Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer,

fundador del Opus Dei
(Luis Carandell)
Indice del libro:
Prólogo a la Edición de 1992
Prólogo a la Edición de 1975
"Made in Spain"
Niños, aunque no niñoides
"El cura más guapo del mundo"
Marqués de Peralta
Hijos de todas las clases sociales
La estética del apellido
La ciudad amurallada
De hinojos ante el padre
Baños de multitud
La quiebra de "Escrivá, Mur y Juncosa"
"La ciudad de Londres"
Burro de Dios
El belén del Opus Dei
Torreciudad
Flojo en latín
Su tío el canónigo
La santa cólera
El secreto y los escaparates
"Es muy santo y tiene que ir a Madrid"
Los doce apóstoles
Educador de tecnócratas
"Nos han hecho ministros"
El "apostolado de la inteligencia"
"La santa coquetería"
Días de rosas y espinas
Apoteosis
Epílogo para 1992
Bibliografía y FIN
 
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VIDA Y MILAGROS DE MONSEÑOR ESCRIVÁ, FUNDADOR DEL OPUS DEI

HIJOS DE TODAS LAS CLASES SOCIALES

Un sacerdote de Logroño que fue compañero de Escrivá en el seminario de la ciudad me contaba que, cuando se enteró de la famosa noticia de la solicitud de rehabilitación del título marquesal, no pudo evitar que se le escapara una gráfica expresión riojana. La cristiana caridad a que su ministerio le inclinaba hizo que, en seguida, el sacerdote logroñés encontrara explicaciones y justificaciones de lo que parecía debido a un puro delirio de grandeza de su compañero de estudios. Pero mientras estábamos charlando en su casa de Logroño, la tarde en que le visité, sentados al calor de la mesa camilla, me confesó que su primera reacción, cuando le trajeron el periódico con la singular noticia, había sido exclamar: "¡Qué fatada!" La palabra fatada viene de fato, que es una variante popular de fatuo, pero la expresión se emplea ahora en la Rioja como equivalente del "¡Qué bobada!", común en Castilla. Es curioso, y vale la pena señalarlo de paso, que la palabra fato designa también en estas regiones de la antigua Iberia a los habitantes de Huesca. Monseñor, que es barbastrino, es por tanto fato y así, la exclamación de su compañero logroñés nunca habría sido mejor aplicada que en este caso. Pero mi interés al anotar este primer impulso del buen sacerdote no se debía sólo a mi debilidad por las sutilezas del idioma. Mi reverendo interlocutor conocía muy bien las circunstancias en que se desenvolvió la vida de José María Escrivá y de su familia en Logroño y no tiene riada de particular que expresara su sorpresa al saber que, pasados los años, su amigo había decidido abandonar el estado llano al que pertenecía para entrar en un gremio que, en la imaginación del español de la calle, y mientras no se demuestre lo contrario, se identifica con una cierta prepotencia.

No tardaré en narrar las estrecheces que por desgracia hubo de sufrir la familia del fundador cuando, como consecuencia de la quiebra del honrado negocio de venta de tejidos que poseían en Barbastro, se vieron forzados a abandonar la ciudad del Vero para trasladarse a Logroño. Quisiera antes, sin embargo, insistir en la relación que guarda el aristocrático paso dado por monseñor al solicitar la rehabilitación del título de marqués de Peralta, con la ideología acusadamente clasista que impregna toda su obra. Hay un dato histórico que no carece de significación en este sentido y es que, cuando a fines de 1925 el padre Escrivá, recién ordenado sacerdote, llega a Madrid procedente de Zaragoza, uno de sus primeros empleos en la capital es el de preceptor de los hijos de un marqués. No he podido averiguar de qué marqués, ni cuál era su gracia, pero es lo cierto que en la época en que el joven sacerdote empezó, como él mismo ha dicho más tarde, a "barruntar" lo que debía ser el Opus Dei, acudía diariamente a casa de un aristócrata madrileño para dar clase de latín y humanidades a sus hijos. [Hay constancia de que, por aquella misma época, Escrivá era confesor de la marquesa de Onteiro y decía la misa en su casa]

Su trabajo de profesor particular en Madrid de la Dictadura le permitió ponerse en contacto con los círculos aristocráticos y de la burguesía acomodada entre cuyos hijos recluto el fundador a sus primeros discípulos. El tipo de jóvenes a los que el padre Escrivá se dirigió originalmente aparece con mucha claridad en la máxima 63 de Camino, en uno de cuyos párrafos se insiste en la conveniencia de tener un director espiritual, y que comienza diciendo:

Tú -piensas- tienes mucha personalidad: tus estudios -tus trabajos de investigación, tus publicaciones-, tu posición social -tus apellidos-, tus actuaciones políticas -los cargos que ocupas-, tu patrimonio...

Es evidente que el autor no se refiere aquí a una sola persona sino a un grupo de jóvenes que, por sus condiciones sociales y económicas, constituyen un conjunto de "escogidos", una élite. A estos jóvenes afortunados está dedicado Camino. En ninguna de sus máximas tenemos la sensación de que el autor se dirija a personas de condiciones sociales diferentes a la de estos que podríamos llamar "superhombres" teniendo en cuenta el estado social de España en la época en que el padre Escrivá comenzó entre ellos su labor apostólica. Solamente quien sea o pretenda ser un superhombre o un arcángel puede sentirse destinatario normal de tan estimulante lenguaje. Un joven en estas condiciones, al decir del padre Escrivá, no puede "adocenarse". "¿Adocenarte? ¿Tú... del montón?" No debe volar "como ave de corral" cuando puede hacerlo "como las águilas". Se considera a sí mismo "caballero cristiano" y no se acomodará a la voluntad de "cualquier criaturilla". Por el contrario, habrá de ser "guía, jefe, ¡caudillo!". "¡Si has nacido para caudillo!", "que obligues, que empujes, que arrastres con tu ejemplo con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio".

Creo interesante decir aquí que este napoleónico lenguaje de Camino no ha sido en absoluto rechazado ni juzgado improcedente por los seguidores del padre Escrivá. Este libro, al que se ha llamado "el Kempis de los tiempos modernos", se sigue considerando intocable en todos y cada uno de sus puntos. Ni el fundador ni los miembros de la Obra han apuntado hasta ahora el menor signo de autocrítica en este sentido. Las frases que acabo de transcribir se siguen citando como el primer día y no sólo en los candorosos folletos de píos propósitos que la Obra edita, sino también en los estudios más enjundiosos y serios que puedan escribir sus hijos. Es asombroso, por ejemplo, que Juan Bautista Torelló, que es o ha sido fino poeta en lengua catalana y traductor de Rainer Marie Rilke, no vea inconveniente en hablar del "magnífico lenguaje de Camino", como lo ha hecho en su trabajo La espiritualidad de los laicos. Una de las características más acusadas de la personalidad del fundador, que parece haber transmitido como herencia espiritual a sus hijos, es la de tener siempre razón, la de no desdecirse jamás de una afirmación hecha ni reconocer un error cometido. Digo esto porque cualquier crítica que se haga del contenido o del lenguaje de Camino no es una crítica de manifestaciones que pudieran considerarse superadas u obsoletas de la labor creadora del fundador, sino una crítica de algo plenamente actual y vigente. La única cirugía estética que se ha practicado en el cuerpo sacralizado del libro fundamental del Opus Dei ha sido, como he dicho, el retoque, en las versiones a idiomas extranjeros, de sus rasgos más escandalosamente celtibéricos a fin de no alarmar al lector, a quien se supone sensibilizado por las vicisitudes de la historia contemporánea.

Con referencia a las frases que citaba antes, por ejemplo, la pregunta: "¿Adocenarte? ¿Tú... del montón?", que da en castellano una imagen despectiva de los demás, se traduce al inglés por "You a drafter? You... one of the crowd?", que significa sólo "uno que sigue la corriente" y "uno de la masa" o "uno de tantos". Permanecen en inglés las metáforas ornitológicas de las gallinas y las águilas, tan del gusto del autor barbastrino, pero al traducir "caballero cristiano" por "christian gentleman" se pierden irremisiblemente para el lector anglosajón los sutiles matices del caballeresco contenido que la frase tiene en castellano. Algo parecido sucede al dar la expresión "cualquier criaturilla", con que se alude claramente a alguna mujer que debilitaba la voluntad del discípulo, por la frase "the most insignificant creature", que no tiene el mismo contenido despreciativo que la expresión española manifiesta por el sexo femenino. Otro tanto podríamos decir de "clase de tropa", afirmación clasista que se esfuma en la traducción inglesa de "soldiers". Finalmente, apenas es necesario indicar los matices que se pierden al traducir la palabra "¡caudillo!" por "leader", con olvido de los signos de admiración que la refuerzan en el original castellano.

En los últimos años, el Opus Dei ha tenido especial interés en difuminar lo más posible su primitiva imagen aristocratizante y ha extendido su apostolado, como gustan de repetir los folletos de propaganda que edita el Instituto, "a todas las clases sociales". El periódico de Madrid, "Nuevo Diario", en la época en que pertenecía a la Obra, publicaba un reportaje en el que contestaban a las preguntas del periodista sobre temas relacionados con el Opus Dei, como decía el anuncio del reportaje, una serie de "taxistas, camareros, guardias municipales, carboneras, banderilleros, modistillas, peluqueros, etc., todos ellos miembros de la Obra". El propio fundador ha podido decir que hay en el seno del Opus Dei "desde campesinos que cultivan la tierra en pueblos apartados de la sierra andina, hasta banqueros de Wall Street" y que "para mí, igualmente importante es el trabajo de una hija mía que es empleada del hogar, que el trabajo de una hija mía que tiene un título nobiliario". Es interesante señalar aquí que, en el corazón magnánimo del fundador, no se hacen diferencias entre las personas por el "simple hecho" de su pertenencia a clases sociales diversas. El padre Escrivá demuestra con ello poseer en alto grado otra virtud de gran predicamento en España: monseñor es "muy sencillo". Lo mismo le da charlar con un gran financiero que con una asistenta, con un albañil que con una condesa. Tiene una especial debilidad por los bedeles de la universidad de Navarra, a quienes abraza efusivamente en sus visitas, y por las asistentas, a las que suele llamar "esas benditas mujeres de la limpieza". A los financieros los trata muy simpáticamente, un poco como si fueran niños que no piensan más que en jugar con sus juguetes. Cuando alguno de ellos se presenta con un coche nuevo, monseñor se pone muy contento y dice: "Ay, este hijo mío, ¡qué coche tan bonito se ha comprado!".

No sabía que, como afirmaba "Nuevo Diario", hubiera en la Obra "carboneras" ni "banderilleros", aunque tenía noticia de que existían "peluqueros", "midistillas" y "guardias municipales" miembros del Opus Dei. En cuanto a "taxistas", que yo sepa, hay uno o dos en la capital de España. Cuando el viajero sube al taxi, el conductor opusdeísta se vuelve a él y, con una sonrisa, le tiende un ejemplar de Camino para que lo lea durante el trayecto. Pero no se crea que la expansión social del Opus Dei se limita a estas profesiones de las que podría decirse que están al servicio de la clase media de la ciudades. Alardea el Instituto de contar entre sus miembros "incluso" a mineros asturianos. Como se encargaron de propagar los órganos de difusión ligados a la Obra, uno de los números fuertes de la concentración opusdeística que tuvo lugar en Pamplona con motivo de la asamblea de "Amigos de la Universidad de Navarra", fue precisamente la llegada de un grupo de "simpáticos" mineros asturianos que se pasearon durante varios días por la ciudad con su "típico" casco con linterna. Esta "escogida representación del mundo obrero regaló al padre" una lámpara de mina. [Los biógrafos de la Obra insisten mucho en resaltar la labor apostólica que Monseñor Escrivá hacía ya en el Madrid de los años veinte entre los pobres y los enfermos, cohonestándola con la que llevaba a cabo entre los aristócratas y los hijos de buena familia. En su celo espiritual, Escrivá llegó al extremo de acudir a un burdel madrileño para dar los últimos auxilios a un pobre señor que allí se estaba muriendo]

Siguiendo las inclinaciones populistas del fundador, el Opus Dei ha procurado intensificar en estos últimos años su acción apostólica entre las clases populares especialmente por medio de la creación, en los suburbios de algunas grandes ciudades, de Centros de promoción social y capacitación profesional de los obreros que a ellos acuden. Estos centros están sostenidos por las caritativas aportaciones de industriales y comerciantes que ven con buenos ojos esta labor de formación técnica y religiosa de la clase obrera. A este tipo de centros pertenece el llamado Tajamar, en el madrileño barrio de Vallecas, donde recientemente el Opus Dei organizó unos "cursos de Teología para obreros". Otra realización demostrativa de la "inquietud social" del Opus es el centro ELIS (siglas de las palabras italianas Educación, Trabajo, Instrucción, Deporte), situado en el popular barrio romano del Tiburtino. Contrariamente a lo que sucede con ios grupos cristianos más avanzados, que en su acción social no invocan motivos religiosos de ningún tipo, la actitúd del Opus Dei es totalmente confesional. Sin mencionar concretamente el campo laboral, que en la época en que se escribió Camino quedaba a mil millas de distancia de su actividad apostólica, el fundador se refiere en una de la máximas del libro a la necesidad de mantener esa confesionalidad:

Aconfesionalismo. Neutralidad. -Viejos mitos que intentan siempre remozarse.
¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar de ser católicos, al entrar en la universidad o en la asociación profesional o en la asamblea sabia o en el Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta?

La reciente y creciente, preocupación del Opus Dei por extenderse entre la clase obrera ha sido caricaturizada en la imaginación popular española, a través de chistes y juegos de palabras. De un famoso banco, que según se afirma está controlado por miembros del Opus Dei, decía uno: "El consejo de administración de ese Banco está totalmente compuesto por gente obrera". "¿Cómo por gente obrera? -contestaba el otro-. ¡Pero si son supercapitalistas!" A lo que el primero replicaba: "No, hombre, no. Quiero decir que todos son de la Obra". Se decía también que en un edificio en construcción perteneciente a una conocida inmobiliaria se había colocado un cartel con esta leyenda:

Prohibida la entrada
a toda persona ajena a la Obra.

Como se ve, monseñor tiene "hijos e hijas" a todo lo ancho del espectro sociológico: campesinos y banqueros; "empleadas del hogar" y damas nobles; obreros y presidentes de consejos de administración; mujeres de la limpieza y modelos de alta costura; carboneras y cantantes de ópera; ingenieros y taxistas; y también, como el mismo monseñor dijo en la memorable ocasión de Pamplona, "gitanos y guardias civiles". El Opus Dei de los años setenta es un completo muestrario de las posibilidades laborales del variopinto mundo occidental. Un conocido mío, miembro de la Obra, me resumía triunfalmente esta situación diciendo: "Mira. Tenemos de todo".

El Opus Dei tiene "de todo", pero esa misma preocupación por aportar especímenes del mayor numero posible de variedades sociológicas, ese divertido muestreo que se nos presenta en el escaparate de la Obra, no hace más que confirmar el carácter profundamente conservador del pensamiento del padre Escrivá que inspira la acción de sus "hijos". Cuando el fundador dice en las entrevistas de prensa que "venero a las autoridades de los países que visito", se manifiesta plenamente de acuerdo con el ideario de toda su vida. Monseñor no pone nunca en cuestión las estructuras sociales que encuentra en esos países. Su labor apostólica empieza a partir de esas estructuras. El "nosotros no sacamos a nadie de su sitio" quiere decir, sobre todo, que el Opus Dei considera que cada persona está bien donde está y debe seguir estando en el sitio que ocupa. En una elocuente máxima de Camino el autor dice:

¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! ¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto al que pertenece?

Y añade, perspicaz:


No es otra la razón del malestar del mundo. Persevera en tu lugar, hijo mío.


En una ocasión, un miembro de la Obra que trataba de explicarme la esencia del mensaje del fundador del Opus Dei, me contó una historia que, según dijo, a él le había hecho llorar. El clímax del episodio lo constituía la muerte del protagonista, un muchacho del Opus que trabajaba como empleado de una tienda de tejidos. Al parecer, este muchacho se quedó solo en el establecimiento una tarde en que sus compañeros, a la hora del cierre, salieron precipitadamente para ver un partido de fútbol que transmitía la televisión. El chico del Opus renunció a ver el partido con el fin de poner en orden unas piezas que habían quedado tiradas sobre el mostrador. Y he aquí que en este mismo momento se murió de un ataque al corazón. Al parecer, el chico había dejado escritas unas cartas en las que, con frases acertadísimas que no podía reproducirme, hablaba del profundo impacto que había hecho en su alma la idea del padre Escrivá de que cada uno debía estar en su sitio y servir desde ese puesto a los demás. Que si todos hiciéramos lo mismo y fuéramos menos egoístas, el mundo andaría de otra manera.

Me contó también otra historia parecida, de estas que podríamos llamar de "morirse al pie del cañón". Se trataba de un obrero, mecánico de automóviles, también del Opus, que se quedó muerto mientras arreglaba la dirección de un "600". Lo mismo que el muchacho que se murió poniendo en orden las piezas de tela, este obrero dejó también cartas escritas hablando de la gran ayuda que las enseñanzas del padre Escrivá habían representado para él, pues le habían hecho comprender que, para alcanzar la perfección, no hace falta más que servir a los demás desde el propio puesto de trabajo. Quien sea obrero, pues obrero; quien sea financiero, pues financiero. Mi interlocutor me contaba emocionado estas historias de fallecimientos testimoniales y ejemplares de abnegados hijos de monseñor Escrivá de Balaguer.

La ñoñería del mensaje del Opus Dei al mundo del trabajo alcanza niveles espectaculares en una colección de libritos ilustrados que se distribuye en las iglesias y centros de la Obra. Uno de los cuadernos se titula El trabajo de Pedro y otro, Antonio 1 el Grande. Pedro es el campesino y Antonio, el obrero. Pedro alcanza pronto la santidad y, de hecho, aparece desde las primeras páginas con el halo de santo sobre la cabeza. La agricultura siempre ha sido una profesión más sana que cualquiera de las que se puedan ejercer en las ciudades. A Antonio, llamado Toño por sus compañeros, le cuesta más trabajo comprender la idea de Escrivá de Balaguer de que la santidad consiste simplemente en hacer bien el trabajo de cada día. Antonio sueña con hacer grandes cosas. Se imagina que va montado en un caballo, vestido de romano, y se imagina también que es propietario de una gran fábrica en cuya fachada se puede leer un letrero luminoso que dice: ANTONIO. Finalmente, viendo que no puede conseguir su sueño de vestirse de romano y salir montado a caballo y mucho menos todavía su sueño de ser propietario de la fábrica, decide ir a ver a su tío Pedro en el pueblo para que le indique el camino que debe seguir. Resulta que Antonio tiene un primo muy cabezota y manirroto que se llama Pandolfo y, desde que Antonio se convierte gracias a la buena influencia de su tío Pedro, su única preocupación consiste en reformar el carácter imposible de Pandolfo. En el curso de la narración se nos presenta una deliciosa galería de dibujos que muestran los diversos oficios y empleos dados, cada caso por partida doble, con las inscripciones: no así y sí así. Hay dibujos de "empleada del hogar", oficinistas, burócratas de ventanilla, albañiles, camioneros. En cada dibujo, el que trabaja mal y protestando tiene cara de malo y amargado mientras que el que trabaja bien está sonriente y tiene siempre el halo de santo sobre la cabeza. Finalmente todo el mundo se convierte y aparece una especie de plaza en que todos van con el halo de santo, cada uno a lo suyo. En la última página, Antonio, el obrero del Opus Dei, aparece sorbe un pedestal de mármol con la inscripción: "Antonio I el Grande".

 

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