Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El santo fundador del Opus Dei
Índice del libro
Introducción
1. Turbosantidad del fundador
2. Primeros años de vida oscura
3. De Madrid al cielo
4. La segunda República y la guerra civil española
5. A la sombra de la dictadura
6. Cuatro fundaciones
7. El fundador en Roma
8. Intenso crecimiento
9. Último período en la vida del fundador
FIN DEL LIBRO
Inicio
Quiénes somos
Correspondencia
Libros silenciados

Documentos internos del Opus Dei

Tus escritos
Recursos para seguir adelante
La trampa de la vocación
Recortes de prensa
Sobre esta web (FAQs)
Contacta con nosotros si...
Homenaje
Links

EL SANTO FUNDADOR DEL OPUS DEI
Autor: Jesús Infante

CAPÍTULO 7. EL FUNDADOR EN ROMA

EN LOS AÑOS DE LA POSGUERRA española Escrivá dirigió tandas de ejercicios espirituales a cientos de personas, lo cual significaba también otra forma de captación apostólica y de futuros ingresos como miembros en el Opus Dei. Pero su deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama no se paraba en un apostolado sin mucho relieve. Escrivá intentaría llegar al centro neurálgico del régimen, a quien centralizaba en la dictadura todos los poderes, al generalísimo Franco, caudillo de España. Y para ello, dada su condición sacerdotal, logró en 1944, después de la ordenación de los tres primeros sacerdotes de la Obra, dirigir los ejercicios espirituales que realizaban anualmente el dictador Franco y su familia en el palacio de El Pardo. [Carmona, Francisco J., "La socialización del liderazgo católico en Barcelona durante el primer franquismo", p. 84, en Estruch, Joan, "Santos y pillos", Herder, Barcelona, 1993, pp. 216-217].

Escrivá había hecho amistad con el capellán de Franco, el padre Bulart, y a través de éste logró ser introducido en el antiguo coto de caza y de descanso de los monarcas españoles, en las cercanías de Madrid, que el general Franco utilizaba como fortaleza inexpugnable. Manteniéndose inaccesible, el dictador evitaba cualquier represalia incontrolada de "los enemigos de la Patria" y se protegía a su vez de las ambiciones y aviesos consejos de sus compañeros de armas y seguidores. Nadie, excepto su familia, los personajes que acudían a las audiencias, sus ministros y su capellán rompían el aislamiento en el que el dictador se había recluido en El Pardo.

En los ejercicios espirituales del dictador, Escrivá consideró que no le vendría mal una meditación sobre la muerte. Franco escuchó con atención las reflexiones de Escrivá sobre este punto de meditación y dijo que, desde luego, había pensado alguna vez en el asunto y que tenía tomadas las medidas oportunas, revelando con aquella respuesta que la muerte para Franco, aunque no tenía solucionada su sucesión, no significaba entonces un problema. Más adelante, Franco logró resolver tan espinoso asunto político con el nombramiento de Juan Carlos de Borbón como "príncipe de España" y sucesor suyo, contando sobre todo con la ayuda prestada por políticos miembros del Opus Dei.

Cuentan los hagiógrafos de Escrivá que cuando el obispo de Madrid-Alcalá se enteró del triunfo que significaba dar ejercicios espirituales a Franco en el palacio de El Pardo le comentó en la primera ocasión en la que coincidieron: "Después de ésta, en España nunca será obispo...", a lo que respondió Escrivá: "Me basta con ser sacerdote... " [Berglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaria Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1988, p. 237; Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1985, p. 173. También Calvo Serer, Rafael, "Testimonio", en Martí Gómez, Josep y Ramoneda, Josep, Calvo Sere, "El exilio y el reino", Laia, Barcelona, 1976]. El obispo Eijo Garay conocía los deseos de Escrivá de ser obispo desde 1941, cuando le consultó para la eventualidad de aceptar o no el nombramiento, creyéndolo entonces inminente. Como Escrivá "presentía" esta posibilidad después de la guerra civil española, había consultado también a su confesor particular, José María García Lahiguera, que era director en el seminario de Madrid. La respuesta de ambos eclesiásticos, franquistas hasta la médula, fue alentadora para Escrivá. Con aquellas aproximaciones a Franco, en quien se centralizaban todas las decisiones importantes o no para la vida política en España, Escrivá, que ambicionaba ser obispo, movió resortes del poder para conseguirlo y su nombre figuró durante varias ocasiones en las listas de candidatos a obispo presentadas por el gobierno español, pero su nombre no encontró apoyo alguno por parte del Vaticano. Molesto porque nunca salía cuando había figurado de manera prominente en varias ternas de las que, conforme al estilo tradicional presentaba el gobierno español al Vaticano para el nombramiento de obispos, mandó averiguar las razones y logró enterarse que la exclusión de las listas no había sido obra del gobierno español sino del Vaticano. [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 93]. Aquello fue una revelación para Escrivá, ya que descubrió que los problemas del futuro para él y para el Opus Dei no estaban en Madrid sino en Roma. Después del rechazo continuo en su deseado nombramiento como obispo decidió ir a Roma, donde se debió contentar en 1947 con el título de prelado doméstico de Su Santidad que le daba también derecho al tratamiento de monseñor y que obtuvo por medio de su lugarteniente Álvaro Portillo, después de remover Roma con Santiago. Varios miembros de la Obra se encontraban en la capital italiana, realizando operaciones jurídicas y maquiavélicas para un reconocimiento en tomo al Opus Dei por parte del Vaticano, cuando se movilizaron para que "el Padre" tuviera al menos una dignidad honoraria dentro de la Iglesia católica. Estando ya en Roma, Escrivá sin embargo se enfadó nuevamente y sufrió un ataque en su autoestima con el nombramiento en 1947 como obispo de Málaga de Ángel Herrera Oria, presidente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), considerado públicamente como uno de los laicos más ilustres de la Iglesia católica española que llegó a alcanzar más tarde el cardenalato y que había sido ordenado como sacerdote finalizada la guerra civil, en 1940.

Está claro que los contactos personales de Escrivá con el general Franco no se redujeron a ambiciones personales y a actividades espirituales, sino que llegaría a visitar en varias ocasiones al dictador al haberse asegurado, desde los ejercicios espirituales de 1944, un fácil acceso directo al palacio de El Pardo. Por ejemplo, en una de las veces Escrivá visitó al dictador en los años cincuenta para pedirle una cantidad importante de dinero para la construcción de la casa central del Opus Dei en Roma, después de haber agotado las posibilidades de obtener más financiación por parte de los llamados "fondos reservados" administrados secretamente por el fiel Carrero Blanco desde la Presidencia del Gobierno. y también en 1953, en un enfrentamiento de Falange contra miembros del Opus Dei, como sintieron sus seguidores mucho miedo en Madrid, Escrivá viajó desde Roma, solicitó audiencia al dictador y fue recibido enseguida, pidiendo protección política para él y para "sus hijos" directamente a Franco en el palacio de El Pardo. Reaccionó Escrivá como un padre que defiende a su familia y como se esparcía la noticia del crecimiento de la Obra aquellos viajes le ayudaban a mejorar al mismo tiempo su imagen de "Padre de la Obra". Por eso afirmó entonces públicamente que no podía tolerar que de un hijo suyo se dijera que era un hombre sin familia, cuando "tenía una familia sobrenatural, la Obra, y él se consideraba su Padre". [Urbano, Pilar, "El hombre de Villa Tévere", Plaza & Janés, Barcelona, 1995, p. 257].

Después de tener más o menos controlado Madrid, empezando por el general dictador residente en el palacio de El Pardo, Escrivá se dirigirá a Roma porque tenía que buscar nuevos y más abiertos horizontes, ante el problema planteado en España a partir de 1946 con la condena política de la ONU, el cierre de fronteras y la retirada de embajadores de los países democráticos. De ahí que Escrivá le presentara a Franco la instalación del Opus Dei en Roma como la salida espiritual de España al exterior, precisamente cuando el régimen de Franco se encontraba bloqueado diplomáticamente por las potencias democráticas europeas después de la segunda guerra mundial.

El Opus Dei inició el año 1946 con una maniobra dirigida hacia el Vaticano. En el mes de febrero dos miembros dirigentes del Opus Dei, uno de los cuales lograba expresarse en italiano, llegaron a Roma y alquilaron un piso amueblado cerca de la Piazza Navona, porque estaban dispuestos a permanecer una larga temporada, consiguiendo el alquiler del piso por medio del cónsul español en la Ciudad Eterna. Los dos miembros del Opus Dei llegaron a Roma con cartas de recomendación de eclesiásticos y obispos españoles, pero sobre todo llevaban una solicitud en donde se pedía un régimen jurídico universal para el Opus Dei. La solicitud estaba firmada por Escrivá como "presidente general de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz" y tenía como fecha el 23 de enero de 1946. En ella el fundador del Opus Dei pedía al papa Pío XII "se digne conceder el decreto, así como la aprobación de las constituciones de la Sociedad, la cual fue fundada el día 2 de octubre de 1928, y canónica mente aprobada como Pía Unión el día 19 de marzo de 1941". Escrivá se presentaba en el escrito como presidente de una sociedad sacerdotal sin referirse al Opus Dei y otra vez insistía como fecha fundacional en 1928. La Obra de Dios estaba en el origen de la Sociedad Sacerdotal y pretendía que fuera el substrato inseparable de ella, pero intentar introducir elementos ambiguos de confusión en la solicitud al papa, con objeto de conseguir un reconocimiento global tanto para la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz como para el Opus Dei, representaba una maniobra jurídica condenada al fracaso. Si el Vaticano refrendaba las constituciones presentadas por el Opus Dei aprobaría dos organizaciones y no una como figuraba en la solicitud. El escollo principal residía en la articulación entre ambas organizaciones y si el Opus Dei fue aprobado como pía unión diocesana en 1941, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz fue aprobada como sociedad diocesana de vida común sin votos públicos en 1943, dos años más tarde.

La argumentación utilizada por el Opus Dei era que se trataba de una defensa fundamental del carisma fundacional, sin necesidad de caer en excesivos juridicismos, pero los militantes del Opus Dei no iban a poder convencer a sus interlocutores por ser ésta una complicada maniobra y no contar con suficientes apoyos en los organismos del Vaticano. Un eclesiástico agregado a la embajada de España en Roma, monseñor Ussía, preparó las entrevistas y les ayudó a mantener los primeros contactos oficiales. Para causar mayor impresión, Álvaro Portillo se vistió con el uniforme de gala del cuerpo de Ingenieros de Caminos, elegante indumentaria con influencias militares rematada con un penacho de plumas. El proyecto con la solicitud de Escrivá iba preparado con el mismo formato con que se preparaban entonces en España los proyectos de ingeniería, confiando ingenuamente el lugarteniente de Escrivá que "en la Curia romana estuvieran menos adelantados en materias de métodos y sistemas". [Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 21].

El atasco resultaba patente hasta para los miembros del Opus Dei. Portillo reconocía en carta a Escrivá que "no encontraba salida en aquel laberinto, temiendo que el asunto quedase en la estacada". [Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, p. 240]. El Vaticano en principio dio la callada por respuesta hasta el mes de junio de 1946, cuando la Congregación de Religiosos respondió negativamente "emitiendo una reserva", que no daba lugar a dudas jurídicas, porque las denominaciones oficiales no podían ser modificadas sin autorización previa.

En esta tesitura los píos militantes del Opus Dei habían realizado paralelamente una serie de peticiones en apariencia anodinas pero que formaban parte de la misma maniobra jurídica: obtener como fuera el reconocimiento tanto de la Sociedad Sacerdotal como del Opus Dei por parte del Vaticano. Se trataba de alcanzar los mismos objetivos, a través de una serie de inocentes demandas, que se referían a pequeños detalles piadosos como la concesión de indulgencias y de escapularios. Una simple descripción de las peticiones ilustra bien el sentido de aquella nueva maniobra. Así, los militantes del Opus Dei pedían permiso para que los sacerdotes de la Obra, miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, pudieran bendecir con la señal de la cruz rosarios y crucifijos, con las indulgencias habituales para dichos casos; erigir el vía crucis en todos los oratorios de la Sociedad; imponer a todos los miembros o socios el escapulario de la Virgen del Carmen; impartir los sacerdotes de la Sociedad la bendición apostólica, con indulgencia plenaria, a quienes hicieran ejercicios espirituales bajo su dirección; indulgencias de 500 días cada vez que rezaren o venerasen con la oración la cruz erigida en los oratorios de la Sociedad; indulgencia plenaria para los que visitaran el oratorio los días de la Invención y Exaltación de la Santa Cruz; además de indulgencias diversas para las horas dedicadas al estudio por los miembros de la Sociedad. Y, sobre todo, pedían indulgencia plenaria en determinadas fiestas del año, en el día de emisión o renovación de los votos y en las fiestas de los patronos de la Obra; recibir la absolución general en determinadas fiestas para los miembros o socios de las dos ramas de la Sociedad; y finalmente pedían indulgencia plenaria para los actos de admisión, oblación y fidelidad, tanto en la Sociedad Sacerdotal como en el Opus Dei, de la misma forma que hacían los religiosos cuando realizaban su profesión perpetua.

La Secretaría de Estado del Vaticano, cuyo encargado entonces de Asuntos Extraordinarios era el cardenal Tardini, emitió el breve "Cum Societatis" con fecha de 28 de junio de 1946, documento que concedía todas las indulgencias y devociones particulares solicitadas a un híbrido jurídico denominado "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei" y los miembros del Opus Dei, muy satisfechos, consiguieron además que se mencionara en el documento, como fecha de fundación, el día 2 de octubre de 1928. La importancia residía en que un organismo vaticano como la Secretaría de Estado atribuyera por primera vez al conglomerado de Escrivá el título de "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei", denominación que iba a pregonar la Obra desde entonces, aun cuando no tuviese jurídicamente aclarada su situación, por ser todavía una organización católica diocesana. En aquella aprobación de indulgencias, calificada de "apresurada" y de "precipitada" por expertos del Vaticano, se adivinaba ya la mano protectora de cardenales como Tardini, activos militantes del fascismo clerical y de la ultraderecha en el Vaticano. Los objetivos del Opus Dei en Roma fueron decididos en función de la necesidad y consistieron más en "servirse de" la Iglesia que en "servir a" la Iglesia.

Escrivá quiso intervenir directamente después del relativo fracaso de las maniobras jurídicas emprendidas durante el primer semestre de 1946 y decidió viajar a Roma. Como fundador pensó dirigirse a la cabeza de la Iglesia y solicitó audiencia al papa Pío XII. La fecha de la audiencia le sería fijada para el 16 de julio en Roma. Se iba a cumplir la máxima 520 escrita ocho años antes por el propio Escrivá y publicada en el librito Camino: "Católico, Apostólico, ¡Romano! Me gusta que seas muy romano. y que tengas deseos de hacer tu "romería", "videre Petrum", "para ver a Pedro"". Antes de preparar el viaje consultó al Consejo General del Opus Dei, que le dio una opinión favorable, "porque Dios así lo quería". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 240]. Por eso les dijo: "Os lo agradezco, pero hubiese ido en todo caso: lo que hay que hacer se hace". [Gondrand, Francois, ob. cit., p. 178].

Como no se encontraba bien de salud, Escrivá acudió entre otros médicos al neuropsiquiatra Juan Rof Carballo, por si existía alguna lesión neurológica como consecuencia de la dolencia que arrastraba desde la infancia. Parece que uno de los doctores consultados desaconsejó formalmente el viaje, pero él no hizo caso. [Bernal, Salvador, "Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1976, p. 257; Sastre, Ana, "Tiempo de caminar", Rialp, Madrid, 1989, p. 326]. Si la enfermedad es el precio que el ánima paga por ocupar el cuerpo, como un arrendatario paga una fianza para ocupar la vivienda en que vive -en palabras de Shri RamaKrisna- el fundador del Opus Dei con una salud delicada pagaba un alquiler elevadísimo en una casa llena de goteras. Ya se le declaró una enfermedad en febrero de 1938, perdió la voz y comenzó a echar sangre por la boca. En septiembre de 1939, cuando se encontraba en Valencia, tuvo unas fiebres altas que se repetían en El Escorial, cerca de Madrid, en 1944. Los médicos le examinaron el absceso del cuello. Se trataba de un ántrax con complicaciones generales y graves. Se hicieron los análisis clínicos y por los síntomas y malestares que venía arrastrando por algún tiempo como fatiga, forunculosis, sed, cansancios con fiebres y tendencia a la obesidad, ya se le diagnosticó entonces una fuerte diabetes. Sus crisis de salud fueron muy frecuentes a partir de 1944. Como diabético insulinodependiente, Escrivá sufría constantemente cansancios, trastornos de la vista y se mantenía en pie gracias a inyecciones y a una dieta, aunque con la excepción de Álvaro Portillo y de alguno de sus más íntimos colaboradores, casi nadie lo sabía ni se daba cuenta dentro incluso del Opus Dei. [Beglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer", Rialp. Madrid, 1988, p. 336. Véase cap. 2, "Primeros años de vida oscura", pp. 37 Y 38; y cap. 9. "Último período en la vida del fundador", pp. 253-257].

Antes de embarcarse para Italia, en Barcelona Escrivá recapacita en público delante de miembros de la Obra y pronuncia unas palabras en el transcurso de la misa que son reveladoras de su estado de ánimo y su preocupación por aquel primer fracaso en la batalla canónica ante el Vaticano: "Señor, ¿Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas? ¡Si todo lo he hecho por tu buena gloria y sabiendo que es Tu Voluntad! (...) Nunca he tenido la voluntad de engañar a nadie. No he tenido más voluntad que la de servirte. ¿Resultará entonces que soy un trapacero?". [Bernal, Salvador, ob. cit., p. 258; Gondrand, Francois, ob. cit., p. 278; Sastre, Ana, ob. cit. p. 327; Varios Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", EUNSA, Pamplona, 1989, p. 15; Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 241]. Trapacería o trapaza se traducía por fraude o engaño y aquella meditación era su manera de defenderse ante los ataques de otros sectores del catolicismo español que le acusaban de practicar artificios engañosos e ilícitos de forma continuada con los que se perjudicaba y defraudaba a la Iglesia católica en España.

Escrivá, sin embargo, se encontraba optimista porque iba a ser recibido por el papa, la cabeza visible de la Iglesia católica, y el Opus Dei iba a centrar sus objetivos en el papado para ganar la batalla canónica. Durante la travesía por mar hasta Génova estalló un fuerte temporal que Escrivá atribuyó al Maligno que "mostraba su rabo" intentando impedir el viaje. Años después, miembros del Opus Dei compararon la rueda del timón y la bitácora con la aguja que señalaba el rumbo camino de Italia, cuando el barco fue desguazado por la Compañía Transmediterránea y objetos tan preciados para la Obra fueron depositados como reliquias en la sede central de Madrid. Cuando llegó a Roma, cuentan sus hagiógrafos, Escrivá se pasó toda la noche rezando y contemplando la cúpula de la basílica de San Pedro, así como la lucecita de la ventana en los apartamentos del papa. [Gondrand, Francois, ob. cit., p. 176].

Escrivá llegó el 23 de junio y permaneció en Roma hasta finales de agosto. Mantuvo contactos con el cardenal Tedeschini, antiguo nuncio en España y defensor de Franco a ultranza que también se hizo amigo y protector de la Obra, además de hombres poderosos de la curia y representantes del ala ultraconservadora como el cardenal Tardini, antes de ser recibido el 16 de julio en audiencia por Pío XII, donde no obtuvo resultados.

Para no volver a Madrid de vacío logró una carta de la Congregación de Religiosos de "alabanza del fin" de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei, fechada el 13 de agosto. La carta representaba una antigualla jurídica y para redactada tuvieron que desempolvar en el Vaticano un modelo de documento que no había sido utilizado desde hacia más de cien años. La carta contenía una felicitación al presidente y a todos los miembros del Opus Dei por su apostolado y les animaba a seguir. En lugar del "decreto de alabanza" Escrivá volvía a España con una "carta de alabanza del fin", un sucedáneo de lo que había solicitado y que no iba más allá del escrito aprobatorio de la tercera fundación con sacerdotes dentro del Opus Dei, en 1943. No obstante, Escrivá volvía contento pues frente a la negativa en su demanda para disponer de un régimen jurídico universal, existía una posibilidad de reconocimiento en una nueva normativa que se estaba estudiando en el Vaticano y que iba a dar lugar a la creación de la figura jurídica de los institutos Seculares. Varias veces a lo largo de su vida le iba a suceder a Escrivá, como también le ocurre a cualquier ser humano, el actuar con decisión para obtener un fin determinado y luego acaban consiguiendo otro. Así, fracasando al intentar pasar del régimen jurídico diocesano al interdiocesano, iba a conseguir un estatuto como Instituto Secular que también le servía para lo mismo.

La vuelta de Escrivá a Madrid fue esta vez en avión y trajo consigo, como recuerdos del viaje, un retrato dedicado del papa y las reliquias de dos niños martirizados en el siglo II, santa Mercuriana y san Sínfero. Al llegar a Madrid, Escrivá exclamó delante de un grupo de miembros de la Obra: "¡Hijos míos, en Roma yo he perdido la inocencia!". Con la frase Escrivá traducía a su manera el dicho italiano "Roma veduta, fede perduta": "Roma vista, fe perdida".

Estaba claro que la búsqueda de un estatuto era fundamental en la década de los cuarenta para el incipiente Opus Dei. Los reconocimientos jurídicos de 1941 y 1943 resultaban demasiado exiguos para una organización con una férrea estructura interna y una ideología agresiva que mostraba desde sus comienzos un empuje y unos sueños verdaderamente expansionistas.

Desde hacía más de diez años se estaba estudiando en el Vaticano un nuevo ordenamiento jurídico sobre unas asociaciones que habían aparecido en el seno de la Iglesia y que el Código de Derecho Canónico, promulgado en 1917, había ignorado. Dos miembros del Opus Dei que ya vivían en Roma fueron adscritos en calidad de consultores técnicos a la comisión elaboradora que ya tenía los estudios muy avanzados y, cuando el 2 de febrero de 1947 se promulgó la ley canónica sobre los Institutos Seculares, el día 24 del mismo mes el Opus Dei logró que se le concediera rápidamente, aunque solamente a su rama sacerdotal, el decreto de alabanza por el cual quedaba constituido provisionalmente como primer Instituto Secular de derecho pontificio. Tres años más tarde, en 1950, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz recibió la aprobación definitiva, cuando el número de miembros del Opus Dei ordenados como sacerdotes ya había alcanzado la docena.

Entre el ancho campo jurídico existente entre una orden religiosa y las simples asociaciones de fieles aparecieron los Institutos Seculares que tenían un marcado carácter clerical, es decir, que desde sus orígenes en 1947 la figura jurídica de Instituto Secular no era ninguna innovación rotunda en el campo del derecho canónico, sino una ligera variación del statu quo religioso imperante. Los católicos que militaban en grupos y tendencias progresistas de la Iglesia católica quedaron decepcionados; para los conservadores, en cambio, representaba otra obra culminante llevada a cabo por Pío XII en su pontificado.

Se puede imaginar fácilmente la utilización que de este texto pontificio hizo el Opus Dei para aumentar sus adeptos, muy especialmente entre los miembros masculinos de Acción Católica, cuyo número en España rondaba entonces los 50.000 afiliados. [Guía de la Iglesia española, edición 1964. En Ynfante,]esús, La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, Ruedo Ibérico, París, 1970, pp. 101-102]. De esta cifra considerable de militantes católicos el Opus Dei fue reclutando lentamente los elementos que consideraba más valiosos, pasando a ser los enrolados en su mayor parte miembros supernumerarios del Opus Dei. Para ello, la Obra llegó a ampliar en aquellos tiempos su estructura con la categoría de miembros denominada "supernumerario", que podían estar casados y observar los tres votos de obediencia, castidad y pobreza, de forma compatible con su estado. La sección sacerdotal había obtenido fácilmente el estatuto jurídico del Instituto Secular por ser organización clerical, pero no el resto del Opus Dei. Sin embargo, el proselitismo se basó en el fraude de que todo el Opus Dei era, por antonomasia, el "number one" de los Institutos Seculares. Así, el Opus Dei llegó a utilizar impunemente durante años el estatuto jurídico que correspondía sólo a una minoría de sus efectivos y para recubrir este descubierto recurrió también como tapadera a la denominación genérica de Asociación de Fieles. [Según la definición de laico de Karl Rahner sobre apostolado seglar, no es seglar el miembro de la Iglesia católica que en virtud de unos votos (por ejemplo, el miembro de un Instituto Secular) no se enrola plenamente en el mundo y en sus estructuras. Así, el miembro de un Instituto Secular no se enrola debido a su voto de castidad en esa estructura del mundo que se llama matrimonio. Rahner, Karl, "Escritos de Teología", tomo II, Taurus, Madrid, 1961]. La estrategia fundamental para el Opus Dei era la captación apostólica con todos los medios a su alcance y la batalla canónica tenía todos los visos de ser un medio, como otro cualquiera, para tirar hacia delante y asegurar su expansión.

Mientras tanto, inmediatamente después del decreto de alabanza y la aprobación provisional como primer Instituto Secular, Escrivá consiguió ser nombrado en abril de 1947 "prelado doméstico de Su Santidad", título honorífico que, como ya hemos dicho, le daba derecho al tratamiento de monseñor y a utilizar sotana ribeteada de rojo y zapatos de hebilla. Así ya tenía una de las dignidades honorarias de la Iglesia. Era prelado doméstico y, como tal, eclesiástico familiar del papa, pero se sentía también prelado como su antecesora y modelo de vida, doña Jacinta de Navarral, la abadesa de las Huelgas. En otras palabras, que Escrivá había obtenido la prelacía, la dignidad del prelado, pero todavía sin prelatura para sus seguidores del Opus Dei. Desde dentro de la Obra resultaba lógico el nombramiento y que Escrivá necesitara un título para codearse con la jerarquía eclesiástica, si ya se trataba, como ocurría en Roma, con grandes dignidades de la Iglesia.

También en 1947 tuvo lugar la adquisición en Roma de una casa burguesa con jardín en el número 73 de la calle Bruno Buozzi en el barrio de Parioli. La decisión de compra fue, según Escrivá, porque "el cardenal Tardini me empujaba" y le había dicho: "conviene que dispongáis de una casa grande cuanto antes". [Sastre, Ana, ob. cit., p. 339]. Buscaron en Roma y pensaron adquirir el edificio de la embajada de Irlanda ante el Vaticano, pero surgió la oportunidad cuando se enteraron de que la antigua legación de Hungría ante la Santa Sede estaba en venta, aunque seguía ocupada por antiguos funcionarios húngaros aprovechando la confusa situación creada después de la segunda guerra mundial.

El propietario, un aristócrata italiano necesitado de dinero, accedió a las condiciones de compra ofrecidas por el Opus Dei. El primer pago, considerado la fianza, de varios miles de dólares, se realizó en monedas de oro que provenían de "una donación" a la Obra y los restantes pagos aplazados, en francos suizos. Aquel "puñaíco de monedas", como lo calificaba Escrivá, consistía en mil monedas llamadas "eagles", monedas de oro de diez dólares americanos con un valor cinco veces superior, es decir, unos cincuenta mil dólares aproximadamente en aquella época. Se trataba de una parte del tesoro oculto de la Obra, cuyo origen era España. Escrivá, para justificar su procedencia, decía que pertenecía a la dote del matrimonio de su madre y por esta razón no quería deshacerse de ellas. [Tapia, María del Carmen, Tras el umbral, Ediciones B, Barcelona, 1994, pp. 241-242].

Durante el primer año convivieron los miembros del Opus Dei con antiguos funcionarios diplomáticos hasta que los húngaros desalojaron el edificio en 1949. La construcción de la casa central de la Obra y sede del Colegio Romano del Opus Dei duraría trece años, hasta 1960.

A partir de la casa burguesa originaria se levantaron ocho edificios entre el "viale" Bruno Buozzi, "vía" di Villa Sachetti y "vía" Domenico Cirillo, albergando el engendro urbanístico de polémica construcción las diversas sedes centrales del Opus Dei; se llegó a construir tanto que los patios o "cortili" originarios se convirtieron en "minúsculos patinillos de ventilación". [Urbano, Pilar, ob. cit., p. 53]. Todo ello dio a la construcción un aire imponente, como un búnker aislado en medio de la gran ciudad de Roma con vida únicamente para la Obra de Dios, un fiel reflejo de la imagen de poder que el Opues Dei quería ofrecer de sí mismo, como si fuera el símbolo del poder de una termitera. Porque la inmensa estructura compleja e interconectada formada por los ocho edificios con doce comedores y catorce oratorios, algunos de los cuales eran subterráneos, y dando cabida el mayor de los oratorios a más de doscientas personas, se asemeja a una termitera, un modelo de construcción donde viven las termitas juntas, formando un auténtico grupo con enorme disciplina, repartiendo el trabajo según categorías muy jerarquizadas y allí dentro cada termita desarrolla el programa marcado dentro de la termitera sin inmiscuirse en la labor que ejecutan sus vecinos, teniendo gran instinto de defensa y mostrando su agresividad cuando son atacadas.

Para los seguidores de Escrivá, sin embargo, el lugar era excelente. Así un destacado miembro de la Obra ha descrito la sede central donde residían el Padre o Presidente y demás instancias máximas del Opus Dei: "En una calle ancha y ruidosa, de mucha circulación, que atraviesa uno de los barrios residenciales de la Urbe por antonomasia, ha ido surgiendo a lo largo de estos últimos años un grupo de edificios, que en nada desentonan de los demás de la calle. Vistos desde dentro, sus fachadas movidas y de diferentes alturas rodean una villa vecchia, de tipo toscano quattrocentesco, que ya existía allí, y en tomo a la cual las nuevas construcciones han dejado libres una serie de cortili, patios. El conjunto está destinado a albergar la Casa Generalicia del Opus Dei." [Pérez Embid, Florentino, "Monseñor ]osemaría Escrivá de Balaguer y Albás, Fundador del Opus Dei", Primer Instituto Secular, Separata del tomo IV de la Enciclopedia "Forjadores del Mundo Contemporáneo", Planeta, Barcelona, 1963, p.2].

Dentro de los edificios de la sede central del Opus Dei llama la atención la abundancia de oratorios y sagrarios, lo que respondía a una vieja obsesión de Escrivá, reflejada en el librito Camino: "¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro sagrario!?" (máxima 270). "Niño: no pierdas tu amorosa costumbre de "asaltar sagrarios"" (máxima 876). En la Casa de Roma, el sagrario del oratorio de la Trinidad fue el preferido de Escrivá y en donde rezaba, si cabe, con mayor devoción. Allí sus hijos colocaron la Columba, una "paloma eucarística", objeto muy venerado dentro del Opus Dei. La famosa Columba se halla colgada del techo encima del altar y es una paloma fabricada de oro y piedras preciosas, en cuyo buche se abre un pequeño sagrario donde se guardan las hostias consagradas para la comunión. Cuentan dentro del Opus Dei que, minutos antes de su muerte, Escrivá dirigió hacia aquel objeto precioso, recubierto de oro y pedrería, sus últimas miradas en la tierra. En la Columba, según Escrivá, tomaba cuerpo el deseo de amar a Cristo y de convertirse en un sagrario viviente.

Abundan también las inscripciones latinas en la casa central del Opus Dei en Roma. Coincidiendo con el final de las obras se inauguró, por ejemplo, el oratorio de san Miguel en cuyo pie de altar aparece la inscripción siguiente: "Joseph María Escrivá de Balaguer pauper servus et humilis, Operis Deí conditor", que viene a decir que José María Escrivá es un pobre y humilde siervo que dirige el Opus Dei.

Es importante señalar la frustrada vocación de arquitecto que tuvo desde pequeño Escrivá. Ya su madre había afirmado que "una vez tuvo la ilusión de que José María llegara a ser arquitecto". Sin embargo, fue a partir de los años cincuenta cuando Escrivá pudo dedicarse verdaderamente a la arquitectura, coincidiendo con la expansión internacional de la Obra de Dios. Fue entonces además cuando Escrivá lanzó a sus seguidores a una orgía de realizaciones materiales, contagiándoles la fiebre expansiva en ladrillos y cemento, y de ahí la tensión extrema para conseguir dinero y financiación de unas actividades que eran básicamente deficitarias. [Moncada, Alberto, "El Opus Dei, una interpretación", Índice, Madrid, 1974, p. 28].

La fiebre constructora dentro del Opus Dei alcanzaría tal grado de efervescencia que desde la casa central de Roma comenzaron a enviar, por conducto reglamentario, una serie abundante de instrucciones muy detalladas con recomendaciones en la construcción de inmuebles o con modificaciones que debían tenerse obligatoriamente en cuenta en todas las casas del Opus Dei. Impresas en la propia casa central del Opus Dei, las instrucciones fueron tan abundantes que fueron recogidas más tarde en unos volúmenes encuadernados a los que se les llamó "Construcciones". [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 256].

Derecho y Arquitectura (DyA) fueron dos ambiciones en el apostolado de Escrivá de antes de la guerra civil española y, como había logrado estudiar derecho, ya sólo le faltaba arquitectura y la vocación de arquitecto del fundador del Opus Dei se desató después de la compra de la casa burguesa en Roma que estaba destinada a ser la Casa Generalicia. Como era, sin embargo, de la cáscara intolerante, Escrivá no aceptaba las opiniones de otros o que se le contradijera en el ejercicio de su nueva vocación como arquitecto. Ya durante la construcción de la casa central de Roma, Escrivá gritaba mucho al arquitecto encargado de las obras. Hasta el punto que le tuvieron que enviar a España, porque se puso muy enfermo, al parecer de los nervios, y su joven sustituto también recibía los gritos sin contemplaciones del fundador. [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 194]. Por su parte, Miguel Fisac, renombrado arquitecto y uno de los primeros miembros del Opus Dei que evolucionó mucho en su profesión y también en su relación con la Obra de Dios, hizo los bocetos de ampliación de la zona posterior de la casa de Roma pero chocó con las ideas e impresiones arquitectónicas de Escrivá, que se hallaba en plena fiebre constructora.

Pese al monumentalismo fascista imperante en la posguerra española y dentro del Opua Dei, Fisac se había orientado hacia una simplificación arquitectónica que le fue aproximando, casi sin darse cuenta, a las soluciones de los empiristas nórdicos y en esta línea se encontraban trabajos suyos como el Instituto de Óptica en Madrid o el Colegio de los Dominicos en Valladolid. [Dorfles, Gillo, "Arquitectura moderna", Seix Barral, Barcelona, 1967]. Como Fisac no estaba de acuerdo con todo aquello, Escrivá le dijo que dejase de intervenir. Posteriormente Fisac fue a Roma y al ver lo que se estaba realizando, lo criticó detalladamente y fue entonces cuando Escrivá le prohibió que volviera a poner los pies en la ciudad, prohibición que mantuvo mientras duró la construcción de la sede central del Opus Dei. [Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, pp. 37-38].

Refiriéndose a la actividad de Escrivá, un destacado miembro del OD señaló que se le podía encontrar con frecuencia "en el silencio de su cuarto de trabajo, o bien rodeado por un grupo de esos estudiantes, en el rincón de un patio, junto a una mesa cargada de planos y proyectos, o junto al sagrario de uno de los muchos oratorios, que en aquella casa hay por todas partes". [Pérez Embid, Florentino, ob. cit., p. 2]. La mesa cargada de planos y proyectos en el cuartel general del fundador en Roma no formaba parte de la decoración, sino que era fiel reflejo de la actividad a la que estaba entregado completamente el fundador del Opus Dei, quien supervisó personalmente los proyectos de edificios construidos en la fuerte expansión mantenida por el Opus Dei durante los años cincuenta y sesenta.

Escrivá, sin embargo, olvidó definitivamente con su dedicación a la arquitectura la primera estrategia que pensaba desarrollar en la inmediata posguerra de utilización de instrumentos ajenos, tal como apuntaba la máxima 844 del librito Camino: "¿Levantar magníficos edificios?.. ¿Construir palacios suntuosos?.. Que los levanten... Que los construyan... ¡Almas" ¡Qué hermosas casas nos preparan". Esta máxima enlazaba además con la norma 227 de las constituciones secretas del Opus Dei, [Ynfante, Jesús, "La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa Mafia", p. 425. También en Ynfante,jesús, "Opus Dei", p. 577] que tenía su origen e inspiración en la gran mística Teresa de Ávila: "No construyamos más casas, tomemos por nuestras las que están ya construidas". En un asunto tan material como son las piedras y las edificaciones ya no se trataba, a partir de los años cincuenta, de saber si la Obra tenía intención de utilizar o no los edificios y palacios suntuosos ya construidos, tomándolos como si fueran propios. La fiebre expansiva en ladrillos y cemento del Opus Dei, azuzada por las obsesiones arquitectónicas de Escrivá, consistía en levantar edificios de nueva planta en unos tiempos en que ya empezaba a tener medios poderosos. De la fase de utilización de instrumentos ajenos se pasaba en unos años a la fase de utilización de instrumentos propios, tanto en política como en economía, y la construcción no iba a la zaga. Respecto a la rica tradición mística cristiana, de la cual Teresa de Ávila es una de sus más egregias representantes, el Opus Dei se situaba, mucho antes de su fiebre constructora, precisamente en las antípodas. La intención de Teresa de Ávila era que "la casa jamás se labre, si no fuere la iglesia" y, como consecuencia de ello, las primeras dependencias de las carmelitas se instalaron en casas que ya existían previamente y que tuvieron que ser adecuadas, de forma progresiva, a su nueva función.

Siendo una de sus preocupaciones fundamentales en Roma, Escrivá ya había utilizado en el librito Camino metáforas arquitectónicas: "Deja tu afición a las primeras piedras y pon la última en uno solo de tus proyectos" (máxima 42). "Si no levantarías sin un arquitecto una buena casa para vivir en la tierra, ¿cómo quieres levantar sin Director el alcázar de tu santificación para vivir eternamente en el cielo?" (máxima 60). "¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? -Un ladrillo, y otro. Miles, Pero, uno a uno. -y sacos de cemento, uno a uno trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?.. -¡A fuerza de cosas pequeñas!" (máxima 823). "¡Galopar, galopar!... ¡Hacer, hacer!... Fiebre, locura de moverse... Maravillosos edificios materiales... Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones repintados... ¡galopar! ¡hacer! -y mucha gente corriendo: ir y venir (...)" (máxima 837). La máxima 844, citada anteriormente y que finalizaba con un "¡Qué hermosas casas nos preparan!", hacía también referencia a los edificios y a la arquitectura.

La fiebre constructora del Opus Dei, como consecuencia directa y a su vez motor de la expansión, se mantuvo dentro de las coordenadas arquitectónicas del falso monumentalismo neo clásico imperan te durante la posguerra española, de inequívoca influencia nazi y fascista, como ha señalado Oriol Bohigas, que.produjo edificios en España como el Valle de los Caídos, el Cuartel General del Aire en Madrid y la Universidad Laboral de Gijón. [Bohigas, Oriol, "Apéndice", en Dorfles, Gillo, ob. cit]. En todos los edificios importantes del Opus Dei se impusieron las ideas arquitectónicas de Escrivá basadas en decoraciones ampulosas, con mármoles y lujosa ornamentación. [Fisac, Miguel, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei, Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 37]. Su afán de copiarlo todo era notorio. Por ejemplo, en los oratorios, salas y galerías de la casa central del Opus Dei en Roma, casi todo fue copia de capillas, palacios, pueblos, muebles de cualquier sitio de Italia que visitaba Escrivá y se lo hacía copiar a uno de los arquitectos miembros del Opus Dei y de su confianza. Incluso cuando veía alguna película en el aula magna, si había algún detalle de decoración o de cualquier cosa que le interesara, no tenía el menor reparo en mandar cortar aquella parte de la película para luego, como negativo, ampliar aquella foto y copiar lo que fuera. [Tapia, María del Carmen, ob. cit., p. 160].

Escrivá se hizo un firme adepto del plagio arquitectónico que él utilizaba para lo que entendía como "arte sacro con distinción". Así, la fachada del edificio central de la Universidad de Navarra sería una copia exacta de la fachada de una iglesia de Roma. Escrivá "se inspiró" para Pamplona en la fachada de la iglesia construída en Roma por la Compañía de Jesús en la plaza del mismo nombre y adosada al Colegio Romano, centro de formación de los jesuitas, que se convertiría en otra "brillante idea del fundador" cuando fue copiada por Escrivá. Más adelante, para decorar la imponente arquitectura de la casa de Roma y como recordatorio vivo de ciertos momentos, Escrivá mandaba pintar cuadros con diversos motivos alusivos en la línea del más puro y genuino "art pompier". Uno de estos cuadros de encargo, que se encuentra en uno de los oratorios de la sede central de Roma, representa un corazón envuelto en llamas, ceñido por una corona de espinas, todo ello rematado por una cruz y alrededor de ella se encuentran colocados unos ángeles. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 262].

Desde que Escrivá vivía en Roma y se había instalado allí con su hombre de confianza, Álvaro Portillo -que, como secretario general, tenía autoridad y poder para hacer las veces de Escrivá en el cargo de presidente del Opus Dei- el Consejo General permanecería durante diez años, hasta 1956, en Madrid. Por los miles de kilómetros de distancia existentes entre Roma y Madrid, el Consejo General comenzó a funcionar con cierta autonomía, aunque por supuesto Escrivá se mantenía al tanto y daba instrucciones en sus visitas o cartas, y con los viajes que efectuaban regularmente a Roma desde Madrid los miembros del Consejo General del Opus Dei. Receloso, no obstante, Escrivá de los directivos del Opus Dei en Madrid, a los que acusaba de no dar la importancia necesaria a las disposiciones que por todos los conductos enviaba desde Roma, dio instrucciones precisas a uno de sus más fieles seguidores para que hiciera lo siguiente: "Apenas veas llegar de Roma un aviso o una indicación concreta mía tomarás aquel folio y durante la reunión (...) te arrodillarás, te lo pondrás sobre la cabeza con las manos y dirás: esto viene de nuestro Fundador; por tanto, viene de Dios, y hay que ponerlo en práctica con toda nuestra alma". [Ynfante, Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, p. 151].

Refiriéndose a la casa de Roma, la sede central desde donde Escrivá dirigía todo, un antiguo dirigente del Opus Dei recuerda que "me impresionó mucho el control personal que el Padre retenía sobre los habitantes de la casa de Roma. Por la noche, en la cena, las sirvientas le pasaban una nota en la que figuraban las llamadas telefónicas que los miembros del Colegio Romano habían sostenido ese día. Ya teníamos controlada la correspondencia, pues, como es sabido, los supervisores deben leerla antes de recibida o enviada, pero lo del teléfono fue una innovación suya en Roma". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto, ob. cit., p. 146]. Según el testimonio del antiguo dirigente, "lo peor, no obstante, no era cuando Escrivá personalmente estudiaba un tema y tomaba una decisión, sino cuando los que tenía a su lado en Roma, gente generalmente joven e inexperta, redactaban las decisiones que él se limitaba a firmar. El intervencionismo era particularmente angosto con la sección femenina. Recuerdo que una vez me vino una numeraria pidiéndome una explicación porque había recibido una nota de Roma indicando que en nuestras casas no debería entrar nunca carne picada". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en ob. cit., p. 147]. En resumen, que respecto a la actitud de Escrivá desde Roma y la dependencia de Madrid ocurrió lo siguiente: "Poco a poco, las normas, reglamentos, notas y avisos que llegaban de Roma terminaron por cubrir la entera actividad nuestra. Cuando aún vivía en España, no se le pasaba nada por alto y hasta se daba cuenta de si habíamos cambiado una silla de sitio. Cuando se marchó a Roma, esa minuciosidad se tradujo en el flujo de correspondencia normativa que enviaba". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en ob. cit., p. 146].

Como era costumbre suya, con la mentalidad de director local más que de presidente, Escrivá mandó imprimir en marzo de 1947 un folleto de cuatro páginas "para uso interno" donde se precisaban las relaciones que habían de tener entre sí la rama masculina y femenina en el seno del Opus Dei, quedándose corta la frase de Teresa de Jesús, "entre santa y santo, pared de cal y canto". En este primer Reglamento interno de Administración del Opus Dei se señalaba textualmente que "las dos secciones del Opus Dei son en realidad dos institutos completamente independientes, uno de hombres y otro de mujeres" y que "la Administración y la residencia administrativa viven como si estuvieran separadas por varios kilómetros: nunca hay relación de ninguna clase entre los que habitan en una y otra casa". También que "a las casas de la Sección femenina, y lo mismo a la Administración, no van jamás, ni de visita, los varones de nuestro Instituto". Para colmo el Reglamento precisaba que "la entrada de la casa de los varones ha de ser siempre distinta de la entrada de la Administración; e incluso se debe procurar que la entrada de la Administración sea por otra calle" y "el Oratorio es también siempre diferente y, cuando esto no es posible, las asociadas asisten a los actos de culto detrás de una reja, como se usa para las monjas de clausura cuando sus iglesias están abiertas al público". [Ynfante, Jesús, Opus Dei, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, pp. 152-153].

Dentro de la línea reglamentaria e intervencionista que predominaba dentro del Opus Dei, también se recomendó entonces a las casas de la Obra, bajo seria advertencia a los directores, mantener escondites o lugares seguros para la custodia de las fichas de admisión, testamentos de los miembros, texto de las constituciones, ejemplares del "catecismo" que era un corto resumen de las constituciones, las instrucciones, reglamentos, cartas de Roma y otros documentos. En algunas casas se construyeron incluso dobles paredes con escondites secretos donde guardar la documentación y los archivos del Opus Dei. Para comunicarse entre casas de la Obra y para escribir informes destinados a la casa central en Roma se instauró además un libro con unas claves, cuyo título era "San Gerólamo" y estaba encuadernado sobriamente para quedar disimulado junto a los demás libros en las bibliotecas de las casas del Opus Dei. El contenido del libro consistía en una serie de capítulos sin texto alguno y que simplemente escondía unas claves numéricas con unos puntos y a continuación algunas palabras con unos números. Por ejemplo, en las claves numéricas del llamado "espíritu de la Obra" aparecen 1) buen espíritu; 2) mal espíritu; 3) ordenado; 4) respetuoso con los superiores; 5) faltas graves de unidad; 6) falta a la pobreza; etc. Y de esta curiosa manera, compleja y a la vez pueril, aunque al parecer también eficaz, se protegía el secreto en las comunicaciones dentro del Opus Dei, una organización tan medieval y secreta que ha tenido graves dificultades para incorporarse a la informática a finales del siglo XX.

En noviembre de 1946 Escrivá se instaló en Roma y junto con su lugarteniente Portillo tomó las riendas, sobre todo económicas, del rumbo del Opus Dei. A finales del mes de diciembre llegaron las primeras mujeres de la Obra a Roma, para ayudar a los hombres en las tareas domésticas y de administración. A mediados de 1947 adquirieron el inmueble que había sido residencia de la embajada de Hungría ante la Santa Sede que se convertiría más adelante en la sede central del Opus Dei. Como soñaba con una expansión constante y universal, Escrivá decidió implantar simultáneamente su proyecto desde Roma y Madrid en la desvencijada Europa de la posguerra. Así el fundador del OD pudo abrazar personalmente en Roma al primer italiano que pidió la admisión en noviembre de 1947. Un suceso curioso, aunque muy elocuente, sobre los primeros reclutamientos del Opus Dei en Roma había ocurrido durante la segunda guerra mundial, cuando los dos primeros miembros del Opus Dei desplazados a Roma entablaron amistad con dos croatas que trabajaron para el régimen fascista de Pavelic y con la llegada de las tropas aliadas a Roma se tuvieron que refugiar, bajo la protección de eclesiásticos españoles, en un convento. Allí tuvieron tiempo para traducir el librito de Escrivá, Camino, al croata, edición que se publicaría años más tarde en Lisboa, en 1962. Uno de los croatas ya solicitó en 1946 la admisión en el Opus Dei y posteriormente también su colega, junto con otro compatriota fascista escapado de un campo de concentración instalado por los aliados, ingresaría en el Opus Dei. Uno de los tres croatas se integró tanto como miembro del Opus Dei en el paisaje político español que llegó a ser vicedirector del Instituto de Periodismo de la Universidad del Opus Dei en Navarra. Acabada la segunda guerra mundial numerosos tránsfugas de regímenes totalitarios de Europa Central encontraron acogida en las filas del Opus Dei, siendo protegidos por la dictadura de Franco.

Escrivá se había trasladado a Roma junto con otros miembros del Opus Dei para obtener el estatuto jurídico de Instituto Secular y como las necesidades materiales se hicieron cada día más acuciantes, paralelamente también fue creada en 1947 una delegación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Roma, que tendría por finalidad "continuar las tareas de la ciencia y la investigación española en la Ciudad Eterna, desarrollando y ordenando la labor de los investigadores españoles en Italia." Entre las futuras actividades de la delegación resumidas por los artífices del proyecto destacaba el "restaurar y regir las demás instituciones de investigación que existen o se constituyan en Italia; fundar y sostener residencias para investigaciones, seglares o eclesiásticos en Roma...". La apertura del CSIC en Roma obedecía a causas poco relacionadas con la ciencia o la cultura. En una auditoría de las cuentas del CSIC se pueden descubrir numerosos puntos oscuros. La etapa de expansión del Opus Dei en los difíciles años del fin de la segunda guerra mundial, la fundación de sus casas en Roma y otras capitales europeas, ofrecería un capítulo interesante sobre la exportación de capitales. Las Cajas de Ahorro parece que financiaron algunas partidas de esta exportación de capitales, gracias a un miembro del Opus Dei que dirigió durante algún tiempo la Confederación de las mismas.

Escrivá se sintió gravemente enfermo en 1950 cuando realizaba uno de sus viajes esporádicos a España y entonces el secretario general de la Obra, Álvaro Portillo, determinó que el fundador de una "organización católica internacional" no podía morir en España y fue transportado rápidamente a Roma para cubrir las apariencias de internacionalismo de la Obra de Dios. Sin embargo, el fundador del Opus Dei en una carta escrita desde Roma y dirigida personalmente al dictador, que figura en los archivos de Franco, legajo 178, [Revista "Tiempo", Madrid, 11 febrero 1985] refiriéndose a las actividades de la Obra, le contaba con orgullo: "Aun cuando se trata de una institución católica, aquí y en todas partes, detrás del Opus Dei se ve a España".

El Opus Dei en 1950 no era una organización internacional, aunque sus miembros intentasen probar lo contrario. Escrivá, el fundador, ante la pregunta de si España ocupaba un lugar de preferencia en la Obra o era un simple sector de actividad entre tantos otros, confesaba retorcidamente que "el Opus Dei nació geográficamente en España, pero, desde el principio, su fin era universal. Por lo demás, yo tengo mi domicilio en Roma...". [Guillemé-Brülon, Jacques, "Entrevista con Escrivá", Diario "Le Figaro", 16 mayo 1966]. Nada puede objetarse en contra de argumento tan irreprochable, porque siendo universal el Opus Dei desde la fecha de su fundación imaginaria en 1928, ¿qué importaba que la verdadera expansión se realizara más o menos tardíamente? Como dijo Escrivá: "Las obras que nacen de la Voluntad de Dios no tienen otro porqué que el deseo divino de utilizadas como expresión de su voluntad salvífica universal. Desde el primer momento la Obra era universal, católica" [Forbath, Peter, "Entrevista con Escrivá", Revista "Time", Nueva York, 15 abril 1967]. Como en otra ocasión, afirmaría con más aplomo: "Las obras apostólicas no crecen con las fuerzas humanas, sino al soplo del Espíritu Santo". [Guillemé-Brülon, Jacques, "Entrevista"," Le Figaro"].

En boca de Escrivá pueden captarse, sin embargo, las dos características más determinantes de la etapa de expansión del Opus Dei, primero cuando Escrivá afirmaba que "desde el primer momento la Obra era universal", mostraba una estrategia orientada hacia todas partes, como el mapamundi del vestíbulo de la primera residencia madrileña de la posguerra, donde aparecía una cruz con los cuatro brazos en forma de flecha, imitando la rosa de los vientos y dirigida hacia los cuatro puntos cardinales. El alistamiento en el Opus Dei de elites fascistas clericales fuera de España sería la segunda característica de la etapa de expansión de la Obra de Dios. Por eso Escrivá había afirmado en otro momento: "En su expansión internacional el espíritu del Opus Dei ha encontrado de inmediato eco y acogida en todos los países". [Ynfante, Jesús, ob. cit., pp. 157-158]. Este era, en definitiva, el papel que iba a desempeñar con más fuerza el Opus Dei en su expansión internacional cristiana de la sociedad a través de la acción de sus miembros, iba a servir de banderín de enganche, en una primera fase de expansión, de miembros de elites clericales y residuos del fascismo clerical europeo, para luego intentar serio también por el mundo entero.

"Para mí, después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la jerarquía del amor, viene el Papa", reconoció el fundador del Opus Dei en una entrevista con cuestionario previo publicada en Francia por el diario "Le Fígaro". [Guillemé-Brülon, Jacques, "Entrevista", "Le Figaro", también en Escrivá, Josemaría, ob. cit., p. 71]. En la persona del papa, no se olvide, están concentrados todos los poderes de la Iglesia católica. Las relaciones que Escrivá mantuvo con los tres papas que le tocó vivir fueron, sin embargo, frías y poco cordiales. Un antiguo dirigente de la Obra ha señalado que Pío XII "nunca entendió a Escrivá, al que sólo vio una vez y aquel espontaneísmo español casaba mal con el ambiente vaticano". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei", Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 25]. Otro testimonio desde dentro del Opus Dei reconoce que Escrivá en Roma no se sentía a gusto con el papa y refiriéndose a Pío XII decía de él: "Estoy atado de pies y manos. Este hombre no nos entiende, no me deja moverme y aquí estoy encerrado." y gesticulaba con las manos como diciendo que era incomprensible. [Tapia, María del Carmen, "Tras el umbral", Ediciones B, Barcelona, 1994, pp. 190-191]. También más de una vez dijo Escrivá sobre Pío XII: "Este santo varón, que Dios nos haría un gran favor si lo llevara al cielo, cuanto antes". [Tapia, María del Carmen, "Carta a Su Santidad Juan Pablo II", Hecho n° 5, Santa Bárbara (California), 2 agosto 1991].

La muerte de Pío XII en diciembre de 1958 significó, sin embargo, un golpe duro para la política vaticana de la Obra de Dios, que encontró en su sucesor, Juan XXIII, una desconfianza aún mayor. No obstante, el Opus Dei siguió tratando de aumentar su influencia y el Vaticano pasó a ser considerado como un objetivo importante de implantación y de actividad del Opus Dei en Roma. Si el Opus Dei había servido en España al régimen, como el régimen de Franco quería ser servido, una vez adquirido poder estaba dispuesto a servir a la Iglesia de Roma como Escrivá entendía que la Iglesia quería ser servida. Escrivá repetiría en diversas ocasiones la frase "servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida", especialmente cuando se encontraba delante de altos dignatarios del Vaticano. Así se la repitió en uno de sus primeros encuentros al cardenal Tardini, activo representante del ala ultraconservadora del Vaticano, y también escribió la frase Escrivá a sus seguidores en una de las epístolas de tono pontifical que dirigía de cuando en cuando a los miembros del Opus Dei.

Pese a su aprobación como primero de los Institutos Seculares, el Opus Dei había encontrado antes y después de 1950 ciertas dificultades en el Vaticano, a donde se habían dirigido por su proximidad las protestas de padres de algunos de los primeros jóvenes italianos captados por el Opus Dei. Uno de los cronistas y hagiógrafos de Escrivá lo reconoce cuando afirma: "La historia se repetía, sembrándose ahora entre los padres de algunos miembros italianos las dudas e inquietudes que se introdujeron antaño entre las familias de España." [Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, p. 259]. De ahí que llegara a ser estudiado un plan en los dicasterios romanos donde se trataría de alejar a Escrivá de la dirección del Opus Dei y de mantener una estricta separación, como si fueran dos instrumentos diferentes, entre la sección de varones y la de mujeres, además del papel jugado por los sacerdotes en aquella maraña. Con este plan el Vaticano pretendía aclarar tajantemente la enorme ambigüedad que representaba, en un organismo ya reconocido eclesiásticamente, el mantenimiento conjunto de tres secciones donde nunca se sabía dónde comenzaba una y terminaba otra, sobre todo en cuanto a los límites y las responsabilidades de sus miembros. Las dudas del Vaticano alcanzaron hasta el "espíritu de la Obra", que se presentaba como si fuese la doctrina del "superhombre" católico y existía una seria preocupación sobre la forma de compatibilizar los tres votos de perfección evangélica ("pobreza, castidad y obediencia"), hasta entonces típicamente religiosos, con el empeño de los miembros del Opus Dei de seguir siendo civiles, lo cual acarreaba inevitablemente complicaciones tanto en el orden jurídico como moral a la hora de las responsabilidades. Con aquel plan el Vaticano trataba en definitiva de mantener incólume el reconocimiento pontificio como Instituto Secular a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, la rama sacerdotal de la Obra que ofrecía ambigüedades jurídicas cuando aparecía públicamente en su papel de locomotora que arrastraba los otros dos vagones del convoy llamado Opus Dei.

Aquello desencadenó inevitablemente una crisis que tuvo lugar en 1951 y enlazaba con otra anterior que sobrevino en 1949, donde fue cuestión, por parte del Vaticano, de abordar la vinculación y obediencia de los sacerdotes diocesanos en el caso de una adhesión al Opus Dei. En ambos casos la reacción de Escrivá fue desmesurada y si en 1951 llegó a exclamar "si me echan, me matan; si me echan, me asesinan" [Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1985, p. 206] dos años antes, en 1949, había llegado a hablar de una "nueva fundación" únicamente para los sacerdotes diocesanos, pero que "hubiera escindido su corazón de padre y de madre dolorosamente". [Bernal, Salvador, "Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, p. 158; Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 257]. En la aplicación del plan elaborado en el Vaticano a Escrivá sólo le salvó in extremis la intervención directa del papa Pío XII, quien decidió aplazar prudentemente la serie de medidas tendentes a enderezar el azaroso itinerario jurídico de la Obra, influyendo poderosamente en este aplazamiento la fracción ultraconservadora alojada en el Vaticano. La rama sacerdotal con todas sus implicaciones era lo que más importaba en el conflicto y este punto litigioso jamás ha podido ser aclarado por el Opus Dei en su peripecia jurídica dentro de la Iglesia católica hasta el siglo XXI, prolongándose los problemas y los conflictos incluso después del último reconocimiento en 1978 como prelatura. Mucha menor importancia tendría la independencia del Opus Dei de la Congregación de Religiosos a pesar de tener laicos en sus filas, o que la figura jurídica de Instituto Secular tuviera una dimensión exclusivamente religiosa, aspectos ambos que el Opus Dei afirmaba aceptar a regañadientes; pero con todo aquello, sin embargo, conseguía desviar la atención hacia unos temas considerados secundarios, cuando lo importante para el Vaticano giraba en tomo a la actividad y abastecimiento de miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y sus nunca esclarecidas vinculaciones con las otras ramas dentro del Opus Dei.

Entretanto, la captación masiva de miembros del Opus Dei en España se basaba en un canto a la originalidad de su estructura y en presumir del reconocimiento como primer Instituto Secular de derecho pontificio. Así, cuando hubo oportunidad como en el Congreso Nacional de Perfección y Apostolado de los Laicos, celebrado en Madrid durante el otoño de 1956, los miembros del Opus Dei participaron con entusiasmo y se volcaron en señalarlo. El Congreso significó un gran éxito publicitario para la Obra, pero la procesión iba por dentro y tanto el Vaticano como otras organizaciones de la Iglesia católica vieron con malos ojos tanta soberbia y aquel complejo de superioridad por parte del Opus Dei, que consistía en intentar controlar por todos los medios la denominación de origen de los Institutos Seculares, cuando había llegado el último en las sesiones jurídicas preparatorias para alzarse con el triunfo, logrando ser proclamado el primero.

Pero Escrivá seguía dispuesto a todo en su marcha hacia adelante e hizo caso omiso de las cautelas vaticanas, lanzando una tras otra campañas de captaciones masivas de militantes para fortalecer aún más como si se tratara, en vez de una marcha, de una huida hacia adelante. Empeñado en avanzar por todos los medios, sólo hacía caso a su tremenda ambición aun cuando detrás ya le seguían centenares de miembros. "O creces, o mueres", solía repetir entonces Escrivá, frase que sería recogida como eslogan y emblema desde una colección de libros en la editorial Rialp, que ya tenía ese nombre en recuerdo de los montes atravesados por Escrivá durante la guerra, hasta la publicidad financiera del primer banco de la Obra, el Banco Popular Español.

Por su condición de Instituto Secular, la rama sacerdotal del Opus Dei debía contar con un cardenal protector en Roma, cargo de confianza para el que fueran nombrados, no de un golpe sino uno tras otro, los cardenales Tedeschini, Tardini, Ciriaci y Antoniutti, purpurados que se distinguieron por su ultra conservadurismo en la curia vaticana. El fichaje de Federico Tedeschini, un viejo cardenal que había sido nuncio en España en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera y de la Segunda República, data de aquella época. Como una de las obsesiones de Escrivá consistía en buscar apoyos, sobre todo en el Vaticano, le nombró cardenal protector de la Obra, porque el cardenal Tedeschini había sido uno de los artífices más destacados del Congreso Eucarístico Internacional, que se celebró en Barcelona el 28 de mayo de 1952 y que rompió el aislamiento total del régimen franquista aportando el apoyo del Vaticano a la dictadura. Hasta tal punto el dictador Franco le estuvo agradecido que el sobrino del cardenal, Juan Bautista Tedeschini, fue nombrado marqués de Santa María de la Almudena en 1954. El lema que figuraba en el nuevo escudo nobiliario era: "Omnibus et in omnibus Christus". Por su parte, el viejo cardenal Tedeschini le agradeció el nombramiento de cardenal protector a Escrivá en carta fechada el 24 de septiembre de 1953, donde piropeaba al Opus Dei en términos que no resultaban excesivamente ridículos dada la avanzada edad del prelado, pero que también pueden incluirse con todos los honores en la antología que está por hacer con textos escogidos del fascismo clerical en España: "Surgió en efecto la Obra en medio de mi Nunciatura (...) considero al Opus Dei como la flor más bella, más dolorosa y consoladora de aquel período de mi vida, en que la Providencia me dio a conocer cuál fuerza se esconde y cuál dinamismo se perpetúa en la vieja y siempre nueva y juvenil pujanza de España. Y una vez, los dos, yo y ella, en Roma, y nombrado yo Protector, una nueva vocación, esto es una nueva invitación divina, ha venido a añadirse al antiguo Nuncio, para que no interrumpa sus destinos españoles (...) Doy todo lo que está en mi pecho para que esta annada, la verdaderamente invencible, sea mina inagotable de Apóstoles, seculares, como los primeros de Cristo y Romanos, como los eternos del Papa." [Tedeschini, Federico, "Carta a Escrivá", Roma, 24 septiembre 1953, en Varios Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", EUNSA, ramplona, 1989, pp. 559-560].

El cardenal Federico Tedeschini, que había anudado lazos con España por medio del Opus Dei en los últimos años de su carrera, falleció a finales de 1959, sucediéndole Domenico Tardini en el cargo honorífico de cardenal protector de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y también del Opus Dei. La simpatía que demostró Tardini a la Obra se remontaba a los tiempos de Pío XII, cuando Escrivá llegó en 1946 a Roma y la relación estrecha se mantuvo después de su elevación al cardenalato y hasta su muerte en 1961. Tardini fue uno de los prelados más intransigentes del Vaticano y enemigo irreductible del movimiento de curas obreros surgido en Francia después de terminada la segunda guerra mundial. La presencia del Opus Dei en Roma a partir de 1946 fue útil para los objetivos del grupo de prelados ultraconservadores del Vaticano, formado por altos dignatarios eclesiásticos muy celosos de su cargo y, como integristas que eran, de la inalterabilidad de la doctrina católica. El grupo encabezado en Roma por el cardenal Ottaviani se sirvió de la Obra de Escrivá para contrapesar la influencia de otras organizaciones católicas europeas que ya desde su origen fueron consideradas como nefastas. Se cita como ejemplo Mission de France, que obtuvo el estatuto jurídico de "prelatura nullius" en 1954.

La simpatía demostrada por Ottaviani y Tardini al Opus Dei explica que en 1955 la Obra de Escrivá obtuviera del Vaticano una villa en Castelgandolfo, lugar de veraneo de los papas, para cursos de retiro y formación. También explica que un año más tarde consiguiera el Opus Dei una prelatura nullius en los Andes peruanos. La prelatura de Yauyos, en Perú, y a cuyo frente se colocó Ignacio Orbegozo, uno de los primeros seguidores de Escrivá y sacerdote del Opus Dei, fue un compromiso que debió aceptar Escrivá si quería aumentar su influencia en el Vaticano, siguiendo la ambiciosa política que se había trazado. Aquella "prelatura nulllius no solucionaba ninguna cuestión jurídica y representaba más bien un engorro, pero significaba también un escaparate, una vitrina del apostolado moderno de la Iglesia católica en las altiplanicies peruanas, y al mismo tiempo una muestra expositiva de la cual podía presumir la Obra de Escrivá al no rechazar la oferta del Vaticano. La posición del Opus Dei se reforzó y no halló inconvenientes, sólo alabanzas, cuando llegó la hora del reconocimiento de la Universidad de Navarra como centro educativo de la Iglesia católica y romana. La clave de la proclamación del escuálido Estudio General de Navarra como universidad pontificia en 1960 se encontraba en las excelentes relaciones que ligaron Escrivá y los miembros del Opus Dei en Roma con los monseñores del ala más ultraconservadora del Vaticano.

Por aquellas fechas, Escrivá quería aprovechar la coyuntura que consideraba favorable y consultó con el cardenal Tardini, en su condición de secretario de Estado del Vaticano, sobre la conveniencia o no de presentar oficialmente el expediente de revisión del estatuto jurídico del Opus Dei. [Varios Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", EUNSA, Pamplona, 1981, pp. 325-326]. Tardini le manifestó a Escrivá que los tiempos no estaban maduros para una petición formal de revisión del estatuto jurídico y que "era mejor que las cosas siguieran de momento como estaban". [Varios autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", ob. cit.]. Sin embargo, tras la desaparición del cardenal, cuya muerte sobrevino en el verano de 1961, como Escrivá estaba impaciente y tenía mucha prisa, decidió seguir adelante desoyendo los consejos del cardenal Tardini, muy recordado en el Opus Dei porque fue uno de los prelados que asistieron más emocionados a la colocación en 1960 de la última piedra de la sede central del Opus Dei.

En diciembre de 1961 Pietro Ciriaci fue seleccionado por Escrivá para ser cardenal protector del Opus Dei. El cardenal sucesor de Tardini en la "protección" de la Obra era nada menos que secretario de la Congregación del Concilio, pasando por ser uno de los adversarios más resueltos de la convocatoria de un nuevo concilio ecuménico y situándose entre los partidarios de la "resistencia" frente a la apertura dentro del Vaticano. [Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España", Ruedo Ibérico, París, 1971, p. 135]. Ciriaci fue quien aconsejó a Escrivá, ante las peticiones de éste para el cambio de estatuto, que planteara la cuestión de modo formal ante el papa Juan XXIII.

Las maneras sencillas y directas de Juan XXIII eran lo contrario de lo que propugnaba el Opus Dei. El talante liberal del papa Roncalli no le determinaba especialmente para entender lo que representaban Escrivá y el Opus Dei. Juan XXIII ya había tenido dos contactos personales con el Opus Dei.

Cuando vino a España en peregrinación, siendo cardenal patriarca de Venecia, había cenado el 23 de julio de 1954 en el colegio Mayor La Estila perteneciente al Opus Dei en Santiago de Compostela y también pernoctó en la residencia Miraflores del Opus Dei en Zaragoza. De su paso por el colegio universitario de Santiago cuenta un dirigente del Opus Dei que "cenó allí con varios catedráticos (...) y luego estuvo de tertulia con un centenar de estudiantes; le contaron anécdotas de la vida universitaria compostelana, le dirigieron preguntas que contestó con llaneza, le cantaron canciones entre las que no pudo faltar la de "Triste y sola se queda Fonseea... Lo pasamos muy agradablemente y él se mostró complacido". [López Rodó, Laureano, "Memorias", Plaza & Janés, Barcelona, 1990, p.158].

Uno de los cronistas del Opus Dei detalla que en Santiago de Compostela puso en el libro de firmas de La Estila un elocuente autógrafo. [Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, p. 328].

Juan XXIlI recibió una petición documentada por parte del Opus Dei a comienzos de 1962, donde se solicitaba formalmente la revisión del estatuto jurídico del Opus Dei. Escrivá quería obtener para la Obra un estatuto semejante al de la Mission de France, conseguido en 1954 y que había desatado una serie de tormentas dentro del Vaticano. La propuesta consistía en erigir al Opus Dei en "prelatura nullius", confiriéndole el papa un territorio, aunque fuese simbólico, con menos de tres parroquias, en el cual los sacerdotes de la Obra quedasen incardinados y que tuviera asimismo un derecho particular basado en las constituciones ya aprobadas por el Vaticano. Desde el punto de vista canónico, la propuesta representaba una fórmula mixta entre la prelatura y el vicariato castrense y Escrivá, para asentar sobre una base su petición, recurría al argumento de "la asistencia espiritual de unos laicos que desempeñan, con una formación específica, un apostolado de vanguardia". [Varios Autores, "El itinerario Jurídico del Opus Dei", ob. cit., p. 335]. Aquello no resultaba convincente en los tiempos que se avecinaban para la Iglesia católica. El papa desestimó la propuesta y la petición formal de Escrivá fue rechazada por el Vaticano, siendo notificada por carta al fundador con fecha de 20 de mayo de 1962.

Unas semanas antes, enterado Escrivá del escaso eco encontrado y temiendo lo peor por las escasas posibilidades que tenía el expediente de ser aprobado por el papa, se refirió en un escrito del 20 de abril a "la rectitud, la pureza de intención, el amor a la Santa Iglesia y a mi vocación, que me mueven a procurar que dejemos de ser Instituto Secular". Su soberbia le condujo a declinar su responsabilidad en el fracaso de la gestión para cambiar de estatuto y abandonar la maltrecha situación jurídica de Instituto Secular, proceso que explicaba de la siguiente manera: "La pureza de intención ha tenido además el mérito de una obediencia (...) nos hemos limitado a obedecer al Cardenal Protector, que aseguraba que sacaría todo adelante. Yo, en estos momentos, no me hubiera movido." [Varios Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", ob. Cit., p. 337].

Restablecido semanas más tarde Escrivá de la enorme contrariedad que significaba la negativa por parte del Vaticano, escribió una carta de respuesta donde reiteraba su "completa y perfecta adhesión a la Santa Sede" y solicitaba una entrevista con Juan XXIII que le fue pronto concedida. Para tales actos, como la audiencia con el papa y otras ceremonias públicas de gran protocolo, se vestía con el atuendo de prelado doméstico de Su Santidad. En expresión suya castiza iba "vestido de colorao" y cuando decía a los miembros del Opus Dei, que le contemplaban boquiabiertos, que el ornato prelaticio era para él "como otro cilicio", disimulaba bajo una capa de aparente humildad su gusto por el boato y de pasear con aquella vestimenta, fácilmente confundible con la de los grandes dignatarios de la Iglesia.

En la audiencia del 27 de junio de 1962, Juan XXIII le resumió a Escrivá con inteligencia afable y en dos frases el crecimiento espectacular del Opus Dei y sus vinculaciones con el poder, que infundían respeto, miedo o asombro. Juan XXIII le dijo al fundador del Opus Dei: "La primera vez que oí hablar del Opus Dei, me dijeron que era una institución "imponente e che faceva malto bene" (una institución imponente y que hacía mucho bien). La segunda..., que era una institución "imponentissima e che faceva moltissimo bene" (una institución superimponente y que hacía muchísimo bien)." [Sastre, Ana, "Tiempo de caminar", Rialp, Madrid, 1989, p. 456]. Por su parte, Escrivá comentó algún tiempo después: "Pío XII llegó a conocer la Obra y la quiso...Juan XXIII la quiso muchísimo y me decía que fuera a verle más a menudo... Un día, hablando con él, me dijo en italiano: Monseñor, la Obra pone ante mis ojos horizontes infinitos que no había descubierto." [Sastre, Ana, ob. cit., p. 456].

Ante los miembros del Opus Dei Escrivá hablaba deslenguadamente, siendo proverbiales sus comentarios irreverentes que alcanzaban hasta la figura del papa. Con respecto a Juan XXIII, testigos presenciales afirman que la palabra más suave hacia él fue decir que era un "patán", [Tapia, María del Carmen, "Carta a Su Santidad Juan Pablo II, Hecho n° 6, Santa Bárbara (California), 2 agosto 1991] es decir, un hombre zafio y tosco. Pero los vientos de liberalización que corrían por el Vaticano durante el papado de Juan XXIII no le eran favorables al Opus Dei. Estaban aún recientes las maniobras donde Escrivá y sus seguidores se habían comprometido excesivamente con el difunto cardenal Tardini, quien dirigió durante años el movimiento de oposición a cualquier apertura por parte de la curia vaticana y llegó a utilizar como parachoques al Opus Dei. El porvenir para la Obra de Dios y de Escrivá se presentaba con negruras en el horizonte.

Escrivá, en Roma, había ido poco a poco tratando de ganar la confianza de los hombres de la curia vaticana por el viejo procedimiento de halagados, invitarlos a comer, hacerles regalos, en una época en que aquellos monseñores se comportaban sin excesivos lujos, como gente modesta. Llegó incluso a introducir en la burocracia vaticana a dos o tres miembros numerarios que fueron componiendo la tela de araña de la influencia. Como el objetivo había sido la aprobación canónica y en su totalidad no la habían logrado, Escrivá mantuvo la conspiración para que el Opus Dei tratara de aumentar su influencia en el Vaticano, sufriendo algunos reveses en su apetencia de poder, hasta que llegó el acontecimiento que le sacó de quicio e hizo tambalear hasta los mismos cimientos de la Obra de Dios: el Concilio Vaticano II. [Ynfante, Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, p. 316 y ss.].

El papa Juan XXIII anunció inopinadamente en enero de 1959 su decisión de convocar un Concilio Ecuménico que se iba a denominar Vaticano II. Al conocer la noticia, el fundador del Opus Dei comenzó a rezar y a hacer rezar a todos los miembros de la Obra "por el feliz éxito de esa gran iniciativa que es el Concilio Ecuménico". [Cejas, J.M., "Vida del Beato Josemaría", Rialp, Madrid 1992, p.181]. La presencia del cardenal Tardini como secretario de Estado del Vaticano con Juan XXIII tranquilizó durante los preparativos del Concilio a los miembros del Opus Dei, pero su fallecimiento en 1961 les privó de uno de sus padrinos eclesiásticos más importantes. Escrivá había cultivado la amistad entre los prelados ultraconservadores de la curia vaticana, pero tras la desaparición de Tardini, su sucesor Ciriaci como cardenal protector de la Obra no daba la talla deseada por Escrivá. Sus principales apoyos a partir de entonces fueron Angelo Dell'Acqua, un prelado incondicional de la Obra y amigo personal de Escrivá que ocupaba entonces el cargo de sustituto de la secretaría de Estado para Asuntos Ordinarios, además de Ildebrando AntOniutti, prefecto de la Congregación de Religiosos y de Institutos Seculares. Escrivá pretendió que Dell'Acqua jugara un papel similar al de Tardini, pero el Vaticano ya no era el mismo que en la década de los cincuenta. Por su parte, Ildebrando Antoniutti pasaría a ser cardenal protector del Opus Dei. A mediados de mayo de 1962, Antoniutti había dejado de ser nuncio apostólico en España, siendo uno de los dignatarios eclesiásticos más comprensivos que pudieron tener el Opus Dei y la dictadura de Franco. Sus lazos con la Obra de Dios fueron tan estrechos que no se puede olvidar a este prelado si se quiere analizar la presencia e influencia del Opus Dei en la curia vaticana. Volvió a Roma tras ser nombrado cardenal y ocupó el cargo de prefecto de la Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, desde donde iba a ser un personaje influyente para la Obra de Dios en su política vaticana.

El Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII, reunió a los más de dos mil obispos católicos del mundo entero. Los documentos redactados y publicados entre 1962 y 1965 marcaron una mayor liberalización y la palabra conciliar que se puso de moda fue "aggiornamento" o puesta al día en cuestiones como la tolerancia religiosa, la relación entre la Iglesia y el mundo, las estructuras de la Iglesia y el Concilio intentó destacar especialmente el importante papel que debían jugar los laicos. La muerte de Juan XXIII en junio de 1963, entre la primera y segunda sesión plenaria del Concilio, no representó un fuerte contratiempo, y su sucesor, el cardenal arzobispo de Milán Giovanni Battista Montini, fue elegido papa con el nombre de Pablo VI en un cónclave rápido con la misión de proseguir las tareas del Concilio Ecuménico. El nuevo papa estaba al corriente de la situación del Opus Dei, porque Escrivá, desde su llegada a Roma, se había visto obligado a relacionarse con él por los cargos que había ocupado antes en la curia vaticana.

Escrivá acogió la elección del nuevo papa con evidente malestar. Un antiguo alto dirigente de la Obra presente entonces en Roma afirma que "[Escrivá] puso verde a Montini, acusándole de masón y otras lindezas. Estaba muy excitado y previno que todos los que habían cooperado en esa elección se iban a condenar al infierno". [Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto, ob. cit., p. 27] El calificativo de "masón" en boca de Escrivá se explicaba porque el cardenal Montini, cuando era arzobispo de Milán, se ganó el odio generalizado de las variadas especies del fascismo clerical en España por haber enviado un telegrama con una petición de clemencia para trabajadores y estudiantes condenados por la dictadura, cuando ya participaban miembros del Opus Dei como ministros en el gobierno de Franco. Aunque no contaban todavía con excesiva influencia, los miembros del Opus Dei tenían su candidato a papa en la persona de Ildebrando Antoniutti, uno de los cardenales más "comprensivos" que pudieron tener el Opus Dei y la dictadura de Franco. Sobre Pablo VI, Escrivá hizo comentarios semejantes a los que había dicho de Pío XII: "A ver si de una vez nos deja en paz y Dios nuestro Señor, en su infinita misericordia, se lo lleva al cielo"y si a Juan XXIII, lo consideraba un "patán" a Pablo VI lo trataba públicamente de "jesuitón". [Tapia, María del Carmen, "Carta a Su Santidad Juan Pablo II", Hecho n° 7, Santa Bárbara (California), 2 agosto 1991].

Hay que señalar que Escrivá aceptaba la jerarquía de la Iglesia católica, aunque añadía siempre la apostilla suya del "a pesar de los pesares". Su rechazo, sin embargo, era enorme hacia cualquier medida o actitud por parte de la jerarquía católica que no favoreciese a la Obra y que Escrivá denominaba "oposición al avance del Opus Dei". Como le rebelaba tanta mudanza y agitación, Escrivá llegó a mantener una confrontación creciente con los dos papas patrocinadores del Concilio Ecuménico Vaticano II, acontecimiento que iba a conmocionar no sólo al Opus Dei sino a toda la Iglesia católica. Consideraba en sus delirios que el diablo se había instalado en la cabeza de la Iglesia. Escrivá se creía diferente, así como también el Opus Dei, del resto de la Iglesia católica. "Somos ese resto de Israel, elegido por Dios para iniciar la conversión", solía decir parafraseando una frase de la Biblia a sus seguidores. [Moncada, Alberto, ob. cit., p. 29]. Por otra parte, su protagonismo era imperativo y no podía soportar que la jerarquía de la Iglesia les relegase, tanto a él como a su Obra. Escrivá no participó en ninguna de las comisiones o sesiones conciliares ni como padre conciliar, porque no era obispo, ni tampoco como consultor, porque no fue invitado. Resultaba revelador y a la vez inquietante que en aquella coyuntura histórica de la Iglesia católica el primero y mayor de los Institutos Seculares participara con grandes reservas o no fuese tenido en cuenta por la jerarquía eclesiástica. Por parte del Opus Dei no aparecía ningún miembro en los sectores propiamente conciliares, aunque hubo varios miembros de la Obra que figuraron en comisiones tradicionales como la de religiosos o disciplina del clero, pero su número no rebasó la media docena. [Estruch, Joan, ob. cit., pp. 339-340]. Aparte, claro está, de dos miembros numerarios que por su condición de obispos peruanos podían ostentar la etiqueta de "padres conciliares".

El Opus Dei estuvo prácticamente en las dos primeras sesiones conciliares y ya se elevaron entonces voces para señalar que bastantes aspectos de la doctrina del fundador del Opus Dei resultaban incompatibles con algunas de las posiciones del Concilio relativas, por ejemplo, a la libertad religiosa. Así la "santa coacción" ejercida por la Obra encajaba mal con las exigencias conciliares en este terreno. [Artigues, Daniel, ob. cit., p. 135] Durante el año 1963, entre la primera sesión plenaria y la apertura de la segunda sesión, católicos y grupos progresistas dentro de la Iglesia, que vivieron momentos de euforia con la celebración del Concilio, acumularon pruebas para arremeter contra los integristas partidarios de la inalterabilidad de la doctrina, especialmente contra el Opus Dei, en lo que algunos han llamado "primavera conciliar". Informes reservados enviados a. Roma por "personalidades de la Iglesia española" llamaban la atención hacia "la actividad de caracterizados eclesiásticos y seglares que con determinadas actuaciones ponen en peligro el prestigio y pacífica actuación futura de la Iglesia". [Artigues, Daniel, ob. cit., Anexo 2, pp. 221 y ss.].

Pero, sobre todo, en materia estrictamente canónica, se consideraba muy peligrosa en el Vaticano la posibilidad de hallar sacerdotes en posición subordinada con respecto a los laicos dentro del Opus Dei, lo cual en derecho eclesiástico aparecía como un peligro y una aberración. Otro de los problemas jurídicos delicados era todo lo relacionado con la jurisdicción episcopal y el doble sometimiento de los miembros del Opus Dei que no respetaban al obispo como única autoridad diocesana. En el mes de octubre de 1963 Escrivá se atrevió a dar un mal paso con una maniobra jurídica que provocó un error mayúsculo en su política vaticana. Si durante el primer semestre de 1962 había intentado inútilmente la revisión del estatuto jurídico de Instituto Secular, fracasando en el empeño, un año más tarde Escrivá volvía a la carga proponiendo esta vez modificar las "santas, perpetuas e inviolables" constituciones del Opus Dei, situándose en ambos casos al margen de la corriente histórica del Concilio Vaticano II. No se sabe si Escrivá perdió los nervios, fue mal aconsejado o calculó mal los riesgos, empecinado como estaba en su proyecto. También se dijo entonces que el Opus Dei fue utilizado como punta de lanza y fueron los monseñores del ala ultraconservadora del Vaticano quienes empujaron a hacerlo a Escrivá. Como no estaba satisfecho con el atasco jurídico sufrido por la Obra y tratando de acelerar por todos los medios el cambio de estatuto con la mirada puesta en el futuro, Escrivá decidió modificar las constituciones secretas del Opus Dei, aquel otoño de 1963 en vísperas de la segunda sesión del Concilio. La coyuntura parecía escogida especialmente, aprovechando Escrivá el interregno entre el fallecimiento de Juan XXIII y el afianzamiento de su sucesor Pablo VI, que comenzó su pontificado sintiéndose desbordado, tanto en la supervisión del Concilio como en los asuntos específicos de la Santa Sede. Ildebrando Antoniutti, prefecto de la Congregación de Religiosos y de los Institutos Seculares, no permaneció inactivo como cardenal protector del Opus Dei en la maniobra jurídica que representaba la solicitud para modificar las constituciones y que sería realizada con mucha prontitud. Además, las modificaciones en las constituciones del Opus Dei tuvieron lugar precisamente cuando toda la actividad de las principales organizaciones religiosas católicas había sido paralizada durante la celebración del Concilio. Si por alguna razón tenían que convocar una reunión durante el período conciliar, como hicieron los jesuitas cuando murió el presidente o prepósito general, ésta debía posponerse hasta que el Concilio completara sus tareas y al reunirse de nuevo cualquier asamblea tenía que hacer concordar la estructura de la organización con las conclusiones del Vaticano II. [Walsch, Michael, ob. cit., p. 82].

El 2 de octubre Escrivá se dirigió al papa Pablo VI, como era preceptivo y rutinario, con la propuesta para efectuar nuevas modificaciones en las constituciones. Hasta entonces el Opus Dei había realizado, debidamente autorizado, poco más de una docena de retoques en las constituciones desde 1950. La Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, dirigida por Antoniutti, contestó rápidamente dando su conformidad tres semanas más tarde, el 24 de octubre, y el 31 de octubre ya estaba impresa la primera edición de la versión del año 1963 de las remozadas constituciones y contando con un dudoso nihil obstat del Vaticano, ya que no habían recibido la aprobación superior, es decir, del papa, a quien de hecho no le fueron sometidas. El texto, tras las modificaciones, aparecía "aligerado" y pasaba de 479 a 398 normas, lo cual no parecía afectar a sus partes principales. Sin embargo, la realidad era otra y la "pureza de intención" de Escrivá y los dirigentes del Opus Dei quedaba en entredicho. Había, sobre todo, una supresión que parecía ínfima, pero que alarmó a algunos padres conciliares, entre los más de dos mil obispos del mundo católico, porque se habían atrevido a suprimir como si no tuviera importancia, el párrafo 3 de la norma 76 en las constituciones de 1950, que señalaba "es necesaria la venia del Ordinario respectivo". Es decir, que los sacerdotes incardinados en las diversas diócesis ya no iban a estar obligados a solicitar en adelante la venia del obispo, antes de su adhesión como miembro a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz dentro del Opus Dei. En resumen, que a partir de entonces el obispo ordinario no tenía que ser informado, lo cual creaba una situación anómala, una de cuyas consecuencias era la de escapar de alguna manera a la autoridad diocesana y el Opus Dei podía convertirse a la larga en una Iglesia paralela. Después de la rápida maniobra jurídica con las modificaciones, Escrivá envió complacido una carta a Antoniutti el 31 de octubre, junto con un ejemplar impreso de la nueva versión de las constituciones, donde le agradecía su actuación y expresaba una vez más su preocupación para el futuro: "Soy consciente que, como he manifestado muchas veces a Vuestra Eminencia, falta mucho para llegar a la solución jurídica definitiva del Opus Dei. Me conforta, sin embargo, la certeza de que Dios Omnipotente a través de su Iglesia Santa, no dejará de abrirnos el camino... ". [Varios Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", ob. cit., p. 349].

Tres meses más tarde, el 24 de enero de 1964, Pablo VI recibió en audiencia a Escrivá por vez primera y la iniciativa partió al parecer del Vaticano. De la actitud y reacción posterior de Pablo VI se deduce que hubo una amonestación verbal del pontífice al fundador y presidente general del Opus Dei, quien fue recibido secamente en la audiencia. Estaba claro que Pablo VI había sido puesto al corriente de las numerosas críticas llegadas al Vaticano, a propósito de las actividades extrarreligiosas del Opus Dei, especialmente en España. Escrivá, por su parte, repitió al papa su discurso habitual sobre la Obra, de que representaba un "fenómeno pastoral nuevo" y se quejó también de las constantes incomprensiones que sufría el Opus Dei dentro de la Iglesia.

El 14 de febrero, día de los enamorados y fecha significativa dentro de la Obra, Escrivá había expedido el ejemplar solicitado por el papa con la versión nueva de las constituciones. Acompañaba los documentos internos, expresamente solicitados por Pablo VI, una larga carta añadida subrepticiamente a la documentación, con el texto en latín y firmada con un simple Josephmaría. La carta estaba fechada el 2 de octubre de 1958, aunque fue redactada no sólo por Escrivá sino también por otros miembros dirigentes del Opus Dei en una fecha posterior a 1958 y que algunos señalan con precisión, porque lo fue entre los meses de enero y de febrero del año 1964. Con tono solemne de encíclica papal, imitando el estilo del destinatario, la carta empezaba con un "No ignoráis, hijas e hijos queridísimos" para seguir luego de forma repetitiva con los tópicos consabidos de la Obra, fin y medios plena y exclusivamente sobrenaturales, no somos religiosos ni se nos puede llamar religiosos o misioneros, gozáis de una libertad completa, etc. También recordaba con astucia el espíritu de obediencia "inalterable" a la jerarquía episcopal que debían tener sus hijos de la Obra de Dios y el mensaje más importante era, sin duda, sobre la situación jurídica, estando subrayada además la frase de Escrivá en el texto de la carta: "y a la vez manifestaré que deseamos ardientemente que se provea a dar una solución conveniente, que ni constituya para nosotros un privilegio -cosa que repugna a nuestro espíritu y a nuestra mentalidad-, "ni introduzca modificaciones en cuanto a las actuales relaciones con los Ordinarios". Como tantos otros documentos internos del Opus Dei, donde la manipulación era de rigor, la carta enviada al papa admitía varias lecturas y contenía varios mensajes destinados a Pablo VI de forma indirecta, a través de la presunta carta de Escrivá a los miembros de la Obra. Escrivá no dirigió la carta el 2 de octubre de 1958 a los miembros de la Obra, según señalan fuentes internas del Opus Dei, ni tampoco pudo escribirla alrededor de esa fecha, con una alusión tan transparente a un problema arrastrado desde antes, pero cuyo conflicto había surgido a finales del año 1963 y comienzos del año 1964.

A partir de la documentación facilitada por Escrivá, el papa Pablo VI mandó a una comisión formada por juristas y teólogos de la curia vaticana estudiar la situación para aplicar medidas draconianas. Según los planes del Vaticano el castigo al Opus Dei sería cuidadosamente estudiado y la estructura de la organización dividida en dos ramas distintas: una agruparía a los sacerdotes con estatuto de Instituto Secular y la otra comprendería a los laicos y se convertiría en una asociación de fieles sin carácter específico de ninguna clase. [Artigues, Daniel, ob. cit., p. 135]. El año 1964 iba a significar un vía crucis y una aflicción continuada para Escrivá y los miembros del Opus Dei en el Vaticano; en cambio, para los hagiógrafos de Escrivá y cronistas de la Obra sería sencillamente el año "cuando el fundador comenzó formalmente a moverse para cambiar el estatuto del Opus Dei". Un dato revelador de la situación fue que Escrivá llegó a estar ilocalizable, como le recomendaron los prelados amigos de la curia vaticana y, confiando en que pasara la tormenta, desapareció de Roma durante el verano de 1964.

Los problemas se habían acentuado durante el verano de 1964 para el Opus Dei, cuando los aires del Concilio Vaticano II soplaban fuerte para España. Un informe del obispo de Mondoñedo, que figura en los archivos de Franco recogidos del palacio de El Pardo, legajo 29 bis,69 menciona dos encuentros en Roma con el fundador del Opus Dei donde Escrivá mostró una evidente actitud de hostilidad hacia el Concilio. "En la primera entrevista", relata el obispo de Mondoñedo, "me dijo que los obispos españoles estamos quedando en el Concilio a la altura de los de Guatemala. En la segunda, me aseguró que el episcopado español tan virtuoso, capaz y apostólico, está poco acreditado en el mundo." y el obispo de Mondoñedo señalaba en el informe refiriéndose a Escrivá: "Salvando la mejor voluntad de mi informador, yo creo que estas opiniones encierran injusticia". El pánico cundió entre la mayoría de eclesiásticos vinculados al régimen de Franco. El silencio de los obispos, cuya intransigencia había causado estupor a muchos colegas suyos en el Concilio, hizo aumentar la inquietud entre los ultras católicos españoles. Para adelantarse a los planes del Vaticano, dentro de la Obra se creyó que era el momento oportuno para crear en España una Junta Civil del Opus Dei que estaría oficialmente encargada de las relaciones con el Estado, a través de la dirección general de Asuntos Eclesiásticos del Ministerio de Justicia. Se pensó que la Junta estaría presidida por Alfredo López, un miembro supernumerario del Opus Dei y subsecretario entonces de aquel ministerio, quien luego se encargaría del desempolvamiento del título nobiliario de marqués de Peralta para el fundador del Opus Dei. La decisión que había sido tomada por Escrivá, adelantándose con este plan a lo que se estaba fraguando en el Vaticano, levantó grandes reacciones legales en contra, principalmente en el Consejo General y entre algunos de los estrategas de la Obra, pues el proyecto significaba que ésta tendría forzosamente que definir sus posiciones legales y reconocer de forma pública que no era totalmente un Instituto Secular, punto esencial sobre el que había basado desde 1947 su propaganda. Dentro del Opus Dei decidieron aplazar la medida en espera de tiempos más favorables.

Desde su reconocimiento como Instituto Secular, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz era la única rama de la Obra que estaba obligada a declarar a sus miembros ante los obispos del lugar, para poder actuar con todas las garantías legales bajo la jerarquía de la Iglesia católica. Esta condición, sine qua la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz no podría realizar ningún apostolado en España, fue cumplida desde 1948 por el Opus Dei más o menos escrupulosamente y en 1964 la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz tenía oficialmente registrados 133 sacerdotes cuya actuación y apostolado dependía de los obispos españoles y, por supuesto, de la Congregación de Religiosos e Institutos Seculares. La lista completa con sus nombres, diócesis de nacimiento, año de nacimiento, año de ordenación, cargos que desempeñaban y lugar de residencia figuraba en los archivos de la Conferencia Episcopal española. [Véase lista en Ynfante, Jesús, "La prodigiosa aventura...", ob. cit., pp. 143-152].

En Roma, al principio de la tercera sesión conciliar, celebrada en octubre de 1964, algunos obispos se extrañaron de que en el esquema sobre el apostolado de los laicos no se dijera nada sobre los Institutos Seculares. Un miembro de la vaticana planteó la cuestión, constatando los padres conciliares el vacío existente y cuya responsabilidad recaía en parte sobre el Opus Dei, por ser el mayor y el primero de los Institutos Seculares. Parece ser que abundaron las iniciativas por parte de los obispos conciliares y se habló de un eventual proceso público de la Obra de Dios; es decir, que el conflictivo caso del Opus Dei podía ser tratado como tema candente en el Concilio Vaticano II. Fue entonces cuando Escrivá se sintió víctima perseguida por la Iglesia católica y dijo que "ya no era el cacharro de la basura, sino la escupidera de todo el mundo" y que "cualquiera se sentía con derecho a escupir sobre este hombre; y es verdad que tenían derecho y lo siguen teniendo, pero lo ejercitaban los que se llamaban buenos y los que no lo eran tanto". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., pp. 512-513, nota 23].

La conflictiva cuestión quedó provisionalmente zanjada con la segunda audiencia privada que Pablo VI concedió al fundador del Opus Dei el 10 de octubre de 1964. Pablo VI entregó a Escrivá un cáliz de marfil y metales preciosos como regalo, junto con una carta manuscrita o quirógrafo según la jerga vaticana, donde el papa se erigía en árbitro absoluto de la contienda, reconociendo las aportaciones del Opus Dei y considerándolas al mismo tiempo como una inyección de vitalidad para la Iglesia católica. En resumen, una carta de literatura diplomática con afirmaciones típicamente elogiosas que son habituales en la política vaticana y el regalo del cáliz tenía un mayor significado en la paz sellada con un abrazo. La carta del papa era apaciguadora y en el primer párrafo Pablo VI se refería a "los filiales sentimientos del cariño hacia Nos de todos y cada uno de los miembros de esta Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz", añadiendo: "En sus palabras hemos advertido la vibración del espíritu encendido y generoso de toda la Institución..." Al parecer los miembros de la Obra habían movilizado todas sus influencias vaticanas, que ya eran muchas, y complementariamente habían hecho uso masivo de un voto epistolar dirigido hacia la persona de Pablo VI, que respondía emocionado; aunque el papa, como conocía claramente dónde residía el problema, se dirigía en primer lugar a la rama sacerdotal de la Obra, la única que contaba con el estatuto legal de Instituto Secular de derecho pontificio, y luego, en segundo término, a "toda la Institución". A Pablo VI le pareció más oportuno esperar a la finalización del Concilio Vaticano II para ocuparse de los problemas que planteaba el Opus Dei, frenándose así la eventualidad de un proceso público a la Obra. Para el papa, cualquier medida que afectase al funcionamiento interno de las organizaciones católicas debía posponerse hasta que el Concilio completase sus tareas y todo debería ser resuelto luego, de acuerdo con las decisiones del Concilio Vaticano II, que se encontraba entonces en su apogeo. [Walsch, Michael, ob. cit., p. 82]. Sin embargo, Pablo VI ya apuntaba también en la carta que su apostolado no fuera tan secreto. Por eso escribió el papa que "el Opus Dei "está abierto" de una manera patente a las exigencias de un apostolado moderno, cada vez más activo, capilar y organizado".

Por otra parte, antes de que concluyera el Concilio Vaticano II el Opus Dei consiguió por medio del cardenal Dell'Acqua que Pablo VI asistiera a la inauguración del Centro ELIS iniciales de "Educazione, Lavora, Istruzione, Sport", situado en el barrio Tiburtino de Roma. El edificio principal del Centro ELIS había recibido el premio nacional de arquitectura social en Italia. El centro disponía de una residencia para jóvenes trabajadores, un complejo de edificios escolares y una amplia zona deportiva, más una escuela femenina de hostelería en un edificio totalmente independiente. Contaba además con la parroquia de San Juan Bautista "al Collatino", confiada también a los sacerdotes de la Obra. [Sastre, Ana, ob. cit., p. 492]. Los orígenes del centro ELIS se remontaban a los tiempos de Pío XII y Juan XXIII. Con motivo del octogésimo aniversario de Pío XII se organizó en el mundo entero una colecta, cuyo fruto le fue ofrecido como obsequio. Pío XII murió sin haber dispuesto de los fondos y una oportuna filtración hizo saber a los dirigentes del Opus Dei que Juan XXIII deseaba dar a aquel dinero un destino concreto. Tras elaborar y presentar un proyecto muy detallado, los dirigentes del Opus Dei obtuvieron la adjudicación de los fondos para la creación del Centro ELIS. Un dignatario eclesiástico ha contado en varias ocasiones que un día, al ser recibido en audiencia por Juan XXIII, éste le comentó: "Ahora mismo acaban de marcharse los del Opus; todo el rato han estado hablando de dinero, tanto, que aún me da vueltas la cabeza." [Estruch, Joan, ob. cit., p. 238]. En la inauguración del Centro ELIS, Pablo VI pronunció unas palabras obviamente elogiosas en este caso sobre el Opus Dei y todas las publicaciones de la Obra y afines se volcaron en destacarlas. La coincidencia del nombre de la parroquia con el suyo propio, Giovanni Battista, hizo exclamar a Pablo VI: "Tutto, tutto qui é Opus Dei...", "Aquí todo, todo es Opus Dei.". Antes del acto de inauguración Escrivá se. dirigió a las miembros numerarias del Opus Dei que se encontraban en Roma y les dijo: "Hijas mías, decidles a vuestras hermanas pequeñas -que era como Escrivá llamaba a las sirvientas- que yo ya sé que me quieren mucho, pero que esta vez, cuando llegue el papa al Tiburtino le aplaudan más a él que a mí". [Tapia, María del Carmen, "Carta a Su Santidad Juan Pablo II", Hecho n° 7, Santa Bárbara (California), 2 agosto 199]. Una vez terminado el acto Escrivá dijo: "Con que Pablo VI hubiera pasado diez minutos felices, me hubiera quedado contento. Pero me quedé corto... Porque estaban previstas dos horas para la visita, y estuvo tres horas largas. No tenía prisa. Se marchó feliz, feliz." [Sastre, Ana, ob. cit., p. 494]. Como detalle revelador de la actitud del fundador, Escrivá había recibido al papa en la puerta del Centro ELIS de rodillas. "Quise esperarlo de rodillas -comentaría a la mañana siguiente- como un sacerdote que ama con locura al papa y a la Iglesia católica." [Casciaro, Pedro, "Soñad y os quedaréis cortos", Rialp, Madrid, 1994, p.215]. Inspirada en el toreo español, la escena es digna de ser destacada: Escrivá imitando a los toreros recibió al papa a puerta gayola en el nuevo centro del Opus Dei en Roma.

Finalizada la cuarta y última etapa del Concilio, Escrivá con su habitual espíritu triunfalista se dirigió a los miembros del Opus Dei en los términos siguientes: "Hemos de estar contentos al acabar este Concilio. Hace treinta años, a mí me acusaron algunos de hereje, por predicar cosas de nuestro espíritu, que ahora ha recogido el Concilio de modo solemne... Se ve que hemos ido delante, que habéis rezado mucho." [Sastre, Ana, ob. cit., p. 486. Varios Autores, "El itinerario Jurídico del Opus Dei", ob. cit., p. 327. Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España", Ruedo Ibérico, París, 1971, Cejas, J. M., "Vida del Beato Josemaría". Rialp, Madrid, 1992, p. 181. Pérez Tenessa, Antonio, "Testimonio", en Moncada, Alberto, ob. cit.]. La procesión, sin embargo, iba por dentro y el panorama de una Iglesia católica rejuvenecida por el Concilio Vaticano II fue visto muy negativamente dentro del Opus Dei. La "catástrofe" era descrita así por Escrivá: "Fuera, por muchas diócesis de la cristiandad, y con un mayor o menor descalabro, se iba resquebrajando la fe..." [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 362] En la aplicación de la doctrina del Concilio la reacción de Escrivá fue contada por él mismo de la siguiente manera: "El padre tuvo que velar por los suyos, evitando que el mal se infiltrara en sus almas como por ósmosis". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 362]. También que "el desconcierto doctrinal y la desbandada eclesiástica, por no entrar en el triste recuento de las defecciones, le produjo intensísimo dolor". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 265]. El fundador del Opus Dei, según uno de los cronistas autorizados de la Obra, "estudió detenidamente las disposiciones eclesiásticas y, luego, con suma prudencia y energía, para eliminar posibles desorientaciones, transmitió a los centros de la Obra los criterios pertinentes para su recta y fiel aplicación". Asimismo, "tomaba con mucho tiento el pulso a la situación, como se toma el pulso a un enfermo. De manera velada al principio, y después con gran diligencia, alertó a sus hijos sobre la peligrosidad de ciertas teorías que despuntaban sospechosamente por todas partes". [Vázquez de Prada, Andrés, ob. cit., p. 362]. Resultaba inevitable que el "espíritu de la Obra" fuera totalmente refractario a la doctrina liberalizadora del Concilio y Escrivá se dedicó a negarle vigencia dentro de la Obra. Como consecuencia de ello, no sólo se prohibía internamente la lectura y el comentario de los documentos conciliares, sino que se tomaron disposiciones en su contra. Por ejemplo, mientras el Concilio hizo énfasis en las lenguas vernáculas para las celebraciones litúrgicas, Escrivá dispuso una intensificación del latín. [Moncada, Alberto, ob. cit., p. 26]. Sobre las nuevas normas relativas a la forma en que debía decirse la misa, con el sacerdote de pie frente a los asistentes, dentro del Opus Dei no se aceptaron los altares conciliares y los sacerdotes de la Obra de Dios y de Escrivá continuaron dando la espalda a los fieles. [Walsch, Michael, ob. cit., p. 79].

Todos los dirigentes del Opus Dei y los seguidores de Escrivá especializados en derecho canónico habían estudiado, entretanto, los decretos conciliares y encontraron un resquicio en uno de los documentos donde aparecía la figura jurídica de las prelaturas personales, que podía ser utilizada para establecer una nueva base legal al Opus Dei. [Varios Autores, "El itinerario jurídico de! Opus Dei", ob. cit., pp. 370-371]. Las nuevas estructuras surgidas en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II ofrecían mayores posibilidades que las de la "prelatura nullius", el modelo propuesto al Vaticano en 1962 y que no prosperó en tiempos de Juan XXIII. [Véase cap. 7. "El fundador en Roma", pp. 188-191. También en Walsh, Michael, ob. cit., p. 82]. Por ese camino de prelatura personal prosiguieron los estudios que se realizaron dentro del Opus Dei y mientras los canonistas de la Obra estaban ocupados en sus conspiraciones y en el estudio del modelo de prelatura personal, en el Vaticano se habían cansado de esperar y como no había ninguna reacción positiva por parte del Opus Dei ante el Concilio, se tomó la decisión en 1969 de pasar a la acción, constituyéndose en el Vaticano una comisión especial' formada por cinco miembros para investigar al Opus Dei y obligarle al cumplimiento de sus obligaciones como organización de la Iglesia católica. [Diario "El País", Madrid, 14 abril 1992].

El Vaticano no estaba dispuesto a tolerar la independencia y rebeldía del Opus Dei, que pretendía nada menos que convertirse en una excepción dentro de la Iglesia para moverse a sus anchas, en virtud de un carisma discutible y porque sus dirigentes estaban sobre todo acostumbrados a la dictadura de Franco, en España, donde todo les resultó fácil y sencillo de solucionar, al disfrutar de un trato político privilegiado. Con ánimo de corregir tales desviaciones, monseñor Giovanni Benelli fue encargado por Pablo VI de efectuar un seguimiento especial en las actividades de la Obra. Antes de ser nombrado por el papa como sustituto en la secretaría de Estado, cargo que servía de enlace entre Pablo VI y todos los órganos de la curia vaticana, Benelli había pasado unos años como consejero diplomático en la nunciatura del Vaticano en Madrid, donde sufrió una hostilidad constante hacia su persona por parte del Opus Dei, porque Benelli conocía los abusos y maniobras del Opus Dei y sus connivencias con el régimen de Franco, al que no consideraba cristiano ni mucho menos democrático. [Pérez Pellón, Javier, "Wojtyla, e! último cruzado", Temas de Hoy, Madrid, 1994, p. 41]. Pese a protegerse con el falso manto de la "humildad colectiva" que ayudaba a recubrir precariamente sus actividades, el Opus Dei no podía soportar por su parte el control impuesto desde arriba por el Vaticano para conocer lo que ocurría en el interior de la Obra. La pugna ya era larga y duraría más de veinte años, bajo los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI, en Roma.

La iniciativa del Vaticano con la creación de una comisión de investigación cogió de sorpresa a Escrivá y a los dirigentes del Opus Dei. La autodefensa del Opus Dei consistió en convocar urgentemente un Congreso General Especial y en intentar retrasar las investigaciones del Vaticano, por la vía de torpedear la recién nombrada comisión. A tal fin, Escrivá se dirigió por carta directamente al papa para denunciar el carácter "secreto y sin apelación" de la comisión y recusar de paso a tres de los cinco miembros de la misma. [Diario El País, Madrid, 14 abril 1992]. La reacción del Vaticano no se hizo esperar y el cardenal Jean Villot, secretario de Estado con Pablo VI, transmitió a Escrivá el disgusto del papa por esa carta y entonces fue cuando el fundador del Opus Dei envió inmediatamente otra como respuesta solicitando al papa su perdón. No obstante, en enero de 1971 el cardenal Villot pidió oficialmente información de los miembros del Opus Dei que trabajaban en la curia vaticana y dos años más tarde el cardenal Villot se dirigió de nuevo por carta a Escrivá pidiéndole garantías para que los miembros del Opus Dei con puestos en el Vaticano no se dedicaran más a violar el secreto profesional, beneficiando con la información a sus directores del Opus Dei, acerca de asuntos conocidos por el cargo que ocupaban en instituciones de la Iglesia. Escrivá dio esas garantías por escrito y su reacción, según los testimonios de la Obra, consistió en "rezar con toda su fuerza por los que no comprendían al Opus Dei, y particularmente monseñor Benelli" quien años más tarde para mayor inri del Opus Dei, estuvo a punto de ser elegido papa. A pesar de las "incomprensiones" denunciadas por Escrivá, Benelli fue uno de los cardenales que enviaron cartas postulatorias pidiendo la apertura de la causa de beatificación tras la muerte de Escrivá. [Diario El País, Madrid, 14 abril 1992].

Escrivá afirmó entonces haber convocado el Congreso General Especial, que se inauguró oficialmente el l de septiembre de 1969 y cuya primera parte duró sólo quince días, porque afirmaba estar de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II y para la revisión de los planteamientos jurídicos del Opus Dei. En carta al cardenal Antoniutti, con fecha 22 de octubre de 1969, Escrivá precisaba que "algunas de las eventuales modificaciones, que están todavía a nivel de propuestas, podrían ser introducidas por el mismo Congreso General", otras requerirían una aprobación de la Santa Sede, y otras, finalmente, en cuanto que comportarían un cambio de naturaleza del Instituto, exigían incluso un acto más solemne de la Santa Sede, es decir, una nueva erección del Instituto. [Varios Autores, "El itinerario jurídico de! Opus Dei", ob. cit., p. 380].

Mientras tanto se celebraron dentro del Opus Dei asambleas regionales y sus dirigentes decidieron además una participación lo más amplia posible, sin llegar a ser democrática, con vistas a la convocatoria de la segunda parte del Congreso General Especial que recomenzó sus trabajos, un año más tarde, el 10 de septiembre de 1970. Las sesiones plenarias de la segunda parte del Congreso no llegaron a durar una semana. En la clausura Escrivá se dirigió a los presentes diciéndoles: "Pero, lo sabéis bien, esto no quiere decir que el Congreso haya concluido su trabajo. El Congreso General queda abierto". En las conclusiones los miembros del Opus Dei que asistieron al Congreso General, habían pedido que "se resuelva definitivamente el problema institucional del Opus Dei otorgándole, en base a las nuevas perspectivas jurídicas que han abierto las disposiciones y las normas de aplicación de los decretos conciliares, una configuración jurídica diversa de la de Instituto Secular". [Varios Autores, "El itinerario jurídico...", ob. cit., Apéndice 55, pp. 584-585] Un año más tarde, Álvaro Portillo, después de haber estado mareando la perdiz en su condición de secretario general de la organización, informaba al cardenal Antoniutti, prefecto de la Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, que el Congreso General Especial había entrado en una nueva fase y que "actualmente se procede en sede de comisiones técnicas". [Varios Autores "El itinerario jurídico..." ob. cit. p. 414]. Dos años más tarde, el 25 de junio de 1973, Escrivá fue recibido en audiencia por Pablo VI, al que informó sobre los lentos trabajos del Congreso General Especial, que se había prolongado y seguía abierto. También le habló de la labor de la comisión técnica nombrada para la autorrevisión del estatuto jurídico del Opus Dei. El papa le animó a seguir adelante con la tarea emprendida, aunque las esperanzas de conseguir el Opus Dei la tan ansiada prelatura personal eran nulas bajo el pontificado de Pablo VI.

Un año más tarde, en 1974, el Opus Dei tenía redactadas unas nuevas constituciones. El nuevo código ofrecía una versión light de las constituciones de 1950 con algunas adaptaciones al Concilio. Constaba solamente de 194 normas, con un texto aún más reducido que la controvertida versión de 1963 que ya había sido rechazada por el Vaticano, y como reconoció uno de los numerosos equipos de canonistas de la Obra, "faltaba sólo considerar el momento adecuado para plantear a la Santa Sede la petición formal de la nueva configuración jurídica". [Varios Autores "El itinerario jurídico..." ob. cit. p. 417]. Otro año después, el 26 de junio de 1975, Escrivá murió sin haber entregado en el Vaticano las conclusiones del Congreso General Especial del Opus Dei, que seguía convocado desde 1969, sin el nuevo texto de las constituciones, ni la propuesta de modificación del estatuto jurídico. Escrivá se fue de este mundo con sus "santas, perpetuas e inviolables" constituciones de 1950, manteniéndose una parte del Opus Dei incómodamente alojado en la estructura jurídica eclesiástica de Instituto Secular y el resto, en la precariedad jurídica, con un estatuto de Instituto Comunitario sin votos públicos, de carácter diocesano y dependiente desde 1943 del obispado de Madrid.

Pese al recubrimiento de otras formas jurídicas y modelos sociales, el Opus Dei se constituyó en corporación o sociedad anónima católica, mostrando a partir de los años cincuenta, después del reconocimiento pontificio como Instituto Secular, las más recientes formas "laicas" de fascismo clerical y de poder integrista económico en un límite extremo, pero todavía dentro de la Iglesia católica. Algo así como el "Octópus Dei Incorporated", de forma cambiante, siempre con sus equipos de canonistas a la búsqueda de una fórmula jurídica original, para ir adaptándola a sus objetivos, a medida que aumentaban sus influencias. Este lado proteico del Opus Dei, que se adapta continuamente al objetivo que es el Poder con mayúscula, parece que puede alcanzar uno de sus puntos culminantes cuando se infiltre completamente en su fase actual de apoderamiento del Vaticano, como está en vías de hacerlo con el apoyo incondicional del papa Juan Pablo II, calificado por la crítica especializada de "el último cruzado", [Pérez Pellón, Javier, "Wojtyla, e! último cruzado", Temas de Hoy, Madrid, 1994.] con un papado medieval en los comienzos del tercer milenio. No obstante, los movimientos pendulares existen en la cabeza de la Iglesia católica y si durante finales del siglo pasado la aceptación por parte del papa Juan Pablo II del "espíritu de la Obra" ha sido casi completa, el Opus Dei no escapa todavía a la posibilidad de caer de nuevo en desgracia, si llegan a soplar vientos más liberales con un nuevo pontífice al frente de la política vaticana.

La "batalla canónica", como Escrivá llamaba a la lucha con la curia de Roma para conseguir hacerse un hueco jurídico en las estructuras de la Iglesia católica, consistía en que aprobasen la Obra tal y como Dios se la inspiró, convencer al papa y a los cardenales de que la marcha de la Obra no debía ser regulada minuciosamente, sino que había que dejar la iniciativa al espíritu, encarnado en él, "el Padre" de toda la Obra. [Moncada, Alberto, "Los hijos de! Padre, Argos Vergara, Barcelona, 1977, p.76]. Paradójicamente, con una legión de canonistas en sus filas, el Opus Dei se presentaba como víctima de la incomprensión vaticana y Escrivá se quejaba de lo mucho que le costaba a la curia de Roma entender el "espíritu de la Obra"; porque en Roma, afirmaba Escrivá sin remilgos, había una gran tendencia a la normativa y a la juridicidad, como si estos elementos no fueran de lo que se abastecía internamente el Opus Dei, en su incesante búsqueda del Poder y en el control absoluto de sus miembros. Por ello la etapa fundacional no murió con el fundador y en 1982 consiguieron una jurisdicción cuasiepiscopal, aunque con ciertas limitaciones. [Ynfante, Jesús, "Opus Dei", Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, pp. 435-440]. Una vez alcanzada una adecuada estructura de poder como la Iglesia y paralela a ella, el Opus Dei se presenta como una fuerza totalitaria y los miembros de la Obra se atreven a reconocer públicamente que sólo en el Opus Dei se encuentra el futuro de la Iglesia.

Respecto al reclutamiento de miembros y como organización constituida sobre la base de un credo religioso y del conjunto de personas que lo profesan, el Opus Dei utiliza sin escrúpulos, para aumentar sus efectivos, técnicas de captación típicamente sectarias, como cualquier movimiento confesional, grupo o secta. [Foundation ODAN, Guía para padres sobre el Opus Dei. The Opus Dei Awareness Networth Inc., Pittsfield, Maryland, EEUU., 1991]. Desde sus comienzos en los años cuarenta, el objetivo del Opus Dei ha sido siempre la ambición sin límites de convertirse en una Iglesia, la verdadera Iglesia, y para ello todo sirve, desde la oración y el renunciamiento hasta la exigencia de una vida con total entrega para sus miembros. Se trata, en última instancia, de convertirse si no en la única y verdadera Iglesia católica, al menos en una "Iglesia paralela". O, como solía traducir Escrivá sus ambiciones a un lenguaje de cazurronería de pueblo maña, en "una partecica de la Iglesia".

Una maniobra realizada en 1966 mostró claramente la actividad fraccional del Opus Dei dentro de la Iglesia católica. Estaba entonces el Opus Dei en su apogeo, con un aumento importante de sus efectivos y unos éxitos políticos arrolladores en España, con lo que alcanzaba la soberbia de Escrivá cimas insospechadas. Sin embargo, las relaciones con el Vaticano fueron empeorando paralelamente a sus triunfos españoles y como los momentos vividos por los dirigentes eran de gran tensión, Escrivá, acompañado de Álvaro Portillo, viajó a Grecia para estudiar sobre el terreno la posibilidad de incorporar el Opus Dei a la Iglesia ortodoxa, porque con el Concilio Vaticano II, según el fundador, "la Iglesia católica iba a la ruina". El objetivo del viaje a Grecia fue astutamente disimulado por parte de los dirigentes máximos del Opus Dei, quienes de regreso a Roma portaron como regalo un icono de aquella tierra al papa Pablo VI y otro a Angelo Dell'Acqua, entonces sustituto en la secretaría de Estado, que era uno de los prelados ultra conservadores protectores de la Obra y, de ello se encargó personalmente el fundador del Opus Dei.

No conviene olvidar tampoco la dramática decisión de la Conferencia Episcopal española, que interpelada entonces por el Vaticano sobre la conveniencia de transformar a la Obra de Dios en una prelatura contestó negativamente una primera vez, asustados la mayor parte de los obispos españoles con las prácticas de fracción organizada adoptadas por el Opus Dei dentro de la Iglesia católica española. [Walsh, Michael, ob. cit., p. 230]. En cuanto al apostolado con otros grupos y organizaciones católicas, un prelado español, es decir, un superior eclesiástico constituido en una de las dignidades de la Iglesia y que prefirió mantenerse en el anonimato, ha llegado a calificar a los miembros del Opus Dei de "pillos que asestan puñaladas de pícaro por la espalda y no pretenden mejorar a la Iglesia sino silenciar a los demás".

 

Arriba

Anterior - Siguiente

Volver a Libros silenciados

Ir a la página principal

Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?