Cuando era una niña mis amigos, mis hermanos y yo soliamos jugar un juego que se llamaba "Encantados". Jugabamos en dos equipos, uno que encantaba y el otro que desencantaba. Ganaba aquel equipo que tenía a todos los encantados o a todos los desencantados. Quien quedaba encantado debia quedar inmóvil. Más o menos eso nos pasó cuando estabamos adentro. Estábamos encantados de la vida y de la vocación (pero inmóviles). Aceptamos sin mucho espíritu crítico todo lo que se nos decía.

Recuerdo la anécdota que contaban cuando don Alvaro pedía lo mismo que el fundador para comer, y este le corregía y le decía: pero Alvaro, tú no debes imitarme en todo y don Alvaro le contestaba: sí padre pero es mejor seguir el conducto reglamentario. Y asi nosotros empezamos a querer ya no imitar a Jesus sino a San Josemaria (conducto reglamentario).

La obediencia ciega es peligrosa, se comprobó con el experimento de Milgram y se vio más claramente con el regimen Nazi. El encanto puede durar toda la vida...

En el juego, el Desencantado recuperaba la movilidad y podia correr y escapar para no volver a ser atrapado. Mas o menos eso nos sucedió el momento en que nos desencantamos. El detonante pudo haber sido tan diverso, tomamos valor y salimos para no ser atrapados nuevamente.

Ya son siete años de mi salida, y recuerdo las sensaciones vividas. Mis miedos, mi sensación de indignidad por abandonar la vocación, las noches de insomnio, etc. Sin embargo pasan los días, las semanas, los meses y los años, y se explica mejor y con más fuerza que la vida alejada de tanta manipulación en pos de la santidad, es posible.

Me queda desear en todo momento que la Obra no haga más daño... Que actue como el buen Samaritano cuidando de quien quedó tirado a la vera del camino y no pase de largo.

Zartán te deseo una pronta recuperacion en tu selva.

Acabo de recibir una llamada y se me cortó la inspiración.

Saludos, Pasiva