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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El ser humano y su mundo
Índice
Introducción
1. El "sentido de la vida"
2. El hombre entre lo terreno y lo trascendente
3. La instancia institucional y sus pretensiones de absoluto
4. La formación y el gobierno de los hombres
5. Entender, explicar
6. El mundo interpretado
7. Educación
8. Calidad de vida - Vida de calidad
9. Autoaceptación y donación
10. Enamorarse
11. La referencia a la voluntad de Dios
12. La gracia y "su" naturaleza
13. La defensa de la fe
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Antonio Ruiz Retegui

EL SER HUMANO Y SU MUNDO
(Algunas claves de la antropología cristiana)
febrero 2000

Antonio Ruiz Retegui
Teólogo. Sacerdote numerario del Opus Dei

A mis amigos

 

INTRODUCCIÓN

Los tratados de Antropología suelen tener una parte que es relativamente común o coincidente, y otra parte en la se advierten grandes diferencias. La parte común y, de alguna manera pacífica, es la que considera los elementos constitutivos del ser humano, es decir, aquellos que se refieren a lo que es común en la composición actual de todos los hombres. Todos están más o menos de acuerdo en que el ser humano tiene un aspecto de ser vivo, como los animales, y un aspecto anímico que da cuenta de las peculiaridades de su comportamiento en el conjunto del mundo. Todos estudian el conocimiento, la afectividad, la cultura, el trabajo, el sexo, etc. como componentes o "constantes" de la existencia humana.

La parte en la que surgen inevitables las grandes diferencias es aquella que tiene en cuenta que el hombre no es simplemente un ser ya cumplido y, por así decirlo, estático, sino que su realidad está constituida por su propia historia. "Lo que es" una persona concreta no se puede expresar describiendo simplemente sus componentes actuales, sino que debe hacer referencia a su vida, al decurso temporal de su existencia, a su historia. Esto es lo que expresaba Hannah Arendt cuando escribió con un tono quizá polémico: "(...) la esencia humana -no la naturaleza humana en general (que no existe) ni la suma total de cualidades y defectos de un individuo, sino la esencia de quién es alguien- nace cuando la vida parte, no dejando tras de sí más que una historia" (La condición humana, §27, p. 256)

Por eso, todo tratado de Antropología que pretenda dar cuenta cabal de su objeto, ha de tener dos fases bien diferenciadas. La primera es el estudio de "El Hombre" en universal, es decir, lo que se considera tradicionalmente la "esencia" o "naturaleza" humana común a todos los individuos humanos. Este estudio debe ser continuado por el estudio de aquellos elementos que se refieren a la condición personal. Como es evidente estos dos momentos son exigencia del doble carácter que tiene todo ser humano: por una parte, es un individuo de la especie y representante de la esencial humana universal, y, por otra parte, es una persona única e irrepetible.

La primera parte debe estudiar los elementos, materiales o formales, que están presentes la naturaleza humana común, y tiene un carácter fundamentalmente teórico, abstracto y universal. La segunda debe considerar al hombre en su condición de ser que se realiza en el tiempo, en el decurso de una vida, y estudiará, por tanto, la naturaleza humana en, cuanto principio de acción "biográfica", no sólo de acción "natural", y los elementos con los que se expresa y se conoce a la persona, que son los que constituyen y expresan la vida en cuanto historia que define a la persona.

Estos dos momentos, que constituyen el tratamiento completo del ser humano, hacen que la antropología tenga un primer aspecto que es el que corresponde a una ciencia del tipo de esencias, es decir, teórica; y que tenga también un segundo aspecto que por tratar de los elementos de la vida, tiene carácter práctico, en cierto modo normativo, referente a la conducta humana que hace que su vida esté definida por una vida personal y libre. Este estudio deberá dar cuenta de las normas que regulan la composición de la historia de la vida personal. El carácter práctico del segundo momento de la Antropología no es puramente práctico, es decir, no es un saber de lo singular contingente, sino de los elementos que permiten y regulan la práctica. Por eso se podría denominar con la expresión clásica de "teórico-práctico" los elementos que se estudian y las normas que se establecen son relativamente universales, es decir, son objeto de un conocimiento teórico y abstracto, pero que se refiere a las condiciones de la práctica.

Los dos aspectos se entrecruzan en algunos temas como son los que consideran el fin del hombre, su perfección o cumplimiento. Pero hay temas de antropología que son propiamente teóricos, y hay otros que reclaman un enfoque más práctico y cercano a la acción. En ciertas tradiciones académicas, los temas teóricos suelen tener más consideración, y los prácticos suelen considerar de menor calado intelectual. Pero, como, hemos dicho, el ser humano no tiene sólo la dimensión esencial intemporal; y su aspecto biográfico es decisivo para entender la verdadera condición humana y la "verdad" propia de la persona.

En el ámbito más concreto de la Antropología cristiana este carácter que debe tener toda Antropología hace que esté cercana a la Moral. En efecto, la Moral, si ha de ser más que un estudio sobre las leyes que dictan qué actos que hay que cumplir o evitar, y las cuestiones correspondientes a la imputabilidad de esas leyes, deberá estar fundamentada en la propia condición del hombre como criatura que está llamada a un cumplimiento a través de la historia de su vida. Pero al mismo tiempo, deberá considerar cuál es la fuente de orientación para la conducta concreta, pues esa fundamentación no parece que, en la práctica, sea suficiente para determinar la materialidad de los actos que hay que cumplir. A veces se ha resaltado la diferencia de método entre la Teología Moral Fundamental y las diversas Morales Especiales (Moral de los negocios, Bioétical Moral sexual, etc.) [1]

[1] "Dos cosas llaman la atención al cristiano común interesado en la teoría de la ciencia, en los libros y en las monografías de Teología Moral. La primera es la manifiesta falta de unidad metodológica. Cuando se trata de la intención fundamental y motivadora del actuar del cristiano, resulta que esto aparece ligado a las afirmaciones de la Dogmática. A diferencia de Aristóteles que separa la filosofía práctica de la teórica, acercándola a la retórica; a diferencia de Kant, para quien la experiencia del deber sigue siendo el único acceso a "la verdadera realidad", la Teología Moral fundamenta evidentemente el deber sobre una previa unidad de ser y sentido, es decir, sobre Dios. Habla de Dios como el último y legítimo fundamento, no disponible al arbitrio, de la acción humana. Habla de la amistad con Dios como de un estado, que no es teóricamente deducible, logrado por la Encarnación de Jesucristo (por Jesucristo, Dios hecho hombre) y otorga a la acción buena o mala una dimensión absoluta que no se puede conseguir teóricamente. Bajo esta perspectiva, la motivación para la acción no brota del carácter racional de una norma racional. Brota del agradecimiento por el perdón, histórica y fácticamente fundado, de una negación ante una exigencia de Dios y que se hace ciertamente visible en su carácter absoluto en el hecho del perdón. La perfecta contrición permite ver el pecado en toda su hondura. Pero la misma contrición es, según la enseñanza cristiana, una gracia, es decir, es a la vez la aparición del perdón ya concedido. Al comienzo de la vida cristiana se hallan las palabras de Cristo: "No te condeno, anda y no peques más". El principio de esa vida es el seguimiento de Cristo. Estas afirmaciones, y otras semejantes, constituyen la parte primera y fundamental de los manuales de Teología Moral Pero si se pasa a la parte especial, al contenido de las normas de la moral cristiana, entonces el método cambia. La primera máxima de actuación: "Ut in omnibus glorificetur Deus" no parece permitir que se deriven determinadas normas de comportamiento, si no es con la ayuda de una "sentertia minor" que, en sí misma, sería suficiente para fundamentar esas normas. Se glorifica a Dios con el bien. Pero según parece, de la idea de la glorificación de Dios no se puede deducir en qué consiste el bien. "Dios sólo es injuriado por lo que el hombre hace contra su propio bien" (Santo Tomás de Aquino, "Contra gentes", III, 122). ¿De dónde sabe la Teología qué es eso? Primera respuesta: de la enseñanza de Cristo y de los apóstoles. Esa enseñanza nos proporciona un segundo principio que se añade al del amor de Dios como su concreción inseparable. Pero, por de pronto, el amor al prójimo sólo tiene el sentido de una máxima formal que determina la intención. En su concreción interviene todo lo que es constitutivo de la actividad humana: ethos histórico, conocimientos, razón práctica, sentido de los valores. En cuanto la Moral se pare a concretar, es evidente que no tiene ni un objeto específico, ni un método específico. En la reflexión sobre el contenido de las normas morales y de su fundamentación, siempre está ahí y siempre lo tuvo la Filosofía Moral" (Spaeman, "¿De qué trata la teología moral?", en "Einsprüche (Christliche Reden)", Johannes, Einsiedeln 1970).

Esta insuficiencia es lo hace que haya un salto, a veces muy marcado, entre la Mora General o Fundamental, y la Moral Especial. En realidad, éste es un tema tratado desde antiguo. Ya Aristóteles advirtió que desde los principios generales no se podía determinar adecuadamente la vida concreta que debía seguirse. Por eso decía que los principios de la actuación eran estudiados en la teoría ética, pero la materialidad de los actos que debía realizarse, era algo que había que buscar en otro lugar, concretamente' en la vida y en las costumbres de la Polis.

En la Moral cristiana frecuentemente se atiende poco a esta circunstancia, e implícitamente se da a entender que los preceptos concretos se derivan de los principios estudiados en la Moral General o Fundamental, cuando en realidad, tienen otra fuente.

Esta distinción entre los principios fundamentantes y la fuente de la actuación concreta, es aún más intensa cuando se trata de la teoría o de la enseñanza práctica ascética que se da en el ámbito de la formación cristiana. En este caso lo que sucede es algo curioso. Por una parte se pretende que la práctica que deben seguir los cristianos esté muy bien determinada para evitar perplejidades a la hora de la acción concreta. Pero por otra parte se pretende también que esa práctica aparezca como fundamentada no sólo en los principios morales generales, sino en las grandes verdades que están en la base del cristianismo. El resultado es, frecuentemente, que la conexión entre las verdades de la fe y la praxis que se propone resulta un tanto arbitraria y falta de rigor intelectual. Por esto es importante establecer con la mayor claridad posible la relación entre las verdades de la fe y la praxis que se propone.

De hecho es llamativo que la doctrina teológica de más categoría como es la Teología Dogmática, se manifieste poco relevante en el ámbito de la práctica y que incluso la Teología Moral casi se reduzca a tratar las cuestiones límites del pecado y de la reparación, sin que resulte claro de donde proceden sus valoraciones sobre actos de especies concretas. La lejanía de la doctrina teológica de más altura respecto de la doctrina práctica que se propugna, viene entonces a ser un medio para que pueda ser aplicada de modo arbitrario y sin resistencias. Por ejemplo, la estudio teológico sobre la voluntad de Dios que se hace en los tratados "de Deo", apenas contiene aspectos aplicables a la práctica, y esto es lo que hace que la voluntad de Dios se pueda convertir en una referencia para cualquier enseñanza práctica. Si en el tratado de Teología Dogmática correspondiente se estableciera con claridad el contenido que debemos retener sobre lo que significa la voluntad de Dios, su uso en la enseñanza ascética práctica estaría más fundamentado y sería menos arbitrario.

Frecuentemente se afirma que la moral debe hacerse de manera que aparezcan también las orientaciones para la vida cristiana normal, es decir, que incluya lo que tradicionalmente se ha confiado al campo de la llamada teología ascética y espiritual, pero eso rara vez pasa de ser una afirmación convencional o, lo que es peor, una invitación a salpicar los tratados morales de citas alusivas a la literatura ascética. Estas citas muy frecuentemente confunden los contextos y se convierten en una amalgama más que en una verdadera síntesis. Por otra parte, la literatura ascética contiene, en muchos casos afirmaciones claramente contrastantes con las de la teología dogmática. Así, en la gran Dogmática se afirma que Dios es impasible, que la filiación divina es efecto normal de la gracia, que el bien es difusivo de suyo, etc.; pero en la ascética se habla con frecuencia de la alegría o el dolor que causamos a Dios, de que aún habiendo cometido un pecado mortal seguimos siendo hijos de Dios que nos espera, de que un foco de mal puede hacer más daño que buenas personas buenas, etc.

Todo esto hace que parezca que la doctrina que alimenta de hecho la vida cristiana concreta y la predicación habitual, sea una teología un tanto superficial, poco rigurosa, y cuyo valor consiste casi exclusivamente en que sirve de apoyo para las exhortaciones prácticas y para alimentar la vida cristiana. La situación es un poco extraña, pues lleva a pensar que la vida espiritual que se suele predicar tiene poco fundamento doctrinal, y que la doctrina más profunda es desmentida en la práctica por la predicación que cuenta para la vida.

Me parece que la realidad es que la mayoría de las veces, la vida que se propone no está fundamentada en las grandes verdades de la fe, sino, de modo semejante a lo que decía Aristóteles, en la praxis establecida en ciertos ámbitos, más o menos restringidos, de vida tradicional cristiana. Los actos que se proponen como expresión de la vida cristiana deben su vigencia a tradiciones de la vida de piedad en esos ámbitos concretos, de forma que en ocasiones las mismas razones parecen fundamentar unívocamente actos muy distintos.

Los ensayos que se recogen a continuación pretenden establecer una cierta conexión entre la praxis y la doctrina teológica. Se pretende considerar, sin pretensiones de ser exhaustivos, algunos aspectos importantes de la vida cristiana, y ponerlos en conexión con los fundamentos teológicos y racionales que deben sustentarlos. Son ensayos en los que se trata de temas que son frecuentes en la predicación ascética y a los que se les aplica con frecuencia un revestimiento doctrinal que me parece en muchas ocasiones dudoso.

Como es comprensible en un intento de este tipo, las referencias doctrinales resultan muchas veces bastante heterogéneas. Algunos capítulos tienen desarrollos especulativos de cierta amplitud, mientras que otros son más bien descriptivos. La razón de distinto tratamiento procede de lo que se ha juzgado como necesario para dar cuenta de la cuestión que se trata. Lógicamente, las cuestiones teológicas más aludidas son las que tiene que ver con la voluntad de Dios, la ley moral, la creación y la libertad humana, pues estas magnitudes son punto de referencia constante en el discurso ascético y moral, al mismo tiempo, forman parte de aquel conjunto de elementos que permiten que el ser humano viva una vida biográfica.

Estos ensayos no deberían ser juzgados precipitadamente como un intento de teología superficial o de mera ayuda al discurso ascético, y mucho menos como un acto de mera crítica de ciertos discursos convencionales. Han nacido como un intento de pensamiento teológico que no sea meramente académico y analítico especulativo, sino que conserve siempre las unidades significativas para que puedan servir de punto de referencia para el comportamiento práctico.

No es pues una mera teoría "de ayuda", lo que aquí se propone, sino una reflexión sobre lo que debe orientar la praxis humana y cristiana. La prueba de fuego en un discurso de este tipo es que sea seguido hasta llegar al momento de la propuesta concreta, y que ahí, no sea rechazado, sino que muestre una postura cristianamente plausible. La pretensión es decididamente práctica, es decir, pretende dar un juicio sobre actitudes o juicios prácticos y ayudar a modificarlos si es el caso.

Debemos dar cuenta del papel que ciertamente debe jugar la praxis establecida en ámbito vital donde se desarrolle la vida de la persona, pues así como la persona humana no llega a lo que es naturalmente sin la ayuda de los demás, tampoco alcanza el conocimiento de lo que debe hacer desde la observación exclusivamente individual. La persona es esencialmente relacional y esto se manifiesta también en la percepción de los deberes y de la praxis recta. La cuestión no es negar la ayuda de la cultura o de la costumbre, sino situarla adecuadamente. De manera especial, estos ensayos pretenden ser un aviso sobre el peligro de que la instancia cultural, sea meramente humana o religiosa, se alce con pretensiones de absoluto.

El 16 de febrero del 2000*, el Cardenal Ratzinger pronunció una conferencia en Madrid, sobre "Fe, verdad y cultura", comentando la Encíclica "Fides et ratio" de Juan Pablo II. El nervio de esa conferencia consistió precisamente en la afirmación de que la instancia cultural, tanto profana como religiosa, debe superar la tentación de convertirse en una instancia absoluta, y ayudar, no sólo permitir, a que la persona entre en relación directa con la verdad del mundo, del hombre y de Dios.

Antonio Ruiz Retegui
Madrid, febrero 2000

* Ruiz Retegui sufrió el derrame cerebral el 27 de febrero de 2000. Entró en coma -del que no despertó- y falleció el 13 de marzo de 2000 en el Hospital de la Paz, en Madrid. En su entierro se dieron cita miembros y, -llegados de todos los puntos de España-, ex miembros del Opus Dei.

 

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