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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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Autor: Satur

1. Josecar anda erre que erre... (4-3-2004)
2. ¿Qué has hecho del pasado?... (20-3-2004)
3. Se ha escrito esta semana sobre temas... (4-4-2004)
4. Esta Semana Santa coincidimos La Piedra y yo... (11-4-2004)
5. Muy buena la anécdota de Salomé... (20-4-2004)
6. Sigamos con más anécdotas... (5-5-2004)
6. Asomarte a los orejas es... (9-5-2004)
7. Quizá sean las frases más citadas... (16-5-2004)
8. Sigamos con más anérdotas... (23-5-2004)
9. ¡¡¡Más Anérdotas!!!... (30-5-2004)
10. Hanibal Lecter a su lado era una catequista... (5-6-2004)
11. La Piedra, antes de irse a trabajar... (13-6-2004)
12. De cómo salvé de morir quemada a una agregada (28-6-2004)
13. De cómo salvé también abrasada a una hermosísima chica de san Rafael (5-7-2004)
14. Anercdotones de noches de verano (11-7-2004)
15. ¡Venga ya, hombre! (16-7-2004)
16. Oye, Ferrán... (25-7-2004)
17. Llama muchísimo la atención (9-8-2004)
18. Un tipo muy enamoradizo (16-8-2004)
19. La cosa sexual (23-8-2004)
20. Regreso de un viaje profesional... (27-8-2004)
21. Me cita Josecar en un asunto... (6-9-2004)
22. Nos escribió Conchita Regojo (10-9-2004)
23. Creo que Tomás no insulta en su escrito (12-9-2004)
24. Pillaste, Josecar (21-9-2004)
25. ¡¡¡Vaya la que se ha armado con Josecar!!! (1-10-2004)
26. En la opus se anima con machacona repetición (13-10-2004)
27. Al sobrecogedor relato de María Cristina... (17-10-2004)
28. En la última correspondencia de Pentium... (24-10-2004)
29. Hace una mañana lluviosa y fría (31-10-2004)
30. ¡Ayyyy la política! (7-11-2004)
31. Más anécdotas (Última entrega 19-11-2004)



¡Sigamos con más anérdotas!

Organizar una convivencia de estudio de un fin de semana para chavales de catorce años fue uno de los millones de errores que he hecho en mi vida –ése creo que fue el mil millones trescientos mil doce.

No sé, un día de mayo te levantas emocionado y piensas que es la mejor idea que jamás haya tenido nadie: encerrarse de viernes a domingo en un chalet de un papi chachi, cerca del mar, en un ambiente sereno, relajado, monacal, y dedicarse a estudiar a saco. Sólo estudio. Algún acto de piedad para que sean piadosos –Misa, Rosario, Oración, lectura, examen- y estudio. Ciento por ciento estudio.

Fuimos veintitantos; tres mayores –más que mayores yo nos llamaría “grandes” (por la estatura), y veinte chavales con la bolsa repletas de libros, apuntes de ocho asignaturas y todo tipo de material de escritorio. Desde luego motivados sí que iban, todo hay que decirlo.

El primer día acabaron hartos de estudiar. Las horas se les habían hecho larguísimas y al llegar la noche estaban como motos, eléctricos. Montamos una tertulia musical de desfogue total. Canciones tipo “Cuando bajo del autobús, ¡tica,tac, tiquitiqui tic, tac!... yo no sé que pasará, ¡tic, tac, tiquitiqui tic, tac!...”, o “an de river son babilon”, o “sí yo caí enamorado de la moda juvenil...” Horas de horteradas en cascada, una tras otra ininterrumpidamente. Pero, nada, el remedio fue peor: más eléctricos. Yo, como Moisés, necesitaba que alguien me sujetara la guitarra porque mis brazos, agarrotados por horas de rasgueo frenético, decaían y, entonces, perdíamos la batalla; había que agotarlos, así que continuamos “¡¡¡hoy hay paella, qué delicioso majar...!!!”. A morir. Al fin, a eso de las tres y media de la mañana, caímos rendidos. Había pasado la primera noche, pero quedaban dos días por delante. Dos largos y tediosos días.

Al día siguiente las ganas de estudiar duraron exactamente dos horas. La sala de estudio improvisada en el chalet parecía una caseta de la feria de Abril, un guirigay. Los grandes procurábamos poner firmes a la peña , “¡¡¡el que no quiera estudiar que salga fuera y que no molesten, joder ya, leche!!!”. Efectivamente: allí nos quedamos los tres grandes con don Empolloncín Güevetes mientras los demás campaban a sus anchas por el pueblo, la playa y donde les petaba.

Nos reunimos los grandes y decidimos que ya que no podíamos enfrentarnos a ellos, nos uniríamos y encauzaríamos la convivencia. Un ratín de estudio por la tarde y, hala, a pasarlo guapamente por el pueblo.

Y allí, en ese mismo instante, se nos ocurrió que podríamos jugar al “Buen Samaritano”. Maldigo esa hora, esa idea, que aún hoy, sólo de recordarla, me produce sudores fríos y temblor de manos. Me cuesta teclear el ordenata.

El Buen Samaritano consistía en lo siguiente. Un chaval se echaba largo en la carretera simulando que había tenido un accidente, pasaba un coche, paraba para auxiliar a la criatura, y cuando ya había salido del automóvil y se dirigía al moribundo, éste se levantaba corriendo y salía huyendo –ante la perplejidad del sujeto– y salíamos de detrás de un seto veinte tipos aplaudiendo y gritando al unísono “¡¡¡EL BUEN SAMARITANO!!! ,¡¡¡EL BUEN SAMARITANO!!!. Y eso nos divertía que no veas, colegui.

Contado así parece una tontería, pero la verdad es que adornábamos bastante el simulacro de accidente. El chaval se sentaba en la carretera con una bicicleta a su lado. Cuando escuchaba llegar un coche se echaba rápidamente al suelo, la cara llena de mecromina, despatarrado e inconsciente y, simultáneamente (importante dato), daba un golpe a la rueda de la bici para que pareciera que se la acaba de dar bien dada. El efecto de la rueda girando y el chaval inconsciente era decisivo para el éxito de la empresa. Mientras , los demás nos ocultábamos en un seto en el otro lado de la calzada a esperar.

Cayeron buenos samaritanos como moscas. Afónicos quedamos de tanto “¡¡¡EL BUEN SAMARITANO...!!!. Y cada samaritano pedía otro, y otro... Y cada chaval quería ser protagonista de su samaritano. “¡¡¡Ahora yo, porfa!!!”.

No sé cuantos samaritanos llevábamos, sé que era ya de noche y que quedaban pocos candidatos de accidentados, cuando sucedió lo peor.

Uno de los chavales , la verdad, era bastante cortito, y no paraba de pedir su samaritano. Se llamaba Jaime y era de apellidos aristocráticos. Yo no las tenía todas conmigo porque el crío era de esos que le decías “Jaime, mira a ver si hay café en la cocina”. Se te quedaba mirando un rato en silencio y te soltaba “¿cuál fue la pregunta, profe?”. O le decías “ Jaime, ¿has traído ropa de deporte?”. Y contestaba, después de un prolongado silencio mirándote fijamente, “ cuál fue la pregunta, profe?”. Claro, con esos mimbres...

Bien. Le instruímos en el arte escénico -Jaime estaba nerviosísimo al lado de la bicicleta–, y nos ocultamos detrás del seto. Se escuchó el ruido de un motor y aparece un pedazo de autobús del tamaño de un buque.

El autobús, que iba muy lento, paró justo delante del seto. No podíamos ver a Jaime. Los grandes nos miramos. Máxima preocupación. ¿Dónde estaba Jaime?; aunque el autobús nos impidiera verle, si él había seguido el plan previsto, tendría que haber salido corriendo. No salió. Decidí acercarme.

La escena que encontré me dejó alucinado: Jaime en el suelo, haciéndose el inconsciente, rodeado de decenas de gentes del autobús que intentaban reanimarlo. Al parecer el chaval, al observar el autobús, la rapidez con que frenó y bajó en su ayuda, no le dio tiempo a reaccionar y decidió hacerse el muerto. Un tipo que decía ser auxiliar de enfermería le atendía con preocupación “ ¡NO LO MUEVAN,POR FAVOR!!! ¡¡¡ NO LO TOQUEN!!!... Este muchacho tiene una lesión muy seria, se ha dado en la cabeza.” Alrededor del accidentado podríamos estar una veinte personas pendientes de él.

Yo no sé lo que pensaba hacer Jaime –aunque la verdad es que lo estaba haciendo muy, pero que muy bien-, así que pensé acercarme para que me oyera y de este modo, al reconocer la voz amiga, hiciera como que despertaba y asunto zanjado.

- No creo –dije en voz alta y tocándole el brazo-, quizás es sólo una contusión.

Jaime, nada, como si estuviera en coma.

En estas estábamos cuando para un coche. Se acerca un tipo duro, observa la situación y dice muy chulo él.

-Este chaval no tiene nada.

- ¿Cómo que no tiene nada? –le expeta el enfermero. Mire, yo soy auxiliar de enfermería y este crío tiene algo muy, pero que muy serio. Es posible que esté en coma, fíjese si es erio o no es serio. Además usted acaba de llegar y nosotros hemos visto como se la ha dado con esta bicicleta.

- Usted será auxiliar de enfermería, pero yo hace dos horas me encontré a este mismo chaval, en este mismo sitio, con esta bicicleta y con esa cara echa polvo, y yo he parado, y cuando he ido a socorrerle ha salido signando con la bici y luego han salido una panda de imbéciles de allá y me han comenzado a gritar “El buen samaritano, el buen samaritano”.

Nunca he sido un hombre valiente, lo reconozco, iba para Tarzán de los monos y me quedé en le mono de Tarzán, así que viendo el cariz que tomaba el asunto, decidí retirarme silenciosamente, pasito atrás, pasito atrás, y como San Pedro, esconderme en la noche. Fui al seto y ordené regresar al chalet.

Volví. El hombre aquel cogió a Jaime de los hombros y le grita.

- ¡¡¡Mira chaval, o te levantas ahora mismo o te llevo a comisaría y te meto una denuncia que arde el basto!!!.

Oír eso Jaime, y como Lázaro, veni foras. Algo increíble. Dio un bote y se plantó delante de todas esa muchedumbre que no daba crédito a lo que veía: un segundo antes hubiesen jurado que ese niño se debatía entre la vida y la muerte y ahora, allí, delante de ellos, les miraba como si nada.

- ¿DÓNDE ESTÄN TUS AMIGOS?; ¿EH?, ¿DÓNDE ESTÁN?.

Pensé que Jaime le diría “¿cuál fue la pregunta?”, pero no. Rompió a llorar. La gente subió al autobús entre reproches, insultos al niño de mieeerda y consideraciones sobre como está la juventud y cosas así. Yo, viendo que me iba a quedar a solas con el marrón, volví a marchar y esconderme en el seto. Sí ya lo sé: el capitán es el último en abandonar el barco.

El hombre le dio un sermoncete a gritos, pero por suerte debía de tener prisa y le dejó después de desfogarse un buen rato.

Aquella noche hicimos todos un juramento de no contar nada de esto a nadie, ni en casa ni en el colegio ni nada.

El lunes me llamó el director del colegio y me metió tal paquete, de tal intensidad, que al terminar y decirme “ ¡¡¡¿TE HA QUEDADO CLARO?!!!, ¿¡¡¡ TE HA QUEDADO CLAROOOOOOO?!!!”. Estuve a puntito de contestar: ¿Cuál fue la pregunta, profe?”

¿Cuál es la pregunta?

 

¡¡¡Más anérdotas!!!

Daba un curso de preparación para la Primera Comunión en un colegio de cuyo nombre no quiero acordarme. Era un colegio de provincias donde en cada aula se juntaban especies de lo más variado: desde el niño de familia top ten supersocorro que me ataca un Lacoste hasta el urco que le decía a su pápa “pááápa, que me duelen los ojos”, y el pááápa le contestaba “no te de preocupes, Riíííchar, que eso es de que vas a romper a leer”. No era fácil aunar intereses y formar según un criterio común. Pero, bueno, la verdad es con los años te haces a ese paisaje y te acostumbras a todo.

Entonces yo era un experto en preparar a niños para la Primera Comunión. Y a sus padres. Tenía mis charlitas preparadas, con sus anéldotas, sus referencias al Evangelio, sus citas. Modestia aparte, me tenían por un tipo simpa y ameno, y ese encargo me caía año tras año. Aquella tarde impartía una charla para padres en una clase. Serían unas cuarenta personas: treinta y nueve madres y un padre. Un señor de esos que tienen cara de papá preocupado por la formación de sus hijos. Las señoras solían venir vestidas para ser vistas por las demás señoras, o sea, “¡ Tu eres la cacatúa de mi amor, ¡¡¡sí señor!!!”. Una de ellas era nueva aquel curso. No la describiré no vaya a ser que lea Orejas y pringue, pero era asín como muy exagerada y muy excesiva, de esas que van con airbag de serie incorporado.

La charla era sobre la necesidad del sacramento de la Penitencia y en ese momento glosaba la escena del Evangelio donde el Señor perdona a la mujer adúltera. Se percibía en el ambiente un no se qué de emoción contenida. Tiraba a histrión en mis charlas y tenía a punto de Klinex a las damas. Y en esto, sin previo aviso, sin solución de continuidad , en vena, llega la “Airbag” y levanta la mano.

- ¿Sííí...?, dime – le dije con cara de jefe de planta de perfumería del Corte Inglés.

Muy seria va y me suelta.

- Oiga, ¿por qué me ha mirado a mi cuando ha dicho “adúltera”?

Si me pinchan me sacan pegamento Imedio.

- ¿Qué yo qué...?
- Sí, sí, que usted me ha mirado siempre que decía “adúltera”.

Se escuchaban a las mamás diciéndose entre ellas cosas como “Dios mío”, “¡¡¡oiiiight!!!, absolutamente perplejas. Yo apenas podía respirar. Puse cara de tonto –ya la tenía aprendida (ver mi foto en capítulo anterior)-, de “¿cuál fue la pregunta?” y balbuceé.

- Pues no me he dado cuenta, se lo juro... le he mirado a usted como podía haber mirado el pomo de la puerta o qué sé yo... De verdad, sin intención.

- Vale, vale – contestó más relajada.

Todavía tengo pesadillas con esa mujer.


Don J. P. Diodeno Hurt, sacerdote ordenado el curso pasado y de prácticas en el colegio antes de su nuevo destino en otro país, entró en mi despacho arrebolado y exultante. Se encargaba de la dirección espiritual de los niños que aquel año recibirían la Primera Comunión. Esos días les preparaba para su primera Confesión.

- ¡Dios mío, Satur, es increíble notar como actúa el Espíritu Santo en estas almas!. Es, a la letra, lo que decía el Señor, eso de te doy gracias porque estas cosas se las has ocultado a los grandes del mundo y se les has enseñado a los humildes...¡ es maravilloso!.

Tiendo a emocionarme con facilidad- en Buscando a Nemo ya me puse a llorar cuando jiña la madre-, así que ya me diréis. Le pregunté por la causa de tanta fiesta espiritual, que diría la supernumeraria chilena de la película de Tabancura, esa de “iba yo un día con mi niña para la Misssa”.

- Pues, fíjate, les estoy preparando a los de Tercero para la primera confesión, y hoy he confesado a Pedrito. Nos metemos en el confesionario y cuando termina de decir sus pecados y le digo que diga la jaculatoria, recita el niño “Señor, Tú lo sabes todo, tú sabes que soy un GUSANO”.... ¿No es maravilloso?; ¡es lo que decía nuestro Padre!. Y es que además le ha salido de dentro tan espontáneo. Y es el Espíritu Santo, Satur... ¡¡¡cuánto tenemos que aprender!!!.

Mientras le escuchaba sentía como un nudo en la garganta y unas grandes expansiones de querer ser así, un niño en manos del Espíritu Santo. Incluso le glosé a Don J. P. Diodeno Hurt alguna anécdota más de mi experiencia con los niños en ese sentido. Fue una charla enriquecedora.

Al día siguiente entra Don J., P. hecho una furia en el despacho.

- ¡¡¡Mecagüen la gallina Caponata y los críos del turrón!!!.

- ¡¡¡Pero, bueno, ¿qué te pasa?!!!.

- ¿Qué qué me pasa, qué qué me pasa? –contestaba rojo de ira y lanzándome encima de la mesa una cuantas cartelas plastificadas de esas que se colocan en el confesionario por el lado del penitente y que indican las respuestas a la liturgia del Sacramento.

- Tranquilo JP –le calmé- ¿qué es esto?..

Las cartelas estaban muy bien falsificadas, eran igualitas a las originales, salvo que donde tendría que escribir la jaculatoria “Señor , Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”, se escribían variaciones algo curiosas tipo la del GUSANO –que no era la peor. Al parecer J. P. se comenzó a mosquear cuando el primer niño que confesó aquel día le contestó al requerimiento del sacerdote para que expresara su contrición “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que soy un auténtico y verdadero EXCREMENTO” (¡criatura, ¿qué sabría él qué es un excremento!). J.P. pensó que por mucho que el Espíritu sopla donde quiere, aquello era más bien diabólico.

Calló el sacerdote. Entra otro niño. Y cuando llega la jaculatoria.. ¡¡¡lo mismo!!!: que es un auténtico y verdadero EXCREMENTO. Así que se mete en lado del penitente y pilla que la cartela está falsificada y, lo que es peor, debajo del reclinatorio hay más falsificadas –se supone que para más atentados contra el sacramento perpretados, lo supimos más tarde, por dos alumnos de bachillerato: dos auténticos cabroncetes.

Eran cuatro las cartelas falsificadas y perfectamente plastificadas. En otra decía ser el penitente “UN EPILÉPCTICO SIN PAR”. Se jugaba con la inocencia de los niños que no tenían ni idea de que significaba eso y repetían como loros lo que veían escrito.

J.P. Diodeno Hurt dejó de visitar unos días el despacho y omitimos hablar durante un tiempo de la acción del Espíritu Santo en las almas.

Don Manito Ándale de Ya era, cuando le conocí, un sacerdote que dejaba huella: barroco en sus formas, afectado, ampuloso, rococó, histriónico... muy exagerado e imprevisible. Se le tenía por poeta y literato. Él también. Envió una novela al premio Planeta sobre Santa Elena (grandes y muchos debieron de ser los pecados del jurado de aquel año para que la Providencia les hiciera leer semejante ladrillo). En sus días de gloria fue un predicador de masas –las arrebolaba con su verbo encendido y florido- aunque quizás con el tiempo y los años se convirtió en una caricatura de sí mismo. Cuando yo le conocí chapoteaba con gusto en la cursilería sin pudor ninguno. Eran famosas algunas de sus meditaciones –cuando habías asistido a bastantes convivencias con él sabías perfectamente, dependiendo del tema, cual te endilgaba-, donde se recreaba hasta el delirio; por ejemplo, era clásica la escena donde dibujaba la Encarnación “ La Niña, al oír las delicadas palabras de aquel portento de hermosura, cerró los ojos..."

Como muchos sacerdotes de su generación era mandón, aristocrático y tocado por el dedo de Dios en alguna de sus virtudes. Era difícil de parar cuando predicaba y con frecuencia se pasaba en quince minutos la reglamentaria media hora, con el correspondiente mosqueo del director de turno. Más de uno le cortó en seco, así en vena, con un “Santa María Spes Nostra Sedes Sapientiae” que parecía más un modo de decir “vete a tomal pol saco, palizas” que una jaculatoria. La verdad es que se lo ganaba a pulso.

En ocasiones le daba el puntazo y te sorprendía. Él pensaba que eran recursos de oratoria que ayudaban a la tribu a meterse más en la meditación, pero a veces provocaba el efecto contrario: un cachondeo y unas risas flojas que hacían imposible que la meditación siguiera adelante. En un curso de retiro entró en el oratorio –era muy ceremonioso en sus andares– se arrodilla al lado del altar, apoya sus manos sobre el mismo y la cabeza en ellas, y en lugar del consabido “Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí...” después de un largo silencio va y suelta “Hermano mío... vas a hacer un rato de oración delante de este Jesús que lleva dos mil años esperándote...”. Nadie esperaba semejante entrada, así que empezó la peña a darle un no se qué de risa tonta, de despiporre contagioso y de yuyu que se quedó con tres (y uno era sordo).

Uno de sus recursos favoritos era la repetición, el darle aire de misterio a las anécdotas. Una de sus meditaciones comenzaba con un encuentro que tuvo... “en una lejana ciudad, hace muchísimo tiempo, con un niño... ¿o era niña?... no lo recuerdo...” Y contaba la lección que le dio aquella criatura que ahora no viene al caso. Durante la meditación glosó varias veces eso de “ y aquella lección que me dio hace muchísimo tiempo ese niño... ¿o era niña?... no lo recuerdo”. Y terminó diciendo “y esta fue la lección que me dio hace muchísimo tiempo aquel niño... ¿o era niña?... no lo recuerdo” Tanto lo había repetido, y con tanta pasión, que uno de los asistentes, Antonio V. (ya fallecido, y un tipo extraordinario) en la oscuridad de la meditación dijo en voz alta “Don Manito, eso te pasa por hablar con travestis en medio de la calle”.

Y el oratorio se vino abajo.


Hanibal Lecter a su lado es una catequista cantando con sus niños en un fuego de campamento eso de “¡¡¡si los buenos actuamos con las manos, plas, plas, plas...!!!”. Me refiero a una de las personas más excéntricas que he conocido. Un tipo original, irrepetible, inimitable y, por muy fuerte que suene escribirlo, de mente perversa. Su hobby era fabular situaciones, crearlas, hacerlas vida, que provocaran en el personal auténticos ataques de histeria colectiva. Doy fe de ello; lo conseguía. Le llamaremos Arround Degüer.

Arround dedicaba todo su tiempo libre a inventar historias sin fisuras que más tarde, siempre en sintonía con algún amigo, las ponía en práctica con el único fin de dejar a la peña absolutamente enajenada, enloquecida, a punto de infarto. Le ponía eso al chico. Ostenta el record de bajas en un día de un club de chavales: volvieron de un campamento cuarenta, como los de Sebaste, y cuarenta se dieron de baja como socios al día siguiente... ¿Motivo?. Hizo correr el bulo – amañaba muy bien a su gente para que interpretaran muy bien el papel de quien cuanta un secreto oculto en la vida de Arround– que durante años estuvo poseído por el demonio. Los críos picaron, y lo miraban entre asustados e imantados. Arround era un buen actor y se paseaba por el campamento con gesto atormentado y, de vez en cuando, tics que denotaban tensión luciferina. En la última tertulia del campamento alguien –un monitor conchavado con él- le preguntó por ese pasado de posesión diabólica. Se puso muy serio y dijo que prefería no hablar de eso porque, aunque estaba curado gracias a un exorcismo, no había superado esa etapa de su vida. La verdad es que es un actorazo. Los chavales, intrigados por esa biografía oculta, insistieron en que contara cómo fue poseído, cómo se vive con Satán en el cuerpo, quién le hizo el exorcismo... Y Arround comenzó su relato. Conforme pasaba los minutos los chicos estaban aterrados de lo que oían. En un momento determinado, al responder la pregunta de otro compinchado sobre si aún tenía relación con Lucifer, contestó muy serio y acompañado de un pequeño espasmo: -Sí, pero, por favor, no hablemos de eso.

Se siguió hablando. Ya era de noche. Muy de noche. El ambiente estaba en máxima tensión. Le preguntaron que como contactaba con Luzbel. Arround, muy nervioso, contestó que lo podía hacer de muchas maneras, por ejemplo, por teléfono: “si ahora en mi interior le pido al Demonio que me llame, me llama. Siempre. Y puedo hablar con él. Es mi gran tentación. Mi miedo. Mi Cruz.”

Los críos le miraban hipnotizados y aterrorizados. Otro le dice que no se lo cree. Y Arround se arrodilla en el suelo, cierra los ojos, comienza a respirar con jadeos inenarrables y clama con voz de ultratumba “¡¡¡ SATÁN, SATÁN , LLÁMAMEEEEE!!!. Y en ese mismo instante, ¡¡¡patapám!!!, suena el teléfono. Eran las dos de la noche. Los chavales comienzan a gritar, a abrazarse entre ellos, a ir de aquí para allá por la sala de estar, y el teléfono sonando. Arround grita señalando a un chaval“ ¡¡¡tú, coge el teléfono!!!”. El chaval, hipersuperacojonado, le dice que su padre. El teléfono sigue sonando. Arround grita “¡¡¡¿lo tengo que coger yoooo?!!!, ¡¡¡¿por qué me habéis llevado hasta aquíííí!!!”. Y los chavales gritando “¡¡¡no lo cojas, no lo cojaaaaasss!!!”. Y él que sí, que descuelga.

La conversación que tuvo con Lucifer fue ya el delirio... En fin, por abreviar: allí no durmió ni Trazan aquella noche. Al día siguiente devolvimos a los niños a sus padres en un estado cercano al autismo.

El que llamó por teléfono fue uno que estaba en el centro, con el reloj en hora con Arround, que le había dicho “llama a las dos en punto”. No era el demonio, pero casi.

Supongo que a estas alturas del relato más de una, y de uno, pensará que me lo invento. Pues de no. Más aún todavía ya de sí, esta anéldota es nada comparada con la que sin lugar a dudas fue su obra maestra, il capolavoro. Porque asustar a criaturas de diez y once años es fácil, pero tener una noche entera a siete morlacos de dieciocho años con el corazón asomando por la boca no es nada, pero nada sencillo. Vamos a ella.

Arround hizo el centro de estudios en un grupo donde estábamos los desechos de provincias. El centro de estudios es una especie de West Point donde se fraguan amistades , camaradas y coleguis de por vida. Uno de esos camaradas de Arround fue un tal Mateo.

Pasaron los años y Mateo estaba de subdirector de un centro, mientras que Arround vivía en otro centro, en otra ciudad. Un día Mateo organizó una convivencia de estudio para chicos de bachillerato en una casa cerca de la ciudad donde vivía Arround. Se llamaron por teléfono, recordaron viejos tiempos, y Arround le propuso un plan de los suyos. A Mateo le encantó la idea y quedaron en ponerla en práctica el sábado por la noche durante la convivencia. Aclaro que ninguno de los siete chicos conocía de cara a Arround (ojo al dato).

Arround atendía en su grupo de supernumerarios a uno que era policía local, que fue con quien amañó parte de la historia que se iba a montar aquel fin de semana.

Estaban estudiando aquel sábado en la sala de estar de la casa, serían cerca de las seis de la tarde, y aparece en el jardín un coche de la policía y un agente que llama a la puerta.

- Hola, buenas tardes –dice el agente al chico que le abre-, ¿puedo hablar con el responsable de la casa?.

Se acerca Mateo y le invita a entrar a la sala de estar.

- Miren –comenta el policía muy serio– se ha escapado un hombre muy peligroso de la cárcel de tal, que está aquí al lado. Tiene delitos de sangre, ha asesinado a tres personas, e imaginamos, porque no lleva dinero, que no puede andar muy lejos. Si ven alguien extraño por favor no duden en comunicarlo, ¿de acuerdo?.

- De acuerdo, oficial.

Los chavales estaban emocionados, muy excitados con la noticia. Mateo les calmó y les dijo que tampoco era para tanto, que a estudiar.

Una hora después llaman a la puerta. Abre uno de los chavales y se encuentra, asombrado y perplejo, con un tipo que lleva unas esposas colgadas de su mano derecha y una pistola en su mano izquierda, gritándole “¡¡¡ADENTROOOO, ADENTROOOO, QUE TE MATOOOO!!!”. Todos pegaron un respingo al oír los gritos y al ver entrar al tipo apuntando al chaval y ordenando que se tiraran todos al suelo. Los corazones sonaban como cañonazos, y los ojos parecían sartenes. Se tumbaron en el suelo.

Sí. El de la pistola era Arround.

- ¡¡¡QUE NADIE SE MUEVAAAAAAAAA!!!. ¿Dónde tenéis el dinero?, ¿DONDEEEEEEEEE?.

Allí no contestaba nadie.

-Tú –señala a uno- hazme un bocadillo que me muero de hambre, y como hagas algo extraño mato a uno de estos, ¿me oyes?.

Se levanta para hacerle un bocadillo. Y en estas están cuando aparece el coche de policía en el jardín. Los chavales estaban a punto de infarto, pero aún les quedaba pasar lo peor. Arround, al ver el coche, dice “me voy a esconder en la cocina con el del bocata, como le digáis algo al poli lo mato. Voy a escuchar todo así que cuidadito. Ni un gesto, ni nada. ¡¡¡Lo matooooo!!!”.

Llaman a la puerta. Es el poli de antes, el supernumerario.

- ¿ Algo extraño?. ¿Han visto a alguien?.

- Que vaaaaa –responden al unísono– nada de nada de nada. Todo OK, agente.

- Oye –dice el poli- ¿no tendréis una cocacola?, hace un calor que no veas.

Se miran todos. Joder, se le ocurre al tío, precisamente ahora, pedir una cocacola.

- Pues no. Iremos a cenar al pueblo –contesta Mateo.

- ¿ Y un vasito de agua?.

Hala, a por agua. Entra en la cocina el chaval y ve que Arround apunta a su compañero retenido. Arround hace un gesto como diciendo “cuidadín que me lo cargo”.

El poli bebe el vaso y se marcha dando las gracias. Alivio en el personal. Sale Arround de la cocina.

- AL SUELOOOOOOO TODOS. ¿DÓNDE ESTÄ EL DINEROOOOO?:

Va a buscarlo Mateo y, en estas están, cuando entra el policía por una ventana que estaba abierta, con la pistola entre las manos y gritando “ ¡¡¡QUIETOOOOOOOOOOOOOO, NO TE MUEVAS O TE CEPILLO!!!.

El bote que dieron los chavales tumbados en el suelo al oír los gritos del poli fue antológico. El poli detiene a Arround, le esposa, y todos los chavales, ya envalentonados y viendo al asesino a buen recaudo, histéricos por la tensión pasada, comienzan a increparle con cosas como “¡¡¡cabrón, capullo, gilipollas!!!”, mientras aplauden al poli y le dan palmaditas en plan campeón y tal.

La siguiente hora fue puro entusiasmo por lo sucedido. Estaban exaltadísimos, eufóricos, fuera de ellos mismos, rememorando los hechos. Y en medio de tanta efusión, sin previo aviso, aparece por la ventana abierta un tipo pistola en mano al grito de “¡¡¡TODOS AL SUELOOOOOOOOOOOOOOOO!!!”.

¿Quién era?. Arround de nuevo; pero esta vez, además de las esposa en una mano y la pistola en otra, con el detalle de estar ensangrentado en cara y camisa (un buen detalle, un golpe de efecto).

- ¿ CON QUE CABRÓN, EH?: ¡¡¡QUIËN ME LLAMA A MI CABRÓN, EH?!!!, ¡¡¡QUIÉEEEEEEEEEEEEENNNNNN!!!.

Los chavales estaban absolutamente aterrorizados. Se daban por muertos. Pero aún les quedaba por ver lo mejor.

Se levanta veloz y raudo Mateo y sostiene una lucha cuerpo a cuerpo con Arround, los dos enzarzados en lucha por coger la pistola. Debió de ser todo un espectáculo verlos encomendando a todos los santos para que Mateo venciera.

Venció. Lo noqueó. Lo redujo. Lo maniató. Llamó al poli, que apareció a los pocos minutos, y se lo llevó. Allí los chavales ya no dijeron nada contra Arround pensando, quizás, que a lo peor volvía, viendo el paquete de poli que era el tío.

No sé si los chavales llegaron a saber la verdad de todo este embrollo.Ya sé que suena a penícula. Sin en cambio, es verdad.

Cuando dejé la opus de Dios, Arround seguía en ella.

Arround, menos mal que caíste del lado del bien porque con esa cabeza no quiero pensar donde hubieses acabado, y cómo hubieses acabado.

Brindo por ti donde quiera que estés.

Niño después de una convivencia con Arround Degüer:

Ñino después de convivencia con Arround



La Piedra, antes de ir a trabajar a Pompas Fúnebres, se ha jugado una cena a que no soy capaz de chuparme la punta del codo con la punta de la lengua. Llevo dos horas intentándolo sin éxito, con un principio de tortícolis planetaria. Son las nueve así que me sumerjo en Orejas, descanso un poco, y sigo luego con la lengua a chupetones: ¡estoy a punto!

Pregunta Luis como es posible que Degüer siguiera en la prelatura. Pues de sí. Es posible. Como fue posible que yo estuviese en ella 27 años de mi vida y de mi corazón –sabiendo la de prelatura (y la no prelatura) lo que sabía de mi. Y es que, en agregados y numerarios, una vez que pasas esa difusa frontera de los tres, cuatro, cinco primeros años de entrega Seur, entonces, de allí la única forma de marcharte es diciendo que te vas. No esperes que te aconsejen ellos porque no lo hacen. Y no por nada especial; no existen estrategias meditadas, o afán de que “no se pierda ni uno“, o amor vedadedo... Es, sencillamente, que las cosas son así y, además, allí no manda de verdad nadie.

Allí te dan un encargo de dirección que intentas llevar a cabo siguiendo Vademecums, de Spíritu y tradiciones orales de sospechoso origen que te impiden dar consejos en conciencia. Tengo la impresión de que en la opus hasta el más tonto (sí, ya sé que no hay plazas de tontos, pero alguno he visto: no se me olvidará aquel director, arquitecto de renombre, un Petronio de cincuenta tacos, sienes plateadas y muy piadoso, que en una tertulia de una convivencia de cooperadores comentó “la semana que viene no podré trabajar en tal asunto porque me operan de fimosis”. Hala, tócate los nísperos, chuminín). Digo, que me había divertido, que en la opus hasta el más tonto ha sido alguna vez o director o subdirector o secretario, o vocal de no se qué, incluso “Inscrito”, pero allí no manda nadie.

No era infrecuente encontrarte en un consejo local planteándote de un numerario o de un agregado “qué coño hace un tío como éste en un sitio como éste”, como tampoco era infrecuente que el sacerdote te viniera preocupata con fulanito porque parecía un masón en carnaval más que un numerario... Y allí, a parte de rajar, nadie movía un pelo por remediar la solución. Se hablaba de “hacerle un hombre de vida interior”, de llevarle al médico, de reconvenirle. Y si se te ocurría plantear el aconsejarle su salida, enfocar su vida de otro modo, la respuesta habitual era que no, que venga, que nunc coepit, que Dios sabe más y alabín, alabán, alabín bomba. Había excepciones, pero eran eso, excepciones.

Cuando decidí dejar la opus, un director –uno de los cinco que me escucharon durante esa semana de Pasión- me dijo muy serio después de escuchar mi biografía “tendrías que ir al médico”, y me animó él me acompañaba (¡qué majeteeee!)- a concertar cita en Navarra. Este tenía fama de llevar a Navarra a media delegación así que le dije “a otro perro con ese hueso”. Otro, sacerdote de probada virtud y reconocida santidad, me aconsejó que “hay una medicación que rebaja la líbido y te puede ayudar a someter esas pasiones”. Le pregunté que si de verdad tenía alma sacerdotal, y después de conocer toda mi vida hasta el último rincón, no sería más sensato aconsejarme que intentara amar a Dios de un modo más normal, de tropa, con La Piedra y tal... Respuesta: “es tu problema”. El tío tenía 70 tacos, los suficientes para ejercer una dirección espiritual lejos de normativas y reglas y cerca de eso que Juan Pablo II llama “expertos en humanidad”. Éste era experto en hacer castos a base dejarte el ciruelo empastillado y mustio. ¡Valiente virtud!.

Sí, Luis, Degüer puede seguir en la opus hasta que él decida que eso no es lo suyo, cosa que dudo que alguna vez haga porque está como una absoluta regadera, y lo sabe.

Hay correspondencias en Orejas que te dejan ¡guerapa! total por su sinceridad, a veces descarnada, sangrante y cruda con ellos mismos. A mí me impresiona más eso que el saber si en la opus se actúa asín o asán, o me hicieron esto o lo otro. Sin embargo, creo que ese tipo de personas están muy cerca de eso que se llama vocación. El reconocer las tendencias más bajas –el rencor, la agresividad, la avidez sexual, la vanidad, el orgullo y todas esas mierdecillas que llevamos dentro todos (he dicho todos)– son un buen principio para volver a empezar de verdad (he dicho de verdad). El problema de la purificación, que es el problema que uno descubre cuando ve que anda por caminos de santidad aparente y su realidad es miseria y compañía, no está en no experimentar que uno es un cerdo, o un perro, o un pavo real, sino en alejarse lo suficiente de uno mismo como para reconocerse como tal: soy un cerdo, soy la última mieeeerda que cagó Judas. Es decir, confesar lo inconfesable. De algún modo uno se hace exterior a esas miserias. Se trata de despojar nuestra miseria de su buena conciencia y, con ella, del enorme dinamismo que le confiere el convivir con el ideal. ¡ Cuánto puede lo peor cuando se presenta bajo la máscara de lo mejor!

Si aislamos lo peor de nosotros mismos, sin alimentarlo de mentiras, con ese sentido del humor que da el ver las cosas como algo exterior a nosotros, como si nos viésemos en una película –probablemente provocaríamos en nosotros más risas que lágrimas, más ternura que juicios despectivos-, estamos muy cerca de la inocencia: allí comienza todo tengamos la edad que tengamos.

Sí. A mí hay correspondencias que me admiran por esa sinceridad que está muy lejos de ciertas ascéticas que viven en “el demonio del bien”, y que bastantes conocemos. Esas que para recuperar la paz aceptan la ayuda de la vanidad, del miedo, de tantas cosas, que te hacen pensar que ayudas a Dios (¿qué Dios?); el desprecio orgulloso de la carne y del mundo para ser “puro”; el aislamiento del caracol en su concha de “elegido” como vida interior; la abdicación de la inteligencia adornada con el bello nombre de sencillez de corazón (¡sabrán lo qué es eso!)... Prefiero el pecado con todos sus tormentos, la derrota total, que la victoria con semejantes aliados.

Entre la impureza del mal y la impureza del bien me quedo con la primera: uno es un rostro, con cara y ojos, la mía, y la otra es una máscara... aunque, todo hay que decirlo, mi máscara era preciosa... ¡¡¡mi tessssoorrooooo!!!


De cómo salvé de morir quemada a una agregada potente

Hubo un tiempo en los colegios de Fomento - "Fomento no se hunde, Fomento bucea"- que a álguienes le dio por hacer una revolución psicopedagógica- instructiva- lingüístico- espiritual- docente- cognitiva -afectiva- neuromotora -propedéutica- chachi. Y fueron a por ello. No hay pared, nada me turba, nada me espanta... Se desarrollaron todo tipo de programas que abarcaban el cerebro todo, el neuma sustancial, la centrípeta hemisferial del cónquevo de la refractaria basado todo sí en las investigaciones sobre el aprendizaje temprano, que en su día se denominó "aprendizaje precoz", hasta que cayeron en la cuenta que también existen otras cosas que se adjetivan "precoz", como la eyaculación, por ejemplo, y se fueron a la cosa del "temprano": Proyecto Optimist con pogramas tipo "A toda vela" de lectoescriptura, o el "Small Bird" que facilita al niño a decir " indesainsain tugueder an ever" con soltura, o el programa de Desarrollo lógico-matemático, donde el niño/a manipula objetos y activa destrezas que alucinas, o el pograma de los Bits de inteligencia, de numeración y cálculo, de Audiciones Musicales, el Rincón del Ordenador, el Baúl Mágico, el Vamos de Creciendo en Pool Position, el de Ayuda al Desarrollo de la Inteligencia del niño Rudo y Tardotontín - tuya mía, mía tuya, auambabaluba auan bambú-, Trabajos por Zonas Tócame Roque... En fin, un mundo de estrategias tan variadas como las estrellas del mar, como las gotas del firmamento: la solución final a todos sus poblemas. La madre de todas las estrategias.

Se marcaron pautas para todos los colegios, para cada aula, para los alumnos singulares, para el profesorado todo. Sin embargo el asunto no funcionaba. Los profesores no entraban por el aro, y el que entraba dejaba pelos en la gatera. Cada maestrillo seguía usando su librillo, el suyo de toda la vida, y esa actitud exasperaba a la guardia pretoriana de los Proyectos. Decidieron dar otra vuelta a la tuerca. Se cambiaron directivos para que actuaran de correa de transmisión, se enviaron asesores a los colegios para evaluar y fiscalizar a la peña... en fin, se pusieron a dar la vara en plan Conejito Duracell.

Me tocó asistir a un curso en Madrid donde nos explicarían de un modo práctico las distintas estrategias. Nos encontramos en la sede de un colegio unas treinta profesoras y profesores de primaria de distintos colegios -ella en las sillas de la derecha, nosotros en las de la izquierda- dirigida la sesión por una Señorita ya entrada en años -alguien comentó que conoció el mar Muerto cuando estaba Enfermo-, con una sonrisa muy yujuju que le cuarteaba el rostro como un mapa de los Monegros. La Seño comenzó a explicarnos que era eso del Proyecto Optimist y ni corta ni perezosa nos dice que, venga, que todos al jardín con un papelito y un lapicerito para hacer nosotros lo que deberíamos de enseñar a los niños. Sólo le faltó ponernos un cartelito en el pecho con nuestro nombre escrito y una cuerdecita para andar todos cogiditos de ella. La Seño sonrió con una amplitud que si se llega a presentar al Cuerpo de Correos le dan la plaza de buzón. Fijo que se la dan.

Nos pasamos la mañana como auténticos gilipollas.Ciento por ciento gilipollas. Era lo que se llama un Paseo de Aprendizaje. Nos llevó hasta un arbolito y preguntó "¿qué es estoooo?". Y algunas -la verdad es que en estos temas siempre hay alguna mujer que se emociona toda y se chuta que no veas - gritaban al unísono "¡¡¡un arboooool!!!". Y la Seño "¡¡¡síííí, muy biennnn!!!. Venga escribirlo en el papelito". Y continuaba "¿y que tiene el arbolito?". Y se atropellaban las respuestas" ¡¡¡hojas y ramaaaaaasss!!!". Y Atapuerca "¡¡¡MUYYYYYYY BIEEEEEEEEEEEEEENNNN!!!. Hala, escribirlo en el papelito".

No sigo porque sólo de recordarlo me pongo de los nervios, me sulfuro y me pierdo. Me viene a la memoria el comentario de varios profesores, mientras escribíamos en el papelito "macho, no es posible que yo esté haciendo esto, no es posible". Muchas veces en mi vida me he sentido un auténtico imbécil, muchas, pero esa, sin duda, fue la que más. Con frecuencia tengo una pesadilla recurrente y es una clase con esa mujer, yo vestido con bata, chupando una piruleta y con un globito en la mano haciendo un paseo de aprendizaje.

Al mediodía fuimos a comer, pero antes hubo un aperitivo. Nosotros en un grupo alrededor de una mesa con patatitas fritas, croquetas y bebidas espumosas. Ellas en otro grupo, alrededor de otra mesa. Conversaba feliz con mis colegas sobre porqué las hormigas se ponen tan contentas cuando escuchan a un albañil decir "¡¡¡traedme el hormigón armado!!! ", y en esto que observó que a mi cigarrillo le falta la brasa -el capullo, que dicen en España. Miro en la maga de la chaqueta del que está a mi lado. Nada. Miro en la manga del otro que está a mi otro lado. Nada. Disimuladamente observo detrás de mí y, en efecto, allá está mi capullo (con perdón)... ¡¡¡en el mismísimo centro del culo de una profesora que ignora que dentro de breves segundos su falda arderá y, con ella, todo su pandero!!!. Todo hay que decirlo: si ese pandero fuera una rebanada de pan habría que untarla con un remo. Algo magnífico.

Tenía muy poco tiempo para actuar -sólo yo conocía la situación- y me debatía entre dos opciones contradictorias: o vivía la Caridad y la salvaba de muerte segura, o vivía la Castidad -se empieza con unos golpecitos y luego no sabes como acabas. Elegí la Caridad y lancé mi mano a las llamas... ¡zas, zas, zas!, le di, sin previo aviso, tres palmetazos bien dados en el culo que se oyeron en Bruno Buozzi. La señorita dio un gritito tipo "¡oight!!, y un respingo que le puso la croqueta en el moño de Monegros, mientras todas las que le rodeaban corearon una letanía de "¡pero bueno, será posible!", y cosas así.

Nuestro grupo, el de hombres, hizo la ola: nunca jamás nadie en Fomento le había tocado el culo a una agregada delante de una Alta Directiva.

Traté de disculparme, pero fue peor el remedio que la enfermedad, porque en mi azoramiento le comenté mostrándole mi cigarrillo apagado -lo escucharon todas: perdona, es que se me ha puesto el capullo en tu falda y tenía que apagarlo. Nunca olvidaré esos ojos.

Al terminar el curso me hizo un aparte en el pasillo la Seño y mirándome fijamente me preguntó.

- ¿Crees en el proyecto?

Callé unos segundos y contesté "Sí, creo". Pensé que la siguiente sería "¿renuncias a Satanás?", pero no.

No soy de natural rencoroso, cuando me hacen una se me olvida enseguida, a lo sumo me duran los resquemores dieciocho o diecinueve años, pero no entiendo cómo esa mujer, por muy agregada que fuese, que salvé de morir de las llamas no me dijo un sencillo "gracias, majete".


De cómo salvé también de morir abrasada a una hermosísima chica de san Rafael

He asistido a unos cuantos algunos bastantes UNIVS. Año tras año se repetían las mismas actividades, las mismas visitas y casi los mismos horarios. Todo dependía de donde te tocara residir: si ibas a Roca di Papa, donde el viento da la vuelta, chupabas patera de autobús cosa mala, si era en Tiburtino, pues de mejor... podías perderte por Roma y regresar en autobús de línea a la Residencia.

Ya me referí en una correspondencia a las visitas a Villa Tévere para rezar ante los restos santos de nuestro santo fundador y pasearte por los miles de millones de oratorios, pasillos, escaleras, jardines laberínticos, etc, donde lo mismo te encuentras una fuente con tres burros simulando que beben, pero dándose un besito, los muy pillines, que una pintura de un Custodio de la NBA, o un Belén con una imaginería de Famosa, o una maqueta de un barco, o un retrato de los primeros de la opus vestidos de Dar Vathen, o una campana que no se sabe si vende bronce o compra badajo, o una afoto de tía Carmen con una especie de perro como un caballo de grande. Villa Tévere da para mucho. Pero cada casa es cada casa, y hay que respetar los gustos de cada cual. Eso es muy personal.

Visitábamos todos los años, éramos cerca de cien, las Catacumbas de San Calixto, que si llega a saber Calixto lo que hacíamos allí para días se pone a excavar túneles en plan aybó, aybó: porque cuando el guía nos tenía en lo más profundo, oscuro y estrecho de la necrópolis, todos en fila de a uno, alguien le preguntaba si podíamos cantar un himno religioso. El guía, emocionado por detalle tan piadoso -lo habitual era que las catacumbas fuesen visitadas por turistas paganos y ateos- decía que sí, se quitaba la gorra esperando el salmo II y alucinaba matutano al escuchar a cien tipos cantando con la música del "hoy hay paella, que delicioso manjar...", "¡¡¡LOS, LOS, LEONES, NO, NO, NOS VAN A COMEEEEEERRRRR!!!". Y allí se armaba la de Lepanto, todo a oscuras, el guía intentando hacernos callar, el dire al fondo del pasillo apelando al buen sentido, los sacerdotes pidiendo respeto al lugar santo, y los huesos de Calixto removiéndose en su nicho...

Y es que, claro, tanta meditación, tanto Rosario, tanta visita a la Cripta, tanto Vía Crucis y tan poco desfogue en peña de 20 tacos, pues a la que se veía una fisura, ¡fium!, escapabas como los gatos.

Visitábamos el Vaticano, subíamos a la Cúpula, pateábamos los museos, las Basílicas todas, las Iglesias más emblemáticas, incluso había expertos en encontrar lugares de lo más exóticos, como una cripta de los Capuchinos, ideada por el hermano de Drácula, al lado de Piazza Barberini, repleta de capillas donde miles de calaveras, fémures, tibias y despojos de la Orden Franciscana formaban esculturas de los más grotesco: Custodias, Imágenes de Nuestra Señora, etc ...o visitar una Iglesia donde se veneraba el Prepucio del Bambino Giesú , el de la Circuncisión. El auténtico, decían.. Impactaba rezar allí, de rodillas, delante de aquel pellejín, que vete tú a saber a quién perteneció.

Una mañana estábamos en una pequeña Iglesia cercana a San Juan de Letrán, allí se venera la columna donde flagelaron a Nuestro Señor. Es una Iglesia pequeña. La capilla de la columna estaba a la derecha y delante, en unos bancos, nos arrodillamos todos a rezar el Rosario. Deberíamos estar en el tercer misterio de dolor cuando se oye el chirriar de la puerta de entrada y vemos dos chicas de unos veinte años. El que dirigía el Rosario tartamudeó al verlas. No era para menos. Las dos eran del UNIV, llevaban el distintivo del congreso-, probablemente de nuestra delegación, y una de ellas, todo sea dicho, la mujer más guapa que ninguno de los que allí estábamos habíamos visto jamás en nuestra vida, y mil vidas que tuviéramos. No es extraño, pues, que tartamudeará el fiel. Era para enmudecer y quedarse absorto. La chica era pelirroja, con melena que parecía una cascada de fuegos artificiales, sus ojos eran como cuando en una joyería te muestran diamantes sobre terciopelo negro. Fascinantes. Alta, estilizada como un junco, andaba así como de puntillas, muy pijina. Pantalón vaquero, blusa blanca, jersey anudado en las caderas. Más que andar la chica dibujaba estelas.

Las niñas se hicieron las tontas, como si allí no estuviéramos cien Petronios de la UNIV, tartamudeando avemarías, carraspeando, con tics en un ojo y cosas así. Lo que estaba claro es que las dos habían quedado con dos de nuestra convivencia para comer por Roma (además ellas a esa hora tenían tertulia con el Perlado), le delataban a la pelirroja los ojos de Scarlette O`Hara buscando entre los bancos a Gable y que parecían gritar "¿dónde estás cervatillo mío, donde te hallas?".

Como que no les va el asunto con nosotros se dirigen a un San Antonio con cientos de velas encendidas que estaba al lado del banco donde dos más y yo rezábamos atropelladamente, las teníamos a escasos dos metros, aunque con piedad. Sudábamos. Sudábamos mucho y las bolas del Rosario resbalaban que no veas. Las niñas cogen una caja de cerillas, miran a San Antonio un ratito en silencio, y la pelirroja hace un gesto muy coqueto con la melena meciéndola de izquierda a derecha y en esto se oye un ¡¡¡FRIUUUUUUUSSHH!!! Y vemos que la magnífica crin de la chica comienza a arder como una antorcha. Las niñas, al ver la pira, pegaron un grito Chuki total. Los cien dimos un respingo del treinta y tres. Fue visto y no visto. Algo espectacular. El cabello, al mecerlo de izquierda a derecha, contactó con una vela y prendió, la laca y la colonia hicieron el resto. Y entonces yo, ¡¡¡sííí, yo mismo!!!, me avalancé sobre ella como un campeón ? olía a socarrado la chavala que no veas- y le metí una mangazos en la cabeza con mi jersey que le puse mirando a la Meca. Después oculté su cabeza, su chupachups habría que decir, en el jersey para que no se avergonzara de su nueva condición y la acompañé a la calle. Al descubrir el jersey me ocurrió lo mismo que a San Francisco de Borja cuando vio los despojos de la Reina: me quedé estupefacto y desengañado de la belleza del mundo. La chica parecía una hucha del Domund, sólo que en vez de ranura tenía un matojín de pelo en el occipital y otro en el parietal.

Marchó como alma que lleva al diablo con su amiga. Y si ahora está leyendo esto lo único que te pido es un poco de agradecimiento, mujer, que te salvé la vida. Aunque quizás sea yo el que deba de estar agradecido por haberte tenido bajo mis brazos, como una palomita, durante unos segundos... ¡¡¡Ayyyyy...!!!



Arnecdotones de noches de verano

Vivíamos en un club de bachilleres un grupo de mamíferos superiores evolucionados y estudiábamos por aquellos años, los setenta, carreras tipo Historia, Filosofía, Ciencias de la Educación, Pedagogía... En fin, de las de dar el callo en la última semana del curso. Un sprint de robar horas al sueño y pimba, curso aprobado. A finales de junio después de originalísimos comentarios del Evangelio tipo "Sea tu sí, sí, sea tu no, no": "encomendemos al Señor para decir sí y encomendar para que digan sí y encomendemos a los que dicen que no para que su no sea sí. Mañana, San Chepín, misa de feria, tiempo ordinario, semana vinticatro, salmo II, Aniversario de la Cruz de Palo. Novenario por la Unidad de los Cristianos". Y de hacer el examen de conciencia, nos íbamos a la sala de estudio a chapar, a fumar como que nos fueran a quitar los cigarrillos y pasarlo guapamente.... ¡¡¡Cómo nos le pasábamos!!!.

Cada noche, a la misma hora, escuchábamos el camión de la basura que iniciaba la recogida en nuestro portal. Cada noche paraba debajo de nuestro balcón -era el piso primero- y el chófer esperaba a que dos coleguis llevasen los cubos -entonces no estaba mecanizado como ahora- y los echasen en el remolque. Debían de ser cuatro o cinco cubos los de nuestra zona. Al terminar, para dar señal al conductor de que palante, de que venga, de que misión cumplida, de que nos vamos, uno de los colegas daba un silbido que parecía la alarma de Cabo Cañaveral. Impresionante. Y el camión arrancaba zumbado.

Uno de los que estudiaba era un chico de San Rafael -no vivía en el centro-, ¿cómo lo diría?, era así como mamífero superior, pero digamos que no evolucionado. Un rudo, que diría el Acetate. Le decías "a que no aguantas más de diez minutos mirando al sol sin pestañear", y el tío se cogía una conjuntivitis de cavar no puedo, mendigar me da vergüenza, o "a que no te tiras un eructo (era un auténtico campeón capaz de decir con un solo regüeldo frases como "Heraldo de Aragón, diario de la mañana". Lo juro.), y se echaba un erusto que era para llevarlo al Forum de las Culturas. Y una noche descubrimos que tenía el don de silbar igualito igualito que el colegui del camión de la basura. Ya digo, un silbido trepanante, de los que al oírlo bajas la cabeza y encoges los hombros. Encontramos un buen modo de descansar de las fatigosas horas de estudio. Serían cerca de la una de la madrugada cuando el camión doblaba la calle y nosotros, invariablemente, cerrábamos las luces de la sala de estudio y nos escondíamos en el balcón. Cuando los dos curritos iban cargados con los cubos de la basura en dirección al camión nuestro hombre pegaba el silbido -¡¡¡FIUUUUUUUSSSSSSS!!!- y el del camión, porróm, porroóm, le daba caña y salía zingando calle adelante mientras los de los cubos, basura al hombro, se ponían a gritarle "¡¡¡PARAAAA, PARAAAAAAA!!!". Después se quedaban observando a los balcones de la calle esperando que alguna sombra nos delatara... pero, nada, no había forma de pillarnos.

La jugada la repetimos varias noches y, el chófer picaba siempre: escuchaba el silbido y despegaba turbo total. Los de los cubos, moscas con el tío del silbido, y con la sensación de que alguien en la oscuridad se les estaba choteando de mala manera, comenzaron a perder los estribos. Con los cubos al hombro gritaban a la noche, a las fachadas, a las farolas, al mundo entero: ¡¡¡SALID AQUÍ SI TENÉIS LO QUE HAY QUE TENER!!!, ¡¡¡CANOSEQUÉ...!!!, ¡¡¡MARINOSECUANTOS...!!!", en fin, cosas que la pluma no debe, no puede escribir. Parecían enloquecidos.

Pero aquello duró lo que duró. Al cabo de unos días el silbidito ya no nos hacía tanta gracia, así que cambiamos de modo de divertirnos. No recuerdo a quién se le ocurrió la idea, pero de lo que estoy seguro es de que ese hombre tenía una amanita phaloides en el cerebro. Se trataba de apagar las luces de la sala de estudio, salir al balcón y dar un alarido lo más terrorífico, helador y aterrador que pudieran pulmones y garganta. Nos ocultábamos y contábamos cuanta gente se asomaba a la ventana, levantaba persianas, salía al balcón, corría temerosas unas cortinas, o corría a ocultarse en un portal... El que más gente hacía salir ese ganaba. Asín de fácil.

Los gritos que pegábamos eran realmente estremecedores, todos, pero el del rudo del silbido era increíble: primitivo, pelopincho, salvaje. Alguna cana se la debo a ese alarido. Ganaba siempre el tío. Como la canción "a nuestro paso se encienden, los balcones y ventanas..."

Una noche se hospedó en el centro un afamado e importante teólogo de la Universidad de Navarra. Uno de los primeros. Asistía a un congreso y por la cercanía a la sede decidió, en mala hora, residir esos días en nuestro club. Era un hombre muy exquisito, educado, como el duque de Windsord, pero con cleriman. Tenía politesse, que se dice. En la tertulia nos contó como estaba la Eclesiología en aquel momento, que para nosotros era lo mismo que si nos hablase de la influencia de la caña de bambú en las flautas de la Polinesia en el siglo IV. Hablaba muy bajito, con profundos silencios... no sé, se le veía un tipo muy listo y muy profundo. Tan listo y tan profundo que sólo le entendía su padre. Supongo.

Aquella noche fuimos a estudiar y a eso de las doce llegó el rudo. El rudo desconocía la existencia del Teólogo en nuestro centro. Y serían las cuatro de la madrugada y ya nos retirábamos a dormir cuando alguien le sugirió:

-Oye, ¿a que no vas a la habitación de fulanito, le pegas un hipoalaridohuracanado, cierras la puerta y nos largamos todos?

El tío que no, nosotros que, venga, que sí, que tú puedes. El que no. Nosotros, que a que no hay, que era un cagao, que no diríamos nada, que... y va el tío y dice "¿ a que voy?, ¿a que me atrevo?. Y allá que se fue, a la habitación donde dormía en serena paz ... ¡¡¡DON ECLESIATÉS ¡DE AQUINO!!!. Y abre el tío la puerta -creyendo que allí dormía un mingas del centro- y pega un alarido que aquel cura debió de ver a Orígenes castrándose, a Napoleón en minifalda, a San Agustín tocando la gaita en Escocia y al mismísimo Ratzinger saltando la comba a lo Clasius Clay. Se unieron los dos gritos, el del rudo y el del teólogo, en un horripilante caos de desenfreno gutural.

Salimos todos zumbando cada uno a su habitación, entre risas entrecortadas. Y pronto el silencio volvió a reinar en los pasillos.

Al día siguiente, en la oración de la mañana, apareció Don Eclesiastés con los ojos agüevadísimos y con cara como de muy, pero que muy cabreado, aunque a lo mejor era vida interior. En el desayuno no se habló del tema.

Después sí. Nos llamó el director y cayó un paquetorro -otro más- que temí la expulsión del entonces Instituto Secular... Al rudo tardamos en volverle a ver el pelo.

Envío foto de 'el rudo':

El rudo


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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?