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 Libros silenciados: Llamados a ser del Opus Dei.- Gervasio

115. Aspectos históricos
Gervasio :

Llamados a ser del Opus Dei

(Otro ratito con Descartes)

Gervasio, 21/01/2022

            ¿Por qué a Descartes le dio por conjugar el verbo pensar y no el verbo oler? Huelo luego existo provocaría hilaridad. Los muertos, ya sean personas ya animales, huelen mal; huelen a cadaverina. Encontrarse en estado de putrefacción no es el momento más oportuno para proclamar: huelo luego existo. Cosa distinta es añadirle un complemento a eso del oler: huelo a rosas, huelo a cadáver, huelo un clavel, me huele a chamusquina. Etc. En fin, que hay oledores y olidos. Para distinguir ambos significados hay que valerse de sintagmas como por ejemplo percibo olor que es muy distinto de desprendo  olor. 

Los verbos existir y ser no se prestan a este tipo de sintagmas. Me han existido suena raro, aunque se entiende: me han dado la existencia. Yo he existido a alguien constituye expresión más rara todavía para expresar que le he dado la existencia a alguien: lo he hecho existir; lo he existenciado. Lo mismo pasa con el verbo ser, salvo que se le complete con algo más: he sido malo; he sido tonto. Eres mala, eres, calva, eres buena, eres lista, etc.

            ¿Qué significa eso de soy numerario, soy supernumerario, soy sacerdote, soy carpintero, soy médico? ¿Lo soy yo realmente o me lo han sido; es decir, me lo han hecho ser? Para responder a estos interrogantes, conviene empezar por el concepto de vocación



¿Me he hecho yo numerario o alguien distinto de mí mismo me ha hecho ser numerario? En el Opus Dei se nos decía que teníamos vocación divina, que habíamos sido llamados a ser numerario, numeraria auxiliar o lo que fuese, llamados por Dios, movidos por un “llamamiento divino”. En los estatutos antiguos y modernos se subraya mucho lo de vocatione divina moti, vocación divina de la que carecen —se señala— los cooperadores. Nosotros nos incorporamos a la Obra —al menos así se nos decía—  movidos por “vocación divina”. Ramón, tienes vocación. Te lo digo con convicción. Es tan grande como un camión.

            El concepto de vocación divina no es exclusivo o peculiar ni mucho menos de curas y de monjas. Lo ilustro con el ejemplo de mi amigo Paco, que anda por los noventa y bastantes añitos. Gran persona. Pero no cree en la Iglesia ni en Jesucristo. Está convencido de que Jesucristo no es Dios. Pero cree en Dios. Y concretamente que Dios puso en su camino a un chico con una enfermedad degenerativa que lo llevó a una prematura muerte. Lo cuidó hasta su fallecimiento, porque estaba convencido de que Dios lo había puesto en su camino para que lo cuidase. No era hijo ni pariente suyo, pero se sintió movido por Dios a cuidarlo. ¡Chapeau!

            En la vocación divina el que llama es Dios. Y Dios no llama solamente a ingresar en una orden religiosa o a ingresar en un instituto secular o a ingresar en el Opus Dei. No hay que reducir las llamadas de Dios a llamadas a ingresar en una institución eclesiástica de ese tipo. Ni mucho menos. Incluso puede darse que alguien se sienta llamado por Dios a abandonar la institución en la que ha ingresado. Tal les ocurrió a Santa Teresa de Calcuta y a sor Lucia de Fátima, que me parece que también está canonizada. Aviso a navegantes: cuidado, precaución y cautela con equivocarse al entrar una institución eclesiástica de esas que tienen colgado un letrerito a la entrada que dice: “Necesitamos vocaciones”.

            En el Opus Dei está sobrevalorada y sobre dimensionada la idea de “vocación divina al Opus Dei”, tanto en el momento de la petición de admisión —Dios te llama al Opus Dei— como en la petición de dimisión: no te vayas, debes perseverar en tu vocación. Como criterio general, no me parece mal oponerse a que alguien abandone el Opus Dei a las primeras de cambio. Tampoco me parece mal, como criterio general, tratar de engatusar un poco a alguien con lo de mira a ver si tienes vocación al Opus Dei. Pero de ahí a emplear todo tipo de tácticas, argucias y artimañas para lograrlo hay gran distancia. Se cometen verdaderas aberraciones; aberraciones que acaban yendo en detrimento tanto del propio Opus Dei como de las personas que se les acercan.

            La vocación presupone el concepto de misión. Se llama a alguien para algo. La santa de Calcuta se sintió llamada a atender a los pobres y desvalidos. Sor Lucía de Fátima, a llevar vida conventual; primero a una vida conventual de un tipo y luego a otra de otro tipo. Etc. Hay instituciones dedicadas a la enseñanza, que son ocasión de vocaciones tanto divinas como no divinas —hay diferencia— para desempeñar esa tarea. En el Opus Dei se ha perdido, a mi modo de ver, el sentido de llamamiento a una misión, que está muy presente, en cambio, en Camino. ¿Cuál va a ser mi misión en el Opus Dei? Quiero saber cuál va a ser mi misión, para incorporarme o no incorporarme. Cuál va a ser tu misión, ya te la iremos indicando cada día, cada mes, cada cierto tiempo. Tú incorpórate.

La respuesta tradicional era: “santificarse en el ejercicio de la propia profesión”; pero don Álvaro sustituyó para los numerarios esa respuesta por la de “estar disponible” para lo que te encargue la prelatura (Cfr. Estatutos nº 9 y Constituciones nº 15). No se entiende bien por qué se recalca y pregona tanto —leí en una colaboración de OpusLibros— que los sacerdotes que cada año se ordenan en el Opus Dei son todos doctores: uno en Química, otro en Derecho, el otro en no sé qué. ¿Para qué les sirve en su sacerdocio? Para nada, sino es para darse pisto y fardar, pour épater les burgois. Consiguen lo contrario de lo que se pretende. Todo el mundo sabe que los doctorados de los curas del Opus Dei son de chistín, por no decir de vergüenza, incluidos los del Fundador. Hacen el ridi recalcándolo. Al pobre don Álvaro del Portillo le hicieron doctorarse en Filosofía y Letras presentando una memoria doctoral relativa a los descubrimientos en las costas de California. Y posteriormente le obligaron a hacerse también doctor en Derecho canónico. Mejor le hubiera sido ser un poco más docto en Derecho canónico que adornarse con títulos académicos de chiste.

 Recuerdo el escándalo que se armó cuando Paz Padilla se atrevió a decir por televisión:

    No hay que vacunarse, porque no sirve para nada.

            Y Belén Estaban le replicó:

    Eso no es razón para no vacunarse. En este mundo hay que cumplir con muchas obligaciones que no sirven para nada.

Obligaciones que no sirven para nada en el Opus Dei abundan demasiado. Está lleno de obligaciones tontas y/o inútiles. No es sólo lo de doctorase. Es difícil sentirse movido a perseverar en una vocación que consiste en gran medida en hacer cosas inútiles, o cuando menos en las que uno no cree.

¿Santificarse en la profesión? Lejos están los tiempos de la Carta Multum usum, que decía así: También los sacerdotes del Opus Dei, que reciben la ordenación después de haber ejercido cada uno su propia profesión civil y secular, en la medida en que se lo permita su ministerio sacerdotal, siguen trabajando luego -sobre todo, cuando sean más numerosos en proporción con el número de socios- en su tarea profesional, que continúa siendo también para ellos parte de la vocación divina (Carta Multum usum, 29.IX.1957, n. 9).

Y también decía: La necesidad de cubrir cargos internos (…), la necesidad de dirigir la obras corporativas, etc., lleva a algunos Numerarios a renunciar gustosamente, por algún tiempo, al ejercicio humilde o brillante de la propia profesión, para servir a toda la Obra desde las labores internas (…). Siempre es posible, sin embargo, que los miembros de la Obra no abandonen del todo el ejercicio de su propia profesión, mientras se ocupan en las tareas internas, o, al menos, que preparen sin prisas trabajos, estudios de investigación, etc., y que así no pierdan el contacto con su ambiente” (Carta Multum usum, 29.IX.1957, n. 9). La carta Multum usum es muy mona, pero nunca pasó de ser una aspiración. Se quedó en agua de rosas, como tantos otros criterios y proyectos fundacionales. Del dicho al hecho hay un gran trecho.

            ¿Qué pasa con los agregados? También les corresponde como a los demás santificarse en el ejercicio de su profesión; pero sin que sea necesario que tengan una profesión de alto standing, ni obtener un doctorado. Tienen suerte porque el título de doctor no es necesario para casi nada. No tienen que presumir de ser doctores. Tal apertura a todas las profesiones, que data de 1950, fue instrumentalizada para demostrar a propios y extraños que el Opus Dei no es clasista. Ahí tienes a Tajamar, en Vallecas, a Irabia en Pamplona y al Tiburtino en Roma. Son obras corporativas. Los colegios instalados en barrios de ricos, en cambio, no suelen ser declarados oficialmente del Opus Dei, sino simple iniciativa de unos padres preocupados por la educación de sus hijos.

Caben los agregados intelectuales. Pero aparte de que los pocos que había se fueron largando, nunca se pretendió seriamente provocar la vocación de agregado entre los intelectuales. Los centros de San Rafael —es decir, de jóvenes— para universitarios, siempre estuvieron orientados a que en ellos pitasen numerarios; no a que pitasen agregados. Centros de agregados para clases humildes y centros de numerarios para clases acomodadas. Ese fue y supongo que seguirá siendo el lamentable criterio.

            Más coherente sería, a mi modo de ver, que, puesto que no les corresponde a los agregados ocupar puestos de dirección en la organización interna del Opus Dei, se les deje tranquilos santificándose en profesiones de alto standing, para que así sobre todo los llamados intelectuales, acepten con todo el corazón los preceptos de Cristo el Señor y los pongan en práctica, mediante la santificación del propio trabajo profesional de cada uno en medio del mundo, para que todo se ordene a la Voluntad del Creador; y a formar a los hombres y mujeres por igual para ejercer el apostolado en la sociedad civil. (Estatutos 2§2). Entre tanto los numerarios, a trabajar dentro de la organización en sus tareas, actividades  y cargos internos.

Pero no se hace así. Si no pitan de agregados personas de alto standing es porque los dirigentes del Opus Dei no se lo proponen. Y si no pitan más agregados —intelectuales o no— es por la misma razón. “No interesan”. ¿Y por qué no interesan? Porque a los directores lo de captar intelectuales les importa un rábano, y menos aún si son agregados. Lo que desean es captar numerarios porque de ellos pueden disponer a su antojo, sin traba alguna. Para eso son numerarios. De los agregados apenas pueden disponer. Lo dicen los propios estatutos (Cfr. 10§1). Y si uno no puedo disponer de alguien qué más me da que sea intelectual o que deje de serlo. Hasta su profesión es considerada un estorbo. Se acaba en la contradicción de que “para santificarse en la profesión, la profesión estorba”. Parece tomada de una pieza del teatro del absurdo. Y luego se quejan de que hay gente que no nos entiende. Quien te entienda que te compre, hijo mío.

A mediados de los años sesenta dejó de hacerse “labor” con intelectuales; y se dejó de animar a los numerarios a estudiar Filosofía y Letras, una carrera universitaria española dedicada a ciencias no experimentales, a Humanidades. A los intelectuales jovencitos, a los intelectuales en ciernes, era usual denominarlos inquietorros. Desaparecieron entonces de las metas proselitistas del Opus Dei. Captar a un “inquietorro” para el Opus era todo un éxito. Los comunistas también andaban detrás de ellos. Les hacíamos la competencia. Y había revistillas para estudiantes universitarios. Y nacientes cenáculos intelectualoides para universitarios y “labor” con universitarios. ¡Qué tiempos aquellos en los que el Opus tenía presencia en la Universidad!

Teníamos por misión estatutaria dirigirnos principalmente a los intelectuales. Teóricamente ahí sigue. Pero el Fundador, ante los desmanes doctrinales y las revueltas estudiantiles que acompañaban la celebración del Concilio Vaticano II, dio un golpe de timón. Desde la cúpula del Opus vais a saber cómo comportarse con los intelectuales y con los universitarios: hay que guiar sus pasos con un índice de libros prohibidos. Hay que inculcar en ellos la necesidad de consultar todo cuanto leen, sin olvidar el periódico. Eso es lo nuestro. Para lograrlo, lo mejor es prescindir de cualquier “labor” con aquellos que pertenecen a la intelectualidad, porque, aunque haya entre ellos algún numerario o agregado o supernumerario, no acaban de aceptar de buen grado que controlemos sus lecturas y publicaciones. Para hacer entrar en vereda a los intelectuales, lo mejor es prescindir de los intelectuales. Y los nuestros que estudien Humanidades, consultar cada lectura.

Se acabó así con la presencia del Opus Dei en la Universidad y en los círculos intelectuales. A partir de entonces, ¡a por niños! Se cambió descaradamente la razón de ser —la finalidad— del Opus Dei. El Opus Dei comenzó a necesitar y crear colegios de segunda enseñanza. Lo opuesto al Reglamento de 1941. Dejó de introducirse en el mundo —que era el espíritu del Reglamento de 1941— para crear ambientes propios y un mundo propio en el que recluirse. Se dedicó a algo ya superpracticado por los denostados institutos de vida consagrada; algo déjà vu.

Hay contrasentidos de origen  y otros sobrevenidos, como el que acabamos de mencionar. Vayamos a continuación con uno de los contrasentidos de origen. De los agregados dicen los estatutos que “ordinariamente” viven con su propia familia, ipsorum familia (10§1); pero al mismo tiempo se les prohíbe tener familia propia, por aquello del celibato. Lo de vivir con la ipsorum familia hace referencia “ordinariamente” a los padres; pero los padres fallecen “ordinariamente” antes que los hijos. Átame esas moscas por el rabo. Los numerarios no deben vivir con su familia, sino en la sede de centros sede Centrorum (nº 13) destinados a tareas de gobierno y formación. No me choca nada de que Fazio dijese recientemente que los directores de los consejos locales son muy torpes a la hora de detectar una vocación de agregado y distinguirla de la de numerario. Es que no lo sabe ni el que inventó la vocación de agregado. En la práctica el criterio que se aplica es el de vocacionar para agregado al que no tiene dinero para pagar su estancia en un centro de la Obra y vocacionar para numerario al que tiene esa posibilidad.

La vida es larga. Y “ordinariamente”, al cabo del tiempo, resulta que el agregado puede costear su propia vivienda y manutención, mientras el numerario resulta que puede quedarse en el paro; bien paro en su trabajo secular, bien paro por dejar de tener trabajo interno. Los cargos en la Obra son a término. En otros casos hay supresión del  cargo por reducción de plantilla, por supresión de toda la delegación, o región. También hay inhabilitación por enfermedad o por vejez. Etc. Y a todo esto sin haber previsto una pensión suficiente o haber cotizado a la seguridad social. Es que uno programa unas cosas y luego resultan otras. ¡Qué sorpresa! Es que habíamos previsto la santificación en el trabajo, pero no otras cosas.

¿Qué hacer con los que no trabajan por razón de enfermedad, jubilación, paro, etc. Al final se acaba en el mismo criterio utilizado cuando se pide la admisión en el Opus Dei. Los que económicamente se lo puedan permitir, a vivir en centros de la Obra atendidos por la Administración, incluso aunque sean agregados. Los que no, que se las apañen como puedan.

Las vocaciones de numerario y de agregado parecen estar deficientemente  diseñadas. No hablemos ya de la de numeraria auxiliar. Se basan en criterios circunstanciales y cambiantes. Desde luego Dios no las diseñó. Las diseñó como Dios le dio a entender —nunca mejor dicho— un Fundador, en una época en la que en el Opus Dei no había más que gente joven y no se planteaban problemas del tipo indicado. No son vocaciones divinas. Dios no llama a ingresar o a perseverar de por vida en una vocación que está al albur de circunstancias del momento. La llamada “vocación divina al Opus Dei” tiene poco de divina y mucho de vacilante y dubitativa improvisación humana y de invento humano. 

Queda todavía pendiente la cuestión de ¿Qué misión es la mía, al margen de cuál sea mi lugar de residencia y mi trabajo? Descartado lo de la “labor” con intelectuales —ha dejado de interesar— y lo de ser sacerdote —lo nuestro inicialmente es vocación laical—, esa misión sólo queda clara en el caso de las numerarias auxiliares. Tan clara que, si no rinden suficientemente por ponerse enfermas o por lo que sea, procuran largarlas a casa de sus padres, como le pasó a Leonisa. En los demás casos la “misión” es difusa.

La actual “misión” del numerario medio resulta poco atrayente: hacer de chófer o de comodín de una delegación o de profe o director en un colegio de Fomento de Vocaciones S.A. o de director de un Colegio Mayor o de un club de niños. Al final todo se acaba sabiendo. Ofrecer eso como misión vocacional carece de garra. Y uno acaba preguntándose: ¿Qué pinta un tío como yo en un sitio como este?

Con lo hasta ahora expuesto, me parece que es más fácil dar respuesta a la pregunta inicial: ¿Fui del Opus Dei o me lo han sido? ¿Soy del Opus Dei o me lo han sido? Yo contestaría: vocación tuve; pero no fue una llamada de Dios, me llamaron los del Opus. Fui uno de los de a por 500. Se aprovecharon de mi deseo de ser bueno, con el señuelo de santificarme en la profesión por mí elegida. Pero no hay quien la santifique ni podemos santificarnos con las directrices y planteamientos que nos imponen.

La problema gorda no está en mi caso individual —que es lo de menos y tampoco es para tanto— la problema gorda es el sistema, el montaje, los criterios, las incongruencias, las contradicciones, los engaños. Si el Opus Dei se viene a menos, si mengua, no es por causas exógenas, sino endógenas.

Gervasio




Publicado el Friday, 21 January 2022



 
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