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 Tus escritos: El peligro de pertenecer a determinada familia.- Jiménez

125. Iglesia y Opus Dei
Jiménez :

 

El peligro de pertenecer a determinada “familia”

Jiménez, 12/01/2024

Hay un asunto de la Obra que, quizá por sabido, considero que no ha merecido la suficiente importancia en los escritos de Opuslibros. Se trata del concepto de “familia” que se inculca a cualquier miembro desde que cruza el umbral de la solicitud de admisión. Arranco con fuerza: la “familia” lo es todo para el Opus Dei. Amigos: ni yo ni vosotros pertenecimos a una institución al uso de la Iglesia Católica; fuimos miembros de una “familia”. Una “familia” cuya estructura, despojada de finalidades delictivas a priori (otra cosa son algunas consecuencias colaterales que sí pueden transgredir la ley) y revestida de ambición de santidad, evoca bastante a las “familias” sicilianas o neoyorquinas que tuvieron su auge en la primera mitad del siglo XX, en tanto su máxima autoridad, el Padre, y su consejo de colaboradores designados por aquél, tienen potestad para reglar y decidir sobre todos los aspectos de la vida de sus subordinados, por mínimos que éstos sean.

¿Qué significa esto a efectos prácticos? Que dentro de la institución y para cualquier medio no hay más ley que las indicaciones -órdenes- del Padre. En muchas ocasiones se ha criticado en esta página que los Estatutos fueron durante muchas décadas inaccesibles a los miembros del Opus Dei. Sinceramente, ¿a cuántos nos preocupaba esta situación? En mis pocos años de permanencia jamás me planteé, ni conocí a nadie con la más mínima inquietud sobre la pertinencia de poder leer los reglamentos aprobados por la Santa Sede que, teóricamente, regían la vida del socio. La dinámica de nuestras actuaciones se fundamentaba en las innumerables indicaciones que día tras día se nos leían oralmente, pues los miembros de a pie tampoco teníamos acceso a los vademécums, experiencias y demás libretos normativos internos.

En este contexto, ni me importaba lo que dijera ni el Obispo, ni el Papa ni la Iglesia. Mucho menos los párrocos, a los que miraba con una mezcla de lastima y desprecio porque no conocían las mieles de la entrega en una institución sublime. Como anécdota, en mi centro algunos cantábamos con tono de beata vieja ocasionalmente el “Tú has venido a la orilla…” que se cantaba en las parroquias sin que el director, y esto es lo importante, jamás nos reprendiese.

Así las cosas, si una norma emitida por la Iglesia colisionaba con otra recibida en charlas o círculos, yo tenía clarísimo a quién tenía que seguir: sin ninguna duda a la Obra. Algunos “in” convencidos aducirán que esa circunstancia no es posible porque la Obra se apega en todo a la Iglesia. A lo que yo les responderé que ya de entrada, en las primeras charlas de formación inicial que se dispensaban a todo recién “pitado”, se nos hacía saber que, aunque la Iglesia había aprobado la Obra como Instituto Secular, “nosotros” no éramos “de facto” tal figura jurídica. Por tanto, la primera en la frente: la Iglesia puede decir misa (nunca mejor dicho) que nosotros no somos lo que ella dice que somos. A partir de esta premisa, ¿alguien duda que internamente la Obra se consideraba algo, como mínimo, autónomo respecto de la Iglesia?

Una institución asimilada a una “familia” disfruta de un poder omnímodo sobre sus subordinados. La “familia” es el cauce perfecto, la excusa última para que justificar que los subordinados eludan su propia conciencia y la de los demás, el sentido común, la norma civil o eclesiástica y, en último extremo, la Ley. Y todo eso sin que el miembro tenga conciencia de la transgresión que en que incurre. Bajo el mantra del “buen espíritu” que rige la “familia” cabe cualquier cosa: desde instrumentalizar la amistad para cosechar “pitajes”, mentir a los padres o dar sablazos dinerarios, firmar Actas inventadas de reuniones que nunca se convocaron -esto me pasó a mí- de la supuesta Asociación Juvenil que es en realidad un centro del Opus Dei, trabajar de sol a sol sin cotizar a la Seguridad Social o, como se hacía hace décadas, pasar ilegalmente divisas de un país a otro. Ese “buen espíritu” impregna TODA la vida del miembro e impide la existencia de los mecanismos de control necesarios para evitar los abusos.

En uno de los últimos coloquios de Antonio Moya éste nos informaba de que el Opus Dei está luchando ahora a brazo partido para que en los nuevos estatutos que debe aprobar la Santa Sede se mantenga la figura del Padre. Peligrosísima decisión la de la Santa Sede. Sostener este cargo con los atributos de los que ha estado revestido hasta ahora sería mantener el Opus Dei tal cual ha sido y es, independientemente del “ropaje” jurídico que presente en el futuro.

En innumerables ocasiones me he preguntado por qué en el Opus Dei se obliga -así, se obliga- a amar al Padre, a vibrar ante cualquier nimiedad o anécdota que venga de él -lo contrario sería ir contra el espíritu- aunque no tenga que ver con la doctrina ni con la formación. Recuerdo ahora (hay miles y miles de ejemplos similares) cómo el director de mi centro casi se deshacía, incluso con voz temblorosa, glosando en una tertulia cómo la sonrisa de Don Álvaro (era entonces el Padre) era idéntica a la de Nuestro Padre (Escrivá). ¿Es eso normal en una institución? ¿No se puede en el Opus Dei mantener el obvio respeto por el fundador y sus sucesores sin necesidad de caer en el culto al que manda? Pues no, por una sencilla razón: necesitan de la vinculación afectiva total del miembro con la autoridad para que ésta disponga de aquél a su antojo. El que no afirme (al menos en público) que la sonrisa de Don Álvaro era arrebatadoramente igual a la de Escrivá ya puede buscarse otro lugar en el que recalar por mucho que sea un cristiano ejemplar.

Reitero, para acabar, que el concepto de “familia” es lo que ha hecho invariable en estos más de 90 años al Opus Dei. Al margen de la forma jurídica que haya adoptado en cada momento, la Obra ha sido exactamente la misma, internamente, como Instituto Secular, como Asociación de Fieles o como Prelatura Personal: una gran estructura en donde uno, el Padre, asesorado por su consejo y casi adorado por sus “hijos”, ordena y los demás acatan y obedecen. Y mientras mantenga la estructura de “familia” nada cambiará.

Saludos. Jiménez




Publicado el Friday, 12 January 2024



 
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