Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El Opus Dei: Anexo a una historia
Anexo a una historia
Autora: María Angustias Moreno
Índice
1. Introducción
2. Explicación al título
3. Causas y razones
4. Los que siguen
5. Los que se van
6. Con los que se van
7. Gobierno
8. Ante la Iglesia
9. Filiación al Padre (monseñor Escrivá)
10. Algunas cosas más
11. Fraternidad
12. Secularidad
13. Discreción
14. Unidad
15. Pureza
16. Obediencia
17. Lo pequeño
18. Pobreza
19. Apostolado
20. Alegría
21. Comentario final
22. Apéndice
23. ¿Tuvieron miedo?
24. Tanto tiempo ¿por qué?
25. ¿Cuál es la fuerza que mantiene a tantos?
26. Dicen que son libres
27. A los hechos me remito
FIN DEL LIBRO
 
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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA

AUTORA: María Angustias Moreno

DISCRECIÓN

La discreción en la Obra es como la antesala y la salva-guarda de la unidad. "Cuidado -dicen-, que puede que no se entienda, que haga daño." "La gente no está- preparada", siguen argumentando. Por eso en la Obra se insiste en la necesidad de ser discreto. De decir las cosas de una manera especial; de ocultar y disimular (cuando conviene).

La verdad en la Obra lo mismo se dice que se oculta. Igual hay que callar. "Callar y rezar", "no comentar, no decir, no razonar", que hay que explicar una cosa por otra (una cosa adaptada y enfocada de muy determinada manera) para bien de la Obra.

"Porque no están preparados", "porque no lo entenderían bien"... Porque no lo interpretarían (puede ser más objetivo) tal y como en la Obra se desea y se pretende, para su propio prestigio. ¿Acaso tanta prevención no es más bien lo que hace que tantas veces no haya quien lo entienda?

La discreción impone en la Obra el ejercicio constante de restricciones mentales; hay que evitar "interpretaciones" ; y hay que hacer tantas cosas de este tipo, que, sin darse cuenta, uno acaba diciendo una cosa por otra, confundiendo, mintiendo, como lo más natural. Como algo que incluso suena a virtud; "la virtud" de vivir un cuidado ejemplar del bien aparecer de la Asociación.

Discreción que consideran como un derecho a la intimidad, que se convierte en no tener que dar explicaciones a nadie, o en no tener que dejar a la gente entrar en las casas de la Obra más allá (le la zona prescrita, etc. Dicen que porque cualquier familia corriente actúa así; cualquier familia vive y hace dentro de su casa lo que quiere, sin más explicaciones a nadie, y no tiene por qué dejar a cualquiera que curiosee su intimidad. Sí, todo esto es verdad; cualquier familia puede que actúe de esa manera; aunque en la mayoría de las casas a toda persona conocida se la trata con muchas menos reservas que como se hace en las casas de la Obra. Cualquier familia no tiene ninguna misión específica de apostolado ni de dedicación a todos (por vocación) como parece que sea el caso de los de la Obra. Ninguna familia tiene su casa para "hacer labor apostólica" y en la Obra sí que aseguran que se tiene para eso. De ahí que la comparación resulta poco adecuada, además de poco exacta.

Reservas, misterios los hay. Los hay constantemente en la Obra; los hay con los de fuera, y los hay con los mismos de dentro. Hay necesidad de discreción peculiarísima. Constantemente renovada y recordada en notas y normas bajo deber de buen espíritu. Faltar a ella es dejarse envolver en la tentación más diabólica: la falta de unidad. Discreción y unidad, en la Obra, van de la mano, son preámbulo la una de la otra.

Discreción se considera la exhaustiva separación entre las dos secciones, discreción los miles de normas que tener en cuenta de cara a los sacerdotes, discreción entre las mismas numerarias hasta el límite de no poder hablar entre sí sino de pájaros y flores.

Cuando se va de una ciudad, de una casa, o deja de vivirse con una persona, esa casa, esa ciudad y esas personas deben ser un pasado que "ni ocupe ni preocupe", algo ajeno e indiferente. Quizá sea una manera de evitar grupos inconvenientes, motivos de pérdidas dc tiempo, etc. Pero creo que también es una normativa demasiado poco natural para poder ser secular.

No es discreto que las asociadas se comuniquen o se "traten" más allá de las relaciones establecidas y acordadas por las directoras en cada caso. Se saludan, se conocen, se sienten hermanas, y cabe la posibilidad de cierta algarabía en determinados encuentros programados por la propia Asociación (con motivo de cursos, o de reuniones internas), pero no cabe más, no debe existir ninguna otra clase de conexión ni de interés de unas con las otras.

La Obra no tiene secretos, aseguran. Pero establece todos esos sistemas de discreción y limita las relaciones ordinarias entre las personas hasta extremos como los expuestos.

De las mismas que se ha de considerar que son propias hermanas, con las que ha habido que compartir faenas duras, cuesta saber lo mismo dónde están que si están enfermas o sanas, etc.

Cuando una persona se va de la Obra, la discreción "se extrema". Las que lo saben, incluso disimulan haciendo entender que están en otra ciudad. Si a alguna se le ocurre comentar, más o menos en público, algo agradable de la que se fue, se le hace la corrección fraterna y se le aconseja que no aluda a ella. Nunca se comunica ni se debe enterar nadie de los que se salen. A mí, por ejemplo, me decían estando dentro que ningún sacerdote se había salido de la Obra; luego, ya fuera, me he enterado de 16 conocidos, aparte de los que haya desconocidos.

La labor de administración de las casas de la Obra -trabajos internos de atención y dedicación a las tareas del hogar- que quiere erigirse en natural y secular, "por discreción" se convierte en algo desafiantemente conventual.

Siempre he sido partidaria de esas tareas, creo en la necesidad y eficacia de la solicitud femenina para las cosas de la casa, en esa maravillosa posibilidad de hacer hogar (familia) empleándose en ello. En la Obra hubiera sido administradora toda la vida, bien a gusto, si ese intento con sentido secular hubiera sido posible. Trabajé y bregué (encantada) con la esperanza de conseguirlo. Pero estrellándome, una vez y otra y otra, en su necesidad de servilismos, señoritismos, de aislamientos enclaustrantes, sin horizontes de solución. Exigencia de trabajos perfeccionistas inexplicables, o discreciones acogotantes que acaban convirtiendo una labor bonita (esa de la administración) en la más aborrecida incluso para las mismas asociadas. Se define como eje y fundamento de la vida familiar, a la vez que se le proclama trabajo profesional y se le condiciona a cursos y estudios que se convierten en carrera universitaria. Hoy por hoy son estudios sólo internos, erigidos en Facultad de Ciencias 'Domésticas -era su primer nombre, ahora tiene otro más largo y complicado-, anexa quizá a la Universidad de Navarra. No lo sé con seguridad, y no es extraño; en la Obra se hacen las cosas así, se llevan "con mucha discreción", tanta que ni las propias organizadoras o participantes saben de qué se trata. Una participa, aquello existe, y no hace falta más. Estudios que se han organizado con toda clase de requisitos, centros adecuados, profesorado con dedicación exclusiva, exámenes, etc., aunque de momento sólo cuentan como curriculum personal interno.

Nunca llegué a entender si con el carácter de profesión se pretende defender la familia, o si con el de la familia se pretende revalorizar la profesión.

La administración en la Obra es, dicen, un servicio discreto por excelencia. Es estar siempre a lo que cualquier administrado necesite de las personas que administra, sin que nunca se sepa quién pide ni quién da. Pero dando con toda prontitud, con el máximo detalle, espléndidamente, teniendo todo siempre a punto, cuidado, perfecto. "Como en cualquier familia", argumentan; yo diría que en cualquier familia, en el siglo XX, se vive con muchos menos requisitos, menos servicio y menos exigencias.

La administración, así, a pesar del aire de solicitud familiar que se le quiere dar, se reduce a un sinfín de innecesarias necesidades -rebuscadas y mentalizadas-, de lo más complejas, profesionales a la vez que familiares, familiares a la vez que profesionales. Difícil mezcla, en la que cabe sacrificar todo lo sacrificable. Se sacrifica la profesión si se trata de acentuar la "familia" y se sacrifica la familia si se trata de "acentuar la profesionalidad".

Un buen número de numerarias y de numerarias auxiliares (empleadas del hogar de la Obra) se dedican de esa manera a servir a los que su profesión les requiere para trabajos distintos. Con formas que seguirán siendo las mejores para dar y para pedir, y para dar, casi diría que las formas desaparecen, no hacen falta, cada uno sabe que puede pedirlo todo, como la que ha de servir sabe que todo lo debe aceptar y realizar sin rechistar. Es problema de fidelidad, y problema de discreción. "La buena administración ni se ve ni se oye", dice el Padre; actúa, hace, sirve.

Se realizan esas tareas desde casas anexas pero separadas, incomunicadas por puertas cerradas con llave que custodian sólo el director y la directora. Comunicándose por medio dc un telefonillo interior (también de director a directora) que será como se prevea el lugar y hora para tener preparada, dispuesta, a punto, cada cosa: limpieza, comedor, ropa... La discreción -en este caso separación- impone que los socios de distintos sexos no se vean para nada. Pero sí se solicita y se pide y se exige todo lo que se quiera. Entre mujeres también existe este sistema de administración, aunque con una separación menos rígida por tratarse de sexos iguales. Igual para casas grandes que para casas pequeñas, adecuadamente proporcional en cuanto al número de personas que han de ser atendidas; atendidas ampliamente; a modo de ejemplo, para una casa de ocho numerarios, suele haber en la administración tres empleadas y una numeraria.

En la Obra, a base de todas estas cosas, se vive francamente bien. Hay muchas cosas agradables. Agradables en su forma si no fuera por lo inconsecuente de su contenido. Agradable la cantidad de requisitos que se cuidan, agradable la misma discreción. Se vive bien, muy bien, especialmente los hombres.

Hombres dedicados a un trabajo, a una profesión, que según el Padre es razón suficiente para que no les falte nada, para que no puedan echar de menos nada de lo que tengan otros, asegurándoles de esa manera su propia fidelidad, imposibilitando a que puedan desear algo que no tengan dentro de la Obra.

Hombres que viven en grupos de siete a doce, con una administración a su servicio, maravillosamente atendidos, sin el menor incordio -la buena administración, como decía, "¡ni se ve ni se oye!"-, con plena dedicación y disponibilidad para lo suyo. Cuántos hombres, cuántos padres de familia, darían algo por contar con todo este sistema: todo a punto, todo perfecto, a pedir de boca, y sin tener que entenderse con nadie; sin encontrarse siquiera con un cacharro de limpieza por medio (se hace sin que ellos estén); sin enredos de hijos; hasta sin preocupaciones de mujer. Ya sé que exagero; no sólo es eso lo que cuenta en la vida; pero creo que cuenta bastante.

En el caso de las mujeres es distinto. Se ha de vivir todo igual, y de hecho todo ha de ser igual de selecto. Pero ellas son las que lo trabajan, ellas las que sirven. No tienen la compensación de unos hijos, ni la ayuda de un marido; pero sí tienen el incordio de tantos hombres que, pidiendo y necesitando, equivalen a muchos maridos y muchos hijos.

Administraciones llenas de personas, superabundantes medios; pero en las que siempre son mayores las exigencias. Siempre es poco lo que se haga, siempre se ha de estar absorbida (es necesidad de buen espíritu), siempre dando más y llegando a más. Realmente no es fácil de explicar, ni de entender. Dice Monseñor que "basta con la mujer que sea discreta". Porque la Obra necesita de toda esta discreción y de todo este servicio. Necesita este tono, este sistema de vida que su fundador ha querido para ella. Aunque además no sea la realidad de esa labor la mejor manera de dar a entender la Obra como su fundador quiere que se la entienda.

Discreción es también en la Obra, por ejemplo, tener unas canciones propias, hechas por personas de la Obra, alusivas a ideas del Padre, a detalles de la espiritualidad peculiar de la Asociación, que nadie más, que no sea de la Obra, debe conocer; únicamente deben cantarse entre los socios numerarios y los agregados; los supernumerarios no deben aprenderlas, sólo conocerlas (quizá para evitar que "se les escapen"). Canciones con aires populares; unas espirituales, otras profanas; entrañables todas. Nada tiene de particular que las haya; lo extraño no es que existan, ni que haya quien las componga, ni que al Padre le gusten y que todos las canten con entusiasmo, que se inculquen, que se enseñen. Lo extraño, lo chocante, es que tengan que ser secretas, "que nadie más las oiga"; y si las oyen (alguna vez en fiestas o reuniones en que haya gente de la calle, previamente seleccionada y expresamente invitada) hay que recurrir a todos los medios para que nadie las aprenda.

La Obra tiene un saludo establecido, "Pax", al que se contesta "in aeternum", que no debe usarse delante de nadie que no sea de la Asociación; lo usan sólo entre ellos. También por discreción.

Tienen imprenta propia -en la casa de Roma- para sus propias publicaciones (cartas del Padre, instrucciones internas, revistas). Publicaciones de "calidad especialmente cuidada", pero también exclusivamente internas.

Tienen muchas peculiaridades que debe evitarse trasciendan. Y de esa manera se evita, se crea en los socios un pudor tan especial que, de una manera incluso inconsciente, los hace personas cargadas de reservas, de secretos, de disimulos con la mayor naturalidad.

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