Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El santo fundador del Opus Dei
Índice del libro
Introducción
1. Turbosantidad del fundador
2. Primeros años de vida oscura
3. De Madrid al cielo
4. La segunda República y la guerra civil española
5. A la sombra de la dictadura
6. Cuatro fundaciones
7. El fundador en Roma
8. Intenso crecimiento
9. Último período en la vida del fundador
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EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS DEI
Autor: Jesús Infante

CAPÍTULO 2. PRIMEROS AÑOS DE VIDA OSCURA

EN LA PARTIDA DE BAUTISMO de José María Escriba que figura en el libro de registro de la iglesia catedral de Barbastro aparece un dato revelador sobre la familia y quien mantuvo una preocupación constante en modificar su apellido. Ellos no se llamaban originariamente Escrivá, sino Escriba, es decir con be y sin acento, por lo que no hay que excluir la hipótesis de que tuvieron que catalanizar el apellido para camuflar un apellido de judío converso como Escrivá. Más tarde, en el expediente de estudios de José María, él mismo se firma José María Escrivá, aunque en el encabezamiento las autoridades académicas transcriban su nombre como José María Escriba, el que figuraba en sus documentos personales y en la partida de bautismo.

La familia Escriba pertenecía a la clase media de Barbastro, un pueblo situado en las estribaciones montañosas del Pirineo central, en la provincia de Huesca, limítrofe con Francia. Dentro de Aragón, la comarca del Somontano, en donde vino al mundo el fundador del Opus Dei, es un territorio que se encuentra al pie de las montañas más meridionales, próximo al valle del Ebro, en las altiplanicies antes de los primeros contrafuertes del Pirineo, y Barbastro, con cuatro mil habitantes en la época, era su núcleo de población más importante.

Por parte del padre, los Escriba eran pequeños agricultores oriundos de Lleida, provincia de la vecina Cataluña, y por parte de madre, los Albás, también oriundos de Cataluña, ejercían una actividad comercial desde hacía varias generaciones. Establecidos como honrados comerciantes en Barbastro, los Escriba formaban una de esas familias "de recia contextura hogareña y gran moralidad, pertenecientes casi siempre a la clase media", ["La moralidad pública y su evolución. Informe reservado destinado exclusivamente a las autoridades. Madrid, 1944, p. 315, en "Usos amorosos de la postguerra española", Carmen Martín Gaite. Ed. Anagrama] con tres tíos curas en la familia, dos por parte de la madre y uno por parte del padre.

Sus hagiógrafos afirman que el origen de José María Escriba Albás, fundador del Opus Dei y protagonista de esta biografía, era de "antigua y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico", [Perez Embid, Florentino. "Monseñor Josemaría Escrvá de Balaguer y Albás, Fundador del Opus Dei, Primer Instituto Secular". Separata del tomo IV de la Enciclopedia "Forjadores del Mundo Contemporáneo". Ed. Planeta, Barcelona 1963, p. 2], lo cual nos hace pensar en algo distinto sobre el origen social del hijo de unos comerciantes de pueblo. La expresión, cuidadosamente calculada, ha llegado incluso a formar parte de la leyenda elaborada más tarde sobre el fundador, exhibiendo los miembros del Opus Dei, totalmente entregados al subgénero histórico de la hagiografía o vidas de santos, una habilidad descomunal para disfrazar los hechos. No obstante, la profesión de comerciante es difícilmente conciliable con la de hijodalgo en un país como España, y decir "antigua y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico" representa tan sólo, por desgracia, que ningún ascendiente de los Escriba nació en la calle, en el prostíbulo o en la inclusa. En cualquier caso, resultan ridículas las pretensiones de ilustre prosapia o hidalguía campesina. La nobleza baturra de los Escriba se redujo, como veremos más adelante, a unas ansias desmesuradas de promoción social, para contrarrestar quizá unos orígenes tan modestos en el pueblo de Barbastro.

Existen, sin embargo, diferentes versiones hagiográficas de la vida de José María Escriba que han sido perfectamente elaboradas a partir de retazos de una información tergiversada, todo ello adobado con gran abundancia de anécdotas inventadas, que sirven para consumo de simpatizantes y seguidores. Sin embargo, esta biografía completa se limita a una descripción somera y rigurosa de hechos realmente acaecidos, para que los lectores puedan apreciar la naturaleza y alcance de la peripecia biográfica de José María Escriba. Este límite se justifica tanto más cuanto que José María Escriba volverá una y otra vez a sus recuerdos de infancia y adolescencia, sobre todo desde que se convirtió en líder carismático de una poderosa organización con sede en Roma, ejerciendo una gran influencia hasta después de su muerte entre sus seguidores y también en el Vaticano.

El primer fruto del matrimonio Escriba fue una niña, bautizada con el nombre de Carmen, y el segundo de los hijos, José María, quien protagonizaría la fundación del Opus Dei, nació el 9 de enero de 1902, año en que tuvo lugar la coronación del rey Alfonso XIII. Con la mayoría de edad y la proclamación como rey de Alfonso XIII una nueva era política parecía comenzar en España. La subida al trono de un monarca de diecisiete años representaba una apuesta política llena de peligros y los restantes países europeos dieron importancia al suceso, ["Memories de S.A.R., L'Infante Eulalie 1868-1931", Plon, París, 1935, pp. 129 y 130] sobre todo después de la pérdida reciente de colonias sufrida por España.

En Barbastro, provincia de Huesca, ocurrieron en 1904 otro tipo de sucesos. Cuando Losé María cumplió dos años, y esta edad marca un momento importante en su desarrollo, padeció unos ataques de alferecía, que es lo que modernamente se llama epilepsia. [Identificada con la epilepsia, la alferecía es una enfermedad más frecuente en la infancia, caracterizada principalmente por accesos repentinos con pérdida brusca del conocimiento y convulsiones]. A pesar de ser una enfermedad grave y extendida en España, en donde aún se cuentan más de 300.000 casos al año, [Centro de Información Bioestadística. "Epilepsia en España. Informe Gaba 2000, Madrid, 1994], 1a epilepsia es una de las enfermedades crónicas menos invalidantes. Presenta a veces un proceso con un componente psíquico muy fuerte, con aumento de la irritabilidad, que puede obedecer a múltiples causas. En el caso del niño Escriba conviene tener en cuenta que se trataba de una patología con probados antecedentes familiares y que le dejaría secuelas, como ese aspecto reservado y de temperamento a la vez rígido y ardiente, que se desbordaría a veces en bruscas y violentas cóleras.

A partir del desencadenamiento de su primera crisis de epilepsia infantil, José María Escriba pasó a estar sobreprotegido por su madre y un manto de silencio cubrió al afectado por parte de la familia. Incluso escondieron tan aparatosa enfermedad a los fieles seguidores de José María Escriba de los primeros tiempos, debido quizá a la mala imagen que tiene la epilepsia entre la población en general. Posteriormente, cuando tuvo que desplazarse a Roma en 1946 y ya se le había declarado una grave diabetes, Escriba consultó si existía alguna lesión neurológica con el renombrado neuropsiquiatra español Juan Rof Carballo. [Véase capítulo 7: "El fundador en Roma"].

Pero de aquella primera crisis con dos años su familia afirmaba que Escriba salió fortalecido y por ello su madre le llevó en peregrinación a la ermita de Torreciudad, en las cercanías de Barbastro, de cuya Virgen era muy devota, en señal de agradecimiento por una curación que luego sería calificada de milagrosa, y Torreciudad significaría, como se analiza más adelante, el triunfo de Escriba sobre la enfermedad. [Véase capítulo 9: "Último período en la vida del fundador". También Berglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, pp. 25-26: Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1985; Vázquez de Prada, Andrés, "El fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, pp 50-52].

A partir de entonces, su madre ya no querrá despegarse de José María, por estar necesitado de cuidados constantes, lo cual tendrá una importancia decisiva en la vida de ambos. Con una madre tan protectora se iba a producir la fijación inevitable del niño con su madre y, como consecuencia, un infantilismo persistente agravado más tarde con el oscurecimiento de la figura del padre, por no sacar adelante económicamente de forma satisfactoria a su propia familia.

Tres niñas nacieron luego en el hogar de los Escriba: Asunción en 1905, Dolores en 1907 y Rosario en 1909. Pero de las cinco criaturas, sólo sobrevivieron dos: Carmen, la mayor, y José María, destinado a ser el fundador del Opus Dei. Antes de cumplir el año murió Rosario. A los cinco años murió Dolores y Asunción a los ocho años de edad. Si 1905, 1907 Y 1909 representaron años de nacimiento, los años 1910, 1912 Y 1913 significaron años de muerte para la familia Escriba, afectada de una extraña patología y que contaba además con graves antecedentes familiares.

Como las tres hermanas se fueron muriendo a partir de 1910 en razón inversa a su edad, de la más pequeña a la mayor, José María Escriba llegó a decir el 9 de enero de 1972, cuando celebraba el septuagésimo aniversario de su nacimiento, "no quiero cumplir más que siete años". Y también comentó en cierta ocasión que si tuviera que hacer alusión a su edad iba a decir que sólo tenía siete años. [Gondrand, Francois, ob. Cit., pp.270-271].

Tal sucesión de traumas infantiles tuvo que crear una cierta predisposición a la neurosis crónica y resulta muy revelador que Escriba fijase un intento de regresión en su vida a 1909, un año antes del comienzo de tantas desgracias familiares, con una edad, siete años, en la que los niños ya dejan de creer en los Reyes Magos.

Respecto a la psicología del niño, la fase edípica que empieza naturalmente a partir de los cinco años debió tener un fuerte impacto en José María Escriba. Se comprueban en efecto, tendencias edípicas que, al ser expresadas puerilmente por un niño, consisten en desear para sí solo a uno de los dos padres, generalmente del sexo opuesto, pero siempre el que ofrece mayor seguridad, excluyendo al otro. La exclusión del otro se formula a menudo como un deseo de partida o de muerte, teniendo en cuenta que para el niño la muerte no significa habitualmente otra cosa que el alejamiento. [Véase capítulo 7: "El fundador en Roma" y capítulo 9: "Último período en la vida del fundador"].

La mayoría de los psicoanalistas coinciden en afirmar que la situación edípica es una situación normal; aunque dicha fase puede convertirse en complejo, posible generador de una neurosis ulterior, cuando se reúnen varias condiciones precisas que actúan como agravantes y que eran fácilmente constatables en el caso del niño José María Escriba, analizando algunos datos de los primeros años de su vida: por una parte, la excesiva relación afectiva y la acusada preferencia del niño por su madre, junto con una indulgencia excesiva de la progenitora, proceso agravado más tarde con la ruina económica protagonizada por el padre; y por otra parte, el hecho de quedar José María como varón único tras la muerte traumática de las hermanas, junto con el nacimiento posterior de un hermanito, asunto que remueve la cuestión del origen de los niños y, con ello, sexualiza rápidamente los sentimientos edípicos. [Mucchielli, Roger, "La personalidad del niño. Su edificación desde el nacimiento hasta el final de la adolescencia". Hogar del Libro. Barcelona, 1938, pp. 88 y 90].

La madre, Dolores Albás, que era muy religiosa, había enseñado a rezar devotamente a sus hijos y José María se había convertido en un niño muy piadoso. De aquella época doña Dolores guardaría como reliquia un cuadro de la Virgen María con un Niño Jesús, con aspecto de tener dos o tres años, donde aparecía sonrosado y mofletudo, con mohín candoroso, el pelo rubio, repeinado a raya y con bucle. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. Cit., pp. 483-484]. No hace falta imaginar que la imagen era el modelo propuesto por la madre para ser imitado por su hijo José María. El cuadro que sería conocido familiarmente por la Virgen del Niño Peinadico se convirtió más tarde en un objeto preciado de la iconografía privada del Opus Dei.

José María estudió las primeras letras en las Escuelas Pías de Barbastro y allí cursó también los primeros años de bachillerato, donde iba a examinarse, llevado de la mano por los padres escolapios, a los institutos de Huesca o de Lleida. Su expediente presenta una normalidad escolar, con resultados satisfactorios en todos los cursos.

Los Escriba poseían un cierto barniz de cultura y José María se aficionó desde una edad temprana a la lectura de temas medievales, como los cantares de gesta. Téngase en cuenta que en las tierras del Pirineo, durante la larguísima guerra de los cristianos contra los moros que duraría ochocientos años, la Reconquista cristiana tuvo un carácter distinto que en otras regiones españolas. En Aragón la Reconquista comenzó con la ocupación de Barbastro, a donde se encaminó en el año 1064 una cruzada predicada por el papa Alejandro II. La península Ibérica estaba dominada entonces por el mismo enemigo de la cristiandad que en Tierra Santa y tales cruzadas, así como las órdenes militares y las guerras entre moros y cristianos, debieron impresionar a José María, ya que Barbastro fue una plaza fuerte sitiada varias veces por los cristianos durante la Reconquista. "Las gestas relatan siempre aventuras gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe", llegó a escribir luego José María, siendo ya adulto, en Camino, el más famoso de sus libritos. ["Camino". Máxima 826] Y de sus lecturas medievales debió partir, sin duda, como producto de sus ensoñaciones juveniles, su obsesión por pertenecer a una familia de alta alcurnia que le empujaría a la búsqueda incansable de honores y privilegios, llegando incluso a realizar actos ridículos de falso ennoblecimiento para sí y para su familia. [Véase capítulo 9: "Último período en la vida del fundador"].

Algunas noches después de cerrar la tienda, José María, acompañado de otros niños, se quedaba ayudando a su padre a contar el dinero que se había ganado ese día, según el testimonio de una vecina de Barbastro, María Esteban Romero. Junto con otros amiguitos, José María se sentaba encima del mostrador y se entretenía mucho contando las monedas. [Bernal, Salvador, ob., cit., p. 21]

Aquel niño aragonés, que se aficionó desde muy pequeño a tocar y contar el dinero, conoció también el dolor, en la peluquería. Él mismo lo relataría años más tarde: "En las fechas más destacadas de mi vida, el Señor ha querido mandarme alguna contrariedad. Hasta el día de mi primera comunión, al peinarme el peluquero, me hizo una quemadura con la tenacilla."

Pero los sufrimientos del niño fueron poca cosa comparados con los de su padre. Todo el mundo de la infancia de José María se derrumbó de repente con el cierre en 1915 de la tienda de tejidos que don José Escriba regentaba con otro socio en Barbastro. Quebró la tienda de paños y los Escriba se fueron a Logroño, capital de la Rioja, lo suficientemente alejada de Barbastro para evitar la tentación del regreso. Allí el cabeza de familia, venido a menos, hubo de buscar colocación como dependiente en otra tienda de tejidos.

Si en las familias españolas las madres se hacían cargo del hogar y la educación de los hijos mientras que los padres se encargaban de resolver la situación económica, los parámetros tradicionales de la familia Escriba fallaron por parte del padre y la salida de Barbastro tuvo más de huída que de mudanza, abandonando el pueblo de noche para esquivar a los acreedores. [Infante, Jesús. "La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y Desarrollo de la Santa Mafia". Ruedo Ibérico, París, 1970, p.4]. El fantasma de la ruina no abandonaría nunca a José María, el cual se esforzó toda su vida por devolver a la familia la solvencia y el crédito perdido.

José María tenía edad suficiente, trece años, como para darse cuenta de lo que representaba la quiebra del negocio familiar en Barbastro. En Logroño, sin embargo, continuó estudiando hasta acabar el bachillerato y en octubre de 1918, cuando tenía dieciséis años, inició la carrera de sacerdote como alumno externo en el seminario de Logroño.

José María le había comentado previamente a su padre la intención de ingresar en el seminario, desde que un día de invierno, en el mes de diciembre de 1917, vio las huellas de pasos de un carmelita descalzo en la nieve. Entonces sintió el impulso de hacerse carmelita, para encerrarse a cantar las alabanzas de Dios en el convento; aunque luego cambió de opinión y dijo que no le interesaba la carrera eclesiástica, que no le atraía ser cura y que su vocación era la de arquitecto. Finalmente, la decisión fue tomada y el padre, que trabajaba como dependiente de comercio, aceptó que José María iniciara los estudios para el sacerdocio con la condición de que cursara también la carrera de derecho, a fin de evitar ser en el futuro un hombre sin recursos si le fallaba la vocación religiosa.

Aconsejado también por su padre, el joven José María consultó, antes de dar el paso, a un capellán militar, Albino Pajares, personaje con la clásica visión medieval en la que el sacerdocio es el saber y la milicia la fuerza, cuya opinión tuvo un peso importante en aquellos momentos.

En España, los hijos de los pequeños agricultores, comerciantes y los sectores de la población rural no asalariada encontraban en los seminarios durante el primer tercio del siglo la única vía posible de acceso a la cultura superior y de promoción social. Con ello no se pretende afirmar que José María Escriba tuviera forzosamente que ser eclesiástico de modo cerrado y terminante; pero si se analiza someramente el ingreso en los seminarios españoles y la aportación de regiones como el Pirineo navarro-aragonés y la Rioja, junto con el origen social de Escriba y su tremenda ambición realzada en infinitos detalles personales, resulta fácil concluir que el camino religioso era el único viable para un individuo como él. Tuvo la ilusión de ser arquitecto, pero se inclinó por el sacerdocio. José María Escriba "escogió" el "único camino" que podría llevarle lejos y la ruta del sacerdocio eclesiástico le ofrecía perspectivas más claras que cualquier otra carrera.

Parece probable, sin embargo, que Escriba no tuviera a los dieciséis años una conciencia clara de lo que ambicionaba, lo cual por otra parte, no impide la existencia de una vocación eclesiástica. La vocación, como escribe Castilla del Pino, es una ultraestructura o estructura ulterior que uno elige para su persona, una vez que ya está y comienza a actuar en el mundo que le ha sido dado vivir. [Castilla del Pino, Carlos. "Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación". Ed. Ibérica, Barcelona, 1968, p.139]. José María Escriba pudo sentir vocación hacia el sacerdocio pero, no conviene olvidarlo, se sintió llamado dentro de unas estructuras como las de la sociedad española que ofrecían entonces, y siguieron ofreciendo después, un margen muy angosto y escaso de oportunidades.

En un ambiente de religiosidad familiar, con la vocación de José María predeterminada por la madre, los Escriba celebraron por aquellas fechas el nacimiento de un nuevo varón en la familia. Nació el 28 de febrero de 1919 y fue bautizado con el nombre de Santiago. Así, otro hijo varón podía compensar la ausencia de José María cuando tuviera que irse y sólo quedara la hija mayor, Carmen.

Cuenta uno de los hagiógrafos de Escriba que unos meses antes, a finales de 1918, cuando José María estudiaba en Logroño como alumno externo del seminario, su madre les dijo a él y a su hermana "que pronto tendrían un hermanito" y, ante la noticia, la primera reacción de José María, repuesto de la sorpresa, "fue el pensar que sería varón, pues así lo había pedido a Dios". Luego, con la noticia del nacimiento tuvo una gran alegría, comentando posteriormente que "con aquello toqué con las manos la gracia de Dios, vi una manifestación de Nuestro Señor. No lo esperaba" [Vázquez de Prada, Andrés, ob. Cit., p.75]. José María Escriba se refería con este comentario posterior a la supuesta intervención divina conseguida por él y de ahí que este suceso fuera incluido años más tarde dentro del proceso de turbosantidad, en el capítulo de hechos sobrenaturales, por sus seguidores del Opus Dei.

En el seminario de Logroño José María no pudo ser alumno interno, entre otras razones, por motivos de salud. Comenzó su carrera eclesiástica como seminarista externo yendo a clases aunque viviendo en casa, en donde también recibía clases particulares además de los cuidados maternos.

En septiembre de 1920 se trasladó a Zaragoza. Era poco corriente tal desplazamiento pero José María iba a estudiar también derecho empujado por su padre, lo cual era imposible en Logroño. Además el seminario dependía de la diócesis de Burgos y se veía obligado a cursar por libre la carrera de leyes en Valladolid, mientras en Zaragoza existía entonces una universidad pontificia, lo que le permitía simultanear los estudios eclesiásticos con los civiles de derecho, abandonando provisionalmente un universo que era el del pasado y el de la familia.

Con este nuevo traslado José María Escriba mostraba que no estaba resignado a ser un sencillo mosén en su diócesis y lo universitario o académico representaba un peldaño en su ambición social. Estaba además la familia: en Zaragoza tenía como parientes a dos eclesiásticos hermanos de la madre, uno de ellos canónigo de la catedral. Después de haber solicitado su traslado al seminario de Zaragoza para el curso escolar 1919-1920, logró obtener una media beca que completaría la ayuda que sus padres pudieron prestarle. [Gondrand, Francois, ob. Cit., p.35].

En el seminario de Zaragoza José María Escriba vivió bastante al margen de sus condiscípulos y algunos de sus compañeros de estudios conservan el recuerdo de un joven poco mezclado en la vida común, de aspecto reservado y de temperamento rígido y a la vez ardiente, que se desbordaba a veces en bruscas y violentas cóleras [Artigues, Daniel, "L'Opus Dei en Españgne. Son évolution politique et ideologique. Ed. Ruedo Ibérico, París, 1968, p. 9] Un compañero de Escriba en el seminario, Manuel Mindán Manero, le calificó de "hombre oscuro, introvertido y con notable falta de agudeza. No me explico -añadiría Mindán, que también se hizo sacerdote- cómo un hombre de tan pocas luces pudo haber llegado tan lejos".

En las navidades de 1922 había recibido los grados de ostiario y lector, junto con los de exorcista y acólito. En 1923, con la primera tonsura Escriba logró ser nombrado superior, también llamado moderador, un pequeño puesto que equivalía a inspector encargado de vigilar a sus compañeros, tanto en clase como en los paseos, con el privilegio de poder repetir plato en las comidas. Cuando terminó los años de teología preceptivos de la carrera eclesiástica fue ordenado subdiácono en la iglesia de San Carlos el 14 de junio de 1924.

En aquellos tiempos José María Escriba iba a demostrar una enorme voluntad de poder que mantendría a lo largo de toda su vida y ya en el seminario repetía incansablemente una jaculatoria en latín, invocando a la Virgen María: "Domina, ut sit! Domina, ut veam!", lo cual equivale a decir: "¡Señora, que sea! ¡Señora, que vea!".

En la de entonces existente universidad pontificia de Zaragoza, José María Escriba completó los cinco curso íntegros de estudios eclesiásticos y el 28 de marzo de 1925 fue ordenado sacerdote. Se dispone del testimonio del propio Escriba quien describe cuál era en aquella época su visión del mundo: "Cuando yo me hice sacerdote, la Iglesia de Dios parecía fuerte como una roca, sin una grieta. Se presentaba con un aspecto externo, que ponía enseguida de manifiesto la unidad: era un bloque de una fortaleza maravillosa." Para luego contar el mismo Escriba años después, antes de su muerte en el año 1975, que la Iglesia "si la miramos con ojos humanos, parece un edificio en ruinas, un montón de arena que se deshace, que patean, que se extiende, que destruyen..." [Bernal, Salvador, ob. cit., p. 262].

Entretanto su padre había muerto en Logroño unos meses antes y José María se hizo cargo de su madre, de su hermana Carmen y de su hermano Santiago, que tenía entonces seis años. La familia Escriba se encontraba en una situación económica extremadamente grave: el sueldo de dependiente de comercio se había terminado y se habían enfriado además las relaciones con los parientes de Zaragoza. Sin embargo, José María aprovechó el triste suceso de la muerte de su padre para realizar un cambio familiar importante con la modificación del apellido. José María ya no soportaba más tener como primer apellido familiar el de Escriba, porque en la antigüedad así se denominaba a los copistas y amanuenses, y a los doctores e intérpretes de la ley entre los hebreos.

La familia Escriba pasó a ser Escrivá de forma pública; aunque luego, más tarde, tuvieron que añadir de Balaguer por las ínfulas de nobleza y para que no hubiera más dudas en la catalanización del apellido.

Con las licencias eclesiásticas obtenidas, José María Escrivá, ya no Escriba sino Escrivá, se había convertido en un mosén, que era el título que se daba principalmente a los clérigos y que provenía del tratamiento que en la antigüedad ostentaban los nobles de segunda clase en el reino medieval de Aragón. Al día siguiente de haber cantado su primera misa, José María fue enviado como cura ecónomo a Perdiguera, un pueblo de varios centenares de habitantes en el límite del cuasidesierto de Los Monegros. Allí hizo las funciones de párroco por vacante del titular durante la Semana Santa de 1926, para regresar siete semanas más tarde a Zaragoza., en donde ya se encontraba instalada en un piso de la calle de Rufas, muy pobremente, su familia.

Como no disponía de peculio propio y tenía encima que sostener a la familia, se dedicó a dar clases de latín y fue hasta profesor encargado de los cursos de derecho canónico y romano en el Instituto Amado, una academia privada dirigida por un capitán de Infantería que preparaba principalmente el ingreso en la Academia Militar de Zaragoza.

El joven sacerdote se ocupó además de desempeñar interinamente varios trabajos eclesiásticos que le encargaron desde el arzobispado, aunque sus preferencias personales en las celebraciones de culto se dirigían a la iglesia de San Pedro Nolasco, regida entonces por sacerdotes miembros de la Compañía de Jesús, los famosos jesuitas. También estuvo de sustituto del párroco de Fombuena, aldea de doscientos cincuenta habitantes cercana a Daroca, durante la Semana Santa de 1927.

Había empezado a estudiar por su cuenta una carrera civil, la de derecho, en la universidad de Zaragoza, de acuerdo con los deseos de su fallecido padre, para tener una garantía de mayor seguridad en el futuro. José María Escrivá intentó simultanear entonces derecho con sus estudios eclesiásticos, pero era muy difícil que un seminarista pudiera realizar una carrera universitaria en el mismo espacio de tiempo. Un catedrático de derecho con quien se examinó José María Escrivá señalaría años más tarde que "no sabía mucho, no sabía mucho. Para un aprobadete. Le di notable porque era cura. Y se enfadó porque no le di sobresaliente".

Tuvo algunos suspensos y en otras ocasiones no pudo presentarse a los exámenes. El caso es que en 1925, cuando se instaló su madre con sus otros dos hermanos en Zaragoza, no había aprobado aún la mitad de las asignaturas de la carrera. Se presentó luego a los exámenes en junio y septiembre de 1926, aunque se ignora si lo hizo en convocatorias posteriores para acabar la carrera y obtener el título de licenciado en derecho.

En este período inicial de la vida del futuro fundador del Opus Dei otro punto oscuro aparece en las incompletas biografías oficiales. Uno de sus hagiógrafos, Florentino Pérez-Embid, notable miembro del Opus Dei, escribe: "Al llegarle la edad de la formación universitaria, cursó la carrera de derecho en la universidad de Zaragoza, y los estudios eclesiásticos en el seminario cesaraugustano de San Carlos, "del que fue superior". Recibió la tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila, el famoso arzobispo de aquella diócesis, que al poco tiempo caía asesinado por un anarquista". Otro miembro del Opus Dei, Carlos Escartín, autor de un "Perfil biográfico" sobre Escrivá, afirma igualmente: "Estudió la carrera de leyes en la facultad de derecho de la universidad de Zaragoza, al mismo tiempo que realizaba los estudios eclesiásticos en el seminario de San Carlos de esta ciudad. Recibió la tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza, "que le nombró Superior del Seminario".

En efecto, tras la primera tonsura en su carrera sacerdotal Escrivá había sido nombrado superior, también llamado moderador, puesto humilde que equivalía a inspector encargado de vigilar a sus compañeros, tanto en clase como en los paseos, con el privilegio de mostrar mayor urbanidad y de repetir plato en las comidas. En cambio, para los hagiógrafos del fundador del Opus Dei el humilde puesto de superior ofrece una mayor consideración social, por lo que la pretensión de hacerle superior del seminario de San Carlos, antes de su ordenación como sacerdote, nos plantea un caso de precocidad extraordinaria en los anales de la Iglesia católica. Ser a la vez diácono y rector de un seminario resulta excesivo, sobre todo si tenía veintiún años de edad cuando recibió la tonsura clerical y veintitrés cuando fue ordenado sacerdote.

Hay versiones de su vida todavía más peregrinas como la de Javier Ayesta Díaz, uno de los portavoces oficiales del Opus Dei, quien llegó a declarar que "por entonces José María Escrivá era todavía seglar. Estudió derecho en la universidad de Zaragoza, se hizo abogado y posteriormente se ordenó sacerdote. Debido a haberse ordenado tan tarde conservó la mentalidad del seglar y por ello creó una asociación seglar". [Ayesta, Javier. Entrevista. Diario "Der Gelderlander", Nimega, Holanda].

Aquí aparece al descubierto el móvil de las tergiversaciones y los falsos datos biográficos, que consiste en demostrar años después que Escrivá hizo de todo: de abogado a superior de seminario, pasando por cura párroco de aldea. Y así todos los esfuerzos de los hagiógrafos del Opus Dei se centran en ofrecer, para el consumo propio y de extraños, la figura sacerdotal, universitaria y secular del fundador del Opus Dei, cargado de experiencias laicas y alejado de todo espíritu de religión o clericalismo, siendo el mismo Escrivá el primero que estuvo firmemente interesado en mantenerla.

Existen serias dudas sobre si aprobó todas las asignaturas de la carrera, condición necesaria para obtener el título de licenciado en derecho. Los más escépticos de sus críticos se preguntan ¿dónde está el título de licenciado?, ya que su expediente académico ha sido buscado infructuosamente y no aparece en los archivos de la facultad de derecho de la universidad de Zaragoza, así como tampoco existe justificante o recibo del pago de las tasas correspondientes para la obtención del título a nombre de José María Escrivá, en los primeros meses de 1927 ni en fechas posteriores.

¿Acabó entonces la carrera de derecho? Antonio Pérez Tenessa, destacado abogado y letrado del Consejo de Estado, que fue durante años sacerdote numerario y secretario general del Opus Dei en España, va mucho más lejos afirmando: "Dudo mucho de que hubiera estudiado derecho. Nunca vi su título de licenciado y tal como eran las cosas de la Obra, de haberlo hecho, se le hubiera situado en un marco dorado impresionante. Aunque pudo haberse perdido ese documento, como tantos otros, durante la guerra (...). Desde luego, por las conversaciones que teníamos, yo creo que si había estudiado derecho lo había olvidado por completo. En cambio, tenía alguna idea vaga de derecho canónico, producto lógico de lo que había estudiado en el seminario" [Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei". Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1987, p.19].

Existen por otra parte indicios como, por ejemplo, cuando el rector de la universidad de Zaragoza invistió a José María Escrivá en 1960 con el doctorado honoris causa, éste apareció ante el catedrático que actuaba de padrino con la muceta azul de los doctores en filosofía y no con la roja de los doctores en derecho. El rector de Zaragoza explicó en su discurso que la actividad a que se había venido dedicando Escrivá no era la específica de un doctor en derecho y que era la facultad de filosofía y no la de derecho la que había solicitado que le fuera concedido el doctorado honoris causa.

Aún no sabemos si le quedaron arrastrando varias asignaturas pendientes de su estancia en Zaragoza y aunque presentaba un expediente académico dudoso, porque no existen rastros del título o diploma de licenciatura, Escrivá pidió permiso para trasladarse a Madrid y proseguir sus estudios, pues el doctorado en derecho sólo podía obtenerse en la universidad central madrileña, aunque ello no implicara que había acabado la carrera en la facultad de derecho de Zaragoza. Con fecha 17 de marzo de 1927 el arzobispado le autorizó a residir durante dos años en Madrid para preparar el doctorado en derecho y obtener el título correspondiente.

La última etapa de su estancia en Zaragoza, después de su ordenación, había significado para las ambiciones de José María Escrivá, un auténtico callejón sin salida. Había decidido ir a Madrid porque, entre otras razones, se ahogaba en los ambientes que frecuentaba en Zaragoza. Su rasgo de carácter más acusado era el de querer distinguirse siempre del resto de sus compañeros de juego durante su infancia y, más tarde, de sus compañeros de estudio en el seminario de Zaragoza. Si para ir a Zaragoza desde Logroño el motivo había sido estudiar la carrera de derecho, el pretexto para irse de Zaragoza a Madrid fue el de hacer el doctorado, aunque fuese con una carrera universitaria que no había terminado.

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