Obra. ¡Qué legado! Leemos en su carta de 8-XII-1981: Ayudadme, hijas e hijos, a dar gracias a la Trinidad Beatísima; gracias a Santa María y a San José, su Esposo, gracias a nuestros demás Patronos e Intercesores, gracias, gracias a nuestro Padre instrumento fiel para que el Opus Dei se realice a lo largo de los siglos y como el Cielo lo ha querido… En fin, todo un canto a la “solución definitiva”, que vemos en qué ha quedado. Y encima “como el Cielo lo ha querido”. Vino posteriormente don Javier que si por algo destacó fue por su campaña de ¡a por 500 vocaciones! Y hoy nos toca un Ocáriz que ni siquiera parece que haya dicho algo distinto de palabras convencionales. ¿Qué hay que hacer? No se ven horizontes. No me parece que proceda fomentar o recrearse en un perpetuo sentimiento de orfandad. Lo que nuestro querido Padre hizo, pensó, nos enseñó. Hay que renunciar a ser unos perpetuos viudos o huérfanos de $anjosemaría. La vida sigue y sigue y sigue.

Gervasio