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Servir: Mis años perdidos en el corazón del Opus Dei de Irlanda

Anne Marie Allen tenía quince años cuando fue admitida en un curso de cocina que prometía títulos oficiales y un futuro en la carrera de sus sueños. Buscando una vida mejor, se mudó al tranquilo y apacible campo del oeste de Irlanda. Pero su felicidad duró poco: pronto quedó claro que había sido engañada y destinada, en cambio, a una vida de servidumbre doméstica al servicio de los miembros del Opus Dei.

Poco después, fue llevada a Roma, donde firmó su entrega total mediante votos de servicio. Lo que siguió fueron años de miseria en esclavitud, celibato forzado y un sufrimiento físico traumático bajo una institución ambiciosa y tiránica que exigía perfección, humillación y dolor.

Su familia finalmente logró forzar una visita a casa, durante la cual se negaron a dejarla volver a la Obra y comenzaron el largo proceso de desprogramación de Anne Marie, una tarea que ha sido una lucha de por vida. Serve es la extraordinaria historia de fuerza y resiliencia de Anne Marie frente al fanatismo religioso.

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Anne Marie junto a Claudine, ex numerarias auxiliares ambas, protestaron delante de la sede del Opus Dei en Roma, el pasado 3 de enero. Aquí están las fotos y su denuncia.

Agustina

Darian Veltross :

Del control espiritual a la libertad paralizante: una deuda pendiente con los miembros del Opus Dei

Darian Veltross, 30/05/2025

Viktor Frankl, psiquiatra y superviviente de los campos de concentración nazis, escribió: a un hombre le pueden robar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino. Esa libertad interior, que Frankl consideraba inviolable incluso en las condiciones más extremas, puede sin embargo ser anulada durante años cuando se vive bajo sistemas de obediencia rígida y control de conciencia. Y al recuperar esa libertad, el vacío puede ser desolador.

En El hombre en busca de sentido, Frankl relata que muchos prisioneros, al ser liberados, ya no sabían qué hacer con su libertad. Habían estado tanto tiempo sometidos que se sentían desorientados, paralizados, incluso desesperados: la libertad, sin una orientación, puede llevar al vacío y al absurdo.

Esta misma tragedia interior, aunque en un marco espiritual e institucional distinto, se repite hoy entre muchos miembros del Opus Dei: personas que, durante décadas, han vivido bajo una estructura normativa que dirigía sus horarios, pensamientos, lecturas, emociones y hasta el más mínimo acto cotidiano. Lo que se presentó como una vocación libre se convirtió, en demasiados casos, en un encierro sin rejas, pero con consecuencias igual de profundas.

Ahora que muchos de estos miembros —numerarios, agregados, numerarias auxiliares— han llegado a la madurez o a la vejez, comienzan a preguntarse si podrían vivir de otro modo. Pero se encuentran sin herramientas: sin dinero, porque han entregado sueldos y herencias a la institución; sin red social, porque cualquier afecto genuino fuera del entorno institucional era visto con sospecha o considerado un obstáculo para la entrega total, incluso se les prohibía mantener contacto con personas queridas que habían dejado la Obra; y sin autoestima, resultado de una pedagogía espiritual que promovía la autoanulación: No olvides que eres el depósito de la basura [...] ¿no sabes que eres el cacharro de los desperdicios? que, lejos de fomentar la humildad, erosiona la identidad y limita la capacidad de reconstrucción personal tras la salida.

Cuando miran a su alrededor, no encuentran salida porque no sólo no saben cómo rehacer su vida: Se hallaban tan desorientados con la libertad como lo habían estado con la prisión, escribió Frankl. Lo mismo sucede ahora, en otro tipo de campo: el espiritual, además del material.

El Opus Dei ha construido su solidez institucional sobre la entrega generosa de miles de personas. Pero mientras esa entrega se hacía con sacrificio y fe, la restitución no ha llegado. No hay un plan estructurado de acompañamiento real, ni de devolución económica, ni de apoyo psicoespiritual para quienes salen. La estructura se mantiene, pero quienes ayudaron a sostenerla durante años son dejados a su suerte.

No se trata de condenar la fe ni la vida espiritual, sino de preguntarse: ¿puede una institución religiosa beneficiarse del trabajo, la juventud y la entrega total de personas y luego desentenderse de su destino cuando ya no le sirven? ¿Dónde queda la responsabilidad pastoral, la justicia evangélica, el cuidado del prójimo?

La Iglesia Católica, como autoridad directa sobre el Opus Dei, debe intervenir. Porque cuando se convierte en cómplice del silencio o de la negligencia, traiciona su misión.

Darian Veltross