pepito :
No pretendo romper una lanza en favor de
nuestro santo predilecto; pero sí creo que la detallada documentación que Jaume
nos ha venido brindando en sus Entregas puede matizarse en algunos puntos.
Por de pronto, queda claro que don José María no se
veía en su sitio predicando a los lugareños de Perdiguera. En segundo lugar,
que su empeño por hacer el Doctorado, que –recuérdese bien- por entonces sólo
se podía cursar en la llamada Universidad Central, era, sobre todo, un pretexto
para permanecer en Madrid. Claro que esa condición de “estudiante de Doctorado”
que él se buscó, lejos de ser rentable, más bien era gravosa; y especialmente
para un joven clérigo convertido en cabeza de familia. De ahí sus andanzas en
academias, capellanías y proyectos y enredos tan varios como poco realistas,
por lo demás comprensibles en una persona inmadura.
Ahora bien, si, como creo que fue el caso, su
imperativo capital era el de quedarse en Madrid, ¿a qué se debía su obstinación
al respecto? Para fechas ulteriores, posteriores a su famosa iluminación
del 2 de octubre, parece claro que pensaba que su idea sólo en Madrid podría
realizarse; y, por si hubiera dudas, parece ser que su confesor jesuita se la
reafirmó. Sin embargo, ¿por qué antes ya abrigaba tal idea? Supongo que él la
contaría entre sus famosos barruntos; pero yo me inclino a pensar, y lo
mismo para los tiempos sucesivos, que él tenía claro que la clase de aventura
que pretendía emprender sólo sería posible en la Villa y Corte: allí
residían, entonces aún más concentrados que ahora, los principales recursos
intelectuales de España, y en especial los vinculados a la herencia de la
Institución Libre de Enseñanza, de la que sin duda él trataba de crear una contrafactura
por medio de su nueva militia Christi (palabras suyas); una especie de
reviviscencia de los templarios o de los hospitalarios medievales, pero tomando
nota –cosa digna de apreciarse- de que los caballeros propios de su
tiempo ya no eran los guerreros, sino los intelectuales (recuérdese la
historia de las capas rojas, que no sé que hayan sido desmentida; y, en
fin, a la vista está la importante lectura del Salmo II, una especie
himno de guerra de los templarios). De hecho, yo aún hube de estudiar un
Catecismo de la Obra en el que, más que de la famosa “llamada universal
a la santidad”, se indicaba que la Obra ejercía su tarea “especialmente entre
los intelectuales”. Pero baste por hoy.
Pepito
Publicado el Wednesday, 25 September 2013
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