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 Libros silenciados: Relación de los sacerdotes de la prelatura con los laicos del Opus Dei.- Gervasi

125. Iglesia y Opus Dei
Gervasio :

 

Relación de los sacerdotes de la prelatura con los laicos en el Opus Dei

Gervasio, 28/02/2022

 

La relación de los sacerdotes de la Prelatura “Opus Dei” con los laicos de esa Prelatura no es igual a la que se da entre los sacerdotes de una diócesis con los fieles de esa diócesis.

Una persona se incorpora a una concreta diócesis, mediante el bautismo —lo más usual— o mediante conversión. De esa manera esa persona pasa a ser un fiel más de la Iglesia católica. En el caso de la Prelatura Opus Dei no sucede lo mismo. Esta prelatura no está facultada para incorporar fieles mediante bautismo o conversión. Sólo puede recibir en su seno a católicos; es más, a católicos no solamente bautizados, sino también confirmados. El ya católico sólo puede incorporarse a la Prelatura Opus Dei mediante contrato, pero no por bautismo o conversión. Para realizar el acto de incorporación al Opus Dei, necesita ser mayor de edad, que comienza a los dieciocho años…



Los derechos y obligaciones correspondientes a ambas prelaturas —la diocesana y la del Opus Dei— son también muy distintos. Mediante la incorporación de un individuo a la Iglesia católica éste adquiere los derechos y deberes propios de los fieles católicos, que están especificados en lo cánones 208 y siguientes del Código de Derecho Canónico. Mediante la incorporación de un individuo al Opus Dei, por el contrario, el incorporado no pasa a adquirir esos derechos y obligaciones, que ya había adquirido por su condición de católico, sino otros nuevos y distintos derechos y deberes, que constan en el Código de Derecho particular de la Prelatura Opus Dei de 1982. Constan allí, pero se niega la posibilidad de conocerlos. Ese desconocimiento, a la larga, acaba jugando en contra del Opus Dei. Este código particular, por supuesto, no es de aplicación al resto de católicos.

No existe un único contrato de incorporación al Opus Dei, sino que existen siete modalidades de incorporación, según la incorporación sea en calidad de numerario, de agregado, de supernumerario, de numeraria, de numeraria auxiliar, de agregada y de supernumeraria. Cada una de estas siete modalidades comporta distintos derechos y obligaciones. Los derechos y obligaciones de los numerarios no son exactamente iguales a los de las numerarias. Estas, por ejemplo, deben dormir sobre tabla. Las numerarias auxiliares, no. Los numerarios deben dormir en el suelo —no exactamente sobre tabla— una vez por semana. Con los agregados desconozco qué es lo que pasa. Me imagino que no será obligatorio.

Por pertenecer al Opus Dei, los sacerdotes numerarios no tienen obligaciones y derechos distintos que los numerarios no sacerdotes. De esto el Fundador se sentía muy orgulloso. Y lo expresaba con estas o parecidas palabras: en el Opus  Dei los sacerdotes y los que no lo son, formamos una sola clase. En efecto, en las órdenes y congregaciones religiosas generalmente clérigos y laicos no forman una única clase, sino que tienen distintos derechos y deberes. Los sacerdotes del Opus Dei no tienen ciertamente los mismos derechos y deberes que los numerarios laicos; pero esas diferencias no se deben al Código de Derecho Peculiar de la Prelatura, sino al Código de Derecho canónico.

Esa identidad de clase tiene su costo. Los numerarios laicos debíamos comportarnos como sacerdotes a determinados efectos —estudiar dos años de filosofía y cuatro de teología, no asistir a espectáculo públicos, guardar celibato etc.,— pero como laicos estábamos obligados, además, a tener un trabajo profesional, vestir como laicos, hacer el servicio militar, etc. El resultado era y es una mezcla de laico y sacerdote, llamado numerario. Ha de comportarse como quien se está preparando para el sacerdocio —cual seminarista— independientemente de que tenga o no como meta ser sacerdote. Además debe disimular su condición de seminarista a perpetuidad, lo mejor que pueda. Se le exige esa simulación. Me parece que algo parecido les sucede a las numerarias. Saben que no llegarán a sacerdotisas, pero deben comportarse como si fuesen sacerdotes, estudios filosóficos y teológicos, llevar charlas fraternas, impartir pláticas y demás.

Los sacerdotes incardinados en la Prelatura provienen de las filas de los numerarios y en mucha menor medida de los agregados. Los sacerdotes de la Prelatura se ordenan al servicio de la prelatura. Así, pues, el llamado en los estatutos presbiterio de la prelatura tiene por pueblo sólo a los que son del Opus Dei: numerarios, numerarias, numerarias auxiliares, agregados, etc. Para ejercer su ministerio sacerdotal con el pueblo cristiano, con personas que no son del Opus Dei, deben recabar del Prelado diocesano las facultades ministeriales oportunas (Cfr. Declaratio de Praeltura Sanctae Crucis et Operis Dei, IV, b).

En suma, el Opus Dei tiene el mismo tipo de “presbiterio y pueblo” que la Orden de Predicadores —los dominicos— que, como el Opus Dei, tiene también su rama femenina encargada entre otras cosas del servicio doméstico. Solo pueden ejercer su ministerio en relación con las personas que forman parte de su Orden. Para con los demás deben obtener las facultades ministeriales oportunas del Prelado diocesano. No se las otorga el Papa de Roma, sino que se las otorga el prelado diocesano, si es que lo tiene por oportuno, por supuesto.

El pueblo cristiano se caracteriza por no estar dividido en dos ramas —masculina y femenina— como sucede con las órdenes y congregaciones religiosas. En el pueblo cristiano tampoco sus componentes están clasificados en las categorías de numerario, supernumerario y agregado. En suma, el Opus Dei carece de presbiterio y pueblo propios. O si te empeñas, tiene un presbiterio y pueblo muy especial, en el que hasta existe un cargo especial para las mujeres, denominado Sacerdote Secretario Central, o Vicario Secretario Central.

Los del Opus Dei viven en un mundo de ficción. Juegan a que en su seno hay un presbiterio y un pueblo cristiano. Una niña trata a su muñeca como si fuese una criatura de verdad. Le compra vestiditos. La acuesta para que duerma. Lo propio hacen un chico o un mayor con su tren eléctrico. Procuran que tenga todos los elementos propios de un ferrocarril de verdad: estaciones de tren de pasajeros, locomotoras, recorridos entre bosques y demás zarandajas. No sólo hay juegos de niños, los hay también para personas mayores. El ajedrez, aunque también lo practican los niños, es sobre todo juego de personas mayores. Tiene una rey y una reina, caballos, torres, peones. Tiene hasta obispos, porque en inglés a los alfiles los llaman bishops. Pero no son obispos ni torres de verdad. Son de juguete. En la ceremonia del 27 de diciembre de 2017, que reseñé en Al que de ajeno se viste, en la calle lo desvisten 27-I-22, se jugó a que Ocáriz era obispo y el oratorio de Santa María de la Paz, su iglesia catedral. Los juegos de rol son peligrosos, porque a veces los que los practican acaban confundiendo el juego con la realidad.

En el Código de Derecho Peculiar de la prelatura se juega a que en la Prelatura hay un Presbiterio y unos fieles. Lo que realmente hay son unos sacerdotes y unos hombres y mujeres vinculados por un contrato de incorporación —copiado del de los religiosos con su admisión, oblación y fidelidad— a una institución cuyos derechos y obligaciones no son los del pueblo cristiano, sino los derivados de unos estatutos aprobados por la Santa Sede en 1982, tras reformarlos  don Álvaro y sus ayudantes. Las personas agrupadas del modo dicho, en manera alguna pueden ser consideradas pueblo cristiano, sino pueblo del Opus Dei.

Por añadidura el Opus Dei tiene unos clérigos y unos laicos, que también dependen del Prelado diocesano. El Prelado diocesano es en no pocas cosas prelado del prelado de Opus Dei y prelado de las personas del Opus Dei. Por ejemplo, los del Opus Dei no pueden tener oratorio en su casa, si no es con la venia del ordinario diocesano. Del Prelado diocesano dependen en cuanto fieles; del Prelado del Opus Dei, en cuanto personas a él incorporadas y sólo durante el tiempo que subsista esa vinculación, que generalmente dura sólo unos años.

En ese mundo ficticio propio del juego, el papel desempeñado por las gentes de la Prelatura es el propio de un juego de rol. En los Catecismos de la Obra se alecciona a los catequizandos en la idea de que para ellos el Prelado del Opus Dei es su obispo. Pura ficción, porque no lo es. Juegan a que el Prelado del Opus Dei es el obispo y los catequizandos, los fieles que el Prelado tiene asignados. El juego no resulta demasiado verosímil, porque, por ejemplo, al bautizar a sus hijos han de acudir al párroco del lugar, lo mismo que para casarse y para otros menesteres. Les inculcan también que esos sacerdotes no son buenos pastores para ellos, sobre todo para confesarse. El párroco, sin embargo, es su pastor natural. El del Opus Dei es más bien un zurupeto, un entrometido en esa relación.

Los juegos de rol no son juegos competitivos, sino de colaboración. Todos deben colaborar en aceptar ese mundo de ficción. Todos deben colaborar en que las reglas de juego funcionen correctamente. Con correcciones fraternas, si hace falta. Si el juego consiste en que hay un malvado asesino que cada día mata a un cursillista —jugamos a eso en un curso de verano—, todos deben colaborar en el mantenimiento de las reglas de esa ficción. El asesinado sólo puede manifestar el momento y el lugar donde ha recibido la tarjeta de muerte. No hay vencedores ni vencidos, sino sólo colaboradores para fingir que uno es asesino y para descubrir quién es ese asesino en base tan sólo al lugar la fecha y la hora del asesinato. Fulanito no ha podido ser porque tenía coartada. El otro tampoco por no sé qué. Cada uno —asesino, asesinados, policías— deben de desempeñar bien su papel, para que el juego funcione. Han de seguirse a rajatabla las reglas del juego que estableció su inventor. Todos felices al representar esa ficción.

Las reglas del juego con frecuencia van cambiando a voluntad del director del juego: antes había que trabajar en las Universidades, ahora en los colegios; antes las mujeres no tenían que usar pantalones, ahora sí; antes el fin del Opus Dei era buscar la perfección cristiana, ahora lejos de nosotros buscar tal cosa; antes votos, ahora, no; antes licores, ahora ley seca. A veces como consecuencia de cambiar las reglas de un concreto juego, se acaba por transformar en un juego distinto.

La regla de que hasta los sacerdotes deben tener un trabajo profesional, ha mucho que ha caído en desuso. La idea, criterio, norma, principio o lo que sea de que hemos de santificarnos en el ejercicio de nuestro trabajo profesional, resulta cada vez más inverosímil. También esto ha cambiado. Con las constituciones de don Álvaro (q.e.p.d.) el numerario ideal es el que no trabaja nada más que para la Prelatura (Cfr. Estatutos 1982, 8§1); no el que tiene un trabajo profesional que no abandona (Cfr. Constituciones 1950, n.15).

El gran fracaso del director de un juego de rol, deriva de que llega un momento en el que, de tanto ocultar los cambios de las reglas de juego y del papel que a cada uno le corresponde representar, el interesado en seguir el juego no sabe bien qué es lo que tiene que hacer. Los numerarios andan muy desorientados. Las numerarias también. No hay cosa que más desoriente a la gente obediente que no saber en qué tienen que obedecer. ¿Qué he de hacer, Dios mío, aprender alemán o dar clases de cocina en un colegio de Fomento? Procuremos no ser vírgenes necias, fue el famoso aliciente de un comentario del Evangelio. ¿Para esto he renunciado yo a tantas cosas? Las únicas que  saben bien lo que tienen que hacer son las numerarias auxiliares: dieciocho horas de trabajo al día, en vez de ocho. En este caso lo que las aleja de la vocación es conocer demasiado bien lo que tienen que hacer.

Cambiar el Opus Dei de instituto secular a prelatura personal no ha servido para nada. Tampoco ha servido de mucho sustituir los antiguos votos por unos contratos. ¿Tanta alharaca y tanta intención especial para acabar en lo mismo? No hemos ganado ni en consideración social, ni en consideración eclesial. Uno se pregunta ¿a qué estamos jugando? Los afiliados al Opus Dei acaban por no sentirse atraídos ni por el juego, ni por el personaje que les corresponde representar en ese juego. Es propio de todos los juegos, incluidos los de rol, que se pasen de moda y sean sustituidos por otros. Hay un determinado momento en que dejan de interesar.

Gervasio

 




Publicado el Monday, 28 February 2022



 
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