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 Recortes de prensa: ¿El actual problema del Opus Dei?.- Agustina

125. Iglesia y Opus Dei
Agustina :

Artículo publicado en Periódico Esperanza

7 de septiembre de 2023

 

 

¿El actual problema del Opus Dei?

 

Miguel Quesada, Círculo Hispalense

El Opus Dei se ha convertido en noticia. Las dificultades que la institución tiene con Roma desde hace tiempo –ahora recrudecidas– han catapultado a la obra de Mons. Escrivá al candelero. El rigor con el que se afronta el análisis de lo acaecido, como es usual, brilla por su ausencia. Así, los grupos «santulones» elogian el silencio y la devoción con el que los miembros de la institución afrontan los problemas –especialmente en lo tocante al Papa–, mientras que las izquierdas intra y extraeclesiales celebran con júbilo el torpedo a un supuesto «tradicionalismo» católico que el Opus Dei no ha encarnado ni encarnará jamás...



Quisiera, a este respecto, señalar algunos puntos que estimo de interés, sin más pretensión que fundar bien los hechos para posteriores reflexiones certeras y serenas. Sigo para las cuestiones históricas la obra de Andrés Vázquez de Prada (El fundador del Opus Dei, 3 tomos, Madrid, Rialp, 2003).

Hemos de buscar, a mi juicio, las causas del problema actual muchos años atrás. El Opus Dei, a diferencia de la concepción tradicional de las órdenes religiosas precedentes, maneja la idea de que fue «revelado» por Dios a Mons. Escrivá, esto es, que el auténtico fundador de la Obra sería Dios mismo, mientras que Escrivá encarnaría el «espíritu de la Obra» como medio para alcanzar la santidad de sus miembros. Más allá de los riesgos que implica esta concepción, quisiera detenerme en las causas de la crisis actual.

A medida que crecía el número de miembros numerarios, Mons. Escrivá no podía atender sus necesidades espirituales por limitación de tiempo material; problema para nada desdeñable, pues solo él conocía el «espíritu de la Obra». De hecho, los miembros que empezaron a confesarse fuera del ambiente de Escrivá quedaban algo confundidos, pues se confesaban según el cumplimiento del «espíritu de la Obra», siendo –correctamente– corregidos por los confesores, pues el objeto de la confesión son los pecados.

Esta situación llevó a Mons. Escrivá a tomar la resolución de que necesitaba sacerdotes numerarios, que atendiesen según el «espíritu de la Obra» a los fieles, superando, así, lo que el fundador denomina el «muro sacramental».

La primera tanda de clérigos numerarios fue ordenada por el entonces obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, a petición del fundador. Los nuevos clérigos –Álvaro del Portillo, José Luis Múzquiz y José María Hdez. Garnica– podían ahora dedicarse a ayudar a Escrivá en la distribución de sacramentos según el «espíritu de la Obra».

El problema se estaba cocinando, pues a medida que Escrivá predicaba la dimensión laical de la Obra, el número de miembros crecía y, por ello, precisaba de nuevos clérigos de la Obra. Paralelamente, el Opus Dei precisaba de un traje jurídico. Traje que, según las intenciones del fundador, debía ser a medida, pues la dimensión laical no casaba con la pertenencia a la Obra de los clérigos. Sin embargo, a medida que los ropajes jurídicos iban cambiando, la convicción de Escrivá en la importancia de tener clero propio no decaía, sino que aspiraba a conjugarla con la naturaleza jurídica de la Obra. Podríamos detenernos en las extravagancias del itinerario jurídico –es muy significativo, en un momento determinado, el cumplimiento de votos religiosos, relativizados por el propio fundador y prometidos como temporales a los miembros de entonces–, pero estimo que nos distraería de nuestro tema.

Finalmente, en el pontificado de Juan Pablo II, cuyo entusiasmo efusivo aprobando grupos fue inversamente proporcional al rigor de su examen respectivo, vino el cumplimiento de lo que en la Obra se denominaba la «intención especial». La Prelatura personal cumplió las expectativas de la Obra, al permitirles un margen de discrecionalidad nada desdeñable, siendo equiparable a una suerte de diócesis no limitada a un territorio determinado. Sin embargo, esta solución planteó problemas obviados por la Obra que fundan su actual crisis, y que enumeraremos sucintamente:

1.      El deseo de control de clero propio llegó a extremos irrisorios, llegándose a aprobar unos estatutos en los que se afirmaba –y se afirma, pues siguen vigentes– que «la potestad de régimen de que goza el Prelado es plena, tanto en el fuero externo como en el interno, sobre los sacerdotes incardinados en la Prelatura». Afirmación desordenada, dado que la jurisdicción plena sobre el fuero interno es contraria a toda la tradición católica (de internis neque ecclesia).

2.      El papel de los laicos queda desleído, pues el Código de Derecho Canónico afirmaba, y con la reforma de Francisco se subraya, que los miembros de la Prelatura son clérigos, siendo posible participación en los apostolados de ésta por seglares, lo que no equivale a una pertenencia canónica. Parece que el deseo de clero propio se dejó a los laicos por el camino.

3.      La jurisdicción propia del clero, y la interpretación extensiva modo suo de los laicos («sobre los laicos incorporados a la Prelatura esta potestad se extiende sólo a cuanto se refiere a la misión peculiar de la misma Prelatura», afirman los estatutos), desliza una ruptura con la tradición jurídica canónica, vinculada a la institución diocesana. La alegre caracterización de la Prelatura, así como la confusa interpretación interna, implicaría que cualquier grupo con tal naturaleza nacido hace unos años adquiere jurisdicción sobre los seglares, que descansa en el ordinario del lugar. Realidad que, canónicamente, no implica la Prelatura, pues sus miembros son clérigos, pero que convenientemente se ha subrayado para evitar interpretaciones abusivas.

4.      Los problemas jurisdiccionales fueron discretamente abordados en el Motu Proprio Ad charisma tuendum (14 de julio de 2022), que modificaba los artículos V y VI de la constitución Apostólica Ut sit (28 de noviembre de 1982). La fundada justificación de la modificación estribó en la dimensión carismática que Francisco otorgó al Opus Dei, forma refinada de separarlos de la estructura jerárquica de la Iglesia al traspasar la dependencia del Dicasterio de los Obispos al Dicasterio del Clero. Así, la referencia a la «clericalización» actual, esgrimida internamente para restar importancia a un hecho que la tiene, carece de base, pues la dependencia original era del Dicasterio para los Obispos.

 

Estimo que estas consideraciones ayudan a disipar la neblina de confusión que se cierne sobre la crisis de la Obra. La modificación es, pues, fundada, pues la Iglesia encuentra una estructura jerárquica de naturaleza apostólica, que no puede ser sometida a las nuevas fundaciones de nuevos grupos de entonces y ahora. Las Prelaturas personales fundadas en la originalidad del carisma plantean tal riesgo, más aún cuando el carisma de la Obra es tan genérico como la llamada universal a la santidad, verdad de la Iglesia de todos los tiempos que nadie ha inventado.

Las razones ideológicas que hayan podido animar a la curia contemporánea en la modificación de la institución son, a mi juicio, irrelevantes; se trata, por el contrario, de salvar la tradición canónica de la Iglesia de los confusos movimientos que fueron bautizados para simular una primavera posconciliar que nunca llegó.

Las paradojas de la Providencia han animado a que sea el Pontificado de Francisco, regido por el caos maduro de planteamientos confusos previos, el que ponga orden en el caótico mundo de las aprobaciones posconciliares. Dios, sin duda, tiene sentido del humor.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense

 




Publicado el Friday, 08 September 2023



 
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