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 Correos: Servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida (V).- Ana Azanza

115. Aspectos históricos
Ana Azanza :

“Servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida” (V)

Ana Azanza

 

Marzo de 1972, Tarancón ha regresado de Roma, tranquilizado por Pablo VI pero íntimamente disgustado. Pensaba que sólo en parte iba a poder contrarrestar el daño que se había hecho en la opinión pública y la desazón entre sacerdotes y fieles causada por la lucha en la prensa en torno al documento.

 

Estaba entristecido de ver que algún obispo español no había jugado limpio. En Roma algunos eclesiásticos le habían citado a monseñor Guerra Campos, de sus manejos con el Opus y con la Secretaría de la Sgda. Congregación del Clero. Las espadas seguían en alto, había sido sólo una escaramuza. No se podía bajar la guardia. Copio literalmente...



“Ellos temían que yo hubiese conseguido algo en Roma –no creo que pensasen que me había enterado de todos sus manejos-, pero confiaban en poder arrastrar a su parte a varios obispos, denunciando públicamente algunas imprudencias y, la más grave de todas a su juicio, la publicación de las ponencias y conclusiones de la Asamblea Conjunta en un tomo de la BAC antes de estar revisadas y aprobadas por la Conferencia Episcopal.”

 

Había gran expectación por lo que el cardenal iba a decir en la apertura de la Asamblea Plenaria de la conferencia episcopal. Un centenar de periodistas, televisiones extranjeras, era algo inusual. Se notaba la tensión en el ambiente. No quería ni nombrar directamente a los encausados en todo el jaleo, tampoco que su discurso sonara como una defensa de su candidatura a presidente de la conferencia episcopal que era inminente.

 

Contó como se habían sucedido los hechos, como se había enterado por la prensa de la nota dirigida precisamente a él. Expuso el cariño y apoyo que había encontrado en Pablo VI y que la Secretaría de Estado había hecho todo lo posible por contrarrestar la absurda publicación de aquel documento. Explicó que Nuevo Diario había dado por hecho algo que no era vedad, que el documento había sido emanado por la secretaría de Estado. Leyó una carta del cardenal Villot, otra de Wright saltándose los nombres de los implicados. Algunos obispos querían conocer la integridad de esos documentos.

 

Monseñor Guerra Campos allí presente se pudo dar cuenta de que Tarancón tenía todas las pruebas documentales de que era él uno de los instigadores.

 

Los obispos estaban indignadísimos contra monseñor Guerra principalmente, contra Palazzini, secretario de la congregación del Clero que se había prestado a firmar y contra algunos del Opus Dei residentes en Roma, concretamente contra Alvaro del Portillo y Julián Herranz, consultores de dicha congregación a los que hacían responsables de que monseñor Palazzini hubiese dado luz verde, y a los que consideraban como los autores materiales del documento.

 

Se dijo que Alvaro y Herranz habían juzgado seis ponencias y encargaron a José María Piñero la ponencia que trataba de economía. Piñero había dado su informe, sin embargo se hacía constar al principio del documento que ese informe económico no había llegado a Roma. El mismo Piñero confirmó que todo era cierto.

 

Pero todo el material de la Asamblea conjunta llegó íntegramente a la congregación romana. Tarancón es testigo de ello. Aparecía más claramente la intención con que se había preparado el asunto.

 

Los nervios estaban de punta y todo esto no hizo sino dividir la asamblea en dos bandos: los “indignados” y los que seguían erre que erre en el preconcilio. En la votación para elegir los cargos de la conferencia se vieron claramente las dos posturas. Al final salieron elegidos Tarancón de presidente y Elías Yanes de secretario.

 

La Asamblea Conjunta fue un punto de partida para una nueva relación de la Iglesia de alejamiento del régimen político. Desde que había acabado el concilio muchos sacerdotes jóvenes reclamaban a los obispos la renovación conciliar. Muchos españoles se alejaban de la iglesia por su vinculación con la dictadura. El sistema político español era incompatible con el decreto Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa.

 

(Un paréntesis actual, este decreto es uno de los motivos más fuertes de la separación de Lefebvre y por el cual es seguro que muchos de sus seguidores no volverán a Roma.)

 

Muchos obispos querían endurecer la disciplina contra los contestatarios.

 

Cuando se celebró la Asamblea Conjunta la mayoría episcopal era joven, se había renovado. Pero los representantes de la anterior mayoría estaban furiosos por el cariz que iban tomando las cosas. Había recelo frente a la Asamblea Conjunta.

 

Tarancón no pone en duda la buena fe de nadie, los obispos a la antigua usanza creían por razones puramente eclesiales que había que seguir con el catolicismo de Estado, que era la mejor forma de defender a la Iglesia de las nuevas corrientes secularizadoras.

 

Pero en la Hermandad Sacerdotal y en el Opus Dei las cosas no eran tan claras. Ellos estaban convencidos de que el poder político era un instrumento magnífico de evangelización, y por eso querían que la Iglesia conservase su poder político. La Asamblea era a sus ojos un suicidio por querer separarse de la política. Algunos de ellos eran falangistas ante todo y sobre todo como uno de ellos se lo llegó a confesar a Tarancón o eran fanáticos del nacionalcatolicismo.

 

El régimen franquista había logrado convencer a muchos españoles de que la alternativa a Franco era el comunismo ateo. Si desaparecía el régimen la patria y sus valores católicos estaban en peligro. Muchos obispos confundían régimen con patria.

 

La conjura contra la Asamblea tomó desde el primer momento un tinte religioso-político, que era el de toda actuación del gobierno. Los políticos de la época comprendían que si les faltaba el apoyo de la Iglesia se les venía todo abajo.

 

Era difícil en aquellos años distinguir entre patriotismo y catolicismo. El catolicismo había dado lugar a la unidad de España y había configurado el carácter español. Todos creían que España no podía dejar de ser católica sin dejar de ser España.

 

Tarancón puso toda la carne en el asador para enterarse de lo que había pasado en Roma. La Asamblea había sido un momento de esperanza para la Iglesia española y aquel documento emanado de la congregación del Clero había sido un jarro de agua fría sobre un clero renovado, con ganas de nuevos horizontes.

 

Estos son los puntos sobre los que tiene certeza:

 

-El asunto se fraguó exclusivamente en la secretaría de la congregación del Clero sin haberlo llevado a sesión plenaria de la misma y sin haberlo notificado al Papa. Allí se escogió a quienes debían redactar el documento, desde allí se envió con una carta firmada por Palazzini, sin que éste pudiese adivinar la importancia de algo que no había leído.

-Que el documento fue enviado el mismo día a don Marcelo y a Tarancón como presidente de la Conferencia Episcopal.

-Que monseñor Guerra fue a Roma expresamente a por una nueva copia del documento y a exigir de la congregación una nueva nota de prensa que no se publicó en Roma por prohibición expresa de la secretaría de Estado, pero que monseñor Guerra envió el 26 de febrero a Europa Press. Una nota de prensa de la congregación que no la había hecho pública la congregación y que no tenía el permiso papal sino su prohibición.

-Que los miembros del Opus Dei tomaron parte activa ¿única? en la confección del documento.

-Que el documento salió de la congregación un sábado por la tarde cuando no hay oficina y por tanto no estaban en el edificio más que los conjurados para la empresa.

 

No ha podido confirmarlo pero tiene indicios de que:

 

-Que el documento se escribió en castellano traduciéndose después al italiano, que es como se recibió en España. Hay que tener en cuenta que normalmente esos documentos suelen ir en latín. La técnica no nos resulta desconocida.

-Que algún obispo español personalmente preparó en Roma el asunto.

-Que este obispo consiguió el apoyo incondicional del Opus Dei quien por su parte consiguió el de Palazzini.

-Que el día en que apareció la noticia en Nuevo Diario, el 22 de febrero, el ministro de justicia Antonio María de Oriol tenía también una copia del documento que le había llegado del mismo sitio de donde salió la noticia.

 

Los objetivos de los “conjurados” dice Tarancón eran desacreditar aunque fuera en lo teológico a la Asamblea Conjunta, así quizás se podía frenar la renovación que se veía venir en la conferencia episcopal. Todo se hizo justo en vísperas de la plenaria de la misma, cuando no había tiempo para aclarar las cosas y así poder presionar a los obispos a no votar a los “renovadores”.

 

No lo consiguieron, pero sí pusieron nervioso a todo el mundo. Y de todas formas Tarancón piensa que a pesar de las maniobras en contra la Asamblea ésta sirvió para que la Iglesia se adelantara al final del régimen y marcara el camino de la independencia con respecto a la política. La Asamble  Conjunta fue una voz de alerta para el pueblo cristiano.

 

(Continuará)

Ana Azanza

 

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Publicado el Friday, 25 May 2012



 
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