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 Tus escritos: De comidas y cenas.- Gervasio

070. Costumbres y Praxis
Gervasio :

 

De comidas y cenas

Gervasio, 26/06/2023

 

El reciente artículo de Mediterráneo “Las comidas en centros de mujeres dejan mucho que desear además de hacerme sonreír muchas veces por la gracia con la que narra las cosas, me trajo recuerdos. Entre otros me trajo el de lo que contaron al Padre —a la sazón un Escrivá sesentón— a modo de anécdota graciosa en una tertulia. Lo que pretendía ser una “anécdota graciosa” consistía en que en una determinada casa no entendieron por “la media” lo que puedes gastar en comida por comensal y día, tal como la define Mediterráneo…



 Entendieron que “la media” es lo que se debe gastar en cada una de las comidas del día, tanto en el almuerzo como a la hora de la cena. Es decir, el doble de lo presupuestado como “media”. Al ver excesivo gastar tanto dinero en comida, comunicaron a la superioridad que “la media” en cuestión quizá estuviese calculada para otro tipo de ciudades de más alto nivel económico, con un índice de precios al consumo más elevado. Contestaron que debían atenerse a “la media”. Eso les llevó a decir a la cocinera que diariamente pusiese platitos de jamón esparcidos por la mesa, pelotitas de foie-gras y cosas así, como modo de llegar a “la media”.

¿Cuál fue la reacción del Padre ante lo narrado? Manifestó —y así lo anotó en su agenda— que seguidamente iba a enviar una nota indicando una vez más que, cuando la Administración de una casa no es de casa —permítaseme el oxímoron—, la cocinera, o quien hiciese la compra, debía rendir cuentas y el secretario del consejo local examinarlas acerca de en qué se gastaba el dinero de la compra. ¿Cuál fue la reacción del director del consejo local al conocer que “la media” en cuestión hace referencia a lo que se gasta por persona y día y no en cada comida? Dispuso recuperar el dinero dilapidado, de tal modo que a partir de entonces no se gastó “la media”, sino de la mitad de “la media” —es decir una cuarta parte— durante una temporada hasta que se recuperó lo indebidamente gastado.

El truco de Mediterráneo para cumplir con “la media” consistía, según ella misma narra, en consignar  más comensales de los que realmente comían. Y eso colaba. No me da vergüenza decir que falseé la media desde el tercer mes de estar en la administración. Añadía comensales hasta que, dividiendo el gasto total en comida de todo el mes entre el número de comensales, salía la malhadada media. Nadie lo controlaba.

De lo hasta aquí narrado se pueden sacar muchas moralejas. La primera es que el arte de gobernar requiere, cada vez que se da una norma de conducta, tener muy en cuenta qué es lo que procede hacer en caso de incumplimiento de esa norma. Cuando no se hace así,  como acabamos de ver, las consecuencias resultan un tanto caóticas, porque cada quisque resuelve a su manera lo primero que se le ocurre y en desbandada. La situación no quedó resuelta, me parece a mí, ni tomando cuentas a la cocinera del dinero gastado, ni falsificando las cuentas, ni sustituyendo “la media” por “la media de la media” durante una temporada. En fin, que no se previó el incumplimiento.

Ya relaté en otra ocasión que, en la casa en que yo vivía y en la que asistía al círculo breve, se leía repetidamente la misma “intención mensual” consistente en “hacer dos cooperadores”. Nunca supe, ni pregunté, ni creo que ninguno de los destinatarios de la “intención mensual” se tomase la molestia de averiguar en qué consistía exactamente. Quizá consistiese en que había que hacer mensualmente dos cooperadores por centro, o bien por persona, o bien que una vez conseguido el deseado objetivo de dos cooperadores resultaría procedente cambiar la “intención mensual” por ya haberse cumplido. En fin, que se incumplía y no pasaba nada. O quizá se cumplía.

Algo parecido pasó con lo de las famosas 500 vocaciones. Nunca se supo muy bien en qué consistía, ni si el objetivo llegó a cumplirse o no. Lo que sí se sabe es que el cumplimiento de la “intención” se reforzó con reuniones continuas del consejo local con personas de la delegación, de los numerarios de a pie con alguien de la delegación y con el consejo local, hubo listas y más listas de personas pitables, de seguimientos diarios de cada actuación, etc.

Cuando una norma se incumple, lo que en el Opus Dei se hace algunas veces es asegurar su cumplimiento con otras medidas. Valga como ejemplo el caso de un consiliario —vicario a algo así lo llaman ahora— que tras abrir él a solas la correspondencia que llegaban de Roma, a algunas indicaciones les daba cumplimiento y a otras, no. Las ignoraba. Como refuerzo y complemento para que “todo” lo indicado se llevase a cabo, se estableció que también el defensor —no sé cómo se llama ahora ese cargo o si continúa existiendo— tuviese acceso a “toda” la correspondencia. Otro ejemplo es el de cerrar por la noche con llave la llamada “puerta de comunicación”. Algunos directores se olvidaban de hacerlo, por lo que se estableció que en el cierre de la “puerta de comunicación” el director fuese acompañado no recuerdo si del subdirector o de no sé quién. No bastaba la compañía del ángel custodio.

Como consecuencia de estos modos de hacer, se ha logrado que las indicaciones recibidas puedan dividirse en dos clases: las acompañadas de medidas complementarias de refuerzo para su cumplimiento y las que no van acompañadas de esas medidas de refuerzo. La situación me lleva evocar a dos sirvientas de raza negra que ejercían su profesión en una isla del Caribe.

    ¿Y son trabajadoras estas dos sirvientas que me recomiendas para que trabajen en mi casa?

    Sí, son trabajadoras. Trabajan bien; pero para que trabajen hay que pegarles o al menos amenazarlas con un palo.

          Al parecer mientras no se les diese leña no se ponían manos a la obra.

            A veces es peor el remedio que la enfermedad, porque las medidas complementarias de refuerzo acaban siendo consideradas más importantes que la norma que pretenden reforzar. Acaba resultando más importante que hacer cooperadores, reunirse semanalmente para hablar de dos posibles cooperadores. Acaba resultando más importante confesarse semanalmente, que confesarse bien, etc. Y lo mismo pasa con el apostolado, con las correcciones fraternas y con el proselitismo.

            Mediterráneo proporciona un panorama bastante patético de la situación actual  en tema de comidas. Por contraste me viene a la cabeza la situación que se daba en el Colegio Romano de la Santa Cruz, cuando tenía su sede en Villa Tevere. La comida era excelente y abundante y no sólo abundante en el primer plato, en el de los hidratos de carbono, sino también en el segundo, en el de las proteínas. Lo habitual era que los comensales tomasen poco del primer plato y se pusiesen luego dos chuletas de carne, en el segundo. El resultado fue que inicialmente los comensales —recién llegados de su país— engordaban, pero al cabo de cierto tiempo empezaban a adelgazar y a quedar envidiablemente esbeltos. Todos encantados con este régimen de comidas, salvo la administradora que lo encontraba excesivamente caro. Elevadas sus quejas al Padre, porque los comensales ingerían demasiada carne en el segundo plato y poco arroz —o lo que fuese— en el primero, el Padre  respondió  que nada de poner límite a la ingesta de carne y demás proteínas. En la misma línea, hace mucho más tiempo, alguien había decidido suprimir el vino en las comidas, para ahorrar dinero, a lo que el Padre también se opuso. Debía almorzarse con vino.

            A todo esto, el régimen de comidas de Villa Tevere resultaba saludable. Recuerdo que John F. Coverdale manifestaba satisfecho que desde su llegada a Villa Tevere no había tenido nunca caries en los dientes, ni problemas en la boca. Lo atribuía al acertado régimen  de comidas establecido y vigilado, según se decía, por una experta dietista que se tomaba en serio y científicamente todo eso de la proporción debida entre proteínas y sus diversas clases, vitaminas, hidratos de carbono, azúcares y demás zarandajas. Por otra parte, en Villa Tevere no cabía la posibilidad de comer entre horas, ni la de picotear en un bar. No cabía la posibilidad de saltarse la dieta.

            En suma, junto al panorama patético descrito por Mediterráneo, también cabe mostrar el panorama idílico que acabo de describir. Profundizando en la razón de ser de este contraste, me inclino por dar importancia no tanto al dictar normas bien intencionadas, sino a prever su incumplimiento. No basta establecer que todos los españoles serán buenos y benéficos, como decía la constitución de Cádiz de 1812, sino regular lo que deba hacerse cuando un español no es bueno y/o benéfico. Esto último es lo difícil.

Gervasio

 




Publicado el Monday, 26 June 2023



 
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