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ZOOM | JAVIER ORTIZ

«¡Milagro, milagro!»


El Mundo. Fecha: 6-12-2001


Gaetano, el simpático y gesticulante protagonista de Ricominciare da tre (1980), la desternillante opera prima del multifacético Massimo Troisi hoy más que famoso por su postrera El cartero y Pablo Neruda , le explicaba a un amigo la diferencia que hay entre un «milagro, bueno, sí: milagro» y un «¡¡¡milagro, milagro!!!». Le decía: «Tienes un brazo que se te ha quedado paralizado. Te encomiendas a un santo y, al cabo de tanto, puedes mover otra vez el brazo. Eso es un "milagro, bueno, sí: milagro". Pero imagínate que eres manco; que te falta el brazo entero, desde el hombro.Te encomiendas al santo y, ¡zas!, te sale un brazo nuevo, perfecto, con su mano, sus deditos y todo. Eso es un «¡¡¡milagro, milagro!!!"».

Puedo entender el deseo del Vaticano por canonizar a don Josemaría Escrivá de Balaguer. Me constan los excelentes lazos que el papa Wojtyla tiene con el Opus Dei. Sé que son, incluso, más que excelentes: íntimos. Pero he de reconocer que me ha decepcionado por entero la relación de milagros que la Santa Sede atribuye al fundador de la Obra. Sólo dio el pasado día 20 constancia pública de uno, y ese uno entra por entero, además, dentro de la categoría troisiana de «milagro, bueno, sí: milagro». Se trata de la inexplicable curación de un médico extremeño, Manuel Nevado, que sufrió una radiodermitis en una mano. La radiodermitis tiene muy mal pronóstico y, de haber seguido su evolución normal, habría forzado la amputación de varios dedos del doctor. Pero se le pasó.

Don Manuel lo atribuye a que rezaba con mucha devoción a Escrivá de Balaguer (aunque no consta que rezara sólo al fundador del Opus Dei, e incluso sea verosímil que sus oraciones tuvieran un mayor grado de diversificación).

Bueno, pues la verdad: puestos en ésas, me da que podrían promoverse la tira de canonizaciones. Sin ir más lejos, yo mismo tengo un familiar muy cercano que, en su más tierna infancia, padeció una enfermedad catalogada hasta entonces -y hasta mucho después como incurable. Incurable y mortal. Nada de quitarle unos dedos y ya está: de las que te llevan irremisiblemente al otro barrio.

Los médicos nunca se explicaron que sobreviviera. «Es milagroso», decían. Pero, claro, como todos sus próximos éramos tirando a agnósticos, quedose el Cielo y no digamos don Jose María Escrivá de Balaguer para mejor ocasión.

Ahora me arrepiento: lo mismo hubiéramos podido promover una canonización familiar.

O haber atribuido la curación a San Ignacio de Loyola, para chinchar.

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