Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Antonio Ruiz Retegui
Índice
Semblanza de Antonio Ruiz Retegui
1. La estructura de la acción de la persona humana
2. La educación para la madurez
3. La vida humana plena: felicidad, alegría y sentido de la vida
4. Los riesgos de la educación: "seguridad versus libertad"
5. La tentación del gobierno asegurador
6. Espíritu o "estilo"
7. La absolutización de lo "institucional"
8. La referencia a "la voluntad de Dios"
9. La referencia al "sentido sobrenatural"
10. Las "llamadas" o "vocaciones" divinas
11. El sentido de la perseverancia
12. El difícil equilibrio
FIN DEL LIBRO
 
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LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL* (REFLEXIONES ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, teólogo
sacerdote numerario del Opus Dei

*Por institucional entiende el autor la institución del Opus Dei

4. LOS RIESGOS DE LA EDUCACIÓN: SEGURIDAD VERSUS LIBERTAD

Si la finalidad de la educación es disponer a la persona para que pueda cumplirse como tal persona, la educación tendrá también con un objetivo suyo la felicidad de esa persona. Pero ese objetivo debe ser esencialmente ulterior, no inmediato, ni buscado directamente o por si mismo.

El cumplimiento de la persona es algo distinto de la actualización de sus potencia o de sus posibilidades, porque la persona trasciende el ámbito en que puede llevar a cabo sus acciones. La acciones se realizan en el mundo, pero la persona está llamada a la trascendencia.

La consecuencia de esto es que la educación debe dirigirse a la persona en cuanto que es la unidad que da cohesión a todas sus dimensiones operativas. Si la raíz de la acción, el corazón, es fuerte, la vida de la persona será también fuerte y unitaria. Todas sus potencias actuarán en concordia, y sus acciones serán acciones de una persona. En cambio, si la educación se dirige directamente a dar destrezas o pautas de acción concretas, la persona queda olvidada y, aunque pueda resultar un ser relativamente útil para ciertos fines, se pierde como persona. Esto es lo que sucede con aquellos que han aprendido ciertas destrezas concretas, pero han dejado de lado el fondo de la persona. Esas personas tienen la lacerante convicción de que no son ellos los que viven su vida, sino que la vida se les vive desde fuera, es decir, que son "utilizados".

Por el contrario, quien se resiste a adoptar comportamientos concretos y procura siempre que sus acciones le salgan de lo más íntimo, a veces parecen persona un poco "suyas", e incluso un tanto "indómitas", pero enseguida se advierte que son estas personas las que realmente viven la vida. Sus acciones no podrán ser tan exactamente dominadas o aprovechadas por los que gobiernan, porque son personas que no se dejan "instrumentalizar", ni se dejan tampoco inducir acciones concretas si estas acciones contrastan con lo que ven con su conciencia. No se dejarán encajar en un conjunto como una pieza en un artificio. No obstante, a la larga se percibe que son estas personas las que son capaces de realizar las acciones más propiamente humanas y defender los más grandes ideales.

Se puede llegar a juzgar que esas personas viven mal la unidad con los demás, especialmente porque son muy capaces de establecer relaciones muy personales y libres con algunas personas y hablan libremente con ellas de las cosas más importantes, como es propio de las amistades profundas. Estas relaciones no son controlables por los que gobiernan y, por eso, suelen ver esas amistades con sospecha de sedición. En realidad, la unidad que viven o pueden vivir es la unidad que no las disuelva en un conjunto. Ésta es la unidad más perfecta, la que no disuelve las personas en la unidad superior. En efecto, la unidad de Dios la debemos confesar "neque confundentes personas, neque substantíam separantes" (Símbolo "Quicumque").

Las personas bien formadas, las que son auténticas y dueñas en verdad de sus propios actos, resultan evidentemente algo incómodas para quien pretende un gobierno inmediato, de tipo técnico, pero son las que viven la vida de verdad y pueden colaborar de verdad a la realización de los grandes fines. Sus opiniones sobre la realidad que ven es una opinión que merece confianza, y no se remite a lugares comunes o una mera servidumbre a las dimensiones más superficiales de su existencia.

Además, cuando alguien es muy fiel a sí mismo y no se deja dominar por instancias externas o superficiales, es decir, cuando es sacrificada y fuerte, cuando sabe querer a los demás, podrá dar oído con confianza al juicio interior de su conciencia, aunque este juicio se oponga a lo que le viene más desde fuera, sea la instancia que sea: la autoridad o sus pasiones.

Por esto es tan importante que las personas crezcan de forma armónica y en fidelidad a si mismas. Sólo así cuando pasa el tiempo y maduran pueden ser personas capaces de confiar en sus opiniones formadas en conciencia. A veces se dice que las personas de conciencia recta y tranquila son temibles porque hablan desde la seguridad de su propia rectitud. Si crecieran en servidumbre a sus debilidades se verían siempre inseguras, dudando de si sus opiniones son rectas o se deben más bien a la debilidad de sus pasiones. Quien claudica ante las tentaciones del orgullo o de la sensualidad tenderá a refugiarse en los dictámenes de la autoridad, porque en el fondo se sabe débil y poco de fiar.

Pero no es que estas personas sean de suyo imposibles de dirigir. Sencillamente reclaman un tipo de dirección que no las convierta en simples piezas de un conjunto. Ellas son un "todo de sentido" es decir, no se dejan integrar sin más en un pretendido contexto más amplio omniabarcante, no se les puede pedir que "actúen como se les indica" y que "se queden tranquilas". Por esto, cuando se pretende una acción de conjunto muy mecánica, estas personas son vistas con cierta desconfianza, y se las califica de "rebeldes" o "difíciles".

Al mismo tiempo, estas personas son especialmente sensibles a la dirección buena, que es aquella que se dirige a la cabeza y al corazón. En efecto, esas personas que actúan desde el fondo de su ser, advierten que necesitan un alimento constante de sus principios y de su visión de la vida. Por eso sintonizan enseguida con la formación que tiene en cuenta su capacidad personal de entender las cosas. Son más sensibles a la calidad de la formación que se dirige a la cabeza y al corazón, ávidas de doctrina rica, verdadera, que dé conocimiento de la realidad, para que pueda orientar la conducta. Lógicamente son más bien reacias a las indicaciones coyunturales o simplemente autoritarias.

A su vez, cuando están en puestos de gobiernos, ejercitan su misión dirigiéndose al fondo de las personas que imperando actuaciones concretas. Por eso engendran ámbitos de libertad y sentimientos de respirar aire puro. Hacen que quienes dependen de ellas actúen con conocimiento de la realidad, y desde ese conocimiento de la realidad. Su gran misión es poner constantemente a los demás en contacto con la verdad de las cosas, para que sepan responder a las interpelaciones de esa realidad desde los principios que cada uno tiene en su interior. Esto hace que su gobierno sea muy exigente porque reclama que cada cual ponga en juego toda su libertad y capacidad activa. Al mismo tiempo esa forma de gobierno resulta lógicamente un tanto "débil" para quien es inseguro de sí y pretende seguridades inmediatas o proteccionismo por parte de la autoridad. En efecto, ese gobierno se ciñe fielmente a "gestionar la creatividad" y se niega a dar esa peculiar protección que es orientar en concreto toda la acción que cada uno ha de decidir con su libertad.

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