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 Tus escritos: Una serie de sucesos infortunados de un ex miembro del Opus Dei.- Gómez

020. Irse de la Obra
Gómez :


Una serie de sucesos infortunados de un ex miembro del Opus Dei

Gómez, 15/01/2024

 

Voy a contar la historia de un numerario de los primeros de Colombia, a propósito de la pregunta sobre dificultades laborales para los que salen de la Obra.

En la década del 60, la Región envió catorce numerarios a formarse al lado del padre. Bueno, para mayor precisión, envió a trece al Colegio Romano, y a uno a un intento de centro de estudios internacional que hubo en los Estados Unidos, pero que no pelechó. En el barco en que iba el héroe de esta historia, a quien llamaremos Botero, como el pintor, iba también un italiano procedente de Ecuador. Este nunca llegó a Roma, porque unas tías lo atajaron antes de su arribo a la Ciudad Eterna, y no lo dejaron seguir por ese camino. Fueron como las sirenas de Ulises, solo que este no iba amarrado al mástil…



Otros, dos jóvenes de la más alta alcurnia de Cartagena de Indias, llegaron a Roma, pero al poco tiempo desistieron de sus propósitos y regresaron al país para hacer carrera política. Años más tarde llegarían muy lejos. Uno de ellos, Sabas Pretelt de la Vega, al posesionarse como ministro de Justicia, en el año 2003, mostró a la prensa con gran orgullo su foto con Josemaría Escrivá en Roma, y fue muy elogioso de su maestro de vida.

De los once que estuvieron cinco años en el Colegio Romano y cuatro en Pamplona, seis regresaron como sacerdotes y cinco como laicos. De los sacerdotes solo ha fallecido uno, el primer numerario colombiano, Ignacio Gómez Lecompte, a quien los agregados le decían don Nacho y todos lo admirábamos por su alto nivel cultural, sus dotes de pianista y su enorme sencillez. Fue consiliario por un año y nunca se le subieron los humos. Los demás sacerdotes siguen activos en la Obra. Otro de ellos, Ugo Puccini Banfi, fue consiliario por un período completo, y más adelante, obispo auxiliar de Barranquilla y luego obispo de Santa Marta. Cuando se retiró dijo que se iba a un centro del Opus Dei a confesar señoras y a descansar.

Los laicos que estuvieron nueve años en Europa y el que estuvo en el intento gringo de centro de estudios internacional regresaron y tuvieron diversos encargos, como director de estudios, directores de centros y profesores de las diversas materias del bienio filosófico, que combinaban con sus actividades profesionales. A la larga, solo dos de los laicos perseveraron.

Uno de ellos, canonista y poeta, ya murió, y otro, con dos doctorados obtenidos en España y una larga trayectoria en medios de comunicación y en instituciones educativas, sigue en la Obra y vive en su propio apartamento. Los otros cuatro, después de veinte, treinta o más años de entrega, dejaron la Obra, se casaron, tuvieron hijos. Uno de ellos siendo numerario se encontró algún día por razones de su profesión con una numeraria. Se enamoraron. Se casaron. Tuvieron hijos. ¡Una bella pareja! ¡Una bella familia!

Lo que recuerdo de él, como insólito episodio, es que cuando se fue del centro donde vivía, el director le pidió que firmara doce pagarés por los doce últimos meses que había vivido ahí y en los cuales no había hecho ningún ingreso, porque había cesado en su cargo de rector en una obra corporativa, y aún no comenzaba a ganar dinero con su regreso a la vida profesional externa, que estaba preparando con cursos de actualización en la Universidad Javeriana. Más insólito aún, cuando abrió su oficina y comenzó a facturar, pagó hasta el último centavo en Adarve.

Pero vamos entonces con la anunciada historia de Botero, que fue otro de los laicos no perseverantes. Botero tenía su oficina profesional en el centro de Bogotá. Por ahí pasaron muchos líderes juveniles, más tarde directores de revistas, dirigentes políticos y hasta uno que fue presidente de la república. Por su oficina caía también de vez en cuando el administrador regional para pedirle ayuda económica para un nuevo centro, para subsidiar algún déficit o para emprender alguna obra. Él siempre atendía satisfactoriamente esas peticiones. Era la vaca lechera de la Región. Aportaba más que cooperadores millonarios y que supernumerarios holgados. Algún día Sylva Koscina apareció ligera de ropas, como debió salir en la película Hércules, en una revista de la cual Botero era director. La edición corrió a cargo de uno de sus empleados mientras él dictaba ontología y latín en un curso anual. Esa foto le significó tres sucesivas amonestaciones, porque a la acusación del escándalo se fueron sumando algunas otras minucias, tras las cuales salió de la Obra. Antes de su salida se dieron una serie de sucesos infortunados, dos de los cuales fueron especialmente demoledores. Uno, que el gerente de sus empresas se quedó con casi todo, en una súbita e impensada triquiñuela, y otro, que don Álvaro pidió a los numerarios vinculados a empresas de comunicación, como radio, televisión, agencias de prensa, periódicos y revistas, que dejaran todo de lado.

El fundador de la Obra fue profesor de la Escuela de Periodismo de Madrid, en 1940 y 1941, y animó a sus hijos a sacar adelante publicaciones de diversa índole. Nulla dies sine linea, repetía con Plinio el Viejo. Recordarán ustedes Telva, Palabra, Mundo Cristiano, los espacios de televisión de don Jesús Urteaga, labores del Apostolado de la Opinión Pública, que en Colombia fueron imitadas por Arco, Prómec Televisión, Diálogos Universitarios y Editorial Carrera Séptima.

Un buen día don Álvaro, en actitud contraria a la del fundador, dijo que había que dejar todas esas iniciativas. Vender, abandonar, cerrar. Botero tuvo que dejar lo poco que le quedaba. Se fue a vivir a un hotel del centro de Bogotá y lo acompañó una joven, que había sido su alumna en alguna de las universidades donde fue profesor, con la que se casó, y tuvo cuatro hijos, dos de ellos hoy ya profesionales, y dos avanzando en sus estudios universitarios. En su trayectoria de estos últimos treinta años ha bregado por sobreaguar, y lo ha logrado a duras penas con la ayuda de algunos de sus amigos. Sabas Pretelt de la Vega le consiguió becas para el colegio de sus cuatro hijos. Algunos de sus antiguos alumnos en colegios y universidades le consiguieron también becas universitarias. La familia vive en la casa que fue de sus suegros. Ha habido años duros y años casi imposibles.

En alguno de los momentos más críticos, un viejo compañero de estudios, que por ese tiempo era candidato a la presidencia de la república, le consiguió a Botero una muy buena conexión con la Universidad de Antioquia donde podría ser contratado en excelentes condiciones con su título de doctor de la Lateranense. Como es sabido, los alumnos del Colegio Romano de los años 60 iban a la Lateranense donde se doctoraban el Teología, Filosofía o Derecho Canónico, pues aún no existía la Universidad de la Santa Cruz. Las universidades colombianas en esa época, y aún hoy, contratan personas con doctorado, así no hagan mucho ni poco, por el simple hecho de que eso les da puntos ante el Ministerio de Educación. El escalafón mejora en cuantos más doctores haya en la nómina.

Cuando Botero fue a Adarve, centro del Opus Dei donde había vivido antes de su retiro, para buscar el diploma o el certificado de su doctorado, no lo encontró. ¡Háganme el favor! Sobrevivió a todos sus trasteos de un centro a otro y de una ciudad a otra, y en Adarve desapareció. ¡Plof! No diploma, no contrato. Lo cierto es que en ningún momento él se ha atrevido a pedirle ayuda a la Obra. Paradójicamente la leyenda urbana dice que el Opus Dei le paga una magnífica pensión a Botero. Se lo he oído a más de un despistado. La leyenda es creíble, por pura lógica humana, pero completamente falsa. Ni él se atreve a pedir, porque considera que sus dificultades son el anunciado rejalgar para los que abandonan la nave, ni la Obra se apiada de él, a pesar del respeto y veneración que él le tiene.

Botero tiene hoy 87 años, no tiene pensión, ni carro, ni casa propia, ni apoyo de parientes, ni ayuda de la Obra, y para peor, sus cuñados le piden en este momento de la vida que abandone la casa porque es la herencia de todos y no solo de su esposa. La esposa, con quien renovó votos hace poco, tras 30 años de matrimonio, está endeudada hasta la coronilla. Botero les envió ayer un wasap a sus amigos para decirles que había salido a caminar un rato y que casi no podía hacerlo por el dolor de espalda. Todos sabemos que tal dolor es somatización de la ansiedad y el estrés, que una persona de su edad, con más pitajes a su haber que cualquier otro numerario del país y con más aportes que cualquier cooperador multimillonario, no tendría por qué estar sufriendo.

Gómez




Publicado el Monday, 15 January 2024



 
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