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LA SALIDA

J.O. 29 de abril de 2004


Magnífico el escrito de EPI, he disfrutado leyéndolo y se lo agradezco porque me ha recordado tantas cosas y por el desparpajo con el que es capaz de relatar lo que para cualquiera sería muy difícil de expresar. Si tú te fuiste sería ciertamente por salido, y seguro también que por poeta, desde luego no sería por falta de sinceridad. Enhorabuena!

Al hilo de ese escrito y de otros que he ido leyendo estos últimos días, parece haber un debate sobre la actitud de la Opus ante los que abandonan. Hay experiencias para todos los gustos: desde los que dicen que se les trató muy amablemente hasta los que, como es mi caso, nos sentimos acosados o perseguidos. Hay quien dice haber recibido un trato exquisito y quien ha tenido que vencer una enorme resistencia. Es éste un aspecto interesante y se podría preguntar dónde radica la diferencia entre unos casos y otros.

En primer lugar convendría apuntar que la actitud oficial es la de hacer todo lo posible para que la salida no se produzca, especialmente en aquellos casos en que el individuo puede representar algún tipo de escándalo social, de ahí que sean frecuentes los traslados de ciudad, incluso de país, cuya intención no es buscar una situación más favorable al cumplimiento de los compromisos adquiridos con la "Opus Escribae", sino más bien romper los pocos lazos que puedan tenerse en el terreno profesional, económico o personal y así dificultar aún más la salida en lo humano (véanse tantas y tantas experiencias en ese
sentido aparecidas en esta Web).

Esta actuación oficial se agrava si el que abandona ha tenido relevancia en el gobierno de la cosa y conoce, por tanto, datos cuya difusión resultaría incómoda de alguna manera. En estos casos además, a la persona que ya está sufriendo una crisis personal fuerte se le recuerda por activa y por pasiva que se guarde muy bien de hacer algo que pudiera repercutir negativamente en la Opus. Es especialmente en estos casos cuando se aconseja acudir a psiquiatras, psicólogos, y curanderillos de todo tipo para sumir a la persona en una progresiva situación de inseguridad inducida por fuertes medicaciones que acaban destrozando la capacidad de juicio de la persona haciéndolo creer que está enfermo y es incapaz de discernir. Es aquí donde la famosa planta cuarta de la no menos famosa clínica entra en el esquema.

No todos los casos son así. Cuando no lo son y se produce una salida "amistosa", siempre hay una razón detrás. En mi experiencia, se mide muy mucho si el que abandona va a seguir socialmente integrado en algún círculo de influencia de la cosa. Por ejemplo, si en su familia hay más miembros, si trabaja con gente de la cosa y el despido resultaría carísimo, o si una actitud beligerante podría ser interpretada negativamente para la "Opus Escrivae". Puedo asegurar que todos estos aspectos se estudian detalladamente
antes de ofrecer una salida a alguien.

También se da el caso del amortizado. Aquella persona que durante el tiempo en que ha permanecido en la cosa ha dado todo lo que de él podría esperarse y cuya permanencia podría ser contraproducente o podría dar lo que se considera mala imagen porque, una vez asentada su personalidad, ésta no se ajusta a la figura canónica del miembro ejemplar, sin culpa aparente por parte del que se va.

Finalmente, muchas salidas más o menos amistosas se deben sencillamente a la buena voluntad del director de turno que, en su interior sabe que la situación no tiene remedio y se aparta heterodoxamente de la actitud oficial antes descrita e incluso se permite la enorme frivolidad de poner su alma en gravísimo peligro tomándose un café a escondidas con el ex en cuestión.

Todos estos modos los he vivido y conocido personalmente cuando he tenido que lidiar con la nada agradable tarea de dar salida a alguien.

Para ser sincero, he vivido muchos más casos de la actitud oficial que de las demás. Pero también he vivido las otras. Por esto, no es sorprendente la diversidad de historias, pero no nos engañemos, la actitud oficial es la actitud oficial, lo demás son componendas de conveniencia y, como siempre, operaciones de maquillaje de la intolerancia, de la desverguenza y de la coacción.

 

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