Una de las cuestiones más dramáticas del Opus Dei es que no se puede saber cuándo dice la verdad. Sabemos cuándo no la ha dicho (las fecha de las cartas fundacionales, el número de socios en 1975, etc.) pero luego no podemos saber cuándo la dice, porque es incomprobable.

“Es verdad porque lo digo yo”: dicho principio de autoridad es el principal fundamento que utiliza el Opus Dei para respaldar sus afirmaciones (siguiendo los modos de Escrivá).

Por eso le creímos, por ejemplo, cuando nos dijo que nunca seríamos religiosos, y sin embargo nos obligó a vivir una vida propia de religiosos, de la cual no tomamos conciencia -pese a la evidencia- por la confianza que teníamos en que nos decía la verdad (sumado a la ignorancia de la vida conventual).

Por eso le creímos cuando nos dijo que la prelatura era simplemente un cambio de traje jurídico donde no cambiaba nada y que los laicos eran miembros plenos de la prelatura igual que los sacerdotes. Más aún, porque le creímos es que jamás dudamos ni pensamos que nos pudiera engañar en materia tan grave como esa.

Hay documentos históricos internos a los cuales hace referencia muchas veces, pero ¿cómo saber que esos documentos son auténticos? No deja que nadie acceda libremente a su archivo histórico (cfr. Rocca), salvo de manera excepcional y limitadísimamente. Por lo cual hay un solo interlocutor -el mismo Opus Dei- de su historia institucional (semejante a lo que sucedió con el relato de los testimonios para la beatificación, algo totalmente controlado por el Opus Dei).

Sabemos cuándo no ha dicho la verdad, pero no sabemos cuándo sí la dice, no hay modo de comprobarlo, porque en última instancia en el Opus Dei hay que creer, más que saber.

Y esa es una de las razones más importantes para desconfiar del Opus Dei, en todo sentido.

E.B.E.