Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Tras el umbral
Una vida en el Opus Dei
Autora: Carmen Tapia
Índice del libro:
I. Prólogo, presentación e introducción
II. Mi encuentro con el Opus Dei
III. Crisis vocacional
IV. Cómo se llega al fanatismo
V. Viaje a Roma
VI. Roma, la jaula de oro
VII. Venezuela
VIII. Roma II: retorno a lo desconocido
IX. Regreso a España
X. Represalias
XI. Retratos
XII. Los silencios
XIII. Bibliografía sobre el Opus Dei
XIV. Bibliografía general
 
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TRAS EL UMBRAL, UNA VIDA EN EL OPUS DEI. Carmen Tapia

CAPITULO XI: RETRATOS

En Barbastro, a trece de enero de 1902, don Ángel Malo, regente de la Vicaría Catedral, bautizó solemnemente a un niño nacido a las veinte y dos del día nueve, hijo legítimo de don José Escriba, natural de Fonz y de doña Dolores Albás, natural de Barbastro, cónyuges vecinos y del comercio de esta ciudad. Abuelos paternos, don José, de Peralta de la Sal, difunto y doña Constancia Corzán, de Fonz: maternos, don Pascual, difunto, y doña Florencia Blanc, de Barbastro. Se le puso por nombre José María Julián Mariano, siendo padrinos don Mariano Albás y doña Florencia Albás, tíos del bautizado, siendo aquél y ésta vecinos de Huesca y representada en virtud de poderes por doña Florencia Blanc, a quienes hice la advertencia del ritual.( Luis Carandell, Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, Barcelona (Laja), 1975, pp. 79-80).

En una anotación al margen dice:

Por orden del M.I. señor delegado episcopal de esta diócesis de Barbastro, dictada el 27 de mayo de 1943, se muda en esta partida el apellido "Escriba" en "Escrivá de Balaguer", debiéndose escribir así en lo sucesivo: José María Julián Mariano Escrivá de Balaguer Albás, hijo legítimo de don José Escrivá de Balaguer y de doña Dolores Albás.
Barbastro, 20 de junio de 1943
José Palacio

Hay que hacer notar que el nombre, o mejor dicho, los nombres con los cuales se lo bautizó fueron: José, María, Julián y Mariano. El unirse los dos primeros nombres con guión, dicen sus biógrafos que fue por devoción a la Virgen, oí decir a monseñor Escrivá que él firmaba, en los documentos de la Obra, "Mariano", por su devoción a la Santísima Virgen.

NOTA: La pila donde bautizaron a monseñor Escrivá fue destruida durante la guerra civil española. A instancias del Opus Dei, fue reconstruida y llevada a la casa central en Roma.

En la página 387 del International Who'is Who de la edición de 1967-68 aparece lo siguiente:

Escrivá de Balaguer, Mgr. Josemaría, D.1.U.R., S.T.D.; Spanisch ecclesiastic; b. 9 Jan. 1902; ed. Saragossa, Madrid and Lateran Pontifical Univs. Ordained 25; founded Opus Dei 28; former Superior Saragossa Seminary, Rector, Real Patronato de Santa Isabel, Prof. of Philosophy, Madrid School of Journalism, Prof. of Roman Law, Univ. of Madrid and Saragossa, Doctor, h.c. of Univ. of Saragossa, mem. Colegio de Aragon, Grand Chancellor Univ. of Navarra: mem. Accademia Theologica Romana, Consultor (Adviser) of the S.C. of Semminaries and Univs. of the Pontifical Comm. for the Authentic Interpretation of the Code of Canon Law, Holy See; Pres. Gen. Opus Dei. Pubis. The Way, Holy Rosary, The Abbess of Las Huelgas, Spiritual Considerations, sobre The Apostolic Constitution Provida Mater Ecclesia and Opus Dei, and works of ascetic literature, law and history. Viaie Bruno Buozzi, 73, Rome, Italy.

El 22 de abril de 1947, monseñor Escrivá es nombrado prelado doméstico de Su Santidad. Y en carta de fecha 25 de mayo de 1947, S.E. el cardenal G. B. Montini le adjunta dicho Diploma (A. de Fuenmayor, V. Gómez Iglesias, J.L. Illanes, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma. Pamplona (EUNSA), 1989). Lo que nunca ha estado claro es el doctorado en Derecho de monseñor Escrivá. Peter Berglar, su biógrafo oficial, menciona en la página 388 de su obra anteriormente citada, que "en diciembre de 1939 monseñor Escrivá obtiene el doctorado en Derecho en la Universidad de Madrid". Nunca se habla en el Opus Dei de este título académico y parece que nadie lo haya visto nunca. Tampoco se menciona en parte alguna cuál fue la tesis de este doctorado. En "La Abadesa de las Huelgas", escrita por monseñor Escrivá y publicada por Ediciones Rialp, en 1944, no se menciona que fuese ésa la tesis doctoral de su grado en Derecho. Sin embargo, en Roma, sí utilizó el Opus Dei este libro como tesis para el doctorado en Teología que le fue concedido en la Universidad Laterana. El Opus Dei no suele indicar tampoco en documentos oficiales la fecha en que recibió este título, que, según pienso, debió de ser entre 1957 y 1961.

El Ministerio de Justicia español en su Guía Oficial de "Grandezas y Títulos del Reino" publica la concesión del título de marqués de Peralta a monseñor Escrivá, con fecha 5 de noviembre de 1968, como sigue (Ministerio de Justicia, "Grandezas y Títulos del Reino". Guía Oficial, Madrid (Centro de Publicaciones) 1967-1969, p. 341):

PERALTA, Marqués de.
Concesión: 4 de marzo de 1718, confirmada por Real Provisión de Fernando VI de 4 de diciembre de 1758.

Concesión: Don Tomás de Peralta, secretario de Estado, de Guerra y Justicia del Reino de Nápoles.

DON JOSÉ MARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER Y ALBÁS
Expedida Carta en 5 de noviembre de 1968.
Residencia: Roma, Bruno Buozzi, 73. Tel. 879042.

Los miembros del Opus Dei supimos, varios años antes de salir esta noticia al público, y por un rescripto breve enviado de Roma, la concesión de este título. A mí, en principio, me pareció que era una vanagloria contraria al espíritu de humildad que se decía teníamos en el Opus Dei. Pero en el mismo rescripto nos indicaban que "no se hablara de ello". El 17 de noviembre de 1972, o sea cuatro años después, aparece en esta misma publicación del Ministerio de Justicia, como puede verse a continuación, que dicho título pasa oficialmente a don Santiago Escrivá de Balaguer y Albás, nombrado previamente barón de San Felipe.

PERALTA, Marqués de.
Concesión: 4 de marzo de 1718, confirmada por Real Provisión de Fernando VI de 4 de diciembre de 1758.
Concesionario: Don Tomás de Peralta, secretario de Estado, de Guerra y Justicia del Reino de Nápoles.

DON SANTIAGO ESCRIVÁ DE BALAGUER Y ALBÁS
Consorte: D. GLORIA GARCÍA-HERRERO RUIZ.
Expedida Carta en 17 dc noviembre de 1972.
Residencia: Madrid, Pico Mulano, 15. Mirasierra.

Y éste es el perfil de monseñor Escrivá que el Opus Dei da a la prensa (Hoja Informativa, n.0 14. Madrid (Vicepostulación del Opus Dei en España). Segundo semestre, 1991):

"Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (España) el 9 de enero de 1902. Fue ordenado sacerdote en Zaragoza el 28 de marzo de 1925.

El 2 de octubre de 1928, en Madrid, fundó por inspiración divina el Opus Dei, que ha abierto a los fieles un nuevo camino de santificación en medio del mundo, a través del ejercicio del trabajo profesional ordinario y en el cumplimiento de los propios deberes personales, familiares y sociales, siendo así fermento de intensa vida cristiana en todos los ambientes. El 14 de febrero de 1930, el Venerable Josemaría Escrivá entendió, con la gracia de Dios, que el Opus Dei debía desarrollar su apostolado también entre las mujeres; y el 14 de febrero de 1943 fundó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, inseparablemente unida al Opus Dei. El Opus Dei fue aprobado definitivamente por la Santa Sede el 16 de junio de 1950; y el 28 de noviembre de 1982 fue erigido como Prelatura Personal, que era la forma jurídica deseada y prevista por el Venerable Josemaría Escrivá.

Con oración y penitencia constantes, con el ejercicio heroico de todas las virtudes, con amorosa dedicación e infatigable solicitud por todas las almas, y con una continua e incondicionada entrega a la voluntad de Dios, Mons. Josemaría Escrivá impulsó y guió la expansión del Opus Dei por todo el mundo. Cuando rindió su alma a Dios, el Opus Dei estaba ya extendido en los cinco continentes, y contaba con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades, al servicio de la Iglesia con el mismo espíritu de plena unión y veneración al Papa y a los obispos que vivió siempre el venerable siervo de Dios Josemaría Escrivá.

La Santa Misa era la raíz y el centro de su vida interior. El hondo sentido de su filiación divina, mantenido en una continua presencia de Dios Uno y Trino, le movía a buscar en todo la más completa identificación con Jesucristo, a tener una tierna y fuerte devoción a la Virgen Santísima y a san José, a un trato habitual y confiado con los santos Ángeles Custodios, y a ser sembrador de paz y de alegría por todos los caminos de la tierra.

Mons. Escrivá había ofrecido su vida, repetidas veces, por la Iglesia y por el Romano Pontífice. El Señor acogió ese ofrecimiento, y Mons. Escrivá entregó santamente su alma a Dios, en Roma, el 26 de junio de 1975, en su habitación de trabajo.

Su cuerpo reposa en la Cripta de la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz -viale Bruno Buozzi, 75, Roma-, continuamente acompañado por la oración y por el agradecimiento de sus hijas e hijos, y de incontables personas que se han acercado a Dios, atraídas por el ejemplo y las enseñanzas del fundador del Opus Dei. La causa de canonización de Mons. Escrivá fue introducida en Roma el 19 de febrero de 1981. El Santo Padre Juan Pablo II declaró el 9 de abril de 1990 la heroicidad de las virtudes cristianas del venerable siervo de Dios."

Así es como el mundo externo, ajeno al Opus Dei, puede conocer a monseñor Escrivá, desde su bautismo hasta su muerte. Yo no voy a discutirlo. Simplemente voy a diseñar la imagen de monseñor Escrivá con pinceladas sueltas, usando los colores que tuve y tengo a mi alcance. Aparecerán claroscuros que para mí, o para personas a quienes yo conocí de cerca, tienen importancia. Al mismo tiempo, como una luz de fondo, surgirá también la imagen del sucesor de monseñor Escrivá, monseñor Álvaro del Portillo.

A monseñor Escrivá se le llamaba "Padre", porque él estableció que el Opus Dei era una familia. Esta idea es el cimiento de la Obra y alrededor de ella gravita todo lo demás: desde llamar "hermanas" o "hermanos" a los otros miembros de la Obra hasta llamar "tía" a Carmen, la hermana de monseñor Escrivá, o "tío" a Santiago, su hermano. Y, por la misma razón, se llamaba "abuelos" a sus padres. La Obra era una familia, sí, pero relativa a la familia del fundador, no a la de sus miembros. A nuestras familias se las llamaba, para distinguirlas de la "familia" de la Obra, "familias de sangre". Y desde luego, con ninguna de nuestras familias se tuvo las delicadezas que con la del Fundador.

Me sorprendió siempre el culto que monseñor Escrivá quería que se rindiera a sus padres, ya difuntos, que en nada tiene que ver con el trato que los numerarios teníamos con nuestras familias. Hasta el punto de que se trajeron sus cuerpos del cementerio donde estaban enterrados para sepultarlos en la casa de Diego de León, 14, en Madrid. Es cierto que monseñor Escrivá nos dijo siempre que su madre y sus hermanos, Carmen y Santiago, le habían dejado todo a la Obra en la época fundacional, incluso lo que les correspondía a estos últimos por herencia. También oí decir muchas veces a monseñor Escrivá que su madre y su hermana habían hecho posible la fundación de la sección de mujeres a base de llevar la administración de las primeras casas de varones. Yo nunca discutí esto, aunque hay miembros de la Obra que no comparten esta opinión, porque en mi caso personal no tuve elementos de juicio, pero lo que no cabe duda es que fueron generosamente retribuidos.

Antes de Lola Fisac, primera numeraria del Opus Dei, hubo un pequeño grupo de mujeres, a quienes monseñor Escrivá dirigió espiritualmente. Nunca se supo exactamente qué sucedió con ellas, ni quiénes fueron. Era uno de la serie de temas "tabú" dentro del Opus Dei. Cuando alguna vez le pregunté yo a Carmen, la hermana del Fundador, si las había conocido, me dijo que sí y me comenté: "Eran locas. Estaban todas chifladas." O sea que Carmen sabía cosas de esos primeros tiempos de los cuales muchas numerarias sabíamos apenas.

Recuerdo que, en Venezuela, la última vez que mandamos un regalo para Santiago fue después de la muerte de Carmen, y nos dijeron del gobierno central de Roma que había dicho el Padre que no se le volvieran a hacer regalos a Santiago. Nos extrañó esta orden, porque no daban ninguna razón para que actuásemos de manera diferente a como habíamos hecho siempre. La razón fue, luego nos enteramos, que Santiago se iba a casar y el Padre estaba muy contrariado por la elección que había hecho. Es sabido en el Opus Dei que monseñor Escrivá encargó a los sacerdotes de la Obra en España que buscaran una novia para su hermano entre las chicas de la aristocracia española, pero Santiago escogió para casarse a quien quiso, por supuesto, resbalándole la opinión de su hermano en un asunto tan personal. Ello motivé un serio enfado a monseñor Escrivá. Tanto así, que no quería ir a la petición de mano de Yoya, la futura esposa de su hermano Santiago. Sacerdotes de la Obra en España aconsejaron a monseñor Escrivá que debería ir a Zaragoza, de donde era la novia, a pedir su mano. Monseñor Escrivá, en una especie de reto, dijo que solamente iría si se alojaba en Zaragoza en el palacio de Cogullada y en la misma habitación donde se alojó Francisco Franco, el jefe del Estado español. Y que, si no era así, no iba. Les costó a miembros de la Obra el hacer muchas gestiones, pero al final lo lograron; y monseñor Escrivá fue entonces a Zaragoza y se alojó en ese palacio de Cogullada.

Las relaciones de monseñor Escrivá con Yoya no fueron muy delicadas al principio. Tanto así que una supernumeraria, tengo entendido que Mercedes Jiménez de Andrade de Irastorza, se ocupó en aquella primera hora de aconsejar a esta muchacha sobre la forma de vestir, perfumes que usar, etc., "para que no se disgustara el Padre".

No quiso monseñor Escrivá que sus hermanos permanecieran en España y se los llevó a Roma, según relaté anteriormente. Más tarde, según detallé en su momento, Carmen quiso regresar a morirse a España, pero monseñor Escrivá no se lo permitió. Carmen está enterrada en la casa central de Roma, en un nicho. En la pared, sobre un mármol rosado, en letras de bronce, se lee: CARMEN y la fecha de su fallecimiento. Santiago regresó a España después de la muerte de su hermana Carmen, y poco tiempo después contrajo matrimonio. Actualmente vive en Madrid con Gloria, su esposa, y con sus hijos.

Las numerarias no podíamos tener fotografías visibles de nuestras familias en las habitaciones personales, no se diga ya en la casa donde vivíamos. En cambio, en todas las casas de la Obra hay fotografías de "los Abuelos" y de "tía Carmen". La fotografía de "la Abuela" está sacada de una pintura. Pintura que a su vez fue hecha sobre la base de una foto antigua, en la que aparecía con un sencillo vestido negro. Esta fotografía la modificó el pintor a1 hacer el cuadro y le pusieron sobre el vestido un cuello de armiño blanco para darle así más categoría. Recuerdo muy bien que estando yo en Roma nos pidieron por el telefonillo de dirección "una piel blanca", porque la necesitaba el pintor (En los años cincuenta había una habitación en la Villa Vecchia llamada "del Pintor". Era donde trabajaban más de un numerario haciendo cuadros, restaurando piezas antiguas, etc., que más tarde se colocaron en la Villa Vecchia). Una vez terminada la pintura, la fotografiaron, y ésta es la imagen que existe en todas las casas de la Obra.

Estando yo en Roma hacia los años cincuenta, -un buen día dijo monseñor Escrivá que teníamos que aprender a hacer "crespillos", un dulce que les hacía su madre en la casa cuando eran pequeños. Y desde entonces, en las casas de la Obra, en el aniversario del santo de "la Abuela", se hace este postre para la comida principal.

Monseñor Escrivá preparó, al menos desde que yo le conocí a finales de los cuarenta, su camino hacia la santidad. Es decir, tenía el convencimiento de que lo iban a subir a los altares. Tanto así que de la manera más natural mandó construir su tumba en la casa central de Roma, indicándonos a las superioras: "Pero no me dejéis aquí mucho tiempo. Que me lleven luego a una iglesia pública para que os dejen en paz y podáis trabajar."

También solía decirnos a propósito de que nuestra vida era la de cristianos corrientes: "Por ello, hijas mías, si al abrir mi tumba, me encuentran incorrupto, habré defraudado a la Obra. Solamente deben encontrar piel y huesos." En este mes de marzo de 1992, el Opus Dei ha dicho a sus miembros que trasladará a la iglesia de San Eugenio -que ahora es una iglesia pública del Opus Dei en Roma- en el Panoli, cerquísima de la casa central, el cuerpo de monseñor Escrivá para ser expuesto. Las palabras de monseñor Escrivá, que acabo de exponer, me martillean. Por otra parte me parece una santa ironía el que su cuerpo sea trasladado y expuesto en esta iglesia que él siempre dijo que "parecía un cuarto de baño".

En las fotografías de "corpore insepulto", monseñor Escrivá aparece revestido con los ornamentos correspondientes a su categoría de prelado doméstico de Su Santidad, cosa sorpresiva, porque siempre indicó que se nos amortajaría a todos con "una sencilla sábana blanca", e incluso así había que escribirlo en el testamento, como recordará el lector que haya pertenecido al Opus Dei.

En plan más jocoso, bastantes veces le oí decir, después de una visita a las obras de la casa: "Acabo de sentarme en mi tumba y pocas personas podrían decir lo mismo." También explicaba que arriba de su tumba habría otras dos más: una para el arquitecto que llevó a cabo las obras de Roma y otra para don Álvaro, "que estará cerquica de mí hasta después de mi muerte". A los pies de su tumba dijo que habría otras dos para dos numerarias de las primeras. Siempre se rumoreaba que una de ellas sería Encarnita Ortega y otra posiblemente la primera numeraria y sirvienta: Dora. Pero de esto no se dijo nada en concreto. Lo que sí sé ahora es que, tanto Encarnita Ortega como Dora, han prestado su testimonio en la causa de beatificación de monseñor Escrivá.

Se guardaban en la casa central de Roma, y lo mismo en las casas que visitaba, especialmente en sus últimos viajes a América del Sur, para reliquias futuras, toda la ropa personal que desechaba: desde pañuelos hasta el cinturón de la bata de baño que usó, pasando por el frasquito de agua bendita y los jabones que usó en el baño o la cinta de una caja de chocolates que llevó a las numerarias en alguna casa de la Obra.

Monseñor Escrivá daba de vez en cuando a las numerarias cosas que ya él no utilizaba, como tijeras de uñas, lapiceros, fotografías suyas con alguna jaculatoria, etc. Las cosas que el Padre daba pasaban a ser propiedad de la persona que las recibía y no entraban en el "expolio" anual, ni ninguna superiora o superior las podía quitar.

También durante su vida se guardaban, especialmente en las casas donde iba de visita, y en particular en países donde aquéllas no eran frecuentes, los platos o tazas que usó; incluso las flores que había en el altar donde monseñor Escrivá celebró la misa, se enmarcaron más tarde y también se solían marcar, por debajo, las sillas donde se sentó, etc., etc.

Después de su muerte, y antes de enterrarlo, se le cortaron cabellos que fueron entregados a diversas casas del mundo, al igual que trozos de las sotanas que usó.

De todo esto era testigo, y le seguía "el juego", don Alvaro del Portillo.

Don Alvaro del Portillo, ahora monseñor Alvaro del Portillo, es, como se sabe, el actual prelado del Opus Dei. Desde que entró a la Obra estuvo cerca del padre Escrivá, pero desde su ordenación, el 25 de junio de 1944, no se separó nunca más del lado de monseñor Escrivá. Incluso cuenta uno de sus biógrafos que él ya "desde 1940 rezaba por su hijo Alvaro, con la idea de que fuera su sucesor" (Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei). A monseñor Escrivá le interesaba tenerle junto a él. Primero, porque pertenecía a una esfera social alta y sus relaciones familiares eran valiosas para la Obra; segundo, porque era ingeniero de caminos y eso, especialmente en la España de esa época, tenía cierto relieve, pero, principalmente, porque era un hombre de tacto diplomático, con buenos modales y que, además del italiano, que dominaba, tenía conocimientos de francés y rudimentos de alemán e inglés. Es decir, podía defenderse con una cierta soltura cara a un mundo internacional.

Con don Alvaro del Portillo, monseñor Escrivá cubría la laguna que él personalmente tenía: don de gentes, diplomacia, conocimiento de una esfera social alta y un título profesional prestigioso hasta el punto de que nos describió a muchos miembros de la Obra, haciéndolo resaltar, como lo hace también uno de sus biógrafos, el uniforme de gala de ingenieros que llevaba a la entrevista con el Papa cuando, en 1943, concretamente el 4 de junio, Su Santidad Pío XII recibió en audiencia privada a don Alvaro del Portillo y a José Orlandis. Tenía también, don Alvaro del Portillo, un título profesional prestigioso, aunque le faltaba la experiencia del ejercicio del mismo. Quizá su dedicación al Opus Dei le impidió tenerla. Don Alvaro del Portillo era una persona fina, amable en su trato, aunque uno nunca llegaba a saber lo que en realidad pensaba. Como tampoco nadie en el Opus Dei sabía quién mandaba a quién: ¿era monseñor Escrivá quien le decía a don Alvaro del Portillo lo que tenía que hacer? o ¿era don Alvaro del Portillo quien le decía a monseñor Escrivá lo que "no" tenía que hacer? Esto sólo lo sabe monseñor Alvaro del Portillo, quien, con su acostumbrada diplomacia, nunca lo dirá. Pero la relación entre ellos dos era muy peculiar. Monseñor Escrivá no sabía estar solo y menos sin don Alvaro del Portillo. Cuando por cualquier causa éste tenía alguna obligación fuera de la casa, en el Vaticano o en alguna otra parte, monseñor Escrivá se iba al Colegio Romano de la Santa Cruz y hablaba con los varones o, incluso, algunas veces, pasaba a Villa Sacchetti, especialmente cuando teníamos las oficinas de la Asesoría en esta casa. Al tener las oficinas en "La Montagnola", pasaba bastante menos.

En los viajes solía ir siempre monseñor Escrivá con don Alvaro del Portillo, el numerario médico que controlaba su salud y el chauffeur, que durante muchos años fue el primer numerario portugués, Armando. En aquella época, Javier Echevarría se ocupaba de acompañar a los obreros cuando tenían que reparar algo en alguna casa, pero aún no viajaba con monseñor Escrivá.

Esto vino bastante más tarde. Javier Echevarría fue bastante tiempo secretario personal del Padre con don Severino Monzó. Y luego fue su "custode". Tenía monseñor Escrivá un timbre de alarma en su dormitorio conectado con la habitación de Javier Echevarría. En la sección de mujeres, don Alvaro del Portillo gozaba de respeto y se lo quería porque no era mal educado con nosotras. Sabía utilizar la palabra "por favor", "gracias" y "perdona", aunque fuera por cortesía, si se quiere, pero las usaba. Monseñor Escrivá muy raramente usaba la expresión "por favor". En vez de "gracias" solía decir "Dios te lo pague", cuando lo decía.

Monseñor Escrivá no gozaba de buenos modales naturales. Era rudo, brusco y mal educado. Cuando estaba enfadado y tenía que reprender, no tenía mesura ni caridad en su forma de hacerlo; y sus palabras ofensivas y violentas herían profundamente a las personas. Recuerdo perfectamente que durante la entrevista que, en 1973, tuve en el Vaticano con S.E. el cardenal Arturo Tavera, entonces prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, me preguntó cuántos años había pasado yo en el Opus Dei, y al decirle que dieciocho, me respondió:

-¿Y ha necesitado usted dieciocho años para darse cuenta de lo mal educado que es José María Escrivá?

Su lenguaje era muchas veces vulgar. Fui testigo un domingo de Pascua en Roma de lo siguiente: a las numerarias de la Asesoría Central nos habían dicho que podíamos subir a felicitar al Padre al comedor de la Villa Vecchia, después de su almuerzo. Al entrar al comedor, don Alvaro estaba fumando en su acostumbrada boquilla de marfil. Monseñor Escrivá, por una ventana abierta de par en par, que daba al jardín de la Villa, hablaba, aunque no se los veía desde donde nosotras estábamos, con un grupo de numerarios del Colegio Romano de la Santa Cruz y les decía entre grandes risotadas: "Bebeos el coñac que os he mandado, pero eso sí, no hagáis como ese monseñor Galindo (Monseñor Pascual Galindo era el rector de la Iglesia del Espíritu Santo en Madrid), paisano mío, que calentaba la copa en la bragueta."

Todas le oímos perfectamente. Don Álvaro trataba de advertirle que habíamos llegado y lo llamaba, "¡Padre! ¡Padre!", pero él no lo oía. Cuando se dio cuenta, con uno de sus gestos característicos, cerró la ventana de un golpe seco y nos dijo: "Hijas mías, Dios os bendiga." (Este hecho nos lo prohibieron comentarlo).

Groserías pretendidamente familiares eran el pan de cada día. Una vez en Pamplona, ante más de cincuenta numerarios, se sentó, se desabrochó la sotana (era día caluroso) y comentó: "Bueno, yo ya tengo culo de abadesa." Y volvió a vestirse en público. Esto me lo contó un ex numerario que estaba allí presente.

Durante mi última estancia en Roma y durante los meses que duró el proceso de mi dimisión, lo que personalmente más me dolió no fueron las broncas e insultos encarnizados de monseñor Escrivá, sino su falta de caridad, su falta de espíritu pastoral, su falta de amor al prójimo. Todos sus argumentos los apoyaba en "notas recibidas", "declaraciones juradas pedidas", "opiniones de otros superiores", pero "ni por un momento" me dio la oportunidad de hablar, ni me explicó en concreto lo que según su docto criterio había hecho yo mal. Tampoco me brindó la posibilidad de que hablase con él, a solas, en el confesonario o donde hubiera querido, como sacerdote de Dios, como "Padre". Antepuso siempre su cargo de "presidente general" y prestigio de "Fundador", a su carácter sacerdotal. Y nunca admitió ni por asomo que yo no fuera "culpable", sino que, sin oírme, juzgó y falló sobre mí, basado, aparentemente, en juicios ajenos.

Monseñor Escrivá predicaba que había que ser "intransigente con el pecado, pero tolerante con el pecador". En la práctica esto no era así. Su expresión cuando oyó a una numeraria compadecerse de otra diciendo que le daba "pena", fue: "¡Pena con la Obra!" Era intransigente en detalles caseros como el que indiqué en páginas anteriores al hablar de las numerarias que trabajaban en la cocina y, al no resistir el calor, abrieron una ventana y los olores subieron a su casa.

Con las personas que abandonaban la Obra era muy duro. Prohibía todo trato con esas numerarias y, por supuesto, no les proporcionaba jamás la menor ayuda, tanto si abandonaban el Instituto como si eran dimitidas. El Opus Dei deja a la gente "absolutamente en la calle". Nunca se preocupó monseñor Escrivá, ni está tan siquiera contemplado en ninguna de las dos versiones de las Constituciones del Opus Dei, de que las numerarias, o las numerarias sirvientas, tuvieran seguros sociales de trabajo, vejez o enfermedad. Y como digo, tampoco está contemplada la posibilidad de ayudar a quienes salieran del Opus Dei. En cambio, sí está explícitamente dicho en las Constituciones que las numerarias que por cualquier circunstancia abandonen el Opus Dei, no pueden pedir compensación alguna por los trabajos realizados dentro de la Obra. Esto es tremendo y ha originado problemas serísimos, no ya a numerarias solamente, sino también en el caso de sacerdotes numerarios que salieron del Opus Dei. La Obra no sólo no les ayudó, sino que en más de un caso los difamó, por supuesto en aspectos de conducta sexual.

Las "broncas" del Padre eran conocidas muy bien por los miembros todos de la Obra. Yo diría que a monseñor Escrivá, en su incoherencia, le faltaba el sentido de caridad más básico: sabía muy bien cómo mostrar su faceta de santo ante las multitudes, incluso llamándose pecador, pero, como digo, era capaz de insultar de la manera más terrible a cualquier persona por el motivo más nimio: por ejemplo, si un huevo frito no estaba hecho como a él le gustaba, podía lanzar una bronca a la directora de la casa; si un mantel de altar no se planchaba exactamente a los centímetros del suelo que él tenía estipulados, era capaz de lanzarle un exabrupto a la directora; o si en la cocina se hacía ruido al fregar los cacharros, etc., etc. Y, por añadidura, en el diario de la casa no se podía decir: "El Padre se enfadó o lanzó una bronca", sino que había que decir: "El Padre nos enseñó hoy tal o cual cosa."

Una de las mejores definiciones que he oído sobre el carácter de monseñor Escrivá, es la que hace Alberto Moncada cuando dice que el Padre "es encantador, grato y persuasivo cuando se está a su favor. E intolerante, intratable y grosero cuando no se aceptan sus criterios" (Alberto Moncada, El Opus Dei. Una interpretación, Madrid (Índice), 1974, p. 126).

Todo esto lo presenciaba monseñor Álvaro del Portillo y, al no reaccionar en momento alguno mostrando su desacuerdo con esas actitudes, parecía aprobar esa conducta. Esto verdaderamente me asusta más que los mismos arrebatos del Fundador, porque lo considero como una posición fría y calculadora. ¿Considera monseñor Álvaro del Portillo que la forma de actuar de monseñor Escrivá estaba justificada porque reflejaba una "santa ira" y que la "justicia" por parte del Fundador está por encima de la llamada "caridad" para los cristianos?

El poder y la grandeza atraían a monseñor Escrivá. "Yo desciendo de una princesa de Aragón" ("Crónica". Revista interna de los varones del Opus Dei), dijo monseñor Escrivá; y también se declaraba paciente de Miguel Servet. Y en Torreciudad hizo poner en el altar mayor los siete escudos de sus siete apellidos nobles. La idea de que era "el Fundador" nos la hacía recordar con bastante frecuencia y por una u otra razón. Y sus palabras eran: "En mi vida he conocido varios Papas, cardenales, muchos, obispos, un montón, pero Fundadores sólo uno." Y después solía agregar: "Dios os pedirá mucha cuenta de haberme conocido."

En uno de los Congresos Generales de la sección de varones, monseñor Escrivá dijo a Antonio Pérez Tenessa, cuando estaba aún en el Opus Dei, que propusiera que, al presidente general del Opus Dei, lo saludaran sus miembros con la rodilla izquierda en el suelo. Cosa que quedó así establecida. Cuando monseñor Escrivá nos notificó esto a nosotras, superioras del Opus Dei, nos dijo: "Hijas mías, no es por mí, porque sé que me queréis mucho y me respetáis. Yo lo hago por el pobrecito que me siga."

Cuando se erigió oficialmente el Estudio General de Navarra, monseñor Escrivá organizó las cosas para que se le nombrara "gran canciller"; y desde entonces empezó a hacer sus apariciones en teatros, aulas magnas, etc., etc., tratando de reunir grandes masas. De esas reuniones se sacaban películas y fotos.

Cuando iba a algunas de esas ciudades, las preguntas que se le hacían estaban, la inmensa mayoría, preparadas y consultadas con los respectivos superiores de antemano. Y, en muchos casos, consultadas con él también previamente. Y lo mismo pasa con grupos de gente joven que, perfectamente organizados, suelen visitar Roma anualmente alrededor de Pascua de Resurrección.

Se trata de una entidad llamada UNIV, que existe en Roma y está dirigida por el Opus Dei. Bajo el pretexto de temas a discutir en diferentes países, se organiza el viaje, formado por gente joven de diversas nacionalidades, pero cuya directiva lleva el Opus Dei en cada uno de esos países. Este grupo, con una organización bien definida, asiste a la misa de la juventud que celebra el Santo Padre y luego iba a visitar a monseñor Escrivá, cuando vivía, y ahora a monseñor Álvaro del Portillo. Tienen una tertulia con él, donde le hacen preguntas que han sido perfectamente seleccionadas por quien dirige el grupo y llevadas a consulta, incluso con el Padre, para preparar la adecuada respuesta que, de frente a las muchachas, parece espontánea.

Los viajes de monseñor Escrivá a los diferentes países en los últimos años de su vida resultaron verdaderamente escandalosos para muchas numerarias, por el derroche y la fastuosidad. Por una parte eran un culto al Fundador, ya que él consideraba "estos detalles" como pruebas de "buen espíritu"; pero, por otro lado, eran una auténtica bofetada al espíritu de pobreza: desde aceptar que supernumerarias fletaran aviones de un país a otro, enviando flores para la misa que iba a celebrar monseñor Escrivá, hasta tener que traer de pueblos del interior, para su comida, pollos que estaban criados naturalmente porque no podían preparársele los del mercado que ordinariamente se comían en las casas del Opus Dei, pasando por tener en aquellas casas a las que se suponía iba a visitar monseñor Escrivá, cajones de naranjas, por si pedía un jugo, cuando no era tiempo de esa fruta.

Y valga aquí el contar una anécdota divertida que, a propósito de este tema, me sucedió a mí en Roma. Una vez que monseñor Escrivá estuvo invitado a almorzar en alguna parte, creo que en casa del doctor Faelli, pero no estoy segura, tomó unos quesos de porciones que "tenían una florecita en la etiqueta". Y nos "recomendó" que se los buscáramos. Después de muchas vueltas y de caminarnos toda Roma para encontrarlos, entré en "Allemagna", en la Piazza Colonna, y descubrí una pila de cajas de quesitos de porciones en las que uno de ellos tenía "la florecita". Ante mi sorpresa gozosa, y al sacar una de las cajitas, se me vino encima la pirámide que habían formado decorativamente en aquella tienda con la serie de cajas de quesos suizos... Como sólo había un queso de "la florecita" en cada caja, teníamos que comprar varias cajas a fin de presentar en la mesa de monseñor Escrivá los quesos con "las florecitas", que resultaron ser "edelweiss".

Sinceramente considero que, en los últimos años de su vida, algo le falló psicológicamente a monseñor Escrivá, porque es totalmente inconcebible que una persona, precisamente por su calidad de sacerdote y con el prestigio de fundador, dijera cosas como ésta: "Si cuando a él le concibieron sus padres no le hubieran deseado, les hubiera escupido en su tumba." (Me contó este hecho en Madrid la señora Maite Sánchez Ocaña, a quien se lo dijo un sacerdote numerario del Opus Dei cuando llegó de Roma en 1967. Este sacerdote lo oyó de monseñor Escrivá).

Me contaron el caso sucedido con María Paz Álvarez de Toledo, que era amiga mía y compañera de clase en las dominicas francesas de Valladolid. Mi ausencia de Madrid me ha impedido confirmar este hecho directamente con ella, pero la persona que me lo contó es fuente fidedigna. Parece ser que a monseñor Escrivá se le antojó un tapiz que esta señora tenía en su comedor (en jerga del Opus Dei se diría: "Al Padre le gustó el tapiz"), y no se le ocurrió más que decirle a las superioras del Opus Dei en Madrid que se lo pidieran para la Obra. Esta persona, muy educada y generosamente dijo que no le era posible dárselo porque pertenecía al patrimonio familiar; pero ofreció un millón de pesetas (en el año 1962) para que le comprasen otro tapiz a monseñor Escrivá. Era en verdad extraño, aunque no sea único en la historia, el comportamiento social de monseñor Escrivá.

Mi preocupación sobre todos estos hechos se acentuó al comprobar que monseñor Álvaro del Portillo, testigo ocular de casi todos ellos, es quien más ha promovido y sigue promoviendo con todas sus fuerzas la causa de beatificación de monseñor Escrivá.

Yo siempre había considerado a monseñor Álvaro del Portillo un hombre reflexivo y justo, pero hoy creo que estaba equivocada. No acierto a comprender que un hombre como él cierre los ojos a la realidad e impulse, con obstinación, una causa que él sabe que puede dañar a la cristiandad entera. Monseñor Álvaro del Portillo sabe muy bien cómo se ha manipulado este proceso de beatificación, cómo han sido empleadas difamaciones y calumnias para que los tribunales de la Iglesia declarasen no idóneas como testigos a personas capaces de aportar testimonios esclarecedores.

Monseñor Álvaro del Portillo presenció la mayoría de los hechos que he narrado en este libro y probablemente otros muchos que yo desconozco, sobre todo en lo que se refiere a relaciones con el Vaticano. Y debe de recordar que, en distintos momentos, monseñor Escrivá manifestó opiniones fuertemente despectivas sobre sumos pontífices e incluso sobre el Vaticano II.

Es tristísimo el lenguaje que se lee en el sumario del proceso de esta causa de beatificación, donde, en cada párrafo, se reiteran, hablando de monseñor Escrivá, expresiones como las de que ofrecía "al Señor su propia vida y una intensísima oración y mortificación para conseguir la conversión de esas personas" (las que se iban de la Obra) o "procedía con un ejercicio tan heroico de las virtudes que removía a los que estábamos a su lado". Siempre le oí repetir a monseñor Escrivá, cuando alguien dejaba la Obra, "solamente se caen las ramas secas... Y ésas bien caídas están", usando el símil que había escrito en Camino al hablar de tribulaciones.

Por esta preocupación mía sobre el proceso de beatificación de monseñor Escrivá, envié a Su Santidad Juan Pablo II, como material secreto y de conciencia, estas dos cartas que incluyo en el "Anexo Documental", de las cuales, aunque llegaron a manos del Santo Padre a través de su secretario, S.E. el cardenal Ángel Sodano, nunca recibí respuesta. Sin embargo, S.E. el cardenal Ratzinger tuvo la cortesía de acusarme recibo de dichas copias.

Incluyo a continuación las directrices que recibían las numerarias del Opus Dei para extender la devoción a monseñor Escrivá. Directrices, todas ellas, conocidas por monseñor Álvaro del Portillo.

"Devoción a nuestro Padre": Por piedad filial y por justicia con la Iglesia, todos tenemos el grave deber de extender constantemente la devoción privada a nuestro Padre. Aprovechar las oportunidades que se nos presentan para distribuir bastantes estampas y hojas informativas. Procurar entregar a personas de ciertos gremios que tienen un buen efecto multiplicador. Las parroquias e iglesias son un núcleo eficaz de distribución. En algún caso, si una asociada tuviera especial amistad con un párroco, no habría dificultad en dejarle un pequeño lote de estampas y hojas (no muchas, es preferible que se le agoten y pida más) para que si no tiene inconveniente, las deje a la vista junto con otros objetos piadosos, libros, etc., que a veces suelen tener en la misma iglesia o en los locales de reunión parroquial. No hacerlo nosotras a las puertas de las iglesias. Recordar que interesa que consigamos donativos para los gastos que supone la impresión de la hoja informativa y de la estampa. El agradecimiento por un favor recibido, el propósito de reforzar con el sacrificio de la limosna una petición hecha, la penitencia o, en general, el deseo de ayudar a la difusión de esta devoción privada, que tanto bien hace a muchísimas almas pueden ser motivo para estimular la generosidad de la gente, tanto a través de muchas pequeñas limosnas, como mediante donativos de mayor cuantía".

Hasta aquí estas pinceladas, como dije al principio, que bien pueden esbozar o completar el retrato de dos hombres muy distintos, reunidos por el ejercicio del poder. A ese poder, lamentablemente, lo cobijan, por un lado, bajo el manto de la Iglesia, y lo ejercen sobre personas, los miembros del Opus Dei que con gran pureza de intención quieren acercarse a Dios. Para ello, estas personas abandonan lo bueno que Dios les deparó en la vida en aras de ese altar llamado Opus Dei. Su Norte y su guía ha sido, mientras vivió, monseñor Escrivá.

Monseñor Álvaro del Portillo prosigue ahora ese camino y no vacila en señalar a quienes guía la existencia de un nuevo "lucero", que no es sino luz fatua, espejismo de santidad. Seguir esa dudosa luz puede desorientar a las buenas almas que buscan la Verdad.

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Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?