El Opus Dei busca a las personas pintando el cuadro de que se puede ser santo en el ejercicio de la profesión y del trabajo. Las invita a actividades placenteras e incluso valiosas. Están contentas y en una nube (el Tabor). Todo eso los acaba seduciendo y piden la admisión. Lo que no saben todavía es que se van a convertir en empleados de una organización cuyos intereses vienen primero. Comienza el adoctrinamiento, por el plano inclinado.

Una vez están entregados, el cantar es otro. El mensaje entonces es que no han venido al Tabor sino a la cruz y han de perseverar, no virar la cara atrás. La cruz es que no tienen tiempo para ser buenos profesionales, o que les han pedido que cambien de trabajo o profesión. Les empieza a doler el cuerpo, la cabeza y el alma. Eso no fue por qué ni para qué pidieron la admisión. El engaño le hace daño al Opus Dei. Por eso muchos le sacan el cuerpo. Y esa forma de proceder viola la dignidad de las personas y les hace daño.

El fin no justifica los medios, por santo que parezcan. Todas las personas tienen derecho a la transparencia, -las cartas sobre la mesa-, saber a lo que van. El Opus Dei no debe tener miedo a la verdad: la verdad libera, la mentira esclaviza.

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