Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El Opus Dei: Anexo a una historia
Anexo a una historia
Autora: María Angustias Moreno
Índice
1. Introducción
2. Explicación al título
3. Causas y razones
4. Los que siguen
5. Los que se van
6. Con los que se van
7. Gobierno
8. Ante la Iglesia
9. Filiación al Padre (monseñor Escrivá)
10. Algunas cosas más
11. Fraternidad
12. Secularidad
13. Discreción
14. Unidad
15. Pureza
16. Obediencia
17. Lo pequeño
18. Pobreza
19. Apostolado
20. Alegría
21. Comentario final
22. Apéndice
23. ¿Tuvieron miedo?
24. Tanto tiempo ¿por qué?
25. ¿Cuál es la fuerza que mantiene a tantos?
26. Dicen que son libres
27. A los hechos me remito
FIN DEL LIBRO
 
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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA

AUTORA: María Angustias Moreno

POBREZA

Uno de los temas de que no cabe hablar de la Obra sin que salga a la palestra. ¿Por qué será?

¿Será por lo que tienen, por lo que hacen, por lo que gastan? No, yo creo que no. Porque eso mismo hay otros que también lo tienen, que lo hacen, que lo viven, y no necesariamente se apela al tema cuando se trata de ellos.

No creo que sean las cosas en sí las que den que hablar de pobreza cuando se hace referencia a la Obra. Creo que más bien puede ser su eterna contradicción. El constante alarde de pobre absoluto, pretendiendo hacer de la pobreza nota característica de la Asociación frente a su propia manera de actuar, de concebir las cosas, de vivir. Resulta polémico, diría yo, porque resulta contradictorio.

Una revista nacional publicó, en 1974, una reseña alusiva al tema, muy significativa. Su autora, una de tantas -una más, no me cabe duda- de las que nos ha tocado palpar la realidad de la decepcionante comedia a que en la Obra se lleva de modo tan general, entre otras cosas, la pobreza. Decía:

"¡Oh, qué angustia renunciar a la pequeña ciruela después de un almuerzo con carne, pescado y mariscos! Pero aquella ciruela era lo que te hacía sentirte pobre.

"No olvidaré jamás aquel día que me encapriché con un modelito de 12 000 pesetas. ¿Acaso no sabes que eres pobre?, me recriminó una hermana. Sí, aunque parezca mentira lo había olvidado. ¡Renuncia!, gritó mi conciencia, y yo, valientemente, renuncié: me compré un modelo de 11 000 pesetas. La hermana que me había recriminado me miró emocionada.

"Aquella hermosa mansión, donde todas vivíamos en amor y pobreza, rodeadas de bellos cuadros y hermosas porcelanas, era nuestro sonriente calvario. Yo, por ejemplo, en vez de sentarme en un mullido diván de terciopelo, hacía un esfuerzo y me sentaba en la mecedora de rejilla.

"No tener nada, no poseer nada ¡qué alegría tan grande! Usabas la ropa, los salones, las bibliotecas, pero nada era tuyo, ni siquiera el dinero que gastabas.

"Eramos tan pobres, que teníamos que pedir. Y mientras tomábamos el té con las marquesas, las diplomáticas y las millonarias, exponíamos el problema. Y eran tan buenas, que sólo bastaba insinuarlo, y con la delicadeza propia de nuestro espíritu, ellas metían un cheque en un sobre perfumado. ¡Qué hermoso gesto de caridad el suyo, y qué hermoso gesto de pobreza el nuestro!

"Pero un mal día me cegó Satanás y decidí abandonar la lucha y la pobreza, y abandoné la mansión del sacrificio, y abandoné a mis hermanas. Y entonces perdí mi trabajo, mi ropa, mi alimento, me quedé en la calle sola y triste. Y encima dejé de ser santa."

¿Se trata de una caricatura o se trata de una realidad? Si por caricatura se entiende resaltar los detalles más sobresalientes de aquello que se caricaturiza, sí puede ser caricatura; si se entiende por caricatura exageración, no, no es caricatura. Nada de ello exagera nada, es la pura realidad; y como siempre, no toda. Quizá redactado algo jocosamente; lastimosamente, diría yo.

Vivir la pobreza no puede ser, ni mucho menos, dejar carta blanca a los que atesoran, acumulan, negocian para el mal, para la perversión; ni siquiera vivir indiferentes ante los bienes de la tierra.

Yo entiendo que las cosas buenas, importantes, valiosas, deben conseguirse y usarse cuanto más mejor para el bien, para la Gloria (de Dios, para todo lo que lleve a ello. Sin olvidar que una cosa es conseguirlas y usarlas; saberlas usar, con proporcionalidad. Y otra, muy distinta, acumularlas para instalarse en ellas.

En la Obra, la fuerza de toda argumentación sobre pobreza pretende ampararse en el cuidado de las cosas pequeñas; cosas pequeñas, minucias, perfeccionismos..., para que todo dure y se conserve, y esté siempre como el primer día. La puerta que no se debe golpear para que no se estropee, el cuidado de que no se quede ninguna luz encendida a destiempo; bordear la alfombra para que, usándola menos, dure más, etc. Argumentaciones, teorías, que lo mismo pueden ser consecuencia de un sentir caprichoso, quisquilloso, vulgarmente detallista, que de una tendencia a la avaricia. No porque piense que ninguno de esos casos tenga que ser el de la Obra. Únicamente entiendo que las motivaciones de un afanoso cuidado de los pequeño en poco justifica, o puede ser suficiente, para garantizar un espíritu de pobreza.

Qué fácil, qué bonito sería todo si todos pudieran hacer igual que en la obra, si todos fuésemos perfeccionistas, qué fácil y qué tremendo si todos nos propusiéramos cuidar el detalle como lo hacen ellos, "gastando lo que se deba aunque se deba lo que se gaste", en palabras del fundador. Así, ¡cuántos quisieran tener todo lo suyo!; si no lo logran es normalmente porque no pueden, no les da el presupuesto. La perfección es cara. Es difícil y es trascendente en lo espiritual, pero es muy costosa (hace falta mucho desahogo económico) en lo material.

En la Obra, por pobreza, no se va al cine, al teatro, no se pertenece a clubs (salvo excepciones muy curiosas), no se hacen regalos, etc. Pero por una pobreza que en nada impide, como ya vimos, gastar en ello lo que haga falta para tenerlo en casa; aceptarlos, en el caso de los regalos, para la Obra.

Yo he creído y entendido de veras una pobreza personal, la que hay que vivir según "enseñan": austeridad, desprendimiento, en todo lo que te incumbe, para acabar teniendo que manejarme en las mil y tantas necesidades de la Asociación como tal. Necesidades de un tono (el de la Obra), de una serie de exquisiteces como detalles de convivencia, de un afán de superación que debe rechazar cualquier conformismo corto; ante lo que una se pregunta ¿cómo y a qué, en medio de todo esto, hay que llamarle pobreza? ¿Renuncia, austeridad? ¡Difícil austeridad la de estar por encima de las cosas, teniendo las cosas ten encima!

Desprendimiento personal, dicen. El desprendimiento de "usar y tener todo lo que se necesita, sin estar apegada a nada". ¡Qué más quisieran muchos!, ¡qué más quisieran que poder cambiar el apego por la necesidad!

La verdadera austeridad y renuncia y negación de la Obra, está en los sentimientos; está, sí, en el uso de las facultades racionales, intelectuales o afectivas. Es la única (y muy exigente) austeridad posible y real. Renuncia, negación a todo lo que sea gustos personales, organización de programas de trabajo, de convivencia, de uso del tiempo, etc. De que en la Obra hay gente muy santa no me cabe la menor duda; llegar a asumir toda esta normativa no es para menos. Que no quiere decir que sea precisamente la pobreza de la Obra la que santifica.

La clase de pobreza que se vive en la Obra, dice su fundador, es la de una familia numerosa y pobre. Aunque luego las cosas estén establecidas (por él también) de muy distinta manera. Las necesidades de vida de la Obra están muy por encima de las de cualquier familia de clase media, de las de cualquier padre o madre de familia numerosa y pobre, por mucho que Monseñor Escrivá aluda a tal ejemplo como medida.

Pisos de 50 000 pesetas de hipoteca mensual no creo que sean los que puede comprar ninguna familia de la clase que decía; en la Obra si se puede, y se puede además para que lo vivan 6 o 7 numerarias, no hace falta más. Objetarán que los necesitan para hacer una labor apostólica con señoras importantes, a las que luego no dejarán usar nada más que el oratorio y las habitaciones contiguas a la entrada.

En la Obra todo se aprovecha, insisten. Por ejemplo, los muebles se restauran. Muebles de estilo, que todos sabemos muy bien lo que cuestan. ¿Acaso no es mucho más caro restaurarlos y poner toda una casa en consonancia que prescindir de un estilo tan regio? Pero es que lo hacen decoradoras que también son de la Obra, añadirán. Las cuales, como pide la Obra a todos los suyos, deben ser las mejores, deben conseguir un prestigio profesional adecuado a las mejores exigencias, por lo que deberán participar y viajar y comprar y llegar a donde las que más.

Yo he visto a más de una de esas numerarias decoradoras debatirse entre problemas serios y agobiantes, frente a esos estilos de pobreza de la Obra. Numerarias de familias muy acomodadas, acostumbradas a vivir muy bien, que en principio no tenían por qué extrañarse de nada, y que les extraña, y que les cuesta entenderlo, y les crea serias y costosas dificultades. Es cuestión de "asimilar la mentalidad del Padre". No cuenta, no hay posible solución para ningún tipo de problemática, incluso de éstas.

Las hay de familias más modestas a las que de otra manera les cuesta igual y no lo entienden tampoco; no logran, porque no es fácil, superar la constante comparación que todo les impone frente a las necesidades o dificultades en las que saben que viven los suyos.

Como las hay que, una vez mentalizadas, se dedican a exigir -amparadas en la "dignidad de la Obra"- para hacerse de una "grandeza" que nunca tampoco les hubiera correspondido fuera. Haber, realmente, hay de todo.

"Las cosas de valor -siguen diciendo- están porque te las regalan." Todavía mejor, ¡qué fácil y qué bien! Acabar teniendo algo caro a fuerza de ahorro y del trabajo personal tiene su mérito, tiene su "esfuerzo"; lo cómodo, lo realmente sensacional, es que encima lo regalen. Y que lo regalen además porque en la Obra regalar -como vimos- es cooperar con una labor que necesita de todo eso, es el resultado del cariño al Padre, que debe ser "al máximo de posibilidades". Muebles de estilo, cuadros importantes, objetos de plata, todo tipo de cosas. Camiones y camiones de regalos. Era el año 72, y se trataba de una gira que realizó Monseñor por distintas provincias españolas.

Regalos como resultado del afán de fidelidad de unos hijos que conocen bien el gusto de su Padre. De unos hijos que han sabido inculcar en la mente de muchos otros, cooperadores y amigos, un sentido de "desprendimiento" que los lleve a sacrificar su propio patrimonio, para ceder a la Obra el más "exquisito tono". Para el Padre se gasta lo que haga falta, se buscan regalos, se consigue el dinero que sea, con tal de darle alegrías. Sacrificando lo que haya que sacrificar, acudiendo a quien haya que acudir, mentalizando en un fervor tal hacia el Padre que consiga de cualquier persona que se precie de amiga de la Obra, hacerle estar por encima de recuerdos de antepasados, de necesidades familiares, de lo que sea, para así hacer regalos a Monseñor. Para que éste pueda seguir poniendo casas y casas (de la Obra) con el máximo esmero y detalle.

Casas que exigen anteproyectos y proyectos, repetidos, sometidos a todo tipo de revisiones y supervisiones por parte del Padre a sus hijos arquitectos.

Millones y millones (para qué dar cifras) en un Torreciudad, como podríamos aludir a otras mil labores espléndidas en su sentido más amplio. "Gastando lo que se deba aunque se deba lo que se gasta"; pero no, en la Obra no se debe nunca nada; en la Obra se gasta, pero se tiene, se consigue, se pide.

En la Obra, constantemente, se viaja de Norte a Sur, por los motivos más variados (cursos, retiros, convivencias). Pero por "pobreza" cuando se trata de hacer un viaje para ver a las propias familias (lo que debe ocurrir de tarde en tarde) hay que conseguir que lo paguen éstas; si no es así; mejor que no se vaya. Y se deja a esas familias mortificadas, o se les hace gastar lo que les supone un verdadero esfuerzo. Puede que se trate de familias sin agobios económicos, pero en las que lógicamente, a partir de una edad, cada uno se hace cargo de sus gastos propios. En la Obra, sin embargo, parece como si nada de eso contase; la Obra necesita ser pobre, y lo necesita de esa manera.

El trabajo profesional, la necesidad de un medio de vida como condición necesaria para pertenecer a la Asociación y de secularidad, se considera también un motivo de pobreza. Cada uno debe ganar un sueldo con el que poder mantenerse y ayudar a la Obra. Por necesidades de la propia Asociación hay ocasiones en las que se exige a determinadas personas que ese trabajo sea interno (de gobierno o de dirección). Sin embargo, eso no impide que, como en un caso que puede ser simplemente un ejemplo, sirva de contradicción y se recrimine la falta de aportación que supone.

A una numeraria, después de tenerla 17 años, desde que llegó muy joven, dedicada a tareas de gobierno, sin opción a ningún tipo de preparación ni de promoción, cuando ya decidieron que servía menos para lo que había estado haciendo, le advirtieron que no pensaría pasarse la vida viviendo del cargo. Quizá contado no suponga demasiado. Para aquella persona era un problema serio, desconsolador, ya que ni se había quedado sin profesión por gusto, ni a su edad era fácil buscar otros derroteros.

La pobreza en la Obra por su desproporción me ha hecho sufrir de veras. Otra vez, en una casa de retiro pensada para gente sencilla, en la que hubo que decorar un techo, pintarlo y darle estilo de artesonado; había que hacerlo porque acababa de estar el Padre allí y lo había sugerido. Dada la innecesaria suntuosidad que suponía (no era regalo de nadie, pero se hizo y costó un dineral), lo advertí a tiempo (porque estaba de directora en aquella casa y lo creí un deber); pero tuve que "avenirme" a quedarme tranquila sólo por el hecho de haberlo dicho. Llegaron incluso a darme la razón, pero nada más, no había otro remedio.

A pesar de los pesares, a pesar de las excepciones que confirman las reglas, qué fácil es no preocuparse de nada cuando se tiene de todo; no ambicionar ni guardar cuando se está bien respaldado. Qué fácil desentenderse de lo material cuando consta, tan evidentemente, que es a lo que de verdad se le da importancia, y se protege y se asegura.

Joyas, ornamentos, vasos sagrados; en Roma existe una verdadera colección, un auténtico tesoro. Tesoro privado que sólo pretende satisfacer el afán del Padre de "delicadeza para Dios" (en el culto). Una sala llena de vitrinas: de cálices, de custodias, de copones, de casullas; tan abundantes de perlas del Caribe como de sedas japonesas, esmeraldas o diamantes... que son, siguen siendo, resultado de la devoción de los hijos con su Padre.

Ir a la casa de Roma, cuando se pertenece a la Obra, es una de las ilusiones más comunes y lógicas. A mí siempre me repelió; prefería no tener que enfrentarme con cuanto de allí me habían contado; se cuenta y no se para, y sé positivamente que no se cuenta todo.

La desbandada de personas, de medios, de atenciones, de previsiones, que se vuelca sobre una casa cuando va el Padre a ella, es también un tema que necesariamente ha de entrar en el concepto de pobreza que se tiene en la Obra. Dicen que es cariño. Los que quieran a sus propios hijos, a hermanos o amigos de la misma manera no pueden darles nada semejante.

La pobreza del Padre se justifica en su habitación pequeña (la de Roma). El Padre (cuentan) se desayunaba en París, en los primeros tiempos, en una taza sin asa. Fue el último que tuvo colcha en la cama cuando hubo para ponerlas. Unos tiempos difíciles fueron, pero distan mucho de lo que son ahora. Una pobreza que realmente empezó así; empezó careciendo de muchas cosas, teniendo que vivir hombres muy hombres, profesionales ya, en habitaciones de literas; mujeres muy mujeres sin más que cocinar que mucha harina y viviendo en las porterías de las casas residenciales que se iban adquiriendo para los varones. Unos tiempos difíciles que pasaron y pasaron, cabría decir, al extremo opuesto.

Han pasado, por ejemplo, de poner lo mejor en las salas de visita de sus distintas casas, para tener ante los demás una apariencia digna y secular, aunque dentro se careciera de todo, a que "las salas de visita deban parecer austeras, al margen del tono que luego se les quiera dar a las casas, para no escandalizar fácilmente", en palabras de uno de los consiliarios de la Obra, muy bien considerado. Parecer como en unos tiempos que ya no son: eso que fue la pobreza en la Obra.

¿Cuánto costó a la Obra el título del Padre de "Marqués de Peralta"? Porque no pudo ser sino a la Obra. No lo sé. Sólo sé que fuimos muchos los que para salir de la situación tuvimos que argumentar muchas razones "convincentes", explicando lo que era totalmente inexplicable para nosotros mismos. Razones como la de que lo hacía por "detalle para su hermano"; o la de que "era una manera de hacer justicia a la honra del Padre que tan maltratada había quedado en toda su lucha por hacer la Obra". ¿Cómo no pudo el Padre convencer precisamente a su hermano de que la Obra era primero que él y de que tal asunto no le iba a beneficiar nada como no le benefició? La familia del Padre, dirán, lo había dado todo a la Obra. Yo diría que lo que dio fue, como tantas otras familias a su hijo, sin que su hijo dejara nunca de atenderlos a ellos. Un título como necesidad y deber de correspondencia con los suyos, a pesar de los pesares. Un título como necesidad de justicia a una honra, la del Padre, sin que la de tantos otros cuente.

Cripta especial (y con privilegio) para los restos de los abuelos, como se llama en la Obra a los padres de Monseñor, en una de las casas más céntricas de la Asociación en Madrid. Pinturas al óleo, regias y con aires aristócratas, que plasman no sólo al Padre, sino a sus antepasados.

Auténticos alardes de grandeza, para una familia de procedencia sencilla.

¿A qué todo eso? ¿Acaso hay que seguir llamándole pobreza? Yo llegué a creerme el origen noble, tremendamente noble de Monseñor Escrivá, como a más de uno le pasa, cuando sólo se enteran de lo que dentro cuentan. Y me he llegado a preguntar ¿qué diría, por ejemplo, San Francisco Javier de todo esto? No como jesuita sino como noble y santo.

Del Padre son unas palabras que dicen: "Señor, si tú no quieres mi honra, ¿yo para qué la quiero?" Y sigue diciendo que él "no quiere encaramarse en la tierra sino en el cielo". ¿Qué clase de coherencia puede haber entre lo que dice y los hechos?

Como razón de pobreza, me decía una asociada estando yo fuera, tú sabes que las casas de retiro son deficitarias. Sí, claro que lo sé. Como sé que para cubrir esos déficits hay un patronato detrás de cada una de ellas compuesto de personas que deben ser generosas en sus aportaciones por devoción a la Obra. De la misma manera que sé que ese déficit está producido, provocado diría yo, por el tono y clases de atenciones que en tales casas se imponen; y por lo mal llevadas que suelen estar las administraciones: personas inexpertas, derrochadoras, incapaces profesionalmente.

Otra razón de las que dan como demostración de pobreza es la cuenta de gastos. Consiste en apuntar en una nota lo que una gasta, por poco que sea, y entregarla a la directora mensualmente. ¿Acaso (argumentan) no es un sistema duro y exigente de pobreza? Cuando se está dentro casi se cree; pero cuando, ya fuera, se mira alrededor y se contemplan las exigencias reales de la pobreza, ¿cómo es posible, cómo es posible que eso sea a lo que llamen pobreza?

En la Obra, las cosas, las casas, todo debe estar a nombre de alguien. Un coche, por ejemplo, se compra para una casa y no hay inconveniente en ponerlo a nombre de alguna de las que viven en ella: para que jurídicamente nada tenga que ver con la Obra. Aunque hacen firmar a la vez que la documentación del mismo (me pasó a mí concretamente) un vendí, que queda,.sin fecha, en poder de las directoras.

Somos muchos los que estamos fuera, y conocemos el sistema. Un sistema que nadie nunca nos dijo que tuviera que ser secreto. Lo demuestra incluso una entrevista publicada en "Actualidad Económica" (octubre del 74) de Rosa María Echevarría con López Rodó. En la citada entrevista el propio López Rodó asegura ser uno de los mayores accionistas de "Nuevo Diario".
"La Obra no tiene nada." "Ninguno de los instrumentos de apostolado que tiene la Obra son suyos." Los socios, junto con algunos amigos más, son los propietarios de las acciones. Pero a la vez esos socios no pueden tener nada de ellos; ceden a la Obra todos sus bienes, o conservándolos a su nombre han de ceder su administración, uso y usufructo a quienes los directores de la Obra determinen, necesitando permiso expreso del padre para cada disposición, firma o intervención del propio interesado sobre dichos bienes. ¿Qué pasa entonces? Pasa que esos bienes son de los socios, que a la vez todo lo que tienen los socios es de la Obra; "no son da la Obra", insisten; entonces ¿de quién son?: colegios, casas, residencias, revistas, editoriales.

Son jurídicamente de entidades ajenas a la Obra, pero constituidas éstas por las aportaciones de sus socios, amigos y cooperadores, para "hacer" precisamente de la Obra.

En la Obra (decía), sus socios lo primero que han de tener es una carrera universitaria para ser numerarios; las numerarias una profesión y algunos estudios. Profesionales, por lo tanto, que pueden llegar a ganar normalmente una media de 50.000 a 100.000 pesetas al mes, como tantos otros de su estilo. Supongamos que en la sección de mujeres sea la mitad. Únicamente en Madrid puede haber más de 40 casas de numerarios, en las que viven de 10 a 12 de ellos (sólo varones); suponiendo que la tercera parte de lo que ganan les sea necesario para mantenerse (al plan que se mantiene); el resto es aportación a la Obra.

¿Herencias? ¿Qué decir de las herencias? Lógicamente son el resultado de la misma mentalización que hay en todo. Cada persona de la Obra ha de hacer testamento antes de su incorporación definitiva a la Asociación; si quieren antes, mejor, y pueden dejar su patrimonio a quien libremente deseen, pero previamente mentalizados en la prioridad que la Obra debe tener para ellos. En la Obra se sabe muy bien a qué personas se busca, y se cultiva su amistad..., cuando se sabe de su capital, de sus joyas, etc. Y así como importa que una persona sea inteligente y capaz si no es rica, no importa nada que si es rica sea más tonta.

Con que cada uno de los 70.000 miembros que se asegura son aportara 1.000 pesetas al mes, o, lo que es igual, 2.000 pesetas 45.000 socios; 4.000 pesetas 22.500 socios; 8.000 pesetas 11.250 socios, resultaría una aportación de 840.000.000 al año netos.

¿Que todo se gasta en cuestiones apostólicas?, sí, lo acepto, pero al estilo de la Obra, a un estilo que son muy dueños de tenerlo llamándole a las cosas por su nombre: abundancia, riqueza y no pobreza ni nada semejante.

En cualquier familia aportan uno o dos de ella (padre y alguno más) y tiene que dar para mantener a 7 u 8 miembros más de la misma. En la Obra, las clases pasivas son el 2 % de sacerdotes (según dice Monseñor), unos cuantos enfermos, y muy pocos viejos; la Obra es joven, además de que será difícil que sean muchos los que lleguen a edades avanzadas. Los muy jóvenes, hasta que no se ganan la vida, ha de mantenerlos su propia familia, y si no es así no pueden ser de la Obra.

Por aquello de que cada uno ha de mantenerse y aportar, las diferencias entre las distintas casas de los mismos socios de la Obra son enormes. Hay casas (de profesionales importantes) donde el nivel es superdesahogado; mientras que en otras (de estudiantes o chicas de profesiones mediocres) lo pasan francamente mal. En la Obra todos forman una sola familia, que no impide que vivan como si fueran de las más dispares y ajenas.

Profesionales que, por motivos de "naturalidad", "eficacia", etc., deben "participar", "aparentar", como los que "más".

Especialmente ellos, las mujeres mucho menos, y siempre bastante más controladas.

Y así, y en razón de todas estas cosas, como consecuencia de ellas decía, ¡cuánto afán de grandeza, cuánta necesidad de exquisitez de clase, y de... necesidades simplificadamente -complicadas inconscientemente- rebuscadas!

Ordenados y exigentes por pobreza también, hasta el punto de cumplir meticulosamente con su deber, pero con el suyo, a base de rígida indiferencia, una total abstracción sobre las preocupaciones de los demás, convencidos de que lo suyo y únicamente lo suyo es siempre especialmente importante.

No entiendo yo que sea la miseria lo que vale como pobreza, no. El ejemplo de Cristo nos habla de una vida, la suya, capaz de asumir todas las clases sociales: nace en Belén sin nada, y no creo precisamente por buscar la cueva por la cueva; nace en un pesebre, a la intemperie, como consecuencia de algo tan natural como lo es, ahora también, una aglomeración de gente, un desplazamiento en masa por un edicto del César que hizo insuficientes las posadas para tantos peregrinos; por aquellos alrededores debía de haber más de uno y de dos en el mismo caso. Dios lo quiso así. Pero Dios quiso algo que está por encima de las apariencias y de la misma desnudez de la cueva. Cristo aceptó ante todo la voluntad del Padre, asumiendo la impotencia y la sumisión a los imponderables de la vida humana. Vivió luego como un artesano; lo que en su época suponía la clase media acomodada. La palabra pobre en el léxico común de los judíos de entonces significaba, se decía, de aquellos que sólo realizaban tareas agrarias y que por ello se mantenían más al margen de la cultura y de otras actividades mejor consideradas; por lo que se los tenia en menos, ganaban menos, y de hecho, socialmente hablando, estaban por debajo de las clase artesanas y de los saduceos (aristócratas); pero sin que por ello fuesen desharrapados ni vagabundos, como a veces parece que se quiere entender la pobreza. Cristo vive y convive mezclado con los de más dinero; los de menos, con los agricultores y los pescadores (éstos de clase media baja). Con Pedro, que era pescador; con Mateo, que era recaudador; con los novios de Canaán, con el rico Zaqueo; con los leprosos, con todos. Sin perder su porte y su estilo, sin dárselas de nada. Su túnica era de tal categoría, que a la hora de repartir sus vestiduras, junto a la Cruz, no quisieron partirla, se la sortearon. Se entierra en un sepulcro rico, en un sepulcro sin estrenar, escarpado en la roca viva. Y es que todos los sitios son buenos en todas las situaciones de la vida; en todas partes se puede vivir y se deben vivir las Bienaventuranzas. Jesús dijo: "Pobre del rico que pone sus esperanzas en el dinero"; no pobre del que es rico, que no es ningún pecado, sino del que vive para ello. Sobre pobreza podríamos exponer una larga tesis. No es un tema fácil. Pero la pobreza, como todo en cristiano, vale lo que valga el fin que la mueve, las miras que tenga. Nunca la miseria por la miseria. Hay pobres ricos (avaros, ambiciosos y egoístas) y ricos miserables. Miserables de espíritu de virtudes, de obras, de categoría humana. Hay quien necesita comida y ropa, y parece que sólo ésos son los pobres; y hay quien necesita dos dedos de frente para no malgastar toda una vida. Hay quien no tiene piernas, y nos dan pena (es lógico), pero hay quien tiene el alma paralizada y reseca, que es mucho más doloroso, y no se tiene tan en cuenta.

No es miseria la pobreza, no, no tiene por qué serlo; pero tampoco es, ni puede considerarse cristiano, a título de pobreza, el despilfarro de la Obra. Sé lo que digo, y no hablo de memoria; no uso una palabra a voleo, sino la única que creo que significa lo que pretendo expresar. No es ni puede ser por espiritualista opulencia. Trascendente sí, sobrenatural, pero humana y también real.

Pobre, realmente pobre, ¿no lo será mis bien el que más da que el que menos tiene, el que más ayuda, el más desprendido de su propio egoísmo y de sus propias necesidades, ese que sabe pensar "tanto en los demás como en sí mismo", o lo que es igual "el que sabe amar al prójimo como a sí mismo"? ¡Personal y libremente!, con lo que cada uno tiene, porque lo tiene, y según tenga; con sentido responsable de una administración de bienes que le ha sido confiada para la gloria de Dios (a Dios sobre todas las cosas) y el bien de todos. ¡Es la gran diferencia!, del cristianismo con otras teorías, marxistas, ¡la personal y libre responsabilidad! la dignidad de una individualidad que le cabe la honra de dar y de recibir, de recibir y de dar, mediante la puesta en juego de los más altos valores humanos. No creo en la igualdad, siempre he preferido la proporcionalidad. Lo encuentro mucho más humano y mucho más divino. Buena prueba de ello es que en la propia naturaleza se dan las margaritas y las magnolias, los astros y las arenas.

¿Es un motivo de pobreza pedir?, ¿es más real si se pide? ¿Se trata de pedir porque los que piden son los pobres? si por pedir se entiende promover, estimular, el derecho y el deber de que las necesidades de la Iglesia sean atendidas por los suyos, yo diría que es todo un deber. Pedir para sus apostolados, para sus parroquias, para sus ministros, para hacerla eficaz y digna, humanamente también. Los católicos son los que con su generosidad y su desprendimiento personal deben compartir con el necesitado, y atender a un culto divino, que como en lo humano, en el único amor de que los hombres somos capaces, hay necesidad de flores, y de luces, y de esplendor, sencillamente porque Él se lo merece todo, todo lo que en la tierra nos vale para demostrar a alguien que le queremos; además de que si son medios humanos que estimulan el fervor, y el corazón, junto con la cabeza, como en el amor humano para con Dios ¡vale la pena! Es importante dar de comer al hambriento, pero no menos importante (bastante más eterno) alimentar al hambriento del alma. Dar, ayudar, pedir, estimular; hacer la Iglesia.

En la Obra se pide, se exprime a las familias de los socios, a los amigos, a todo el que se acerca. Se pide para fiestas de los colegios; se organizan desfiles de moda para conseguir dinero, por ejemplo, para un club de bachilleres al que sólo asisten niñas de familias acomodadas. Se pide para muchas cosas; a la vez que se ignoran otras muchas a mi entender bastante más vitales.

A un carnicero que servía a un colegio, obra corporativa del Opus Dei, le enseñaron una vez, como prueba de acogida y cordialidad, todas las instalaciones de cocina del mismo, y le preguntaron si le gustaban. Contestó que era "una maravilla, pero una pena al lado de la cantidad de puestos escolares que otros no tienen y que se podrían haber conseguido con unas instalaciones más sencillas para la cocina".

Otra vez era una numeraria auxiliar (asociada de la Obra, empleada del hogar) la que me decía: "Señorita, en mi casa, cuando mi padre estaba enfermo (eran siete hermanos y una familia muy sencilla), para ponerle un filete teníamos que comer todos los demás aquel día sólo pan, y aquí.. " Esa chica se refería a las exigencias que hay en la Obra respecto a las comidas. "¿Pobreza esto, señorita?", acababa comentando la pobre chica.

Hay en la Obra una fórmula para ayudar económicamente a las familias de los socios o asociadas que lo necesitan. Para ello, ante todo, hay que dejar muy claro que no es la propia interesada la que los ayuda (con su trabajo y el propio rendimiento de su esfuerzo), es la Obra y sólo la Obra. Con tal exhaustividad de trámites y de requisitos que nadie las usará salvo en casos extremos.

Dicen, dentro, que tanto ama el Padre la pobreza, que sus indicaciones son especialmente abundantes. Quizá sea cierto. Es verdad que las hay, pero sin impedir para nada, sin cambiar en nada todo este contexto de cosas.

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