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Los Tozalitos

Enviado por J.C., recibido el 6-agosto-2003


Quisiera contaros un hecho que a mí me sucedió, por si solo me paso a mí, si eran directrices de la delegación, o vino de la Comisión Regional, o a quien se le ocurrió la brillante idea.

Después de mi rebote en el Club de bachilleres, digno de otra historia, pero el tiempo nos dio la razón a los que nos rebotamos, pues el Club no se ha recuperado del destrozo hecho por un Director que quería hacer méritos haciendo pitar hasta los ratones, pedí en la Delegación dejar el club, pues terminaríamos a las manos el Director y yo, y pasar a una casa de mayores, pues así pensaba llevar mejor mi ejercicio profesional -abogado-, y sobre todo evitaríamos gritarnos en público el director y yo, puesto que uno de mis defectos era que no me callaba ni debajo del agua (ya os hable de mi pecado de soberbia).

Ahora mismo me costaría fijar el año, pero será del 83 al 85, cuando junto a Torreciudad se hizo, o se planeaba, o se había hecho, una pequeña promoción de chaletitos adosados, que se llamaban los “tozalitos” o algo así. Bueno pues llego a la casa de mayores una instrucción para que en los círculos Breves se comentara, y también en la charla fraterna que era “aconsejable” no ir a la playa, porque había mucho destape, muchas tetas y todo eso, junto a ello se hablaría de los tozalitos, donde al lado de Torreciudad se organizaban actividades de verano para que así niños y niñas creciditos/as de supernumerarios, destinados ellos a supernumerarios también pudieran empezar a “tontear” en un ambiente sano.

La propaganda inmobiliaria-moral estaba hecha: "venda su casa en la playa y ponga un tozalito en su vida". Cuando me entere de ello, puse una cara de pasmao en el Consejo Local, dije que aquello no podía ser, ni se podía decir, y naturalmente me remitieron al Director de San Gabriel.

Íbamos mal, había salido malamente de un consejo local, y ahora planteaba problemas en otro. Aquello, pensaba yo antes de ir a la Delegación no podía ser bueno. Planteé mis dudas el Director de San Gabriel, que por otra parte era un tio majísimo, hoy es también un excombatiente al que le he perdido la pista, y me aseguró que veía cosas donde no las había, que las notas de la playa y de los tozalitos habían llegado juntas pero no tenían nada que ver, que lo de los tozalitos había que decirlo porque era una cosa buena y todos los supernumerarios tenían derecho a saberlo, y que lo de la playa estaba fatal, que yo no lo sabía por que no iba, pero que no había manera de cuidar la pureza en la playa. Hombre yo a la playa a retozar al sol no, porque tampoco había mucho tiempo, pero algún fin de semana sí había ido a pescar meros o pulpos, y habíamos pescado, pulpos de los de comer no de los otros...

En fin, después de hablar sobre la dificultad que entrañaba en una ciudad costera decir a toda una familia que abandone su casa de la playa y se vaya a un tozalito, que yo creía que aquello no era de buen espíritu, que todos juntitos los nenes y nenas buenos bailen bajo el manto de la Virgen de Torreciudad, y donde quedaba aquello de estar presente en todos los sitios, lo de la corriente circulatoria, lo de cristianos corrientes, lo de abrirse en abanico, lo de no ser como los demás si no que somos los demás etc. En fín, como siempre terminó la charla diciéndome que lo viera en la oración y que trasmitiera como mía, en virtud de la obediencia, las propuestas recibidas.

Yo, obediente, llegué a casa, lo vi en la oración, -pero no sé cómo estuve ni sé lo que vi-, que recordé en la oración que siempre podíamos escribir al Padre, en carta cerrada, y así lo hice. La carta no fue buena, no. Una vez caliente mi pluma se escapó, conté las desdichas del club de bachilleres y por último el panorama de los tozalitos y para más presunción mía, cité textos del Padre que apoyaban mi teoría.

A la semana me llegó la respuesta, no del Padre, si no de la Delegación. Yo al parecer estaba muy estresado. Mi trabajo me exigía mucho y no podía atender, como se merece, la labor. Era mejor que descansara y me centrara en mi trabajo, por lo que debía de dejar de ser del Consejo Local, (lo más gracioso es que estuvo casi seis meses sin subdirector); debía de dejar de llevar los dos grupos de supernumerarios y mi labor se centraría en dar las charlas o acudir a pastorear los retiros anuales cuando fuera requerido para ello. También se me urgía, a ser posible, que echara una mano en el Club de bachilleres, organizando actividades, pues la cosa no iba bien.

No pude -era de mal espíritu- despedirme de mis grupos de supernumerarios ni darles una explicación. Si me preguntaban debía sonreir y decir que yo no podía más. Así lo hice y así debió parecer, pues lo cierto es que desde entonces me invadió una profunda tristeza, y nunca volví a ser el chico entusiasta...

Pasados los años, creo que este fue el primer peldaño de mi marcha de la Obra.

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