Parece que se encadenan los fallecimientos de quienes pusieron sus vidas al servicio de la ambición española de Escrivá.  Primero Ullastres y López Rodó, luego Termes y Fuenmayor, hace poco Antonio Pérez y ayer Luis Valls. Ya prácticamente no queda nadie de la época dorada, de la ascensión rápida al poder económico y político franquista de aquellos “Hijos del Padre”, fieles cumplidores de su encargo y capaces de usar cualquier truco para conseguirlo. Luis Valls, escasamente doctrinario, fue particularmente efectivo en  establecer alianzas con grupos y personas importantes de la época. La operación Banco Popular, que ya hemos contado varios, en la que Antonio Pérez y Amadeo de Fuenmayor, desde le jerarquía interna y Luis Valls y Mariano Navarro desde los despachos, fue un prodigio de manipulación, hecha posible por la complicidad de un bancario amigo  que proporcionó datos internos del Banco básicos para el asalto al poder.

Aquellos hombres empezaron a ser respetados, admirados y, en algún caso odiados por el resto de las fuerzas franquistas de la época y los llamados “tecnócratas” se convirtieron en la familia política más importante del momento.

Yo quisiera subrayar hoy que, en mi opinión, y excluyendo los juicios morales, aquel grupo de personas, actuando la mayoría en el mundo civil, no han tenido continuidad en la organización. Hoy hay gentes del Opus en la estructura de la Iglesia pero apenas en la política, en la economía y los que están no tienen la calidad humana de aquellos. Como si el opus hubiera perdido la capacidad de atraer a gente importante y sólo sirviera para la promoción de sus gentes en el mundo eclesiástico.

Por cierto que mueren relativamente jóvenes, Luis, antes de los ochenta, confirmando mi hipótesis de que ser del Opus es malo para la salud.

Alberto Moncada